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"Es muy importante asegurarse de que ningún elemento del cuarto de cultivo puede suponer un peligro"
En cualquier cuarto de cultivo de cannabis, la calidad y la producción vienen determinadas, principalmente, por el eslabón más débil de la cadena de factores que intervienen. La genética de las plantas, la intensidad de luz, las condiciones climáticas (luz, temperatura, ventilación, nivel de CO2), la presencia o no de plagas, los cuidados del cultivador, los abonos utilizados, etc. juegan un papel en el resultado. De todos estos elementos, el peor limitará el resultado. Es decir, si la genética es mala, aunque el cultivador lo haga muy bien y el cuarto de cultivo esté perfectamente diseñado y mantenido, los resultados serán mediocres porque las plantas nunca podrán ser fantásticas, ya que no está en sus genes. Por el contrario, una genética fantástica sirve de poco si la temperatura del cuarto de cultivo no es adecuada o si las lámparas están viejas y no dan toda la intensidad de luz que deberían. De todos los factores, el equipo de cultivo es el que es más fácil de controlar y mantener en óptimas condiciones, puesto que solo depende de nosotros. El cuarto de cultivo es la herramienta del cultivador y, para rendir al máximo, debe conservarse en perfecto estado.
La luz es el principal motor del crecimiento de las plantas, la factura eléctrica el mayor gasto del cuarto de cultivo y la electricidad el factor más peligroso si la seguridad no está asegurada, por lo que las lámparas son un elemento que se debe mantener siempre inmaculado. Cualquier pérdida de luz se traduce en una reducción en la producción y la calidad de los cogollos: una bombilla vieja da menos lúmenes pero gasta la misma electricidad. El polvo sobre las bombillas, los reflectores o las superficies reflectantes que cubren las paredes reduce la cantidad de luz disponible para las plantas. Conviene limpiarlo todo después de cada cosecha, prestando especial atención a las bombillas y evitando tocar el cristal directamente con los dedos.
Las lámparas tienen una vida útil determinada, que se suele expresar en miles de horas y que es el tiempo que, de media, aguanta hasta estropearse. La vida útil de las lámparas HPS es de 20.000 a 30.000 h. Las lámparas de halogenuros metalizados o MH duran menos, su vida útil es de 8.000 a 12.000 h, la mitad o menos que las lámparas HPS. Los ledes o diodos son más longevos y pueden llegar hasta las 50.000 h. En cualquier caso, antes de llegar al final de su vida útil, la eficiencia de las lámparas disminuye, lo que se traduce en un descenso de los lúmenes producidos. La decisión de cuándo cambiar las bombillas depende de cada cultivador, pero, teniendo en cuenta el precio de los cogollos y el de las bombillas, lo más recomendable es hacerlo con frecuencia. En una cosecha en la que las plantas estén 30 días en crecimiento con un fotoperiodo 18/6 y 60 días en floración con un fotoperiodo 12/12, la lámpara permanece encendida 1.260 h. Si atendemos a la vida útil, podríamos hacer fácilmente veinte cosechas con una bombilla HPS y cuarenta con una lámpara de led, sin embargo, la producción iría reduciéndose progresivamente y perderíamos en producción y gasto eléctrico mucho más de lo que nos costaría reemplazar la bombilla. El consumo eléctrico de una bombilla HPS de 600 W cada cosecha es, al menos, el triple de lo que cuesta. Por tanto, alargar su uso más allá de seis u ocho cosechas es, casi siempre, más caro que renovarlas. En cualquier caso, si compramos un luxómetro podemos medir al final de cada cosecha la cantidad de luz emitida por la lámpara para saber con exactitud si la eficiencia está bajando. Siempre hay que medir la luz en las mismas condiciones, colocando el luxómetro exactamente en la misma posición y a la misma distancia de la lámpara para que las mediciones sean comparables.
"Alargar las bombillas más allá de seis u ocho cosechas es, casi siempre, más caro que renovarlas"
La electricidad es peligrosa, sobre todo cuando hay agua cerca. Tras cada cosecha es conveniente comprobar que todas las conexiones eléctricas están en buen estado. El movimiento de un ventilador, si toca un cable, puede acabar por aflojar la conexión. Una conexión floja puede recalentar el cable o producir un cortocircuito si se moja. Los balastros de las lámparas de alta presión se calientan mucho y, si tocan plástico u otro material inflamable, pueden provocar un incendio.
El sistema de riego es otro elemento esencial que puede fallar. Si un gotero se tapona, la planta deja de recibir agua. Si una conexión se suelta, el agua puede derramarse y mojar el equipo eléctrico o filtrarse hasta la casa del vecino de abajo. Cualquier problema evitable con un correcto mantenimiento del equipo no debe ocurrir nunca. Imagina lo que pasaría si estás fuera el fin de semana y el vecino tiene que llamar a los bomberos porque le está cayendo agua por el techo. El problema no sería nada agradable.
Sobre todo, es muy importante asegurarse de que ningún elemento del cuarto de cultivo puede suponer un peligro. La mayoría de los incendios que ocurren en los cultivos de interior se deben a fallos del equipo o instalaciones defectuosas. No dejes que eso te pase por pereza, dedica unas horas al final de cada cosecha a revisarlo todo a fondo.
Los goteros de riego y las mangueras pueden ser una fuente de contaminación. No es raro que crezcan algas o bacterias en su interior. Es conveniente limpiarlos haciendo circular agua con lejía por el sistema de riego. Si hay depósitos de cal o sales minerales, lo mejor es hacer circular agua con pH bajo para que los disuelva. También se puede usar algún producto limpiador específico para este uso.
Los aparatos medidores de EC y pH son sensibles y delicados. Para que sigan midiendo bien durante mucho tiempo, hay que lavarlos después de cada uso con agua y calibrarlos periódicamente. Los medidores de pH son especialmente sensibles y hay que echar siempre un poco de líquido especial para mantenimiento en el tapón de cierre para que el sensor se mantenga húmedo.