Ramón María del Valle-Inclán revolucionó el lenguaje de la dramaturgia, abriendo una senda que pocos se han atrevido a transitar. Pionero de las letras españolas en defender las posibilidades del cáñamo sobre la creación, se inició en su consumo por la vía medicinal y mantuvo el hábito durante décadas.
Una vida de señorito
Hijo de una familia acomodada de rentistas, Ramón José Simón Valle Peña nació un 28 de octubre de 1866 en la localidad pontevedresa de Villanueva de Arosa. El escritor recupera el apellido Valle-Inclán, que su padre había dejado de utilizar como herencia de su abuelo paterno, un militar responsable de la muerte de varios soldados de su regimiento. Su infancia trascurre en un ambiente privilegiado. Fue un mal estudiante de bachillerato que no llegó a destacar en ninguna asignatura. La inercia de nacer en una familia pudiente le lleva a cursar la carrera de Derecho en Santiago de Compostela, estudios que no termina. Según su biógrafo Manuel Alberca, en aquella ciudad provinciana pasa el tiempo en los cafés y jugando a las cartas, llevando una vida de señorito. Aquel joven solo parece mostrar apego a sus clases de equitación y esgrima. Sin embargo, llegado el momento de ejercer su pose castrense, queda exento del servicio militar por defecto físico.
Con apenas veinte años comienza a colaborar en algunas publicaciones compostelanas como Café con gotas, donde ya es retratado con bigote y una barba incipiente. En 1890, tras una larga enfermedad, muere su padre, y Valle abandona los estudios de Derecho, por los que nunca se había interesado. Marcha a Madrid y poco después a México. Poco se sabe de sus correrías mexicanas, donde solo hay constancia de sus trifulcas callejeras (una constante en su vida) y sus creencias en la parapsicología y el ocultismo, llegando a conferenciar sobre el tema. Según cuenta: “La experiencia en el país azteca me abrió los ojos y me hizo poeta. Hasta entonces, yo no sabía qué rumbo tomar”. Su vocación tardía lo demuestra el hecho de que publicara su primera obra, Femeninas (1895), casi cumplidos los treinta años.
El “momio” de Valle
Amén de la venta de sus libros, las conferencias y la publicación de artículos en prensa y revistas, una de las preocupaciones del escritor, según el profesor Alberca, fue la de encontrar una sinecura (“un momio”) que le permitiera llevar una vida literaria. Así, al poco de instalarse en Madrid, se procura las influencias que le concedan un puesto en el Negociado de Construcciones Civiles. Más tarde se le adjudicará la cátedra de Estética en la Escuela de Pintura, Grabado y Escultura. Solicitará una pensión a la Junta de Ampliación de Estudios para estudiar cualquier cosa, que se le concederá en 1919 para emprender un segundo viaje a México. Reclamará un escaño de diputado con el partido radical de Lerroux, será nombrado conservador general del Tesoro Artístico Nacional, presidirá el Ateneo de Madrid y, en sus últimos años de vida, será director de la Academia de Bellas Artes de España en Roma, cargo que le permitió poner tierra de por medio en su atormentado divorcio con la señora Josefina. Melchor Fernández Almagro, uno de los primeros biógrafos del gallego, al ser preguntado por si Ramón había tenido retribuciones por parte del Estado, contestó: “Lo que hay que preguntar es si ha habido algún tiempo en que no ha tenido sueldo”.
Valle el pendenciero
Valle en su retiro de La Puebla de la ría de Arosa “reflexiona, se fuma sus pipas de cannabis y habla con los amigos más íntimos”
Hay numerosos testimonios que demuestran la tendencia a la trifulca del escritor. Valle fue un hombre de café. Le tildaron de bohemio. Gómez Carrillo recuerda aquella etapa como un periodo donde predominaban la farra y el asueto “en las tabernas de Madrid, donde hace ya mucho tiempo comíamos y bebíamos –bebíamos, sobre todo– Antonio Palomero, Valle-Inclán, Orts, Rubén Darío, otros cuantos poetas y yo”. Aparte de la famosa trifulca con Manuel Bueno, por la que perdió el brazo (“a falta de anestesia en la época, sería dormido con éter o con opio”, apunta Alberca), el escritor se vio envuelto en más de un alboroto. Ricardo Baroja recuerda al Ramón de aquellos años como “el angélico reventador”, lo que le lleva en más de una ocasión a ser detenido y en otras a retarse en duelo por las más diversas nimiedades. En La novela de un literato, Rafael Cansinos Assens cuenta que hasta Primo de Rivera llama “estrafalario escritor” a Valle-Inclán. Fue detenido por reventar el estreno de una obra en el teatro Fontalba, donde irrumpió con un “¡Muy mal, muy mal, muy mal!”, algo que hizo llorar a Margarita Xirgu por venir de Valle aquella amonestación. Conducido ante el juez por el altercado, dijo que no le diría su nombre y apellidos: “Eso podría preguntárselo yo a usted... ¡A mí me conoce todo el mundo y, si usted no me conoce, es señal de que es un analfabeto!”. El propio Rafael Cansinos se refiere al escritor gallego como “un tipo raro de hombre altivo, intemperante, mordaz a veces y a veces tierno y lleno de galaicas saudades, con una tendencia irresistible a lo truculento y lo macabro. Su carácter irascible lo rodeaba de una barrera que yo nunca intenté saltar”. Otros como Julio González Olmedilla le tacharon de “mistificador” y “sobre todo una mala persona, maldiciente, soberbio y agresivo”. Pío Baroja tampoco le tuvo simpatía: “Yo con Valle-Inclán he andado mucho, he discutido mucho y hemos estado sin hablarnos”, y confiesa que a Ramón “se le tenía miedo”. En otra ocasión, Valle le tiró una botella a la cabeza a José Ignacio Alberti, porque le contrarió que Andalucía no fuera fría en invierno. El granadino se defendió tirándole una copa y la tangana ya estaba lista. García-Sabell afirmó: “Valle-Inclán llevó a la vida de todos los días, a la vida del trabajo y el ocio divagante, una conducta de combate, escaramuza, avanzadilla y solitaria vigilancia”.
Las drogas de Valle-Inclán
Se han escrito multitud de ensayos que intentan profundizar en la vida y obra del autor de Luces de bohemia. Quien mejor ha sabido interpretar su obra literaria ha sido Francisco Umbral en Los botines blancos de piqué (1998). Gómez de la Serna escribe en su biografía que en la casa del autor gallego “hay licores de todas clases”, resaltando que “presumía de faquir no solo porque apenas comía, sino porque fumaba has-chiss –lo escribían y pronunciaban como si estornudasen– y porque tomaba cosas ardiendo sin inmutarse”. Según Manuel Alberca, que sitúa las primeras dolencias gástricas de Valle en torno a 1905, comenzó a tomar “extracto verde alcohólico de cáñamo índico” y “extracto de beleño” como paliativo a sus molestias. Su nieto Joaquín escribe: “Don Ramón comenzó a experimentar con el hachís hacia 1908”. El propio Valle reconoció que durante dos años tomó “constantemente la dosis que el médico le aconsejara para su dolencia, pero aumentándola”, algo que le hizo sentir “un desdoblamiento de su persona, dos espíritus en su interior, una memoria lejana de las cosas y las personas”, donde “la infancia estaba siempre presente”. Aquellas experiencias le daban “una actitud extraordinaria de dominio, de plena acción sobre lo que le rodeaba para percibir lo imperceptible, sobre todo para restablecer los contrastes ínfimos, casi diríase secretos”, y esa actitud “proporcionábale momentos de extraordinaria lucidez para describir la naturaleza y expresar las emociones”. En 1910 declaraba en una entrevista: “En una época tuve el hábito de tomar hachich: percibí entonces lo que nunca había sentido”. En 1913, en otra entrevista, se declaraba “un poco indispuesto, pero es porque algunas veces sufro los trastornos fisiológicos del extracto de tintura de cáñamo índico. / –¿Cómo es eso?... / –Sí; yo lo tomo en píldoras. / –Pero eso ¿qué es? / –El hachis [sic]... lo que toman los faquires en la India... / –¿Pero usted?... / –¡Ah! Sí, señor... Y eso me produce una exaltación de la fantasía que me permite comprender muchas cosas”. Ya en 1916, cuando muere Rubén Darío, confiesa la pérdida como horrible: “¿Con quién comentaré ahora mi Lámpara maravillosa? Rubén hubiera tomado su whisky, yo mi píldora de cáñamo índico, y nos hubiéramos internado en el misterio”. En carta a Corpus Barga confiesa que ha abandonado el consumo de cáñamo. Sin embargo, las referencias que hace al mismo en La lámpara maravillosa (1916) y el texto que dedicó a su visita al frente francés durante la primera guerra mundial titulado La media noche (1917) demuestran que Valle seguía siendo consumidor, algo que Joaquín del Valle-Inclán considera “a todas luces habitual, sin evidencia de su término”. En 1924, Manuel Alberca dice que Valle en su retiro de La Puebla de la ría de Arosa “reflexiona, se fuma sus pipas de cannabis y habla con los amigos más íntimos”, por lo que la horquilla temporal de consumo cannábico documentado es de veinte años como mínimo, un periodo que sería más amplio si hacemos caso al investigador Batiste Moreno (véase su “Valle-Inclán y el cannabis”, disponible en internet), que propone el inicio de consumo en torno a 1892. Además del cannabis y el haschich, y pese a las dolencias de vejiga y frecuentes hematurias que sufría el autor gallego, sabemos que en 1929 seguía fumando y tomando alcohol, ya que en una de sus múltiples detenciones en que es llevado a prisión por impago de una multa previa, le pide por carta a su mujer Josefina que le gustaría recibir té, café, jerez, sidra y “cerillas buenas”.
La pipa de Valle
Una vez más, debemos al imprescindible Juan Carlos Usó las pautas de investigación acerca de la presencia de drogas en la obra de un literato como Valle. En el clásico Drogas y cultura de masas (1996) (que exige una reedición) apunta lo que ampliará en Píldoras de realidad (2012), que el autor gallego es “la personalidad literaria que más interesa por la experimentación con drogas –como estímulo de la imaginación o de la inspiración– en el proceso creativo”, que además “manifiesta conocimientos sobre otras drogas (cocaína, opio), aunque solo consta que consumiera haschich”. Apunta Usó hacia el hecho de que Valle denunciara en su obra Las galas del difunto la venta de cornezuelo sin receta como habitual en las boticas. También se hace eco de la conferencia que el autor de Tirano Banderas pronunció en Buenos Aires el 28 de junio de 1910, y que tituló “Los excitantes de la literatura”. En ella departió acerca de la influencia que las drogas y el ayuno podían tener sobre la creación literaria. Es una pena que no se haya conservado el texto íntegro de la conferencia y solo sepamos el contenido de la misma por la versión de terceros reseñada en la prensa argentina. Otros investigadores como Marta Herrero Gil, con su libro El paraíso de los escritores ebrios (2007), e Isidro Martín Gutiérrez, en Historia general del cannabis (2016), también se hacen eco de las pesquisas de Usó. En La pipa de kif (1919), el propio título explícita su vínculo con el cannabis. En El cofre de sándalo (1909) escribe “impresión al hachís” y en La lámpara maravillosa (1916) explica que “había fumado bajo unas sombras gratas mi pipa de cáñamo”. En la misma obra compara el quietismo estético de Toledo con “el poder maravilloso del cáñamo índico, cuando dándome la ilusión de que la vida es un espejo que pasamos a lo largo del camino, me muestra en un instante los rostros entrevistos en muchos años”.
La tienda del herbolario
En “La tienda del herbolario”, composición de Claves líricas (1930), Valle muestra su conocimiento acerca de otras drogas como el opio de las adormideras, el cloroformo, la hoja de coca, el mate, el pulque, el cacao, el kif y la marihuana, a la que hace su pequeño homenaje: “A todos vence la marihuana, / que da la ciencia del Ramayana”. En Tirano Banderas (1926) se describe al Generalito con la costumbre de “rumiar la coca, por donde en las comisuras de los labios tenía siempre una salivilla de verde veneno”, y acaba una de sus ambientaciones escribiendo: “Formas, sombras, luces se multiplican trenzándose, promoviendo la caliginosa y alucinante vibración oriental que resumen el opio y la marihuana”. En la novela hay también referencias al éter, y sorprende que no se haya reparado en la presencia de la morfina en la figura del “afeminado” Señor Ministro de España, quien “Alzose una pernera, con mimo de no arrugarla, y se aplicó una inyección de morfina”. También extraña que no se haya resaltado el conocimiento que demuestra del “ungüento negro de adormideras”, en su obra Viva mi dueño (1928). Por su críptica complejidad cabría destacar La lámpara maravillosa, que contiene interpretaciones del complejo mundo místico y personal de Valle-Inclán. Su nieto Joaquín, cuando se cumplía el ciento cincuenta aniversario del nacimiento de su abuelo, manifestó a la prensa gallega: “La relación de Valle-Inclán con las drogas no se ha explotado suficiente –y remataba–: está aún por investigar”.