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El cannabis es una planta muy fuerte y resistente que se cultiva con facilidad en condiciones muy diversas. En exterior, sobre todo sembrada directamente en el suelo, es casi una mala hierba que alcanza dos o tres metros de altura en pocos meses, incluso en terrenos poco fértiles. En interior, las plantas necesitan algunos cuidados más, pero tampoco resulta nada complicado tener éxito cultivando.
La mayoría de los cultivadores de interior principiantes suelen cometer el error de excederse en los cuidados. Están tan preocupados por las plantas, que acaban haciendo más de lo necesario y se pasan con el riego y con el abono. Si riegas las macetas todos los días sin tener en cuenta si las plantas necesitan o no más agua, la tierra no tiene tiempo de secarse y permanece empapada continuamente, lo que impide que las raíces se oxigenen correctamente y acaba por asfixiarlas. Si las raíces no respiran, enferman, se debilitan y se acaban pudriendo, por lo que las plantas no pueden absorber correctamente el agua y los nutrientes que necesitan. En esos casos, los cultivadores suelen explicar desesperados que, por mucho que riegan y abonan las plantas, estas no crecen y cada vez las ven con peor aspecto. Obviamente, si las raíces están enfermas, da igual cuánta agua y nutrientes tengan disponibles, ya que no pueden absorberlos. La salud de las raíces es esencial para que las plantas estén sanas, mucho más que la cantidad de riego o abono. Si algún nutriente escasea o el cultivador se queda un poco corto en el riego, la planta crecerá algo menos pero se mantendrá bastante sana o, al menos, bastante más sana que si se le pudren las raíces.
En principio, cuanto más cerca estén las lámparas de las plantas, mayor cantidad de luz tendrán disponible, y eso significa que podrán realizar más fotosíntesis, crecer con mayor rapidez y producir cogollos más grandes y pesados. Sin embargo, la mayor intensidad lumínica también implica un mayor estrés para las plantas, por lo que tienen que estar muy sanas y fuertes para poder soportarlo. Cuando las plantas son muy jóvenes, no suelen ser capaces de soportar una intensidad de luz muy elevada, por lo que les resulta más perjudicial que beneficioso. Lo mismo sucede cuando están débiles o enfermas. Deberemos observar las plantas con atención y aprender a ver si se encuentran cómodas o no. Las hojas deben estar de un bonito color verde, abiertas y extendidas hacia la luz. Si aparecen arrugadas, retorcidas, encorvadas o resecas, es que algo no va bien. La mejor forma de actuar frente a una planta que no se ve completamente sana es reducir su estrés para que se pueda recuperar. Conviene alejar las luces y esperar a ver si mejora. Si estás enfermo, no te vas a trabajar o a jugar al fútbol, te quedas en cama y descansas hasta recuperarte. Lo mismo deben hacer las plantas. Muchos cultivadores se resisten a alejar las lámparas y reducir las dosis de abono por miedo a perder producción, pero lo único que consiguen es mantener a las plantas enfermas, lo que impide su recuperación y, a largo plazo, reduce aún más la producción.
Si las hojas de las plantas tienen un color muy claro o muestran manchas, lo más probable es que estén sufriendo una carencia nutritiva de algún tipo. Si estamos abonándolas al menos dos veces por semana, es difícil que la carencia se deba a falta de nutrientes, lo más probable es que haya algún desajuste que impida que las raíces los absorban correctamente. Los desajustes más habituales son exceso de riego, exceso de sales en la tierra o pH fuera del rango óptimo. Si la tierra está muy empapada, esperaremos a que se seque antes de volver a regar. Si no es así, deberemos regar con agua sin abono pero con el pH ajustado entre 5,6 y 6,0. Podemos recoger parte del agua que drena de los agujeros de las macetas y medir la EC para hacernos una idea de la salinidad del sustrato. Si la EC del agua de drenaje es superior a 3,0, vendría bien intentar reducirla por medio de riegos abundantes de agua sola (con el pH ajustado) para que arrastre parte de estas sales que se han ido acumulando.
Una de las decisiones más difíciles de tomar para un principiante es cuándo cambiar el fotoperiodo y poner las plantas a florecer. En general, las plantas de semilla necesitan al menos tres o cuatro semanas de crecimiento para alcanzar la edad adulta; si se ponen a florecer antes de ese momento, no llegarán a desarrollan su máximo potencial. Por otra parte, es importante que las plantas no se hagan muy altas antes de empezar a florecer, dado que pueden llegar a doblar su tamaño durante la floración. Si empiezan a florecer con una altura excesiva, pueden crecer tanto que acaben chocando contra las lámparas y no quepan en el armario de cultivo. No todas las variedades se estiran igual en floración, por lo general, las índicas crecen menos, a veces solo aumentan un cincuenta por ciento de tamaño, mientras que las sativas más puras pueden llegar a la cosecha con el triple de la altura que tenían al cambiar el fotoperiodo. Consulta el catálogo del banco de semillas para saber la altura habitual de la variedad que has escogido. Si no tienes muy claro a qué altura empezar a florecer, intenta que las plantas no tengan más de 50 cm, para asegurarte de que al acabar de florecer no superan los 120 cm, que es una altura que cabe en casi todos los armarios de cultivo.
El mejor consejo que se le puede dar a un principiante es que lea sobre cultivo, observe mucho las plantas y haga solo lo básico, pero siempre correctamente y sin saltarse ningún paso. Es imprescindible tener paciencia y no cambiar de criterio constantemente. La experiencia nos irá enseñando cómo mejorar, pero al principio más vale ir sobre seguro, aunque las cosechas sean moderadas, que intentar forzar las plantas al máximo cuando aún no sabemos lo que eso significa ni estamos preparados para detectar cuándo algo va mal.