“El emperador me ha ordenado que les diga que estén tranquilos. Retrocedan y dejen que aterrice”. Las palabras fueron de Mortimer Planno, conocido como uno de los rastafaris más sabios de Jamaica, y el hecho quedó registrado en el libro Herejes negros, profetas negros: intelectuales políticos radicales, de Anthony Bogues. Es el 21 de abril de 1966, y la jornada será recordada como el Día de la Fundación (Grounation Day), una de las fechas más sagradas para el movimiento rastafari.
En el Aeropuerto Palisadoes, en la capital de Kingston, hay al menos cien mil personas que llegan de todo el país. Grupos de jóvenes, mujeres, niños y ancianos levantan banderas, cantan y sus dreadlocks bailan al ritmo de los nyahbinghi, los tambores que guardan al espíritu de Jah. Para levitar con la deidad suspiran nubes de marihuana que fuman con su chilum, una pipa realizada a partir de un cuerno de vaca. Todos están esperando que Haile Selassie baje del avión. Para los rastafaris, el emperador de Etiopía es el mesías retornado de la Biblia, por lo que su visita oficial significa un enorme honor para la isla caribeña y un reconocimiento al movimiento cultural y religioso, que en ese momento es cruelmente perseguido por las autoridades políticas.
Hacia el mediodía, el dios encarnado baja las escaleras del pájaro de metal y la multitud logra rodearlo, incluso invadiendo la alfombra roja que le han dispuesto. Entre la represión de la policía y la calma que lleva Planno, los asistentes permiten que Selassie logre subirse al carro oficial.
Durante días, el emperador de Etiopía es agasajado con los honores más grandes que jamás se han visto en Jamaica. Lo pasean por obras musicales y cenas fastuosas. Hasta que, en el final de su visita, los líderes rastafaris logran una audiencia privada con Selassie, quien les indica que no deben emigrar a África hasta no haber liberado antes a Jamaica, que cuatro años antes había logrado su independencia de Gran Bretaña, según describe el libro de Barrington Edmonds, Rastafari: de marginados a portadores de cultura.
Luego, tanto referentes religiosos como el primer ministro, Donald Sangster, comen en la Casa del Rey junto al mesías. Según cuentan los rastafaris, Sangster golpeó accidentalmente a Lulú, la mascota de Selassie. El chihuahua habría respondido con un rugido de león. Unos minutos después llega el momento de la despedida oficial y el emperador se salta todos los protocolos para otorgar algunos presentes: los rastafaris son los únicos en recibir medallones de oro con el sello etíope, mientras que a las autoridades políticas jamaiquinas, incluido el propio primer ministro, solo se les entrega unas cajetillas de cigarrillos de tabaco con forma de ataúd.
Por un lado, el Día de la Fundación significó un reconocimiento simbólico por parte de las autoridades políticas a las prácticas de los rastafaris, que hasta ese momento eran considerados las costras de la sociedad jamaiquina por su aspecto físico desatendido –para los cánones de la estética occidental– y por su desprecio a lo material. Así, este movimiento espiritual y político logró un período de expansión. Pero esto no cesó la persecución de las costumbres de este sector importante de la sociedad, principalmente por el uso de cannabis como uno de sus sacramentos esenciales.
Recién en el año 2015, el gobierno modificó parcialmente sus leyes penales con respecto a la planta, y los practicantes de la fe pueden utilizarla en sus ceremonias. Sin embargo, la apertura es parcial y sesgada: mientras aún existen multas por la posesión, los turistas extranjeros pueden solicitar permisos para comprar marihuana y hay compañías de viajes que promocionan la actividad; en el interior de la isla, las plantas están en la vía pública, aunque las licencias para pequeños productores son escasas.
¿Cómo se explica que haya grandes cantidades de marihuana en una visita oficial extranjera en los años sesenta y aún la planta no esté completamente liberada? ¿Cómo llegó a convertirse esta pequeña isla en el referente mundial del cannabis? ¿Existe una relación entre el hecho de que Jamaica sea el principal exportador de marihuana del Caribe y también el país con la mayor tasa de homicidios del planeta? Cáñamo viajó a la tierra de Bob Marley y Claude McKay para averiguarlo.
Triston Thompson y los hombres pequeños
Triston Thompson es el director de Exploración de Oportunidades en la empresa Tacaya Limited, una consultora jamaiquina que brinda asesoramiento en la conformación de compañías dedicadas al cannabis para fines medicinales. “Comenzamos como defensores de los intereses de los pequeños agricultores tradicionales. Luego de la despenalización, nos convertimos en consultores en los complejos procesos de concesión de licencias. Trabajamos principalmente con pequeñas y medianas empresas, ya que son más acordes con nuestra visión de crear una participación equitativa de los agricultores tradicionales dentro de la industria regulada”, dice Thompson en diálogo con Cáñamo.
Thompson estudió medicina y cirugía en la Universidad de las Indias Occidentales, en Kingston, aunque gran parte de su vida la pasó en Estados Unidos, donde se capacitó en negocios. Siempre ha seguido con atención la cultura y desarrollo legal del cannabis en su país, por lo que una vez que el estado abrió las posibilidades industriales decidió dedicarse a tiempo completo al cannabis. Por eso es una de las personas que más saben de las posibilidades legales de la planta en Jamaica.
“El cannabis fue despenalizado en el 2015 después de una eficaz iniciativa de promoción que abarcó, por primera vez, a los agricultores tradicionales –dice Thompson sobre los actores sociales que en Jamaica son llamados ‘hombres pequeños’–. Es legal poseer hasta dos onzas (56,70 g) por persona, cada hogar puede cultivar hasta cinco plantas –sin pedir autorización del estado ni con condicionamientos de cannabinoides o tipos de usos– y las empresas pueden obtener licencias de cultivo, procesamiento, venta minorista, transporte o investigación”, explica Thompson sobre los permisos, que solo se otorgan para los usos medicinales y que tienen por obligación constituirse con un mínimo del 51% de capitales jamaiquinos.
Desde Tacaya Limited han conseguido licencias para pequeños cultivadores y, en este momento, están abriendo dispensarios para vender su cosecha. “La idea es garantizar que se distribuyan sus productos”, dice Thompson, que para ese fin creó la marca Di Likkle Man, que significa ‘El Hombrecito’. Thompson cuenta que en la actualidad administran tres cultivos de forma simultánea, que producen en conjunto unos 225 kg por cosecha.
“El cannabis no llega desde África. Viene desde la India. Con los indios llega el cannabis en el siglo XIX. Ellos lo traen porque es un producto milenario y de consumo entre la población campesina”, explica Ariel Mogni, historiador doctorado en la historia colonial de Jamaica.
Ante la consulta sobre si tiene conocimiento de cuántas licencias se han otorgado, Thompson responde: “La Autoridad de Licencias de Cannabis [CLA, sus siglas por su nombre en inglés: Cannabis Licensing Authority] debe proporcionar información más precisa sobre este tema”. Desde Cáñamo nos pusimos en contacto con la agencia estatal en busca de estos y de otros datos. Durante semanas mantuvimos un diálogo con Orlando Heslop, director de Relaciones Públicas y Comunicación de la CLA, pero al cierre de esta edición continúa sin responder las consultas proporcionadas por este medio. Por este motivo, desconocemos cuántas licencias se han otorgado, qué tipos y a qué compañías.
De todos modos, el sitio oficial de la CLA ofrece información del tipo de licencias y sus costes. Para cultivo, existen tres tipos: nivel 1, con un máximo de 4.000 m2 (2.000 $); nivel 2, con un límite de 20.235 m2 (2.500 $ cada 4.000 m2), y nivel 3, con proporciones ilimitadas (3.300 $ cada 4.000 m2). Luego, el procesamiento de productos varía entre los 3.500 y 10.000 $. Obtener un dispensario cuesta 2.500 $. Las licencias de investigación y desarrollo salen por 5.000 $. Por último, la licencia de transporte tiene un valor de 10.000 $. Además, se debe pagar un bono de seguridad, que puede costar hasta unos 3.000 $.
A principios del pasado mes de marzo, las autoridades gubernamentales de Jamaica anunciaron un plan oficial para apoyar a ciento veintiocho pequeños agricultores de cannabis. “A las comunidades participantes se les permitirá cultivar hasta diez acres de tierra. Deberán vender su producción a una persona que tenga licencia de la CLA, y esperamos que esté vigente en abril del 2023”, dijo el ministro de Industria, Inversión y Comercio, Aubyn Hill. Sin embargo, Thompson confirma: “El programa nunca se implementó”.
Copas, huracanes y genéticas híbridas
Por otro lado, la despenalización también otorgó a los rastafaris “poseer cannabis y realizar eventos en los que puedan utilizarlo sin ser objeto de persecución. Se les concedió uno de sus derechos sacramentales y fue una gran victoria para la comunidad, ya que en el 2015 pudimos organizar la High Times World Cannabis Cup –dice Thompson sobre el evento auspiciado por el medio de comunicación norteamericano–, que ayudó a proporcionar una medida tangible de los beneficios económicos del cannabis”.
En el mencionado torneo cannábico participaron diferentes artistas del reggae, amantes de la planta y cultivadores locales. “Por más extraño que parezca, los rastafaris no son los que más cultivan. La composición de productores es diversa –explica Thompson. Luego detalla–: En el espacio no regulado existen agricultores tradicionales, mientras que dentro de la regulación hay más empresarios, debido a la alta carga administrativa”.
En cuanto a las técnicas de cultivo, Thompson cuenta: “Desde la despenalización se ha visto un aumento significativo de las técnicas protegidas en interiores. Pero el cultivo exterior sigue muy vivo. Se utilizan más invernaderos como resultado de los cambios climáticos”. En el año 2021 Jamaica sufrió la peor temporada de huracanes de su historia, con más de treinta tormentas tropicales, que causaron estragos en la industria del cannabis. “Se destruyeron cultivos a lo largo de la isla”, recuerda Daneyel Bozra, granjero del pueblo de Accompong y director del Centro de Cannabis para la Cura del Cáncer de Jamaica y que detalla que pasaron de producir 300 kg anuales a 150 kg. Esto generó miles de dólares en pérdidas.
Thompson cuenta que las genéticas que suelen utilizarse son una mezcla de cepas locales y extranjeras. Si bien las landraces jamaiquinas son sativas, con una morfología acorde y efecto estimulante, la mayoría de las variedades que se cultivan hoy son cepas híbridas con predominancia índica. La razón de la cruza fue la prohibición, porque en la década de los setenta se recrudeció la persecución policial y los granjeros debieron acortar los tiempos de cultivo. Una de las genéticas más emblemáticas creadas en aquel tiempo es la Marley’s Collie. “Las índicas se popularizaron mucho. Fueron importadas y se mezclaron con las plantas locales, lo que resultó en una gran variedad de híbridas”, dice Thompson.
En cuanto a los métodos de fertilización y prevención de agentes externos, predomina la tendencia orgánica. “Tenemos confianza en la naturaleza. No la dominamos, sino que fluimos con ella”, dice Bozra. Luego cuenta que utilizan los cultivos de otras especies para realizar insumos. Por ejemplo, el mango con el que hacen compost. “A mí me gusta darles melaza. Alimenta los organismos en el suelo y produce más dióxido de carbono. También mojo cáscaras de banana y baño las plantas con esa agua”, dice.
Mientras que para el tratamiento de plagas se usan plantas que espantan a los insectos. Uno de ellos es el pimiento, un árbol que genera la pimienta de Jamaica. “Las arañas rojas son la peste más común”, cuentan los cultivadores, que, para combatirlas, mojan las hojas del pimiento y luego rocían el brebaje en la planta de cannabis. Por otro lado, los hongos no suelen ser un problema en la isla porque allí hay un promedio de veinticinco grados de temperatura todo el año. Sin embargo, hay lugares donde sí son un problema, como Black River: se practican cultivos hidropónicos en sus tierras pantanosas.
Sombras y avances de la regulación
Al igual que los cultivadores de cannabis, sus consumidores también son diversos porque “como jamaiquinos todos aceptamos al cannabis como parte de nuestra herencia cultural”, asegura Thompson. “Hay desde políticos, hasta médicos, abogados y pastores. Trasciende las clases sociales y económicas, aunque he observado que el grupo demográfico de mayor crecimiento entre los consumidores con fines terapéuticos son las mujeres –asegura, a pesar de que también admite–: Todavía existe cierto estigma hacia las personas que usan cannabis. Se ha reducido desde la despenalización, pero hay una clase de nuestra sociedad que habla muy fuerte en contra de la planta”.
Thompson celebra que se haya implementado la regulación, pero también asegura: “Se necesita una mejor aplicación”. Y explica: “Hay muchos dolores de cabeza en la interpretación de la ley. Vemos que lo que se pretendía no siempre coincide con la decisión de la CLA. Además, la banca es un problema importante porque limita las inversiones. En mi opinión, con un apoyo gubernamental podría mejorarse mucho”. En este sentido, Thompson se lamenta: “Los comestibles siguen prohibidos en el mercado local porque se pierden oportunidades de negocio”.
“El cannabis fue despenalizado en 2015. Es legal poseer 56 gramos, cultivar hasta cinco plantas y las empresas pueden obtener licencias. Pero tengo la impresión de que el Gobierno está preparado para vender la industria al mejor postor”, dice Triston Thompson, Director de la consultora Tacaya Limited.
Sin prisa, pero tampoco sin pausa, la industria del cannabis en Jamaica avanza. Las autoridades gubernamentales aseguran que desde el 2018 se han exportado unos 730 kg. Pero se desconoce cuánto dinero significa el mercado y a qué países han enviado la cosecha. “Tengo la impresión de que el gobierno está preparado para vender la industria al mejor postor en detrimento de los inversores locales”, dice sobre un acuerdo con Canadá, cuyos detalles no han sido revelados, para exportar cannabis al país del norte.
La idea de que Jamaica es la tierra del cannabis no es del todo cierta. A pesar de que parecería haberse dejado atrás la Ganja Law del año 1913, y su endurecimiento en décadas posteriores apoyado por las elites blancas y el Consejo de Iglesias Evangélicas, la prohibición no ha sido tumbada. Un ejemplo de ello es el caso de Charles Largie. Este rastafari se encuentra detenido desde febrero acusado de tráfico de marihuana tras un allanamiento policial en el que le encontraron casi 2 kg de flores. “No negamos que a mi cliente le encontraron ganja. Lo que decimos es que está ejerciendo su derecho como rastafari”, aseguró su abogado, Chamu Paris. Thompson dice: “La persecución a consumidores ha disminuido desde la despenalización. Pero todavía tenemos una ley sobre drogas peligrosas que castiga la tenencia superior de 56 g”. Luego agrega que aún existen granjas que no están en el circuito regulado y que siguen siendo asaltadas.
En un escenario repleto de grises, en Jamaica aún existen personas que son juzgadas por usar la planta del cannabis, a pesar de que se la reconoce como un sacramento religioso, mientras se convive con actores que aprovechan los espacios grises de la regulación para montar un negocio por la publicidad internacional que tiene la isla del Caribe con respecto a la planta.
Turismo cannábico
Norman Lawrence nació en Jamaica, pero a finales de los setenta se mudó a Chicago, Estados Unidos. Allí asistió a la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia y luego se convirtió en un ejecutivo que trabajó en finanzas corporativas dentro de Chase Manhattan Bank, Citicorp y First Chicago. Hasta que en el 2019 vio una nueva posibilidad de hacer dinero en su país natal. “Vimos la oportunidad de crear una plataforma para vincular propiedades amigables con la marihuana en Jamaica con una audiencia mundial que busca este tipo de alojamientos en la isla –dice Lawrence en diálogo con Cáñamo sobre Ganja Vacations, y explica cómo es su empresa–: “Piense en nosotros como un Airbnb, excepto que nuestras propiedades son aptas para el cannabis y ofrecen una variedad de experiencias con la planta que pueden reservarse en nuestro sitio web”. Algunas de ellas son visitas a dispensarios, recorridos por granjas, degustación de comestibles y actividades rastafaris.
Lawrence asegura que las reservas más populares que tiene Ganja Vacations son los tours de marihuana: “Casi todos son adquiridos por turistas que ya se encuentran en algún hotel de Jamaica –dice sobre los visitantes que buscan fumar marihuana y no saben dónde conseguirla–. Tenemos hoteles que cuestan 40 $ por noche y elegantes villas vacacionales que se alquilan por miles de dólares. El consumidor de cannabis viene con carteras de muchos tamaños, y nuestra intención es tener algo para todos”, agrega sobre las opciones de alojamiento.
Vale aclarar que en Jamaica es legal la venta de cannabis a personas extranjeras, siempre y cuando cuenten con una receta médica que les indique su uso. Para realizarlo hay que pedir un permiso en la CLA. Sin embargo, Lawrence nos cuenta lo siguiente: “Los pequeños hoteles son muy receptivos al turismo cannábico. Habitualmente ofrecen marihuana sin licencia a sus hospedantes. El cannabis es una de las principales razones por las que muchos turistas visitan la isla”.
Ante la pregunta sobre si Ganja Vacations tiene una licencia de la CLA para operar, Lawrence se niega a responder. Lo cierto es que dentro de la agencia regulatoria no existe esa categoría, por lo que opera dentro de un vacío legal y mal no le está yendo. Si bien cuenta que su boom de reservas fue durante el año pasado, Lawrence avanza: “Estamos haciendo planes para operar en otras regiones del Caribe”. Y concluye: “El futuro del turismo cannábico en Jamaica es brillante. No solo estamos más asociados a la planta que en cualquier otra parte del mundo, sino que también es un destino vacacional muy popular. Además, el gobierno ha anunciado planes para establecer a la isla como un destino de renombre mundial para el cannabis medicinal”.
El origen: cómo llega el cannabis a Jamaica
“El cannabis a Jamaica no llega desde África. Viene desde la India”. La persona que habla es Ariel Mogni, historiador y docente de la Universidad de Buenos Aires con un doctorado en la historia colonial de Jamaica. Porque para poder entender la historia cultural de la planta en la isla hay que remontarse a su historia política. Mogni cuenta: “La esclavitud en Jamaica termina en el año 1838. Pero no sucedió que al instante existieron asalariados libres. Van a haber unos cuarenta años en los que la mano de obra es reemplazada por la servidumbre”. El historiador explica que se trata de “un sistema bajo formas poco transparentes, en el que se convencía a personas de todo el mundo para trabajar en los lugares antes ocupados por los esclavos. En Jamaica van a ser las azucareras, donde principalmente llegan de India, mínimamente de China y de algunos lugares de África”.
“Con los indios llega el cannabis. Ellos lo llevan porque es un producto milenario y de consumo entre la población campesina”, dice Mogni sobre las bolsas que transportaron para consumir durante el viaje y semillas para cultivar. “La India tiene una zona tropical, así que las semillas que se llevaron prendieron muy bien porque tenían condiciones parecidas”, agrega el historiador. Así surgen las primeras landraces jamaiquinas, hasta que en los años setenta comienzan a ser cruzadas con las índicas.
Una vez que los trabajadores indios se establecen en la isla, el uso del cannabis comienza a popularizarse. “Los campesinos que trabajaban codo a codo fueron compartiéndose lo que fumaban. Hay que recordar que en esa época la medicina era principalmente herbal. Cuando se enfermaban iban a un curandero, que les hacía un té, y en esos términos se incorpora el cannabis”, cuenta Mogni sobre un fenómeno en el que también se entregaban las semillas.
Entonces, el campesinado jamaiquino empieza a cultivar cannabis en las huertas que tenían desde la esclavitud. Para entender por qué los esclavos eran dueños de pequeñas porciones de tierra hay que entender primero cómo funcionaba este sistema en el Caribe. “Las islas caribeñas tuvieron una sociedad racialmente diferenciada: una pequeña proporción blanca, propietaria y con derechos políticos, que van a formar las instituciones, y una enorme masa esclava”, dice Mogni sobre las personas que llegan principalmente del golfo de Guinea, donde ya había un mercado de esclavos. “Esto sucede a partir del siglo xvii, porque hasta ese momento la mano de obra eran convictos y presos políticos de Irlanda y Galicia, y no funcionaban por las condiciones climáticas. Así que van a buscar a los africanos”, cuenta el historiador.
Estas personas empezaron a trabajar en el cultivo de la caña de azúcar y, junto a sus amos y los posteriores trabajadores por servidumbre, formaron la sociedad jamaiquina. “Los habitantes originales de Jamaica eran los indígenas arahuacos. Pero cuando arrancó la colonización española, hubo una sobreexplotación y aniquilación completa de su población, principalmente, por cuestiones bacteriológicas: los españoles llevaban enfermedades para las que los indígenas no tenían anticuerpos, como viruela o simples gripes –y agrega el historiador–: Jamaica tenía muy poca importancia para España porque ven que el territorio mexicano es más potente en cuanto a la riqueza minera. Hasta que en 1661 Gran Bretaña toma posesión de la isla”, explica sobre cómo llega la lógica de los hacendados.
“El cannabis se consumía antes del rastafarismo porque era popular. Pero le dan una vuelta y buscan una explicación bíblica. Los rastas introducen al cannabis de manera pública, siendo tremendamente perseguidos” sostiene el docente Mogni.
“El plantador –dueño de las tierras– es un representante del estado al interior de su plantación y es quien ejerce la ley. Allí dentro hay hospitales, prisiones y entrega tierras: esto es un fenómeno caribeño, en el que se entregan pequeñas huertas a las comunidades esclavas. Es una forma de no tener que comprar los alimentos”, dice Mogni. Entonces, al abolirse la esclavitud, se conforma un pequeño propietario de tierras. “Es un fenómeno que no sucedió en otras islas del Caribe”, agrega el historiador. Estas huertas son los lugares donde los nuevos campesinos jamaiquinos comienzan a cultivar su cannabis, sumadas a tierras vírgenes que son tomadas por los asalariados que seguían siendo explotados y decidían escaparse de quienes pretendían sostener un sistema semiesclavo. “A partir de la segunda mitad del siglo xix, la economía jamaiquina funciona por la población campesina”, cuenta el docente.
El abandono del sistema esclavo no significa que Jamaica se convierta en una nación próspera y con ascenso social. Mientras la enorme masa campesina subsiste, una pequeña elite mantiene enormes privilegios. A partir de 1938, cuando sucedieron unas rebeliones laborales, surgió un nuevo actor: los mestizos, descendientes de esclavos y amos, que van a ser los profesionales que trabajan en la administración colonial y nuevos espacios del estado. En 1941 acontecieron las primeras elecciones para conformar un parlamento. “Los puestos políticos son ocupados por estos mestizos. Ellos son la burguesía”, explica Mogni.
Pero a medida que se conforman las elites gobernantes y capitalistas, surge también un movimiento que pretende dar fin a la explotación. Desde las bases campesinas, afrodescendientes y marginadas, nace el rastafari. “Hacia finales del siglo xviii, empiezan a llegar a Jamaica pastores bautistas de Estados Unidos. Son negros y ya venían haciendo un trabajo misionero. Es un cristianismo asociado a la descendencia africana”, explica Mogni en relación con un fenómeno que “marca la importancia de África en la historia universal, con referencias bíblicas de Etiopía y Egipto. Es una forma de reivindicarse donde ‘lo negro’ representaba lo malo, al sujeto oprimido”.
“Van a desarrollarse así determinadas variantes religiosas afrojamaiquinas, vinculadas a las influencias bautistas y a las prácticas que habían surgido al interior de las comunidades esclavas, como la posesión de espíritus –cuenta el historiador–. Ellos hablan del fin de los tiempos y la idea de los mensajeros, donde el contacto con dios es directo a través de sueños”, agrega sobre los acontecimientos que son llamados revivals.
Hasta que estas religiosidades jamaiquinas se enteran de la coronación de Haile Selassie en Etiopía en 1930. “Las personas lo asocian a la llegada del mesías. Esta persona se corona con un conjunto de apelativos que sacan de la Biblia, su abolición de la esclavitud y sus discursos. Selassie se toma como el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Etíope. En Jamaica se enteran por una revista, pero ¡en Etiopía no estaban ni enterados!”, dice Mogni.
Desde la década de los años treinta surgen las prácticas rastafaris. “Es un movimiento que reivindica lo negro para diferenciarse de la cultura europea. Buscan símbolos y ahí llegan los dreadlocks: unos jóvenes ven en un número del National Geographic una foto de los guerreros masái, de Kenia, que se hacían algo parecido a rastas con barro y el pelo les quedaba duro. A partir de eso empiezan a copiarlo –cuenta Mogni–. Pretenden construir una estética propia y antiblanca. El hecho de que lo hagan los sectores más marginales es de un nivel de consciencia brillante. Además, generaban horror entre el resto de la sociedad que pretendía ser europea”, dice. El cannabis es parte de estos elementos de identidad.
“El cannabis se consumía antes del rastafarismo porque era popular. Pero le dan una vuelta y buscan una explicación bíblica. Los rastas introducen al cannabis de manera pública, siendo tremendamente perseguidos. Es parte de su práctica porque sus reuniones están mediadas mientras fuman marihuana: discuten un tema y lo hacen con un porro para liberar las ataduras de la consciencia. Para el rastafarismo, la planta es una herramienta de inspiración identitaria y tiene que ver con oponerse al Estado que se lo prohíbe”, sostiene el docente Mogni.
Con los años, el movimiento rastafari se radicalizó cada vez más. Hasta los años sesenta lo conformaban las clases más bajas, pero con la llegada de Selassie se populariza. Además, en un mundo dividido por la guerra fría, entran otras influencias. “Llega el movimiento del Black Power desde Estados Unidos y empieza a hablarse del rastafarismo en las universidades. Hay un profesor marxista, Walter Rodney, que publica el libro The groundings with my brothers, donde dice que el sujeto revolucionario es el rastafari. Tanto es así que en 1979, en la isla de Granada, se va a dar una revolución estilo Cuba, donde va a haber comandantes rastafaris armados”, cuenta Mogni. Luego, la popularización mundial de Bob Marley & The Wailers llevó al movimiento religioso a cada rincón del planeta. El músico tenía una gran relación con una de las houses más importantes: las Doce Tribus de Israel; las houses son el tipo de organización rastafari.
El problema es Babilonia
Ante la consulta de si el rastafarismo es solo un movimiento religioso, Mogni responde con otra pregunta: “Una persona tiene un sueño en el que iba a tirar abajo el imperio Británico, ¿es religioso o político?”, dice. Entonces, explica: “La gente piensa en términos religiosos. Pero el movimiento rastafari, bajo un discurso religioso, tiene una propuesta política. La idea no es adorar a Jah (dios), sino terminar con la explotación. Su problema es Babilonia”.
Hasta el momento, la realidad cotidiana de la población jamaiquina no ha cambiado demasiado, incluso hasta se intensificaron los problemas. Según un informe de Naciones Unidas del año 2022, la isla es el país con la mayor tasa de homicidios del mundo, con un total de 44,68 casos cada 100.000 habitantes. “Se explica porque es un país pobre. Jamaica nunca ha tenido un desarrollo que permita determinadas calidades de vida. La violencia surge con bandas armadas que tienen que ver con el bipartidismo, que las utilizan para controlar regiones o barrios –opina Mogni, y añade–: La extensión del consumo de cannabis generó una gran red de comercialización ilegal, el caldo perfecto para el narcotráfico”. En este sentido, un informe del Departamento de Estado de Estados Unidos del 2019 sostiene que la mayor parte del cannabis jamaiquino termina en redes de comercio ilícito en el país del norte.
El gobierno de Jamaica ha apostado por la despenalización del cannabis. Pero, más que una solución a la violencia desatada, parece una apuesta para el negocio de pocos actores. Para Triston Thompson, de Tacaya Limited: “Los jamaiquinos necesitan ver políticos en la cárcel y no solamente personas desfavorecidas económicamente. Podría ser la mayor iniciativa para reducir la violencia”. Mientras, él y un gran conjunto de pequeños campesinos continúan su trabajo para hacer que la herencia cultural del cannabis no sea arrebatada por las clases dominantes que siempre han prevalecido en Jamaica.