Cuéntanos lo de tus inicios en el mundo del porno: ¿cómo llegas ahí?
Pues todo comienza cuando conozco a Sergio Bleda, que es el primer autor de cómics profesional con el que tengo trato. Le pasaba lo que iba dibujando a Bleda para concursos y cosas así, hasta que con dieciocho años, y en primero de carrera, me dijo que me veía guay y que preparara una prueba para el Kiss Comix, de La Cúpula, que pagaban bien y que podría llegar a hacer una historieta al mes. Nunca había dibujado porno y no era un género que consumiera más allá de la necesidad onanista, así que me pillo algunos álbumes y Kiss antiguos e intento hacer algo parecido. Las dos primeras historietas son un desastre, no le tengo pillado el pulso y son bastante flojas, porque no solo hay que hacer una historieta porno, sino hacer una buena historieta corta, que haya un gag o algo por el estilo que haga que el lector aguante la lectura. A la tercera, algo hace clic y la historieta me da la sensación de que funciona, que tiene gracia y no está horriblemente dibujada. Me imprimo unas copias y llamo a La Cúpula, les digo que soy de Valencia y que me gustaría enseñarles una muestra para el Kiss, que me tienen allí el viernes y así aprovechaba y pasaba el fin de semana con un colega en Barcelona. Me recibe Emilio en la antigua oficina de La Cúpula, en plaza de las Beatas. Yo, cagado de miedo y medio ciego de las birras que me había tomado por los nervios, sudando un montón, tartamudeando... Pero Emilio, que es un tío de puta madre, se pone a mirar las muestras que le llevo, comenta algunas viñetas, me pide unas leves modificaciones y me dice que salgo para el especial de verano. Me cago encima, y mi amigo y yo esa noche le prendemos fuego a Barna.
¿Había alguna relación más con esa industria?, ¿participaste con Kiss en ferias, salones eróticos o alguna movida del estilo?
No, con el Kiss no participé en ningún sarao de ese tipo. Tiempo después sí que me contactó MacDiego para una exposición de material erótico y pornográfico que organizaba en varias salas de Valencia. Total, que por participar nos dio entradas para el salón del porno que se celebraba en esos días en Valencia. Fue un poco raro; fui con Mik Baro a ver qué se cocía, pero la verdad es que es bastante turbio todo el rollo. Y los espectáculos de sexo en vivo daban un poco de asco, como si todo lo dirigiera Todd Solondz. No es mi ambiente, la verdad.
En tus tebeos ha quedado parte de esa lubricidad, los chochos y pollas que dibujas siempre están chorreantes y llenos de vida.
Una de las cosas que se me quedó grabada de mi entrevista con Emilio para el Kiss fueron las indicaciones de la “guía de estilo”, que se pueden resumir en que todo esté húmedo, las pollas con muchas venas, y, si puede ser, que ellas lleven tacones. Así que seguro que algo se ha filtrado. De todas formas, también es un acto consciente de representación del sexo. No quiero que luzcan como los típicos polvos de tebeo indie ni tampoco con la superespectacularidad de un porno que más parece de superhéroes o gimnasia erótica. Intento plasmar el sexo con la complejidad que tiene; hay algo de violencia, de amenaza y de fracaso en tanto placer, que me parecería una ofensa a la verdad no mostrarlo. O por lo menos, intentarlo.
Evidentemente, al haber mucho de autobiográfico en tu trabajo, tanto en Sicofante como en Bibelots, dicha polla es, muchas veces, la tuya; y no es ni de lejos lo más íntimo que desvelas. ¿Llevas mucho psicólogo encima para alcanzar ese nivel de desinhibición?, ¿cómo consigue uno convivir con tanta naturalidad con uno mismo?
Pues no he ido al psicólogo en mi vida y estoy convencido de que eso es un problema. Y lo peor de todo es que mi pareja es una gran psicóloga y sexóloga; vamos, que no tengo perdón de dios. Pero de alguna forma, esa neurosis en la que vivo hace de motor para los tebeos, que me acaban haciendo la función de terapia. Aunque creo que la palabra idónea es exorcismo. He encontrado en los cómics una saludable forma de sublimación en la que me encuentro cómodo. A ver, es duro escribir ciertas cosas y es difícil representar gráficamente otras, pero es como uno de esos granos que están por dentro: duele mucho y luego sale sangre y se te queda herida y marca, pero, ¡joder, qué a gusto te quedas! Respecto a cómo convivir con eso, es fácil cuando uno hace tebeos y sabe que apenas va a tener trascendencia. Veo mucho más complicado cómo la gente convive con las idioteces que escribe en las redes sociales ante miles de personas. Eso sí que son héroes, héroes de la humillación.
También tengo la sensación de que en tus historias, con cierta frecuencia, te esfuerzas en caerle mal a los lectores. Creo que eso, cuando te animes, también lo tendrías que mirar con el psicólogo, ¿no?
Sí que es cierto que tengo un problema yoico y con cómo me relaciono con los demás. Por un lado intento desesperadamente caer bien y ser apreciado, y por otro tengo cierta pulsión hacia el enfrentamiento dialéctico y el epatar. Soy un dependiente emocional que evita el enfrentamiento, pero trato de rebelarme continuamente ante esa tendencia. Nunca he sabido solucionar ese dilema, y en mis cómics creo que queda patente que no tengo una visión monolítica sobre mí mismo. De alguna forma, la representación personal que hago tiende al cubismo, a mostrar todo a la vez. Y también trato de llevar eso a los personajes de ficción que escribo. Y, bueno, lo de caer mal es que creo que cuando te desnudas tanto emocionalmente tienes que jugar cierta carta de humor para hacer tragar el bolo. El humor me ayuda a que no se pueda tomar tan en serio y a la vez generar cierta inquietud. Un chiste en un mal momento puede doler más que una buena hostia.
Comunismo e independencia anacrónica
Otra constante es el comunismo. Comunismo old school, además, sin concesiones ni aperturismo. ¿Crees que puede llegar a triunfar?, ¿o crees que es como el cómic independiente, que está claro que es la única verdad en el noveno arte y por eso se hace y se defiende, aún a sabiendas de que somos los que somos y jamás conquistaremos el palacio de Panini?
“Ser independiente implica no entender a los lectores como consumidores, sino como cómplices, cómplices de discursos alternativos”
Soy comunista y militante del PCE –aunque sea un opositor interno a la línea directiva que lleva actualmente–, y considero que parte de mi militancia es trasladar el pensamiento a mi obra. Hoy día, no hay capacidad para una verdadera transformación democrática y socialista de la sociedad, es absurdo pensarlo. Creo que ser comunista ahora implica más mantener la antorcha encendida que prenderle fuego a la mecha, por así decirlo. El marxismo está prácticamente erradicado de la línea de pensamiento actual, de ahí esos mutantes electorales como Compromís, Podemos o la propia Izquierda Unida. El cambio no puede estar en lo electoral y, hoy día, parece que es el único escenario en el que podemos trabajar, por lo que vamos jodidos. Esa es una de las grandes falacias de las democracias representativas capitalistas: supuestamente. permiten una oferta electoral que hasta vaya en contra de su propia ontología, pero luego a la hora de la verdad es imposible hacer nada porque nadie puede hacer nada. No puedes legislar sobre las exigencias mercantiles de los grandes entramados económicos. Solo puedes gestionar lo que extraes a tus ciudadanos con los impuestos, ya está. Pero sí creo que antes o después se volverá a armar una masa popular suficiente para arrancar cambios estructurales. Yo no voy a vivir una nueva revolución bolchevique, pero sí espero ser parte de sus cimientos.
Y ya que estamos con las exigencias mercantiles, ¿cuál es el punto que diferencia a una obra, un autor, una editorial independiente de una que no lo es?
En esta época en la que el mercado ha arramblado con todo es muy difícil usar las definiciones clásicas de términos como underground o independiente. Originalmente, el underground era todo aquello que no se distribuía por los canales tradicionales. Aquí en España, por la “ley Fraga”, que para imprimir cualquier cosa se necesitaba de una autorización, el underground como tal nunca existió más allá de La Piraña Divina, de Nazario, que le valió el secuestro del fanzine por la Guardia Civil y “exiliarse” unos meses a Ibiza hasta que se calmara la cosa. Pero, hoy día, todos usamos Instagram, todos estamos en las tienda o en FNAC o El Corte Inglés. Entonces, más que una cuestión material se trata de una diferencia más bien intelectual. Ser independiente implica más estar ajeno a las ventas o a las modas, no entender a los lectores como consumidores sino como cómplices, cómplices de discursos alternativos, de fórmulas no basadas en el típico relato burgués de introducción, nudo y desenlace o de estilos que tratan de ser bonitos. Qué obsceno es hacer cosas bonitas hoy día.
Tu último tebeo, Bibelots, vuelve a los formatos de extensión media-breve, un formato un tanto anacrónico en el cómic actual.
Soy un tío que hace los tebeos en papel y con pincel y plumilla; ¡si hasta rotulo a mano los textos de los bocadillos! Yo soy el anacrónico, el tebeo, el pobre, es solo una consecuencia de mi cabezonería. Pero la cuestión es que creo firmemente en que la extensión corta va de lujo para el cómic. El cómic es un medio muy dado a la relectura, y eso te permite en muy poco espacio condensar muchísima información e incluso contradecirla, escribiendo una cosa en los textos y dibujando otra, por lo que se puede crear cierto entramado complejo de vaivén literario muy interesante. Me gusta hacer tebeos que esconden cosas, que cada vez que los lees descubres algo. No me interesa hacer tebeos en que el final es lo que importa; me gusta una experiencia más global de lectura. Y hay muchas obras maestras de cómics cortos, desde la mítica Master Race, de Feldstein y Krigstein, hasta el Love Strip, de Mora, García y Carlos Giménez para Las Crónicas del Sin Nombre, pasando por esa genialidad que es Caricatura, de Daniel Clowes. Por supuesto, no hay que olvidar la obra de Crumb, que prácticamente se basa en historietas cortas, o el underground de los sesenta en general.
Por el contrario, tu anterior obra, Sicofante, sí que era un novelón gráfico si se me permite la expresión.
Yo te permito todo, capullito de alhelí. Pues sí, la extensión de Sicofante es larga, es un tour de force emocional que necesitaba sacarme de encima. Una vez hecho Sicofante ya puedo hacer otras cosas. Pero necesitaba ese ejercicio de investigación yoica, necesitaba releer mi vida reciente y vomitarla, por supuesto, con mucha ficcionalización, que nadie se tome el cómic como una autobiografía estricta. Siempre digo lo mismo: me parece más interesante en el arte la veracidad que la verdad. Y yo traté de hacer un tebeo veraz con todo lo que eso implica: aburrimiento, tedio, repetición, repulsión, humor, etc. Traté de hacer una panóptica emocional de mi estado anímico del momento que también sirviera para los demás, puesto que creo que, más o menos, todos sufrimos los mismos avatares aunque nos dediquemos a cosas distintas. Nos une mucho más la clase social que cualquier otra cosa. No me gustan mucho los relatos de lo especial que es uno mismo, no me los creo, ese individualismo atroz es algo más de adolescentes.
Los títulos de tus tebeos, ¿los buscas? Quiero decir: Bibelots, Sicofante…, ¿eran palabras que previamente formaban parte de tu vocabulario o cómo es esto?
El tema de los títulos tiene su intríngulis, no te creas. No es algo que me obsesione, pero me gusta que sean sonoros y que representen bien al tebeo. No los pongo al empezar, simplemente voy haciendo el cómic y hay un día que se me ocurre el nombre perfecto. Sí que es cierto que son palabras rebuscadas, lo que pasa es que cuando leo me voy apuntando palabras que me llaman la atención para poder usarlas más adelante; en el caso de sicofante, es una palabra que se usa mucho en las traducciones que hace Carlos Manzano de las novelas de Henry Miller, y bibelots, pues saldría en alguna novela francesa, de Proust o de Balzac lo más seguro.
Tamborilero yeyé
Además de dibujante-ilustrador, tocas la batería, cosa que, cuando hablas de ti en tus tebeos, nunca mencionas...
Pues sí, es una cosa curiosa que nunca salga en mis tebeos mi faceta de tamborilero yeyé. No había caído en eso y la única explicación que puedo dar es que la música me hace de lugar no neurótico en mi vida. No aspiro a ser profesional, simplemente a pasarlo bien y tocar buenas canciones y que me gusten. No tengo tanta presión como en el trabajo diario de dibujante y, al final, el local de ensayo se convierte en un búnker emocional donde poder beber cerveza con los amigos y sudar un poco, que falta me hace porque no hago una mierda de deporte. Actualmente toco en un grupo de pop psicodélico –aunque tenemos ramalazos garage, porwerpoperos, …– que se llama Los Largos. En Bandcamp podéis escuchar los singles que hemos sacado.
Y el mogollón de carteles y portadas de discos que has hecho, ¿llegan por tu faceta de ilustrador o desde tus conocidos en el mundo de la música?
Pues me han llegado más por ilustrador. Suele ser que una portada o cartel llama a otro. Alguien vio lo de Futuro Terror y pensó que cuadraría para su grupo. Y así me van llamando; siempre que me contactan comentan que han visto tal portada o cual cartel y les molaría algo así.
¿Comulgas con todas las bandas y carteles que ilustras o hay un margen para la incoherencia y lo alimenticio?, ¿para quién no trabajarías nunca?
El margen para la incoherencia lo llevo ya de fábrica, la contradicción es parte de mi esencia. Pero en general haciendo gráficas para grupos no suele pesar tanto lo económico; reconozcámoslo: si hay un sector aún más pobre que el de los tebeos es el de las bandas de música. Yo solo he trabajado con bandas más o menos modestas o alternativas; nunca una banda de estas de cartel de festival indie –que son siempre los mismos– se ha puesto en contacto conmigo. Y respecto a con quién no trabajaría, pues, mira, actualmente no puedo elegir el desechar curros, no tengo esa capacidad. Pero, a ver, si me viene Bertín Osborne y me paga una mierda, pues se va a tomar por culo, por supuesto. Si el problema no es venderse, es venderse barato.
Por último, y volviendo a los temas que apenas tienen presencia en tus tebeos, están las drogas. Siendo tú un mozo que no le hace ascos a nada, no recuerdo en tus páginas algo más allá de alguna raya despistada, aparte del trasiego de whisky y otros alcoholes, claro.
Pues esto es una cosa que, como lo de la música, tampoco lo tengo muy analizado. Quizá sea por cierto pudor o por no encontrar la justificación narrativa, porque tampoco quiero caer en un rollo así de mostrar el consumo de drogas por mostrar. Sí que es cierto que yo, al ser medio alcohólico, pues el alcohol está muy presente en mi obra, un poco como en las pelis de Cassavettes, que siempre tienen una copa en la mano, y también lo he aprovechado casi como gag personal, y el personaje de Sicofante está construido sobre eso. Las drogas las entiendo más como una cuestión recreativa y no terapéutica –un poco la labor que hace el alcohol en mi persona–, que no tiene tanto rollo ridículo-decadente como el dipsómano compulsivo neurótico en el que he convertido a mi personaje. ¡Y, joder, que son más caras!