En un mundo donde empresas contaminantes utilizan argumentos ecologistas para lavar su imagen y compañías que explotan a sus trabajadores lanzan campañas solidarias, sorprende encontrarse con Biobizz, una empresa dedicada a la fabricación de sustratos y fertilizantes cien por cien orgánicos que no olvida su responsabilidad social, prodigándose con discreción en proyectos solidarios coherentes con su filosofía ecológica.
El año pasado cumplieron tres décadas y lo festejaron como se festejan estas cosas, recordando los logros pasados y reflexionando sobre el presente y el futuro de una empresa que empezó en 1992 como una granja familiar en Holanda y que hoy vende sus productos para cultivar cannabis en más de setenta países. En el acto final que celebraron el pasado febrero –en un antiguo invernadero rehabilitado y con la asistencia de la flor y nata del sector cannábico nacional–, descubrieron el lado menos empresarial de la marca, sin dejar de recordar su papel como empresa comprometida con un desarrollo sostenible y ecológico: “La filosofía orgánica no para de crecer, más y más personas se suman a esta manera de vivir y entender la vida y el cultivo, y Biobizz está para darles la oportunidad de cultivar su alimento o medicina de manera orgánica, productiva y con resultados profesionales”.
Luis Pinheiro (Holanda, 47 años), director de la compañía desde 2001 y artífice de su expansión, resume la filosofía de su éxito empresarial en la sinceridad y en la sencillez, “nos gusta la idea de simplificar las cosas, cuando más complicadas son, más errores se cometen”. Porque haberse convertido en una empresa puntera multinacional no les ha hecho renunciar, aseguran, a sus valores ecologistas y solidarios: “Es nuestra manera de ver el mundo, cultivando no solo plantas, sino cultivando con personas, cultivando iniciativas y, sobre todo, cultivando un nuevo mundo junto con las personas que lo están haciendo posible”.
Acostumbrados como estamos al márquetin engañoso, solemos escuchar estas grandes palabras como un brindis al sol, una mera declaración de intenciones, y, sin embargo, en este caso al menos, podemos entenderlo literalmente al conocer algunos de los proyectos solidarios en los que Biobizz se ha volcado con ocasión de su aniversario, colaborando con un poblado Kogui en la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, o ayudando a la asociación Aspanovas en actividades especiales para niños con cáncer del País Vasco.
¿Por qué vincular estas acciones filantrópicas al treinta aniversario? “Queremos devolver un trocito del cariño que ha recibido Biobizz durante estos años”, me dice Nancy Fernández, directora de márquetin. Y Luis Pinheiro añade: “Después de tres décadas, nos parecía que la mejor manera de celebrar este hito es devolver, compartir y ayudar. Queremos devolver a la tierra, a la Madre Tierra, aportar a la sociedad, apoyar a nuestros amigos y colaboradores y ayudar a los que lo necesitan”.
No es en cualquier caso un arrebato puntual, aunque con discreción, la empresa lleva años implicándose en proyectos sociales. Han estado ayudando en países en desarrollo, como Kenia, y también en países del primer mundo, como Francia, donde apoyaron a una escuela taller para chavales en riesgo de exclusión. Y, según me cuentan, están en México participando en estos momentos en una experiencia similar a la desarrollada en Colombia.
Huerto y surf para los Kogui
Nancy Fernández me explica por videoconferencia la manera de actuar de la empresa en sus proyectos solidarios. Me explica que proceden escuchando las necesidades primero y acordando con los implicados la mejor forma de ayudar. Así lo hicieron también cuando contactaron con un poblado Kogui en la parte alta del río Buritaca.
Los Kogui son un pueblo del norte de Colombia, viven en bohíos circulares hechos con hoja de palma, visten con túnicas blancas y se dedican a una agricultura de subsistencia. Asentados en la poco accesible Sierra Nevada de Santa Marta, los Kogui han conservado sus costumbres ancestrales, con muy poco contacto con otros grupos ajenos a su etnia. Viven en poblados, organizados colectivamente y respetando la autoridad del Mamo, un sacerdote tribal que dirige espiritualmente a una comunidad con un fuerte apego a la tierra. Cuando contactaron con ellos, el Mamo les pidió que les ayudaran a diversificar sus cultivos para poder seguir siendo autosuficientes. Así comenzó una aventura que se concretó en llevar agua del río hasta la comunidad y en crear un huerto en el que los Kogui aprendieran a cultivar otras hortalizas que los ayudaran a subsistir y también a variar su dieta.
Y no solo se quedaron en eso. En principio, desde Biobizz se había pensado en donar un cargamento de tablas y material de surf para enseñar a los niños Kogui, que en su mayoría no habían visto el mar, a surfear las olas.
La relación de la empresa de fertilizantes orgánicos con el deporte “respetuoso con el medio ambiente” viene de antiguo. Tener un equipo de vela (J80 Biobizz), apoyar a ciclistas de larga distancia (como a Osvaldo Navia en su ruta por Latinoamérica) o a deportistas de artes marciales o incluso a skaters, han sido algunos de los empeños más recientes en este ámbito, en el que también el surf ha tenido un lugar destacado, por ejemplo, patrocinando a surferos como José Luis Berasaluce en sus competiciones.
¿Y que tiene que ver una comunidad indígena de la colombiana Sierra Nevada de Santa Marta con el surf? Según nos cuenta Nancy, del poblado de los Kogui era un chico con muchísimo talento para el surf, que casi llega a profesional antes de morir accidentalmente. El trauma por esta muerte temprana necesitaba de alguna forma sanar para que aquella comunidad pudiera volver a reconciliarse con el mar.
Mientras los primeros embajadores de Biobizz habían llegado a Colombia para ir germinando las semillas en los planteles para el huerto de los Kogui, en el País Vasco los conocidos surfistas Natxo González y Kepa Acero se preparaban para el viaje. Unas semanas antes habían recorrido las escuelas de surf del norte de España, recogiendo tablas donadas para el proyecto, explicando a los donantes el uso que iba a tener el material donado y contándoles de paso su propia vida, una vida consistente en encontrar la mejor ola por los siete mares. Poco después de empaquetar en un contenedor con destino a Colombia las cien tablas conseguidas y el resto de enseres, volaron hasta allá para encontrarse con la gente de Biobizz.
Y entonces llegó la lluvia, una lluvia torrencial que los mantuvo encerrados en el hotel. Esperaban una Colombia soleada y se encontraron metidos en el barrizal de un temporal de días que frustró el comienzo de su aventura. Para colmo, el contenedor con las tablas había llegado a Colombia, pero una serie de trámites burocráticos lo tenía retenido. Reunidos con Iban Etxebarría, el encargado de liderar sobre el terreno el proyecto de Biobizz, evaluaron la crítica situación: lo más probable es que el material no llegara a tiempo para poder ofrecerle los cursos a los niños Kogui. Tampoco podían de momento subir a la sierra a visitar a la comunidad indígena porque los arroyos se habían desbordado, ni refugiarse en las playas que se habían vuelto impracticables por el fango.
Aquí es donde la aventura se tuerce y toma otro camino. Una organización sin ánimo de lucro, Costeño Social, fundada hace cinco años por un argentino, dos catalanes y un mallorquín en la costa colombiana de Santa Marta, entra en juego posibilitando otra área de fructífera colaboración. Costeño Social trabaja con niños y adolescentes en riesgo de exclusión, con una escuela de enseñanza básica y con cursos de cocina y de surf orientados a formar a chicas y a chicos para ser cocineros en hoteles o para ser instructores de surf para los turistas.
Iban Etxebarría explica la conexión con ellos: “A mitad del proyecto recibimos un mensaje de Costeño Social, una fundación de ayuda a niños sin recursos y que utilizan además el surf para sacarlos de la marginalidad. Los de Costeño Social se ofrecían a colaborar con nosotros en el proyecto y nos hablaron de su interés en montar un huerto para poder surtir su escuela de cocina y no tener que abastecerse fuera”. Dado las inclemencias del tiempo que impedían el acceso a los Kogui, el equipo aprovechó el tiempo, ayudando a los de Costeño Social a montar su huerto. Así fue como la ayuda de Biobizz se diversificó atendiendo tanto a los Kogui en la montaña como a esta fundación en la costa, a la que también ayudaron donando material para su escuela.
Finalmente, las nubes se despejaron y los trámites burocráticos que retenían el contenedor se solucionaron. Natxo González, en una publicación del 15 de septiembre de 2021 en su cuenta de Instagram, lo resume con emoción: “No sé por dónde empezar, este último viaje ha sido sin lugar a dudas uno de los más emocionantes que he vivido. En un principio tuvimos unas tormentas muy heavys, creíamos que no íbamos a poder seguir con el proyecto, pero de pronto salió el sol y nos pusimos manos a la obra. Limpiamos caminos, plantamos una huerta con la gente de @costenosocial con el fin de ser más autosuficientes en clases de cocina, surfeamos con los niños y dimos clases de surf a gente que nunca lo había probado... Todo esto con la incertidumbre de cuándo iba a llegar el conteiner con el material donado (100 tablas, ropa, trajes, cuadernos...), tres días antes de irnos este llegó y pudimos repartirlo con éxito. El último día se unió la comunidad indígena #kogui y Costeño Social reunió a 40 niñ@s para surfear con el material donado... Todo era pura FELICIDAD”.
En efecto, el final de la aventura reunió felizmente en una playa paradisíaca a los niños de la costa y a los de la comunidad Kogui, la mayoría de los cuales no había visto antes el mar, con Natxo y Kepa como maestros de surf.
Un año y medio después, los dos huertos están en pleno funcionamiento, los Kogui tienen agua potable en su escuela y las tablas donadas siguen disfrutando de su nueva vida.
Para los interesados, la historia de este viaje está plasmada en un documental de una hora ideado por Luis Pinheiro y titulado Biobizz Stepping Up Organics. Frente a lo habitual, que podría haber sido un anuncio publicitario de la marca, se trata casi de una película de aventuras muy bien realizada, que toma como protagonistas a Natxo y a Kepa, y da su lugar a los contactos de la zona, desde los Kogui a los colombianos que sirven de puente para llegar a ellos, sin olvidar al argentino, los catalanes y el mallorquín de Costeño Social. Es algo así como una oda ecologista al surf solidario que demuestra, con naturalidad y sin ostentación, la filosofía de esta empresa de sustratos y fertilizantes.
Biobizz Stepping Up Organics, versión corta del documental que recoge la aventura en Colombia de Biobizz.
Devolver la sonrisa a un niño
“En el tiempo que pasamos con Aspanovas y las familias que la componen, pudimos aprender de su valentía y de su ejemplo. Aprendimos a vivir el presente, a ver la vida con otros ojos y a aprovechar cada minuto”
Si la experiencia en Colombia dejó huella, la labor con los niños y niñas enfermos de cáncer de la fundación Aspanovas marcó de una manera muy honda a todos los que colaboraron. Hay que tener en cuenta que estos proyectos de responsabilidad corporativa Biobizz no los externaliza, como suelen hacer otras empresas, sino que son los propios empleados los que se implican en su desarrollo. Nancy Fernández se emociona al recordar las actividades en las que participaron con los niños y sus familias afectados por el cáncer infantil.
La asociación Aspanovas está formada por los niños y adolescentes con cáncer de Vizcaya, sus familias y un grupo de profesionales de apoyo. “El cáncer infantil afecta al niño que lo padece y también a todo su entorno”, me dicen Luis y Nancy, “como no somos expertos en salud y entendemos que para cuestiones médicas están los médicos, desde Biobizz quisimos aportar nuestro granito de arena en la parte más personal de estas familias, creando espacios seguros de ocio y descanso para que los niños y sus familiares pudieran, aunque fuera por un momento, evadirse de la dura situación en la que están”. Para ello, los trabajadores de la empresa en alianza con la asociación prepararon actividades para que los niños y allegados pudieran disfrutar de un tiempo de calidad fuera del hospital en contacto con la naturaleza: deporte y actividades en el agua, aprendizaje sobre aves rapaces y animales de granja, visita al invernadero de Biobizz, clase de yoga, incluso recogida de plásticos de la playa de Arrigunaga (Getxo, País Vasco).
En un vídeo en el que recogen la experiencia con Aspanovas son los propios trabajadores de Biobizz los que se muestran agradecidos por las enseñanzas recibidas: “En el tiempo que pasamos con Aspanovas y las familias que la componen, pudimos aprender de su valentía y de su ejemplo. Aprendimos que hay que disfrutar más de la vida y de los pequeños momentos que la hacen valiosa. Vimos a estas familias encarar los momentos difíciles con optimismo y con resilencia, luchando cada día y manteniendo la sonrisa. Aprendimos a vivir el presente, a ver la vida con otros ojos y a aprovechar cada minuto”. Este emotivo resumen vídeo-documental de apenas cinco minutos concluye con las palabras de Luis Pinheiro, subrayando el mensaje de amor a la vida, incluso y sobre todo cuando esta está en peligro: “La lucha contra el cáncer es una de las más duras que alguien puede experimentar. Todo merece la pena cuando se trata de devolver la sonrisa a un niño, aunque solo sea por un instante”.
Entre los actos de celebración de sus tres décadas de vida, Biobizz también quiso celebrar su compromiso con la cultura. A lo largo de estos años no han sido pocos los patrocinios por parte de la marca a artistas cuya obra encarnaba de alguna manera sus valores ecologistas. En esta ocasión, la artista Eva Díez ha realizado la obra Gea Mater compuesta por tres series fotográficas, “Lumen”, “Terra” y “Aer”, que retratan un planeta herido pero abierto a la regeneración. Como dice la crítica y comisaria de arte Sara Donoso: “Desde un enfoque plástico estrechamente vinculado a lo emocional Eva Díez logra localizar la belleza en la herida, haciendo referencia a los ciclos de la vida y la capacidad de reconstituirse de la Madre Tierra”.
En “Aer”, una de las series que conforma el proyecto, la artista, pensando en los niños con cáncer de la asociación Aspanovas, emplea la burbuja como elemento simbólico propio de la infancia, de su ilusión y de su fragilidad. Son una decena de imágenes donde las burbujas flotan en mitad de paisajes evocadores; según el texto que acompaña la exposición de la obra, estas fotografías “han sido realizada con la intención de que proyecten esperanza, capaces de guiarnos hacia un viaje emocional de desconexión y fantasía”.
La foto que encabeza esta página ha sido donada por Biobizz a Aspanovas y la exposición de toda la obra pudo verse durante la gala de celebración del treinta aniversario.
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