Ingredientes para cuatro personas
Elaboración
Hacia 1889 nació en Francia el cocinero Jean-Piere Meunière, supuesto inventor de la famosa salsa que lleva su nombre. Durante la primera guerra mundial, este señor fue movilizado al frente para agasajar con sus manjares a los grandes generales y sus invitados.
Fue allí donde un buen día le dio instrucciones a su ayudante para que untara una sartén con un poco de mantequilla y le agregara un chorrito de zumo de limón. Al parecer, el ayudante que le habían buscado era un soldado que no tenía mucha experiencia en cocina y se pasó tres pueblos con las cantidades. Cuando Meunière se percató del desastre, se cabreó y lo mandó a pelar patatas pequeñitas, que cuestan más de pelar. Sin embargo, al señor chef le dio por aprovechar aquel error, ya que la mantequilla en tiempos de guerra escaseaba, y bañó con esa misma salsa unos pescados que tenía aquel día en el menú.
La salsa gustó tanto a los generales, que no tuvo más remedio que repetirla y colgarse la medallita al bautizarla con su propio nombre, aunque su verdadero creador fortuito murió poco tiempo después en el frente. Con los años, esta salsa se ha convertido en todo un clásico de la cocina francesa, llegando hasta nuestros días con una solvencia inusitada, como si para ella no pasaran los años.
Para cannabizarla, tendremos que preparar con antelación una mantequilla con la magnífica Auto Amnesia de la que hablamos antes. La proporción de hierba respecto al peso de la mantequilla para esta elaboración será de un diez por ciento si son cogollos o de un veinte por ciento si son hojas. Comenzaremos poniendo una olla con agua a calentar; la cantidad de agua debe ser al menos el doble que la de mantequilla. Al hervir el agua añadimos la mantequilla para que se disuelva y bajamos al mínimo. Cuando esté completamente disuelta, llega el momento de agregar la marihuana y dejar hervir a fuego lento durante unos quince minutos, removiendo de vez en cuando.
Pasado este tiempo, la grasa ya habrá absorbido todos los cannabinoides y la podemos retirar del fuego. La filtraremos con un colador de tela y la dejaremos reposar hasta que se atempere. Una vez fría, la meteremos en la nevera un mínimo de doce horas para que la grasa se separe y se solidifique completamente y podamos cogerla con facilidad. La escurrimos bien y ya está lista.
Lo siguiente que habrá que hacer es depurar las almejas. Si vivimos cerca de la playa, lo suyo es hacerlo con agua del mar. Si no es así, tendremos que imitarla añadiendo dos cucharadas soperas de sal por litro de agua y dejándolas ahí dentro al menos dos horas para que suelten toda la tierra que puedan contener.
Mientras tanto, cortamos la cebolla lo más pequeña posible y la rehogamos lentamente con la mantequilla normal. Cuando esté transparente, añadimos los guisantes y la tapamos. A nosotros nos gustan las verduras al dente, si se prefieren con más cocción, habrá que hervir los guisantes un poco antes de incorporarlos. A los diez minutos, añadimos las almejas bien limpias y escurridas junto al vino blanco. Volvemos a tapar y dejamos cocinar hasta que estén casi todas abiertas. En ese momento, destapamos e incorporamos la mantequilla cannábica, el zumo de limón y el perejil fresco que habremos picado antes concienzudamente.
Las dejamos dos o tres minutos y las retiramos del fuego antes de que se nos pasen y las almejas se pongan duras y correosas. Los pescados y mariscos tienen cocciones muy cortas y no conviene pasarlos de cocción porque se estropean muy rápido y pierden todas sus propiedades organolépticas.
Sencillo, ¿verdad? Esperamos que salgan deliciosas para disfrutar de su degustación tanto como de su digestión. Hasta la próxima: ¡buena primavera y buenos humos!