“Deja el instituto. Deja la universidad. Déjalo todo, joven ejecutivo. Déjalo todo, directivo veterano. Colócate. Sintoniza. ¡Déjate llevar!”, arengó Timothy Leary, todo vestido de blanco, con una flor amarilla sobre la oreja y tras haber ingerido trescientos microgramos de LSD, a las veinte mil personas que se habían congregado para participar en el Human Be-In. El encuentro, celebrado en enero de 1967 en los campos de polo del Golden Gate Park de San Francisco, sería la antesala ese mismo año del llamado Verano del amor. Además de Leary, en el evento estaban, entre otros, Allen Ginsberg, Jerry Rubin, Gary Snyder, Grateful Dead y Richard Alpert, compañero de Leary en la Universidad de Harvard y que, como él, había sido expulsado de la prestigiosa institución educativa en 1963.
Aunque las razones esgrimidas por la universidad para tomar esa decisión eran “haber suministrado drogas a un estudiante de grado” en el caso de Alpert, y “marcharse de Cambridge y desentenderse de sus clases sin permiso”, en el de Leary, la realidad era que las investigaciones iniciadas por ambos profesores, junto al experto en religiones comparadas Richard Smith, habían empezado a incomodar a las autoridades académicas.
Lo que surgió como un flechazo entre el profesorado de Harvard y los innovadores planteamientos de Leary, cuyos resultados hubieran podido poner a la universidad estadounidense a la cabeza de las investigaciones en el campo de la psicología, se convirtió en una relación demasiado incómoda para la universidad, especialmente cuando hicieron acto de presencia la policía, la CIA y, muy especialmente, Andrew Weill. Este estudiante de Harvard urdió toda una campaña de desprestigio contra Leary, Alpert y Smith, llevado únicamente por el resentimiento y la envidia, después de que su compañero de dormitorio universitario, Ronnie Winston, fuera incluido en los experimentos que esos profesores realizaban con LSD y él, Weill, no.
Las consecuencias de la persecución iniciada por Weill llegaron mucho más allá de una mera rescisión de contrato por una falta disciplinaria. La CIA presionó para que México, Dominica y Antigua expulsasen de su territorio a Leary y Alpert, que habían llegado a esos países para continuar sus investigaciones. Tampoco se lo pusieron fácil cuando, a su regreso a Estados Unidos, montaron un centro de experimentación en una enorme finca propiedad de los hermanos Hitchcock, tres ricos herederos que, después de varias tomas, habían quedado fascinados por el LSD.
Finalmente, Alpert, harto del acoso policial y de la megalomanía de Leary, buscó refugio en la India, donde se cambiaría el nombre por el de Ram Dass y seguiría explorando el mundo de la espiritualidad. Por su parte, Leary continuó siendo hostigado por las autoridades antidroga, que lo detuvieron por posesión de marihuana en dos ocasiones. Absuelto de una de las acusaciones y mientras esperaba la resolución de la otra, Leary se presentó como candidato a gobernador de California con ayuda de Marshall McLuhan, que le aconsejó sobre cómo comunicar su mensaje, y John Lennon, que le escribió “Come Together” como himno de campaña.
Derrotado en los comicios por Ronald Reagan, Leary sería finalmente condenado a diez años de prisión, de la que se fugaría con ayuda de Weather Underground. Este grupo de activistas de izquierdas le ayudaría a llegar a Argelia, donde colaboró con los Panteras Negras, antes de buscar refugio definitivo en Suiza, bajo la protección de un traficante de armas local.
“Leary tenía un ego enorme, lo que resulta irónico ya que se suele decir que los psicodélicos pueden inspirar un estado de conciencia ‘no dual’ e incluso ‘desapego hacia el ego’. Por otra parte, también pueden inspirar grandiosidad y Leary era un tipo brillante, con claras tendencias mesiánicas”, explica Don Lattin, escritor especializado en psicología, religión y espiritualidad, colaborador habitual de The New York Times, The Wall Street Journal o The San Francisco Chronicle y autor de El Club Psicodélico de Harvard (Errata Naturae, 2023), ensayo periodístico que repasa la vida y la obra de Leary, Alpert, Smith y Weill.
“Los gobiernos temen el poder de los psicodélicos porque pueden deconstruir viejos sistemas de creencias y hacer que la gente cuestione la autoridad y la cultura de consumo materialista”
“A fines de la década de 1960 y 1970, entre la adolescencia y mis veinte años, exploré un poco con los psicodélicos. Esa fue una de las razones por las que me interesé por la meditación y las filosofías religiosas. Posteriormente, en la década de 1980, como periodista cubrí temas de religión, espiritualidad y escribí mucho sobre los cultos, las sectas y los nuevos movimientos religiosos y sociales que surgieron de la contracultura psicodélica de esa época. Aunque ya había escrito sobre Leary, Alpert y Smith, nunca se había contado la historia completa y cuál había sido el papel de Andrew Weil en la caída en desgracia de Leary y Alpert. Finalmente, y gracias a Mark Tauber, mi editor en HarperCollins que me animó a escribirla, esta historia se convirtió en libro”, relata Lattin que, para su investigación, decidió acudir a las fuentes directas.
“Cuando comencé a recopilar información para el libro, allá por 2008, fue el comienzo de lo que ahora se llama el ‘renacimiento psicodélico’. Me dio la sensación de que el público estaba, una vez más, comenzando a apreciar el valor espiritual y terapéutico de estas drogas. Para entonces, Leary ya estaba muerto, pero Alpert sí estaba dispuesto a hablar de ello. Aunque ya les había entrevistado a él y a Houston Smith en algunas ocasiones para artículos en periódicos y revistas, a la hora de escribir el libro mantuve largas charlas con ellos. En el caso de Andrew Weil, aunque mostró más dudas sobre si debía o no hablar, probablemente porque no está orgulloso de lo que hizo en Harvard, al final me dedicó un par de horas de su tiempo en su casa en Arizona”, recuerda Lattin que, más allá de los remordimientos que podía presentar Weil, comprobó cómo los supervivientes del Club Psicodélico de Harvard estaban muy orgullosos de haber protagonizado una revolución que transformó la psicología, la música, el diseño, la moda, el cine, la pintura y otras disciplinas relacionadas con la creatividad.
“Aunque tal vez no fuera tan trascendental como algunas de las revoluciones políticas y tecnológicas del siglo XX, como el comunismo y la aparición de los ordenadores, el LSD y la contracultura psicodélica de las décadas de 1960 y 1970 supusieron toda una revolución en los Estados Unidos y Europa. Transformaron la forma en que vemos la religión y la espiritualidad, el medio ambiente, las opciones dietéticas e incluso la práctica de la atención médica, ya que se pudo conocer la relación que tienen en el bienestar de las personas la combinación mente-cuerpo-espíritu. Sus investigaciones ayudaron a mucha de la gente de mi generación a encontrar enfoques más suaves para la expansión de la mente, como la meditación”.
Entre Kennedy y Nixon
Para el éxito de la revolución psicodélica tuvo mucho que ver el contexto histórico. Según explica Lattin, los “baby boomers” nacidos después de la Segunda Guerra Mundial habían empezado a alcanzar la mayoría de edad, que por entonces estaba en veintiún años. La economía estadounidense disfrutaba de una gran prosperidad y la elección de un presidente joven y vibrante como John F. Kennedy provocó una breve sensación de esperanza. “Sin embargo, toda esa ilusión comenzó a desvanecerse con el asesinato del presidente, de su hermano Robert Kennedy, el de Martin Luther King, la división social en torno a la guerra de Vietnam y, más tarde, el escándalo político de Watergate”.
Uno de los principales implicados en ese escándalo político fue el presidente de los Estados Unidos Richard Nixon que, además de espiar ilegalmente a los miembros del partido demócrata o alargar innecesariamente el conflicto de Vietnam, decidió liderar su particular guerra contra las drogas y el LSD, hasta el punto de calificar a Timothy Leary como “el hombre más peligroso de Norteamérica” y solicitar a las autoridades suizas que lo detuvieran e ingresaran en prisión.
“Creo que es una simplificación excesiva culpar a Leary y Alpert por la represión tanto del uso recreativo de los psicodélicos como de la investigación seria sobre sus usos. Sin embargo, es cierto que contribuyeron a la mal aconsejada ‘guerra contra (algunas) drogas’ de Richard Nixon. Una de las razones para la persecución de este tipo de sustancias está en que los gobiernos, especialmente los autoritarios, temen el poder de los psicodélicos porque pueden deconstruir viejos sistemas de creencias y hacer que la gente cuestione la autoridad y la cultura de consumo materialista”, reflexiona Lattin que, hablando de consumo y materialismo, se muestra contrario al uso de microdosis de LSD con objeto de aumentar la productividad.
“Mezclar LSD con capitalismo no encaja con el espíritu de los miembros del Club Psicodélico de Harvard. La idea de tomar psicodélicos para ‘aumentar la productividad’ es todo lo contrario de lo que era la contracultura de la década de 1960”, sostiene el escritor, que es optimista sobre la situación que vive la psilocibina en la sociedad actual.
“Para bien o para mal, el espíritu psicodélico de los sesenta ha vuelto. Ejemplo de ello es que Andrew Weil participó como orador en una convención sobre ciencias psicodélicas que se celebró del 19 al 23 de junio en Denver, Colorado; que varios estados y ciudades de Estados Unidos han comenzado a despenalizar los psicodélicos y que se han retomado las investigaciones en el campo de la psicología. Podríamos decir que el Club Psicodélico de Harvard tenía razón, salvo porque en la mayoría de los ensayos clínicos no interviene el LSD, sino la psilocibina y el MDMA, aunque poco a poco, están empezando a mirar de nuevo al LSD”.
Ante este nuevo escenario en el que la penalización no parece ser ya la única solución válida, cabe preguntarse si, a corto o medio plazo, las autoridades legalizarán el uso de LSD. “Creo que sí. De hecho, está comenzando a suceder en algunas partes de Estados Unidos y Canadá. Se ha empezado con psicodélicos a base de plantas y hongos, pero la tendencia es clara. Es algo similar a lo que sucedió con la marihuana. Primero legalizaron ‘la medicinal’ y luego la marihuana con fines recreativos”.