El 7 de septiembre de 1969, en un acantilado cerca de las inmediaciones del mar Muerto, era hallado el cuerpo sin vida del obispo anglicano de la diócesis de California James A. Pike (1913-1969), más conocido entre sus amigos como Jim Pike. Con un coche alquilado, un mapa de ruta y dos botellas de Coca-Cola, el religioso –tildado de hereje por su creencia en el espiritismo y otras excentricidades–, se había adentrado en el desierto de Judea con un objetivo: acceder hasta las cuevas de los Manuscritos de Qumrán para encontrar alguna pista que confirmase la más desestabilizadora teoría que había escuchado sobre el origen del cristianismo…
De los manuscritos del Qumrán a la blasfemia
En 1953, John Marco Allegro (1923-1988), un filólogo británico, doctorado en Estudios Orientales por la Universidad de Manchester, fue reclamado para integrarse en el equipo internacional de expertos que se encargaría de analizar y traducir los célebres Manuscritos del Mar Muerto. Como es sabido, estos comenzaron a hallarse fortuitamente desde 1946 y durante diez años en un conjunto de once cuevas de Qumrán, que habían servido de refugio para las comunidades esenias (una de las cuatro principales ramificaciones del judaísmo de la época) en el desierto de Judea y que fueron datados entre el 250 aC y el 66 dC. Como consecuencia de la primera revuelta judía contra Roma (66-73), que terminó con la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén por parte de las legiones romanas, los esenios se vieron obligados a esconder dichos manuscritos en ánforas, que ocultaron en dichas grutas, y no fueron descubiertos hasta dos mil años después.
De entre los ocho miembros que integraban inicialmente el equipo de investigación de los Manuscritos de Qumrán, Allegro era la única persona que se declaraba agnóstica y, en contraste con sus colegas –que preferían realizar un trabajo metódico antes de que este viera públicamente la luz–, era partidario de publicar la traducción de los textos del Mar Muerto lo antes posible. Precisamente, esta demora en su divulgación entre el gran público generaría todo tipo de teorías conspiranoicas –totalmente carentes de fundamento– acerca de los Rollos del Qumrán, como que la Iglesia quería silenciar su publicación ante el temor de que su contenido socavase los cimientos de la fe cristiana. Hoy, el contenido de los textos esenios es de acceso público y nada de esto ha ocurrido…
Fueron precisamente las numerosas filtraciones a la prensa de parte del contenido traducido de los Manuscritos efectuadas por Allegro el detonante que terminaría distanciándole del resto del equipo, para ser finalmente sustituido por otro experto, también de origen británico. De hecho, los restantes miembros consideraron que la traducción de Allegro, en algunos fragmentos, había sido errónea…
Con este mismo espíritu de navegar contracorriente –y generar polémica–, Allegro encauzaría su camino en solitario. Hacia los años sesenta, su nombre comenzaría a ser conocido entre el gran público –principalmente, de habla anglosajona– por ser el impulsor de una nueva teoría sobre el cristianismo, absolutamente desestabilizadora, al vincular sus orígenes con el consumo de setas alucinógenas. Probablemente con una intención de provocar a la futura audiencia de su libro, Allegro presentaba así su teoría: “Sin duda seré acusado por algunos de blasfemia. Pero estas conclusiones son el resultado de una investigación puramente científica y desapasionada”.
Las religiones que surgieron de las plantas
"Según Marco Allegro, académico que investigó los Manuscritos del Mar Muerto, el Nuevo Testamento ocultaría un “código secreto” que revelaría la verdadera identidad de Jesucristo, asociado al hongo alucinógeno"
En El hongo sagrado y la cruz (1970), Allego parte de la hipótesis de que Jesucristo no existió y que las escasísimas referencias de historiadores contemporáneos simplemente se hacían eco de su mención en los Evangelios, cuya compilación definitiva finaliza a finales del siglo i y principios del ii. Así pues, la historicidad de Cristo solo se cimienta sobre el Nuevo Testamento, y como este es un documento piadoso de fe y no una fuente histórica, su existencia es más que cuestionable.
A partir de ahí, el filólogo británico realiza un recorrido por la historia del uso de plantas alucinógenas, que fue habitual en los principales focos civilizatorios: “Los primeros experimentos del hombre en el uso de plantas como drogas –escribe– debieron haber sido extremadamente peligrosos. Sin duda, observó primero sus efectos sobre los animales […]. Gradualmente, esta experiencia, a menudo adquirida de manera dolorosa, habría permitido a los habitantes de cada sociedad el conocimiento de una primitiva farmacopea para su uso”.
Como es sabido, fue en Siberia donde se sitúa el origen del consumo de setas alucinógenas, que llegaría a convertirse en culto ceremonial en lugares tan distantes como la Mesoamérica precolombina. Debemos imaginarnos a un grupo de antiguos cazadores, siendo testigos de cómo un ciervo, después de pastar en la hierba, comenzaba a comportarse de manera descontrolada tras haber ingerido uno de estos hongos alucinógenos, como la Amanita muscaria, que suele germinar cerca de las raíces del abedul.
Uno de estos cazadores debió atreverse entonces a experimentar consigo mismo, decidiéndose a ingerir los mismos hongos que habían descontrolado al animal, tal vez en un intento de adquirir más brío y energía para soportar las duras jornadas de caza. Solo podemos especular, pero es probable que las primeras experiencias del ser humano con los hongos fueran placenteras, al trasladar su consciencia a “otra dimensión” que hacía más creíble todo lo que ya experimentaba en ese otro mundo invisible que son los sueños.
Luego, debió ser en Mesopotamia, cuna de la escritura, donde comenzaron a escribirse los primeros tratados sobre los efectos psicoactivos de algunos vegetales. Ya en el Código de Hammurabi, del siglo xviii aC, en Babilonia se mencionan los efectos narcóticos del beleño. Aunque las primeras tablillas cuneiformes que mencionaban plantas como la mandrágora, la belladona y el cannabis se remontan al 2200 aC.
Estos tratados sobre plantas debían ser especialmente codiciados en culturas posteriores. Es precisamente a la comunidad esenia –una de las cuatro grandes ramificaciones del judaísmo en la época de Jesús– a la que se le atribuye el atesoramiento de escritos antiguos relacionados con el tratamiento de enfermedades y las propiedades medicinales de las plantas.
¿Simbolismo fálico de las setas?
Es Plinio el Viejo (23-79) –escritor y militar romano contemporáneo a la época de Jesús– quien, en su enciclopédica Historia natural (79), en el volumen XXV, dedicado precisamente a la farmacopea de las plantas medicinales, menciona la Paeonia broteri, una flor de vistosos pétalos de color carmesí. La Paeonia es una flor autóctona de la península Ibérica, y se le atribuye la “mágica” propiedad de erradicar las pesadillas provocadas por los faunos (identificados con los sátiros de cuernos y patas de cabra de la mitología griega, que habitan los campos y que inspirarían la iconografía del diablo medieval cristiano).
A partir de esta mención de la flor Paeonia en textos del siglo i, Allegro da un salto cualitativo al interpretar que su descripción coincide con el hongo de la Amanita muscaria –también conocida como matamoscas–, archiconocida por el destacado color rojo moteado con lunares blancos de su sombrero, y cuya iconografía se identifica con la famosa “seta de los gnomos”.
Tomándose una serie de licencias interpretativas que carecen de rigor académico, Allegro se remonta a textos sumerios, donde traduce el vocablo que describe esta planta como ‘cápsula de fecundidad’ o ‘útero’. Esta traducción le permite identificar la flor Paeonia con la Amanita muscaria, cuyo sombrero se relaciona con esa cavidad o útero del que emerge el tallo. Sobra decir que Allegro también interpreta la forma del hongo como un símbolo de la fertilidad, donde el sombrero o dosel arqueado representa la vulva y el tallo, un falo en erección.
A partir de ahí, el filólogo llega a la conclusión de que otras muchas plantas descritas en la Biblia estarían aludiendo, de manera velada, a este hongo alucinógeno, cuya mención explícita –tal vez por el simbolismo fálico que le atribuye Allegro– se habría convertido en una especie de tabú, al vincularse desde la antigüedad con un culto ceremonial que debía mantenerse en secreto.
Según Allegro, de la misma manera que los esenios codificaron algunos de sus escritos en Qumrán, los primeros cristianos, rivalizando con esta secta judía, también encriptaron mensajes en el Nuevo Testamento que hacían referencia al hongo alucinógeno.
Primeros cristianos, ¿comulgando con hongos?
Según Allegro, el Nuevo Testamento incluye “juegos de palabras” que constituyen “un disfraz intencionado, un medio por el cual, los nombres secretos especiales de la Planta Sagrada podrían ser transmitidos al iniciado a través de su líder de grupo, informado sin que sean revelados al extraño”.
Realizando una exégesis forzada, donde no se sabe hasta qué punto está gastando una broma a sus lectores, aprovechándose de su autoridad y la ignorancia que el gran público tiene sobre cuestiones filológicas, Allegro pretende encontrar el vocablo hongo –en la raíz de distintas lenguas muertas– encriptado en cada versículo de los Evangelios. Hasta el nombre del apóstol Pedro pretende identificarse como una derivación etimológica sumeria de hongo, asociado a su vez con la “llave” que abre las puertas del Cielo… Sobra decir que no tiene sentido encontrar expresiones sumerias en unos textos, como los Evangelios, que fueron escritos en griego.
A partir de estas cabriolas metalingüísticas, Allegro concluye que Cristo no es un personaje histórico, sino una metáfora: un mito que surge a partir de las experiencias alucinógenas de los primeros cristianos al “comulgar” con el hongo sagrado. De ahí que la expresión “comer el cuerpo de Cristo” sea equivalente a ingerir la seta alucinógena. Así, por ejemplo, cuando en Vidas de los doce Césares (121) Suetonio escribe que el emperador Claudio (10 aC - 54 dC) expulsó de Roma a los judíos que provocaron “disturbios por instigación de Cresto [léase Cristo]”, Allego encuentra en este pasaje una clara descripción de los efectos que las sectas psicoactivas inducían en los primeros cristianos.
¿Una mentira… a cambio de dinero?
El prestigioso etnobotánico estadounidense Jonathan Ott (1949-) –autor del clásico Pharmacotheon (1996)– se muestra especialmente crítico con las revolucionarias teorías de Allegro, que considera poco científicas y más sensacionalistas. El hecho de que esta teoría se publicara inicialmente por entregas entre febrero y abril de 1970 en las páginas de un semanario británico como el Sunday Mirror (aunque no en el más sensacionalista tabloide The News of the World, como erróneamente señala Ott) no contribuye precisamente a otorgarle la seriedad que merecería si hubiera sido publicado antes en un ámbito académico.
Según confirman varias fuentes, entre ellas Gordon Wasson (1898-1986), pionero en la investigación de los hongos alucinógenos, las teorías de Allegro no se sustentan sobre una sólida base científica: “Me parece que Allegro llegó a unas conclusiones injustificadas a partir de pruebas insuficientes. Y cuando se cometen meteduras de pata, como relacionar las lengua hebrea y griega con el sumerio, esto resulta inaceptable para cualquier lingüista. La lengua sumeria no es madre de ninguna otra lengua y nadie sabe de dónde procede”.
Allegro decidió publicar sus audaces teorías en Sunday Mirror cuando se encontraba atravesando una difícil situación económica. Agobiado por las deudas, percibió la más que golosa cantidad de treinta mil libras de la época por la publicación de su serial de artículos en el tabloide, que luego compilaría en formato de libro. Tal y como advierte Jonathan Ott: “Es significativo que Allegro, un reconocido experto en la Biblia, no presentara su teoría en una publicación especializada sino en un libro sensacionalista para el gran público, diseñado para captar la atención popular y no la de los expertos. En mi opinión, Allegro […] simplemente intentaba aprovecharse de las ideas revolucionarias (en el estudio antropológico de los hongos alucinógenos) de Wasson”. A pesar de su carácter claramente pseudocientífico, Jonathan Ott lamenta que las teorías de Allegro sean todavía tenidas en consideración en algunos textos académicos sobre etnomicología.
En nuestra humilde opinión, El hongo sagrado y la cruz debe interpretarse como la excentricidad de un académico que, a pesar de su formación en lenguas muertas, prefirió aparcar el rigor en aras de una teoría sensacionalista que le permitiera alcanzar notoriedad y pingües beneficios económicos. Eso o que el libro fuera escrito después de tomar uno de esos hongos alucinógenos…
El sueño de la razón… ¿produce religiones?
El pionero de la Antropología, Edward B. Tylor (1832-1917), en su ensayo Cultura primitiva (1871), situó el origen de la religión en las experiencias y visiones que el ser humano protagonizaba durante el sueño –lo que se conoce como teoría animista–. Desde esta perspectiva, podemos considerar las plantas psicoactivas como un catalizador que habría otorgado una mayor dimensión a aquellas experiencias “místicas” vivenciadas durante el sueño. Así pues, no resulta descabellado afirmar que las religiones surgieron de las plantas.
Teonanácatl, ¿comunión con los dioses?
Allegro desarrolló su teoría que identifica a Cristo como un mito generado por la “comunión” de un “hongo sagrado” en los años sesenta, cuando precisamente las sustancias psicoactivas –empleadas por la CIA en programas de manipulación mental como MK-Ultra, y más concretamente las setas alucinógenas– estaban de moda. A finales de los cincuenta, el neoyorquino Gordon Wasson había redescubierto su consumo litúrgico, que había perdurado entre los mazatecos de México, lo que le llevó a difundir varios textos teóricos acerca de la etnomicología (disciplina que pretende investigar los usos tradiciones vinculados a los hongos en las distintas culturas).
Antes que Wasson, fue la lingüista norteamericana Eunice Victoria Pike quien, a principios de los cincuenta, documentó las prácticas ceremoniales de los mazatecos y el sentido que para ellos tenía la “comunión” con los “honguitos”: “Los mazatecos hablan raramente de su hongo a los extranjeros, pero la creencia en su poder está muy extendida […]. Algunas veces lo llaman “sangre de Cristo”, pues suponen que crece donde cayó una gota de sangre de Cristo. Dicen que su país está vivo porque produce el hongo… Pretenden que ayuda a ‘los que son puros’, pero que, si lo come algún impuro, el hongo ‘lo mata o lo vuelve loco’… Lamento la supervivencia del empleo de los hongos porque no conocemos un solo caso que haya dado resultados benéficos. Me gustaría que consultaran la Biblia cuando tratan de penetrar en las intenciones de Cristo, más que verlos engañados por un curandero y por los hongos”.
Es muy probable que, a partir de esta visión que los mazatecos ofrecen de su ceremonia con los hongos –producto del sincretismo que conjuga las antiguas prácticas precolombinas con el discurso evangelizador exportado durante la colonización–, Allegro elaborara su teoría, que aunque le desacreditó como académico terminó generándole popularidad.
¿Por qué murió Jim Pike?
El obispo Jim Pike había mantenido varios encuentros en Londres con Allegro, quien le había convencido de que el Nuevo Testamento era una impostura, ya que Cristo no había existido como persona real, sino que se trataba de un mito generado por el consumo de hongos alucinógenos como la Amanita muscaria. Estos mismos hongos, cuyo consumo litúrgico podía remontarse al contexto religioso de sociedades antiguas, podían haber sido cultivados por los mismos esenios en sus cuevas. Pike, que era receptivo a cualquier teoría heterodoxa –de hecho, era un ferviente creyente en el espiritismo–, se sintió tan cautivado por las teorías de Allegro que decidió viajar hasta el desierto de Qumrán en busca de aquellos hongos. Como quiera que no planificó el viaje debidamente, se adentró en el desierto para terminar desorientándose, muriendo probablemente de hambre y deshidratado. La singular biografía de Jim Pike inspiraría al genio de la ciencia ficción Philip K. Dick (1982-1982), con quien mantuvo una estrecha relación de amistad, para escribir la que sería su última novela: La transmigración de Timothy Archer (1982).