Desde que en el año 1996 el estado de California, en Estados Unidos, aprobó la primera regulación del cannabis para su uso medicinal, la planta está atravesando un camino sin pausa pero sin prisa para abandonar la prohibición. Aunque en gran parte del planeta aún existen penas de cárcel para usuarios y cultivadores, varios países avanzan legislando no solo para despenalizar el consumo y el cultivo, sino también con el objetivo de establecer reglas para generar una industria alrededor de la marihuana.
En este proceso, la ciencia ha tenido un rol clave. Si bien ha logrado desmitificar varias falacias, muchas investigaciones también han contribuido a fortalecer el nuevo mercado legal, en el que no suelen estar incluidos los activistas: principales estudiosos de la planta en los momentos más oscuros de la clandestinidad y cuando la academia veía la planta como un tabú. Pero ahora existe un laboratorio que se dedica a generar información analítica para empoderar a los usuarios de cannabis y sus agrupaciones. Se trata de Allora, un proyecto que ya cuenta con dos años de existencia y que desarrolla su actividad en la Agrópolis de la Universidad Politécnica de Cataluña.
“Analizamos todo lo que hay en la calle para salvaguardar a los usuarios. Pero ponemos fundamento en acercar el laboratorio a la gente”, nos dice Ramón González, uno de los socios fundadores de Allora. Él es técnico en laboratorio y el responsable de comunicación del proyecto en el que trabajan cuatro personas, pero que tiene una enorme red de colaboraciones con asociaciones cannábicas y organizaciones de reducción de riesgos, con quienes llevan a cabo en conjunto varios ciclos de formaciones. González explica: “En Allora se analizan sustancias con la intención de explicar qué es lo que hay detrás. Conocer la composición de los cannabinoides y terpenos es importante, pero es esencial compartir los resultados con los usuarios de manera que entiendan cómo se relacionan los efectos de la planta –luego, remata–: La idea es que el mercado no elija la flor, sino entender cuáles son los componentes de la planta que influyen en los efectos y que el usuario elija conscientemente”.
Si bien Allora efectúa análisis de laboratorio para detectar la presencia de metales pesados, pesticidas y el viroide del lúpulo (HLVd), también determina la composición de varios cannabinoides, incluso los llamados semisintéticos, como el HHC. Sin embargo, ellos ponen un foco especial en los terpenos. “A día de hoy se puede acceder a mucha información muy valiosa. Nosotros hacemos hincapié en el acompañamiento que ayuda a anticipar los efectos. Al conocer la composición de la planta y saber qué significa, se pueden mejorar las potencialidades del cannabis. Se discute sobre reducción de riesgos, pero podemos hablar en positivo para apuntar a una gestión del placer”, sostiene González. En la actualidad, Allora solo efectúa análisis de muestras de cannabis, pero están trabajando para incluir en un futuro otras sustancias como la psilocibina y la planta de kratom.
Terpenos: el tesoro escondido
“Desde el principio, los terpenos son nuestra parte favorita de la planta y no son muy conocidos. La gente más o menos controla el THC o el CBD, pero con estos cannabinoides no se pueden explicar todos los efectos. Con los terpenos se empiezan a encontrar distintos matices, como la euforia, la relajación u otros efectos”, dice González sobre estos elementos, que son unos metabolitos secundarios de la planta y los responsables de otorgar tanto el sabor como el aroma. Pero a lo que él se refiere en cuanto al rol de los terpenos en la psicoactividad se lo conoce como efecto séquito. Así lo denominó el científico israelí Raphael Mechoulam en 1999 cuando comprobó que los componentes del cannabis no tienen el mismo resultado si actúan por separado.
El trabajo que hace Allora consiste en realizar una caracterización de los perfiles de terpenos en el laboratorio para luego compararlos con la experiencia de los usuarios: “Los efectos del cannabis están bastante descritos, pero la potencialidad de los terpenos genera una sinergia que produce otros efectos. Toda la experiencia que tenemos en el laboratorio la contrastamos analíticamente con lo que sienten los usuarios. Por lo general, se amolda bastante”, explica González sobre el procedimiento que se efectúa en conjunto con asociaciones cannábicas de Cataluña. Primero, un club aporta la muestra de una genética particular, que se analiza con técnicas de cromatografía. Luego, los socios completan una encuesta para describir qué les generó la cepa. Para ello tienen un acuerdo de colaboración con la Confederación de Federaciones de Asociaciones Cannábicas de Cataluña (CatFac).
“Al conocer la composición de la planta y saber qué significa, se pueden mejorar las potencialidades del cannabis. Se discute sobre reducción de riesgos, pero podemos hablar en positivo para apuntar a una gestión del placer”, sostiene González
“La maravilla de los terpenos es que depende del disfraz que tengan se van a una fiesta u otra”, dice González para explicar que, en función de su composición y concentración, la psicoactividad del cannabis puede ser eufórica o relajante y que no es una relación única en base a los niveles de THC o CBD únicamente. De hecho, para González la clasificación de los efectos en función de una variedad sativa o índica está quedando en el pasado. “En Estados Unidos o Israel, que son los adelantados en la investigación, están empezando a distinguir a partir de lo que llaman quimiotipos. Ellos tienen unos marcadores en la planta y pares de terpenos, donde la correlación entre ellos anticipa qué va a producir en el cuerpo. A partir de cinco o seis terpenos logran identificar el tipo de planta a nivel de efectos. En Israel lo utilizan para estandarizar variedades y productos medicinales –explica González, quien pretende llegar a este nivel de estudio y difundirlo entre los usuarios–. Cuando se lo contamos a la gente de los clubes queda fascinada. La parte aromática da un acceso a donde te puede llevar la flor. La idea es empezar a ponerle nombre y apellido a esas cosas para compartirlo y asesorar de la mejor manera”, dice en relación con los terpenos más conocidos, como el mirceno o el limoneno.
En cuanto al trabajo para caracterizar los terpenos, González dice que hay dos factores importantes para realizarlo: “Son unos compuestos muy volátiles de la planta, por lo que cuesta conservarlos. Si no hay un buen hábito de maduración y secado, seguro que se pierda la gran mayoría. Esto genera una inconsistencia a la hora de analizar una muestra –cuenta y, luego, agrega–: A nivel técnico se hace una cromatografía de gases. No es complejo, pero se encuentran en concentraciones muy bajas y hay que hilar muy fino para encontrarlos”.
¿Ciencia al servicio de quién?
“En Estados Unidos o Israel están empezando a distinguir a partir de lo que llaman quimiotipos. Tienen unos marcadores en la planta y pares de terpenos, donde la correlación entre ellos anticipa qué va a producir en el cuerpo. A partir de cinco o seis terpenos logran identificar el tipo de planta a nivel de efectos”
González tiene cuarenta años y hace diez que está involucrado en el movimiento cannábico español, tanto como usuario, activista y ahora en su especialidad como técnico en laboratorio. Cuando se le pregunta acerca de su mirada en cuanto a la evolución de la industria y el rol de Allora, lo primero que dice es que hay un lema que repiten constantemente: “No queremos que el mercado elija tu flor. Queremos que entiendas cuáles son los componentes de la planta que influyen en los efectos y que tú elijas”. Él dice que, en muchas ocasiones, el mercado es un problema: “Me da pena que la gran mayoría de las investigaciones se las está adueñando el mercado. Los estudios tienen un sesgo comercial –opina–. Se pone mucho acento a los mayores niveles de THC, con variedades que superan el treinta y cinco por ciento. Pero esto puede ser un riesgo porque no conocemos sus efectos a largo plazo”, sostiene González.
Además, González apunta: “Nunca se habían consumido extractos de tan alto porcentaje. Hay cosas gourmet, como el Rosin, que son aromáticamente maravillosas y con un nivel de concentración brutal. La humanidad jamás había accedido a algo superior al ochenta por ciento de THC y me genera inseguridad porque no sabemos lo que puede ocasionar”.
Para González, la seducción del consumo mercantil llega a su paroxismo con el boom de los cannabinoides semisintéticos, como el HHC. “Vemos una piratería descomunal. Ese propio mercado tiene un excedente de flores de CBD y lo tiene que vender de alguna manera”, dice sobre los cogollos que son rociados con estas sustancias que son producidas naturalmente en la planta, pero que se reproducen artificialmente. En Allora también han estudiado cannabis con estos productos y González sostiene que hay residuos de solventes y que a nivel salubridad son preocupantes.
“Los cannabinoides semisintéticos requieren del uso de ácidos fuertes, como el ácido clorhídrico y, como catalizador, el óxido de zinc. Ambas sustancias son bastante tóxicas si son consumidas por vía oral o inhalada. Los extractos producidos, si no son bien depurados, traen serios problemas para la salud”, explica el técnico de laboratorio de Allora en relación con el hecho de que estas sustancias pueden producir, por ejemplo, enfermedades pulmonares.
“La parte aromática da un acceso hacia dónde te puede llevar la flor. La idea es empezar a ponerle nombre y apellido a esas cosas para compartirlo y asesorar de mejor manera”
Por estos motivos que González enumera en relación con la industria del cannabis que influye en los hábitos de consumo, otra de las bases primordiales del trabajo de Allora corresponde a la reducción de riesgos, en la que trabajan con organizaciones como Energy Control. “El poder de la información es muy valioso. Nosotros hacemos hincapié en que un acompañamiento ayuda a anticipar efectos, ya sean aplicaciones con fines recreativos o medicinales. Al conocer qué tiene la planta, se aprovechan sus potencialidades también”, dice sobre lo que significa la reducción de riesgos, pero que él prefiere llamarlo positivamente y hablar de “gestión de placeres”.
El trabajo de reducción de riesgos de Allora también lo hace en conjunto con las asociaciones, que son una trinchera de resistencia del activismo. Y para ellos resulta fundamental esta relación. “Hablamos de una planta que nos acompaña desde hace milenios y hay un conocimiento enorme sobre ella. España tiene muy buenos cultivadores y seleccionadores de variedades que han generado una gran cultura y conocimiento del cannabis. Pero ha surgido un interés comercial que parecería antagónico. Nosotros intentamos vincularlos: hay un conocimiento técnico que se desprende del cannabis moderno y queremos canalizarlo a la cultura popular”, dice.
Para lograr esta interacción entre ciencia de laboratorio y cultura popular, Allora realiza varios ciclos de formaciones. “Tenemos de todo tipo: para clubes cannábicos, profesionales individuales, empresas de CBD, usuarios y curiosos en general –cuenta González–. Intentamos que todas las formaciones tengan un vínculo con la relación que cada uno tiene con la planta –y, luego, agrega–: En usuarios, nos enfocamos en potenciales y riesgos en función a intereses personales; a las tiendas de CBD les asesoramos sobre cómo recomendar productos. La gente responde de una forma muy positiva”.
Cómo analizar una muestra de cannabis
Si bien Allora tiene diferentes acuerdos con asociaciones de cannabis y organizaciones de reducción de riesgos, se trata de una compañía que debe generar recursos económicos para seguir existiendo y continuar con su labor social. Mientras que ofrecen formaciones técnicas, talleres interactivos y un servicio de consultoría, que tienen un coste particular y se debe solicitar en su página web, los cultivadores también pueden pedir un análisis de laboratorio de sus flores. Los costes están detallados públicamente.
El análisis estándar de cannabinoides y terpenos, que corresponde a una sola muestra, vale unos setenta y cinco euros. Mientras que el Paquete420 incluye seis muestras y tiene un coste de cuatrocientos veinte euros. Las características principales de estos estudios incluyen la concentración de ocho cannabinoides, diecinueve terpenos, HHC total y resultados en tres días hábiles, que son enviados digitalmente. Además, Allora ofrece un Paquete Premium donde no hay límite de muestras a analizar y se ofrece una presentación de marca. En este caso no hay una tarifa específica y se debe pedir presupuesto. Por otro lado, también se ofrece un servicio de análisis para la detección del viroide del lúpulo (HLVd), que tiene un coste de treinta euros. Gran parte del trabajo del laboratorio corresponde a analizar cannabis de la industria comercial. “Hacemos controles de calidad a empresas de CBD que necesitan salvaguardar sus productos”, dice González.
Otra de las particularidades de Allora es que para acceder a las muestras y llevarlas al laboratorio se ofrece un servicio de puerta a puerta. Es decir, la compañía se encarga de retirar el cannabis para garantizar la seguridad del cliente, ya sea una empresa o un cultivador.