Una persona a la vera de un caudaloso río se está fumando un canuto mientras observa el atardecer entre los escasos árboles raquíticos. La orilla está lejos de ser el mejor sitio del mundo para echar la tarde. Es un lugar contaminado. El río cruza una de las ciudades más importantes de la región y, cuando llega hasta esa parte, las aguas ya son insalubres. El día parece que no da para más cuando un grupo de robots pasan por su lado a toda velocidad. Ajenos al estupor del humano, estos robots se dirigen al río. Son del tamaño de los dispositivos que usa la policía para desactivar explosivos, solo que en lugar de ruedines los robots se desplazan con pequeñas patas como las de los cangrejos, cargando en su lomo unas pequeñas plantas. Cada robot al llegar al río despliega una especie de brazo para beber el agua contaminada. El robot filtra la polución del agua pero permite que las bacterias sobrevivan, así el agua y las bacterias alimentan a las plantas. El fumador, sorprendido por estos robots, acabará sabiendo que esos robots que viven en los entornos urbanos robando energía de los desechos de la sociedad son una obra de bioarte bautizada por Gilberto Esparza, su creador, como Plantas nómadas.
Y hay más. De noche, en un local de moda de esa misma ciudad, nuestro fumador tal vez pueda bailar hasta el amanecer una nueva sesión de música del mismo Esparza, que además de artista es aficionado a pinchar. Lo que casi nadie sabe es que los sonidos de este artista DJ, experimentales, frescos y únicos, están producidos por seres vivos: se crean mediante la firma sonora de las bacterias que las plantas nómadas recogieron en el río contaminado. La comunión sonora entre público y DJ se funda en la fuerza viva de los residuos de la ciudad. Este, también, es un proyecto del artista Gilberto Esparza.
Estas dos historias pueden parecer un cuento de ciencia ficción. Sin embargo, lo que se ha descrito en los párrafos anteriores existe. Son dos ejemplos de esta forma de arte contemporáneo que está estrechamente relacionado con la ciencia y la tecnología, y que se conoce como bioarte.
“Conversaciones con alienígenas”
Durante el pasado mes de mayo, tuve la suerte de dirigir el curso monográfico “Conversaciones con alienígenas: diálogo entre ciencia y arte contemporáneo” en el Museo Reina Sofía de Madrid. La intención era mostrar que ciencia y arte son campos complementarios, de colaboración fructífera. Para ello contamos con Fernando Broncano, Hamilton Mestizo, Mónica Bello, Eurídice Cabañes, Abelardo Gil-Fournier, Ricardo Iglesias y Andy Gracie, artistas y académicos especializados tanto en arte como en ciencia, que demostraron la estrecha relación entre sus campos.
Quedó patente que los elementos que configuran el impulso artístico y el razonamiento científico se asientan en principios análogos, como, por ejemplo, el uso de la imaginación. Algunas veces un campo se apoya en el otro para encontrar el camino: el arte se inspira en la tecnología y en sus fundamentos filosóficos para generar proyectos novedosos, pero la ciencia también utiliza al arte como campo de creación donde se puede poner a prueba ciertas intuiciones sin el coste que esto supondría en caso de aplicar un método científico más riguroso. Otras veces la relación se presenta a modo de traducción: los descubrimientos que aporta un experimento científico se transforman en elementos artísticos. Por ejemplo, transformar una corriente de datos que provienen del colisionador de partículas del CERN (Suiza) en sonidos que emite una maquinaria compuesta por piezas de piano que se activan con estos inputs, como hicieron los artistas Ruth Jarman y Joe Gerhardt en el 2018. Teniendo en cuenta que las colisiones de partículas del ATLAS en el CERN son un intento de reproducir las condiciones que existían en el universo cuando este comenzó su andadura, ¿se podría decir que estamos escuchando los sonidos del Big Bang?
Bioarte: la vida como objeto de la reflexión artística
"El holobionte es una unidad ecológica que engloba todos los elementos vivos que lo conforman y desafía la tradicional división entre parásitos o simbiontes cuando hablamos de relaciones entre especies"
Según Daniel López del Rincón, el bioarte se puede entender como la convergencia de las relaciones entre arte, biología y tecnología. No se trata, por lo tanto, de aplicar tecnologías novedosas al arte o hacer arte con tecnología, que es el terreno del tecnoarte, sino de la alteración de lo vivo con una finalidad artística. Sobre qué es exactamente el bioarte hay lío. A veces se le llama “arte biotecnológico” (porque a veces se utiliza tecnología en su creación, pero no siempre), otras “arte transgénico” (si es que hablamos de arte que altera o recombina elementos genéticos o de ADN), entre otras denominaciones. Por ejemplo, no queda muy claro si la modificación tecnológica que hace Stelarc sobre su cuerpo es bioarte u otro tipo de corriente artística más relacionada con la perfomance o el tecnoarte. ¿Es “Oreja en brazo” bioarte? En lo que sí parecen más de acuerdo los expertos en esta materia es que el bioartista cambió el taller por el laboratorio como el terreno de la experimentación y la creación. Aquí laboratorio no se utiliza como analogía del taller, sino que los bioartistas suelen trabajar en estrecha relación con el laboratorio en términos muy similares al uso y significado que se le da en la ciencia.
Las diferentes ramas del bioarte comparten la utilización de materiales vivos como materia prima. Antes de que alguien se lleve las manos a la cabeza, advertimos que todo esto no trata de modificar a seres humanos para crear superhumanos, transgénicos (aunque tampoco creo que esto fuera un problema) o el maltrato animal “por amor al arte”. El bioarte, es cierto, genera ciertas discusiones éticas que son ajenas a otras ramas del arte debido al uso de material vivo para generar obras artísticas, pero con los ejemplos que vamos a traer aquí espero que quede claro que existe una diferencia entre los grandes problemas morales derivados de la manipulación de la vida y lo que se está haciendo en este campo.
Se suele citar a Joe Davis y a su obra Microvenus (1986) como el inicio del bioarte. Davis, junto a científicos del MIT, codificaron el ADN de una bacteria y, mediante una alteración de las moléculas de esa criatura, crearon un símbolo que representa los genitales femeninos y que, a su vez, y de manera no intencionada, es la forma de una runa germánica que representa la feminidad. Su intención, según se puede leer en su página web, nace de un canto de protesta contra los mensajes binarios sobre la sexualidad humana que se lanzaron al espacio con la esperanza de que civilizaciones extraterrestres más avanzadas sepan de nosotros. Davis también ha trabajado con bacterias que responden a la música de jazz o que generan patrones acústicos mediante su “firma acústica”.
Otra de las obras de referencia de este bioarte pionero lo trae Marta de Menezes. Se trata de Nature? (1999), en donde se explora uno de los temas más habituales dentro de esta disciplina: ¿existe una frontera entre lo natural y lo artificial? Menezes alteró las alas de unas mariposas aún en estado de crisálida para que muestren patrones con “intenciones artísticas”. Las mariposas tienen así pigmentos en las alas que parecen naturales, sin embargo, la naturaleza no puede generar esos patrones concretos. Los patrones no pueden ser trasferidos genéticamente a sus descendientes, como es de esperar, por lo que la mariposa es un elemento único de la naturaleza, con unas características distintivas, que desaparecerá cuando esta fallezca. Cada mariposa es un ejemplo de arte efímero, como lo es la vida de cada uno de nosotros. La obra de Menezes se puede ver en el MEIAC de Badajoz.
Plantas mutantes y micro-macrouniversos
"Con Microuniversos (2020) Hamilton Mestizo confunden nuestros sentidos. ¿De verdad es la foto de un cultivo de bacterias o se trata de una imagen del cosmos que nos llega desde el telescopio Hubble?"
Gilberto Esparza (Aguscalientes, 1975) es un artista e investigador mexicano que lleva más de veinte años trabajando en esta frontera del bioarte. Comenzamos este texto aludiendo a uno de sus trabajos más interesantes: Plantas nómadas. Esta pieza funciona tal y como se ha descrito arriba; son plantas montadas sobre dispositivos autónomos que se mueven para buscar el agua que necesitan. Esta agua es filtrada y guardada en unos recipientes que van sobre el lomo del dispositivo, que permite que se muevan. Lo interesante es que esos depósitos de agua no están sellados y acaban por generar un ambiente para la aparición de bacterias. Pero no es el único animal que se beneficia de estas plantas nómadas. Moscas y mosquitos del área acaban por anidar sus larvas en el agua limpia de los depósitos, con lo que terminan creando un sistema que funciona mejor en términos de biosostenibilidad que el río contaminado de donde se ha extraído el agua. Según el propio Gilberto, detrás de esta obra no está la intención de crear un dispositivo que tenga una función específica, como “limpiar el agua” (aunque lo haga), o generar un sentimiento de comunidad alrededor de estos dispositivos autónomos (aunque también lo hace), sino que más bien se trata de observar las dinámicas biosostenibles entre la naturaleza y lo artificial: un estudio de las relaciones simbióticas que se generan en espacios en los que parece que este tipo de relaciones de dependencia animal están condicionadas seriamente por la devastadora contaminación humana. Fernando Broncano, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid, considera que es más acertado usar la palabra holobionte para definir este tipo de sistema que simbionte. No es un asunto solo de semántica: este tipo de obras suelen cuestionar la división conceptual entre parasitismo (una especie vive de otra especie a costa de esa especie, como un virus) y los simbiontes (especie que convive con otra especie y ambas sacan provecho de la relación). Broncano considera que trabajos como Plantas nómadas son holobiontes porque en realidad son “asociaciones” de diferentes especies que dan lugar a una unidad ecológica. No habría que decir que tanto las bacterias como los insectos que viven de la planta son simbiontes o parásitos, sino que se ha creado una unidad ecológica que engloba todos sus elementos, sin que sea uno más relevante que el resto: es un gran organismo vivo.
Esparza nos contó durante su charla en Reina Sofía que tenía por costumbre al visitar una ciudad tomar muestras de sus aguas residuales y, mediante un tratamiento de las mismas, realizar una sesión de DJ con los sonidos que las bacterias del agua producen mediante sus interacciones. Una sesión de música de los sonidos de la ciudad más profunda. Bacterias marchosas, ver para creer. No es el único proyecto que tiene sobre la reutilización de aguas residuales: Plantas autofotosintéticas “está construido por un conjunto de celdas microbianas donde se desarrollan colonias de bacterias cuyo metabolismo produce electricidad y mejora la calidad del agua”. En ese entorno pueden vivir una gran fauna microscópica como protozoos, crustáceos o microalgas. La electricidad que producen las bacterias, liberada en intervalos, crea energía lumínica: es esta luz liberada de las bacterias la que alimenta a la planta. ¿Simbiosis u holobionte?
El colombiano Hamilton Mestizo (Bogotá, 1983) también ha trabajado con diferentes dispositivos que funcionan mediante la energía que liberan las bacterias en sus interacciones. Bioelectronics? (2013). Consiste en atrapar las moléculas de hidrógeno que liberan las bacterias en su respiración de tipo anaeróbico: esta pueden ser trasformada en electricidad y pasar a una pequeña batería de 1,8 a 3,0 V. De este modo, la bacteria está siendo utilizada como fuente eléctrica. Bioelectronics? va liberando esa electricidad y la trasforma en sonidos y ritmos en forma de pulsaciones. Según las palabras de Hamilton, no se trataba de crear un objeto “útil”, sino una obra de arte con poca o ninguna función, un objeto cotidiano de ornamentación del hogar, que estuviera constituida en su esencia por organismos vivos. De nuevo, una forma de arte efímero que tiene un tiempo de vida igual al de la colonia de bacterias que lo habitan. ¿Imagináis toda una ciudad cuya energía depende de las interacciones de la vida ordinaria de estas criaturas microscópicas?
Aunque Hamilton Mestizo tiene muchos proyectos interesantes, uno de ellos es Microuniversos (2020), donde la imagen de la inmensidad del universo se da desde el crecimiento de lo más pequeño. Mestizo realizó unos cultivos de bacterias y hongos en su casa con diferentes baños de nutrientes para facilitar que estas criaturas microscópicas pudieran reproducirse con eficiencia. Mestizo simula a pequeña escala la figura de un demiurgo que está insuflando vida, las bacterias, a una superficie sin vida, el plato Petri de cultivo. Bajo esta perspectiva y con la pregunta de fondo “¿cuándo surgió la vida en el universo?”, Mestizo construye una analogía sobre la existencia desde la imagen de lo más pequeño, las bacterias y hongos, para representar las dimensiones del universo, que escapan a la razón. Cuando la colonia de criaturas cultivadas en los platos Petri se observan mediante una luz que proyecta su imagen en una superficie, resulta complicado, por no decir imposible, diferenciar si lo que estamos viendo es una imagen del telescopio Hubble o uno de los cultivos de Mestizo. La forma de la vida abriéndose camino asemeja a la imagen de galaxias en movimiento.
Pese a que nada está escrito para nuestro futuro, el bioarte se presenta como una pertinente reflexión puesta en práctica sobre cómo podría ser el porvenir. Un mundo en el que el horizonte de supervivencia de nuestra especie pasa por la necesaria creación de holobiontes, donde los sistemas autónomos no sean solo robots o inteligencias artificiales, sino organismos vivos no destinados a servirnos, sino a convivir con nosotros formando redes de ayuda y cuidado. Igual no, pero ¿a que sería bonito convivir con plantas nómadas o autofotosintéticas en nuestros espacios urbanos?