A medida que en el mundo avanzan las regulaciones alrededor del cannabis y más personas se animan a utilizar los derivados de la planta, el asunto deja de ser un fenómeno cultural de algunos pocos y se vuelve una verdadera industria que debe profesionalizarse como tal. Ahora, tanto flores, aceites y cremas cuentan ya con estándares de análisis que se asemejan a los que tienen los rubros farmacéuticos o alimenticios. En definitiva, hablamos de un producto de consumo más que puede contener materiales o patógenos perjudiciales para la salud. De esta manera, dentro de la cadena productiva del cannabis se suman nuevos emprendimientos que atienden las necesidades de un rubro cada vez más complejo. Se tratan de laboratorios especializados en el estudio de la composición de cannabinoides y terpenos, así como también de la presencia de metales pesados u hongos. Uno de ellos es Ananda Analytics Lab, y fue uno de los primeros en fundarse en España para el control específico de las partículas invisibles dentro del cannabis.
“Nosotros arrancamos con el laboratorio en 2014. Vi que había una carencia en ofrecer un servicio de control de calidad. Cuando abrimos creíamos que se iba a regular hacia el lado recreativo y que íbamos a trabajar con eso. Pero a nosotros nos ha mantenido el cáñamo industrial, hasta hace dos años atrás”, le cuenta a Cáñamo Jorge Soto (Madrid, 39 años). Este ingeniero agrícola fundó Ananda en compañía del farmacéutico Jorge Pozo, con una mínima inversión, hace casi una década cuando la industria del cannabis se encontraba en uno de los momentos más prometedores. Junto a un doctor químico desarrollaron los métodos de análisis de cannabinoides, terpenos y concentrados. Hoy emplean a más de diez personas que se encargan de los estudios de calidad que le encargan variados clientes.
Si bien tuvieron que hacer una inversión de dinero para fundar el laboratorio, el principal valor se encuentra en la astucia. Y mucho trabajo. “En equipos, tendremos unos 400 mil dólares. Pero habremos pagado una cuarta parte”, cuenta Soto. Esto se explica porque empezaron con muebles regalados de otro laboratorio que se renovó y porque aprovecharon los residuos de la crisis de 2008 que provocó la quiebra masiva de empresas de biotecnología. “Había subastas por toda Europa que me las pasaba buscando. Hemos comprado equipos por nueve mil euros que valían 60 mil. Fue mucho trabajo”, cuenta.
Ante la consulta de por qué es importante analizar las plantas, Soto responde que “en el cannabis tenemos un montón de cosas para mirar: metales pesados, restos de pesticidas, hongos, bacterias y microorganismos que son susceptibles de causar enfermedades respiratorias que pueden ser muy nocivas. Tenemos un mercado que necesita del control de calidad”, asegura.
“En el cannabis tenemos un montón de cosas para mirar: metales pesados, restos de pesticidas, hongos y bacterias que son susceptibles de causar enfermedades respiratorias”, dice Jorge Soto, fundador de Ananda Lab
Apenas comenzaron, se inscribieron a interlaboratorios mundiales organizados por la American Oil Chemist Society (AOCS) y Emerald Scientific, en 2016. “Son pruebas donde todos los laboratorios americanos están obligados a participar para demostrar que saben hacer el trabajo. Nosotros nos inscribimos”, dice Soto. Luego explica que “preparan una serie de pruebas que nos mandan a todos, las analizamos en secreto y enviamos los resultados. Ellos lo examinan y establecen quienes tienen un funcionamiento que se adapta a lo correcto”. Fue a partir de estas pruebas, nos cuenta Soto, que lograron el reconocimiento internacional.
En la actualidad, Soto aclara que la mayor concentración del trabajo en el laboratorio está destinado a analizar derivados del cannabis en la cosmética y productos con CBD. Entre sus clientes más importantes, el dueño de Ananda cita la compañía Dosing, una firma que elabora aceites con distintos cannabinoides como CBD, CBN y CBG. “Ellos trabajan con estándares farmacéuticos GMP e ingredientes de máxima calidad. Cada vez que hacen un lote, les gusta analizarlo para ver exactamente la composición de los cannabinoides y si hay presencia de pesticidas o metales pesados. Lo tienen todo bastante controlado”, dice Soto que también trabaja con “la empresa alemana más importante que realiza derivados de CBD”.
Otro de los sectores que más solicita los análisis del laboratorio son los comercios de CBD. Soto coge una pila de papeles y señala: “esto es de un cliente que compra flores a un distribuidor suizo. Son veinte variedades que no se quiere arriesgar a meter en la tienda sin saber qué tienen concretamente”. Soto explica que suele ocurrir que en las flores pueden no solo encontrar concentraciones superiores al 0,3% de THC –lo cual no está permitido en España–. Sino que también puede haber presencia de otros cannabinoides prohibidos, como el Delta-8 THC.
Además, Ananda trabaja con “nombres grandes aprobados por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios” y diferentes casas de estudios, como la Universidad Autónoma de Madrid. “Allí hay unos investigadores que estudian el uso del CBD en cáncer de mama en ratones y hacen diversos preparados con diferentes dosificaciones. Entonces, ellos querían que solo fuese CBD y nos lo traían a nosotros para que lo analizáramos”, dice Soto.
¿Qué esconde el cannabis?
Entre los problemas que suele detectar el laboratorio en las muestras que analiza se encuentran “las tiendas que verifican su producto y no es lo que creían. No es lo más normal, pero sucede”. Mientras que en otras situaciones pueden encontrar restos de metales pesados. “A veces, un producto parece que va muy bien y cuando se analiza se encuentra que tiene presencia de arsénico o cromo. Por lo general, esto sucede porque la planta tiene capacidad fitorremediadora y absorbe los metales que existan en el suelo. Entonces llega a la planta y resulta que es un cáñamo lleno de metales pesados por el suelo en el que se cultivó”, explica Soto.
También pueden encontrar presencia de pesticidas o fertilizantes. “Es normal que suceda porque vivimos en un entorno ultracontaminado. Esto también sucede con el agua que bebemos, el aire que respiramos y los alimentos que consumimos”, dice Soto sobre la importancia del análisis del cannabis, que es un producto de consumo más y que a medida que se consolida como una industria debe tener los mismos controles de calidad que los productos farmacéuticos o alimenticios.
Otro de los trabajos más interesantes que realizó Ananda fue un estudio sobre los papeles de fumar, encargado por la compañía Old School Paper. Aunque no se tratase de cannabis, sí es el producto más extendido en el uso de la planta. “Querían demostrar que la fibra para hacer el papel que ellos compraban era de mayor calidad que la competencia porque sus proveedores eran cultivadores ecológicos de Europa. También quería comprobar que lo que le vendían era cierto”, dice Soto sobre el estudio realizado en 2016 y que consistió en analizar a las principales marcas del mercado para comprobar si tenían presencia de metales pesados.
“Vimos que los papeles de Old School Paper eran de muy alta calidad. Mediante las técnicas empleadas no pudimos encontrarles nada de cadmio, mercurio o arsénico. Tampoco vimos cloro, cosa que sí encontramos en otras muestras debido al proceso de blanqueo”, cuenta Soto del exhaustivo estudio que se realizó con avanzadas técnicas de fluorescencia de rayos x por reflexión total y espectrometría de masas con plasma de acoplamiento inductivo.
Soto no niega que exista un aumento en los niveles de THC. Pero para él, la alarma alrededor del cannabinoide “es un argumento prohibicionista para poner en duda la regulación”
Soto explica que la presencia de este tipo de metales pesados es perjudicial para la salud y que se bioacumulan. “El cuerpo los acumula y es muy difícil que se lleguen a eliminar. Al fumarlo es especialmente complicado porque se están respirando, se incorporan al torrente sanguíneo y se reparte por todo el cuerpo”, dice el ingeniero acerca de un proceso de contaminación que puede producir diferentes tipos de enfermedades. Una de ellas es la hidrargiria, que se debe al envenenamiento por exposición al mercurio y produce lesiones en el tejido nervioso, renal y pulmonar. Pero también se pueden ocasionar diferentes enfermedades metabólicas por el depósito de estos materiales en los tejidos, donde el organismo es prácticamente incapaz de expulsarlos.
Pero el cannabis no solamente puede contener metales pesados, hongos o restos de pesticidas y fertilizantes. También puede enfermarse, al igual que los humanos, por un virus. De hecho, puede causar estragos. Según un estudio de Dark Hear Nursery, una compañía estadounidense que realiza esquejes, el 90% de los cultivos de California están infectados por el “viroide del lúpulo”. La presencia de este patógeno puede reducir hasta un 30% el peso de la planta y destruye por completo la producción de THC. Esto significa una pérdida enorme para una industria que, ante esta noticia, se puso en alerta.
“La diferencia con los virus, es que los viroides no poseen proteínas ni lípidos. Es una especie de virus pero más pequeño y sencillo”, comienza a aclarar Soto. Luego, explica que la presencia de un viroide “puede reducir un montón la producción y la cantidad de resina. Son plantas que no dan todo su potencial”, dice sobre un fenómeno que en Estados Unidos “se ha vuelto un jaleo”. En España y Europa, afirma, no se ha detectado una infección extendida de viroides en el cannabis, sin embargo, existe: “Hay muchos viroides en la agricultura, como el del tabaco, lechuga o lúpulo, que son capaces de infectar al cannabis. Incluso, las semillas pueden salir con la enfermedad”, cuenta.
“En España, ha habido poca gente que quiera analizar esas cosas. Pero tenemos un acuerdo con una empresa que se especializa en agentes genómicos de hasta 13 viroides”, dice Soto sobre el trabajo que se realiza con técnicas de análisis de ADN. “Es como hacer una PCR para el Covid”, agrega.
En cuanto a la solución de la infección y la preservación de la variedad, Soto cuenta que existen empresas que realizan clonación in vitro por micropropagación. “Se parte de una célula que identifican libre del patógeno y regeneran la genética”, cuenta.
Mirada microscópica
Ananda Lab fue fundado en 2014 por Jorge Soto y Jorge Pozo. Arrancaron con pocos medios, pero hoy tienen un laboratorio valorado en 400 mil dólares
Soto no es un nuevo paracaidista en la industria del cannabis. Él tiene una relación con la planta desde hace 26 años. “Las primeras plantas las cuidé cuando tenía 13 años. Ya fumaba hachís con un amigo y un día fuimos a su casa. Me dice: ‘ven al sótano que me tienes que ayudar con una cosa de mi hermano que te va a encantar’. Era un cultivo de interior con diez lámparas”, recuerda el ahora dueño de Ananda sobre el primer indoor que vio en su vida y con el que empezó a trabajar en la mezcla de líquidos fertilizantes, riego y cosecha. A sus 16 años ya comenzaría con sus propias plantas y, con los años, trabajaría en la distribución de semillas, en un growshop y escribiendo sobre el cannabis en distintos portales. Hasta que en 2009 fundó su propia empresa de cáñamo industrial, hasta la fundación del laboratorio. Por eso, además de por su trabajo, es una persona que puede dar una mirada microscópica de la actualidad del cannabis en tres ejes claves y con los que convive cotidianamente: el auge del mercado del CBD, cannabinoides sintéticos y el aumento de los niveles del THC.
“El crecimiento del CBD me parece estupendo. Hay mucha gente que puede beneficiarse no solo por lo terapéutico. Hay personas que les gusta mucho la planta, pero que les coloca y no les sienta bien. Gracias al CBD pueden seguir relacionándose con la planta”, refiere Soto ante el crecimiento del comercio con flores y derivados de este cannabinoide.
En cuanto al aumento de los niveles de THC en las plantas, Soto no lo niega. Pero reconoce que es fruto del trabajo de los criadores de genéticas y que la preocupación a su alrededor “es un argumento prohibicionista para poner en duda los efectos positivos de la regulación. No creo que se fume más si hay más THC. Con una mayor concentración, te puedes dar un simple toque que te alcance para todo el día”, asegura.
Sin embargo, Soto sí tiene una fuerte crítica al auge de los cannabinoides sintéticos, como el HHC. “A mí me gusta llamarlos ‘neocannabinoides’. Son experimentos que no se sabe qué pueden ocasionar. Están presentes en la planta, pero de manera muy pequeña. Parten de algo natural de concentraciones ínfimas y los fabrican en un laboratorio. Pueden ser 30 veces más fuertes que el THC. No me gusta esta deriva de la industria. Pero creo que es una consecuencia de la prohibición: si no hubiera tal situación, la gente no andaría buscando estos recovecos extraños. Se beneficiarían de lo que ofrece la planta en su naturaleza”, dice Soto sobre los neocannabinoides que, hasta que el Estado los prohíba, permanecen en un vacío legal.
Por último, Soto también dice que la prohibición ha arruinado a los agricultores de cáñamo. Hasta hace dos años atrás eran su principal cliente. Pero hoy “han desaparecido”, asegura. “La Agencia del Medicamento ha hecho una interpretación ultra exhaustiva de la Convención Única de Estupefacientes de Naciones Unidas, donde consideran como droga a las sumidades floridas. La policía lo cogió como verdad suprema y empezaron a entrar en cultivos de cáñamo, y luego los medios hablaban de incautaciones históricas de marihuana”, explica sobre la desaparición de los cultivadores de cáñamo. Uno de ellos fue él mismo, aunque no llegó a sufrir ninguna intervención policial. Soto, al igual que la industria, vive en constante transformación.