Sus primeras experiencias, cómo se inicia en ese mundillo, las pésimas condiciones laborales, sus compañeras, los clientes, jefes y el caradura de su novio, llenan las páginas de este primer número. El cómic se agota enseguida y Rancourt decide reinvertir los beneficios en una segunda edición con cubiertas a color y distribución en todos los quioscos del área de Quebec. Durante dos años dibuja otros seis números de su propia revista, que acaba por tener una distribución profesional, causando un gran revuelo en aquel momento. Este es el material que se recopila en Melody, diario de una stripper (Autsaider Cómics), un libro de epatante honestidad. Su dibujo, extremadamente sencillo, refleja una ausencia de impostación, una autenticidad desnuda en la que muestra, a través de unos ojos de bondad casi infantil, un entorno turbio y amoral. No juzga a nadie, ni las conductas más despreciables, ella simplemente expone las situaciones que vive. Tal vez sea la manera más inteligente de plantearlo, y que cada cual pueda extraer sus propias conclusiones.
Hace años que Sylvie Rancourt regresó a su región natal, Abitibi. Allí vive en una granja con su marido –“un buen hombre, por fin”–, criando animales y echando una mano en el cuidado de sus nietos.
Melody es un personaje que cae muy bien a sus lectores, tiene una paciencia prodigiosa, rezuma inocencia y se hace querer… ¿En la realidad eres igual?
Pues la verdad es que yo soy así, igual que ella. Somos la misma persona. Al leer Melody, mucha gente me decía que mi expresión era igual, que me reía de la misma manera y que hablaba como ella.
Cuando publicaste Melody originalmente, tus exjefes, compañeras, porteros, clientes…, ¿se reconocían?, ¿te preguntaban “¿este soy yo?”?
Bueno, es que toda esta gente había vivido las mismas cosas que yo. Esas mismas situaciones. Pasaba sobre todo con los clientes. Por supuesto que se reconocían, porque lo que contaba eran las cosas que me pasaban. No añadí nada que no hubiera sucedido de verdad, todo lo que cuento son hechos reales.
Entiendo que a pesar de que Melody es un relato duro y muy de verdad, ¿descartaste algunos sucesos por entender que eran demasiado fuertes para un cómic o que podián traerte problemas?
Pues la verdad es que, en mi primer día en el trabajo, el jefe quería acostarse con las chicas y yo me negué. Pero luego me dijo que no me dejaría bailar allí si no lo hacía, así que tuve que aceptar. Esa parte la dejé fuera del cómic porque me sentía avergonzada y no quería que lo supiera nadie. Aparte de este episodio, no hay nada que decidiera no incluir en mis libros. En ese momento, creí que las chicas estaban obligadas a hacerlo para poder trabajar y tuve miedo porque necesitaba el trabajo. Me dijo: “Si lo haces, tendrás la posibilidad de ganar un buen dinero”. Jamás lo habría hecho de no haber estado convencida de que no me quedaba más remedio. En el cómic que posteriormente dibujó Jacques Boivin con guiones míos, sí que aparece.
Cuando se publicó Melody, diario de una stripper, ¿fue una conmoción en Canadá?
Bueno, al principio mi cómic lo conocía muy poca gente. Algunas bailarinas con las que trabajaba compraron mis tebeos, y también clientes, porque se vendían en la barra del club, por las mesas… Los que lo leían entendían todo de lo que se hablaba en el libro.
Pero luego llegaste a salir varias veces en televisión, en entrevistas y en reportajes. Ahí sí que tu cómic se hizo verdaderamente conocido. ¿Qué tal llevaste esa popularidad?
Pues no lo llevaba mal, porque en mi entorno más cercano siempre se me aceptó tal y como era. Nunca me juzgaron por mi trabajo sexual, ni lo hacían mis clientes ni tampoco tenía que drogarme para hacer mi trabajo. Hice todo lo posible para seguir con los pies en la tierra trabajando en el club. Luego llevé mi propio bar, y todo esto me dio la oportunidad de escribir estos cómics sobre mi vida sin que nadie me juzgara por ello. Aunque más adelante, al cabo de los años, cuando volví a vivir al pueblo, esa fama me perseguía, se contaban historias, la gente hablaba.
La fama de Melody llegó al punto en el que llegaste a licenciar la marca para que se abriera un local de estriptis con ese nombre.
Sí, de hecho hubo dos bares. Primero abrió el bar Melody en Montreal, y pocos meses después se me dio la oportunidad de abrir mi propio bar de bailarinas, pero acabé dejándolo al volver a mi pueblo en Abitibi.
No es no y sí es sí
Yo defiendo la libertad sexual, el derecho a ejercer la prostitución, incluso aunque hubiera pocas chicas dispuestas a hacerlo. Hay mucha necesidad, hombres incapaces de relacionarse, faltos de amor... La libertad sexual es cosa de cada uno. ‘no es no’, pero si es que sí, no es asunto de nadie más”
Canadá es un país pionero en materia legislativa, uno de los países donde el uso recreativo de la marihuana está permitido. Eso le habría ahorrado algún problema a Melody y a sus compañeras.
A mí, la verdad, es que la marihuana no me gusta. No le encuentro buen sabor. Fumé cigarrillos un tiempo, pero la marihuana la probé y no me gustó. Muchas de las chicas fumaban, pero la mayoría trabajaban sin ir fumadas o fumaban muy poco. Aunque también es cierto que algunas necesitaban fumar para poder trabajar.
¿Estaban muy presentes las drogas en los locales de estriptis?, ¿qué se consumía?
En los clubs, en esa época, también se tomaba cocaína, aunque tampoco era una cosa generalizada. Había chicas que sin cocaína no eran capaces de relacionarse con los clientes o de bailar. La tomaban para poder dar un buen espectáculo, lo mismo que te ponías el atuendo que llevabas como parte del trabajo. En la prostitución también estaba presente, pero no todas las chicas la tomaban, aunque haber, había. A algunas se la pasaban sus novios. En Ontario era otra cosa, una situación mucho más dura que a mí me dejó pasmada; también escribí sobre ello más adelante.
He leído que en su día colaboraste o participaste en la reclamación de una agencia pública para tus compañeras de trabajo para proporcionarles asistencia médica, asesoramiento en materia de adicciones, cuidado infantil… ¿Lo lograsteis?
Bueno, algunas cosas. Siempre he estado implicada en luchas sociales y hoy en día aún sigo apoyando varias causas, sobre todo en lo relativo a los derechos de la infancia; nunca me he alejado de esto. Actualmente, colaboro con varias asociaciones que se encargan de estos temas; así que sigo involucrada. En los últimos años, he pintado y donado cuadros para diversas causas: campañas de sensibilización, para enfermos de esquizofrenia, los derechos de los animales…
En España ahora mismo está sobre la mesa el debate sobre la abolición de la prostitución, medida que también implantó el gobierno de Canadá, aunque fue posteriormente derogada. ¿Crees que es una medida liberadora para las mujeres o que, por el contrario, llevaría a la clandestinidad y a situaciones más difíciles aún a quienes la ejercen?
Yo defiendo la libertad sexual, el derecho a ejercer la prostitución, incluso aunque hubiera pocas chicas dispuestas a hacerlo. Hay mucha necesidad, hombres incapaces de relacionarse, faltos de amor, de encontrarlo, gente incapaz de dar amor o de recibirlo. La libertad sexual es cosa de cada uno. Donde sí han de actuar las leyes es contra las violaciones, las agresiones contra niños, mujeres o contra quien sea, porque “no es no”, y si es sí, pues adelante. “No es no”, y si es que sí, no es asunto de nadie más.
La llegada de los hijos
Con los años has seguido haciendo cómics, en algunos de ellos, Melody sigue siendo la protagonista. Al trabajar en estas historias desde tu yo actual, ¿cambia el punto de vista a cuando los hacías narrando tu presente?
No, siempre he tenido el mismo punto de vista y no he cambiado. Al final uno tiene que vivir con las consecuencias de las cosas que hace, y por eso sigo siendo como soy, porque hablaba de las cosas según me sucedían y las asumía. Siempre lo he hecho así, aceptando lo bueno y lo malo, es como he conseguido sacar adelante a mis hijos, y así es como los he educado, para que asuman las consecuencias de sus actos.
Uno de estos cómics que has realizado posteriormente es la serie de dos números titulada Melody deja a Nick, que es un deseo oculto de muchos lectores de Melody. ¿Has vuelto a saber de él?
Nick falleció.
¡¿En serio?! ¿Cuándo?
Pues… Déjame que piense… Hará unos veinte años. Fue entonces cuando escribí ese tebeo. [Ríe]
¿Cuál fue el momento en el que decides dejar el mundo del estriptis?
Pues me quedé embarazada de mi primer hijo a los veintiocho años; traté de volver a trabajar en clubs, pero tenía que cuidar del bebé y quedarme en casa.; Ahí lo dejé.
Y también dejaste de hacer cómics, imagino.
Después de eso dejé de trabajar en mis cómics, tuve que hacer un parón de todo durante una buena temporada para cuidar de mi familia. Volví al pueblo. Dejé de trabajar en Melody durante casi veinte años, también para proteger a mis hijos en aquel ambiente, era un colegio religioso… Pero en cuanto cumplieron dieciocho años me puse otra vez. Es por eso que tardé tanto tiempo en retomar Melody. No quería que mis hijos se vieran afectados por mi vida anterior como bailarina. Hasta que mis hijos se hicieron mayores –hasta el año 2006– crucifiqué a Melody. [Ríe, porque es cierto que la pintó crucificada en uno de sus cuadros como metáfora de la redención y expiación de los pecados de su vida anterior]. La crucifiqué porque mi familia se había metido mucho en mi vida haciéndome sentir mal, aunque al final me reconcilié con Melody. Poco después se publicó de nuevo el libro en Francia; fue bastante gracioso, la verdad. La reconciliación llegó cuando mis hijos cumplieron dieciocho años y empezó una nueva parte de mi vida.
¿Eres consciente de ser una importante influencia para autores de cómic actuales, algunos canadienses, mundialmente conocidos como Julie Doucet y Joe Matt?
¡A Julie Doucet la conocí! Tengo una foto con ella, ¡con el libro Las orgías de Abitibi! [Ríe.] Ese es el cómic que dibujó Jacques Boivin con mis historias. Hay gente que cree que también lo dibujé yo, pero no. Aunque cambiaron un par de cosas, no deja de ser un libro mío. ¡Y fue fenomenal!, se vendieron ciento veinte mil ejemplares. Sí, conozco a autores que dicen que les inspiraron mis cómics, me parece perfecto, a mí también me inspiran las cosas que leo y veo. ¡Me inspiran muchas cosas! Hace un tiempo escribí una historia sobre mis cerdos. [Ríe.] ¡Y más tarde pinté un cuadro de cerdos!
Tengo entendido que muchos de esos cuadros los haces con fines benéficos para ayudar a organizaciones y a personas. Cuéntanos un poco, por favor.
Muchos los pinto porque sí, otros como regalo o para recaudar fondos para varias causas. Hace años que pinto cuadros para sensibilizar sobre temas de todo tipo. Es una buena forma de ayudar a los demás. He colaborado con asociaciones feministas, contra el cáncer, de sensibilización sobre trastornos mentales, malos tratos… Suelo incluir a Melody; es otra forma más de contar también su historia.