Por encima de la Teranga flota con un aliento inconfundible nuestro aroma favorito. Un hilillo de humo que se escurre entre las bulliciosas aceras de Dakar y se desparrama con las corrientes de aire en cualquier dirección: hacia Saint Louis y sus demacrados edificios coloniales, hacia la región de Casamance y los guerrilleros ocultos en la arboleda, hacia la ciudad sagrada de Touba y todos los santos del islam que yacen enterrados aquí. Pocos países de África Occidental son tan permisivos con el consumo de cannabis como Senegal (aunque luego ahondaremos en su legislación) y no faltan “spots” de revista para inhalar el humo de los dioses y dejarse llevar por ellos en dirección a la psicodelia que domina una tierra plagada de realismo mágico de la mejor calidad. Oh, sí. Olvídate del maestro García Márquez y de las genialidades de Julio Cortázar, sacúdete de los huesos la imaginación machacada de realidad que describen los autores sudamericanos. La tierra senegalesa está escrita con un realismo mágico que escapa a los barrotes de la literatura para imprimirse con tinta de lluvia en su suelo, su subsuelo, sus raíces, sus venas palpitantes de magia imprevisible y desoladora realidad.
Se explica mejor con ejemplos. Tomemos a los Baye Fall, una secta de origen musulmán cuyos integrantes pueden verse a puñados en las ciudades más importantes del país. Encontrarlos es muy fácil: visten ropas coloridas y remendadas, parecidos a arlequines, y la mayoría de ellos dejan crecer su cabello en largas rastas. Pulseras, collares, anillos y colgantes les sirven de amuletos contra los males del mundo, que poco pueden contra ellos y su sonrisa encastrada a base de buenas obras y amistad. Un ojo inexperto los confundiría con rastafari. Pero son los Baye Fall o “baay fall”, en fin, seguidores de los legendarios Cheikh Amadou Bamba y Cheikh Ibraima Fall. Estos dos fueron los creadores de una cofradía musulmana conocida como muridismo. Ni idea, ¿a que no? Pero es de lo más habitual encontrar en los muros de las ciudades senegalesas imágenes pintadas de estos hombres nacidos a mediados del siglo XIX y cuya búsqueda de la virtud por medio de la bondad y la meditación todavía hoy se considera por los musulmanes más conservadores como una ida de olla de campeonato. Mientras en Europa no puede entenderse una cultura vinculada con la marihuana hasta bien entrado el siglo XX, los Baye Fall hace casi dos siglos que deleitan a la población local con su música (verlos a secas y verlos tocando un instrumento mientras caminan viene a ser lo mismo), a la que dejan revolotear su creatividad al compás de las volutas de humo.
¿Yerba de Ghana o del sur de Senegal?
Tampoco vamos a decir que la marihuana en Senegal sea como en Holanda, porque su cultivo, comercialización y consumo en el país africano es ilegal y, como ocurre en casi cualquier lugar del mundo, los ancianos que te vean dándole al canuto reaccionarán indignados. Dado que la religión mayoritaria en el país es la musulmana, tanto el consumo de alcohol como de cannabis no está bien visto de puertas para fuera. De puertas para dentro, sin embargo, la realidad (está realidad tergiversada y manchada de irrealidad) es bien diferente. Solo conozco a una chica francesa que se metió en problemas con la policía por llevar consigo un poquito de yerba, pero el asunto se arregló muy fácilmente: basta con agachar la cabeza, pedir disculpas, humillarte un poquito, sacar un fajo manoseado de francos CFA y ofrecer al policía de turno una donación para comprar sillas nuevas en la comisaría local. Si te meten en la cárcel en Senegal por consumo de maría, la condena se debería más a tu torpeza que al consumo de yerba per se. Palabra.
“Si te meten en la cárcel en Senegal por consumo de maría, la condena se debería más a tu torpeza que al consumo de yerba”
En cualquier caso, toda posible complicación relacionada con este asunto se soluciona actuando de forma inteligente y fumando en entornos seguros, casas de amigos, alojamientos, fiestas donde sepamos que los maderos no andan husmeando en busca de su botín. Y conseguir yerba en Senegal es tan fácil, tan barata, que no merece la pena llevarla con nosotros en nuestros viajes de una zona a otra. Basta con comprar en cada parada y tirar lo que sobre a las palomas.
La marihuana en Senegal se conoce como “Yamba”, y como tal deberemos nombrarla cuando preguntemos por nuestra feliz amiga. Marihuana, ganja o weed también se entiende, pero no siempre. Yamba es la palabra clave. Podemos preguntar a los rastafaris y los Baye Fall que nos encontremos (ellos nos guiarán sin problema) o visitar las zonas turísticas de cada localidad, donde habrá un hombre muy simpático que venga a ofrecernos. Suelen venderla envuelta en forma de cono con papel de periódico. Por ejemplo, en Dakar apenas tarda uno cinco minutos en abastecerse en el barrio de Les Almadies (por cierto, este es el punto más occidental de todo el continente africano), allí donde hordas de expatriados franceses se reúnen a hincharse a cervezas durante las horas nocturnas. Es tan fácil… Y los precios son de broma. Un gramo cuesta unos 1.000 francos CFA (1,5€) y tendrían que timarte mucho para que los precios sean similares a los de Europa.
Igual que ocurre en Dakar, cualquier zona turística en Senegal suele contar con un vendedor de yerba rondando, acercándose a los turistas, arrullándoles, sonriendo, haciendo amigos, ofreciéndose a hacer de guía por un presupuesto extra… Lo bueno de Senegal es que tu camello también puede ser también tu guía, tu compañero de aventuras y tu mejor amigo, todo por un precio bastante asequible.
La hierba de peor calidad viene de la región de Casamance, al sur del país, mientras la de mejor de calidad suelen traerla desde Ghana. Pero ándate con ojo. También hay camellos avispados que te dan gato por liebre cuando se cogen confianzas, y llegado el segundo o tercer encuentro con ellos, te venden sin inmutarse hojas de maría en lugar de los cogollos propiamente dichos, aunque, mirando el lado positivo, por ese precio tampoco está mal si queremos condimentarnos un plato de macarrones. Lo suyo es ir siempre con firmeza y decirle al vendedor que no nos time, que nos las sabemos todas y más, que prácticamente hemos comprado más yerba en Senegal que chapatas en la panadería de nuestro barrio; en definitiva, que no nos tomen por tontos, porque en Senegal al que ven con cara de tonto le dan la vuelta a los bolsillos y se los sacuden hasta que caiga toda la calderilla.
Dakar, Saint Louis y Casamance
Existen tres zonas fundamentales para conocer Senegal mínimamente y disfrutar de la polvorienta psicodelia que resbala a goterones en su caluroso clima: Dakar, Saint Louis y Casamance.
Dakar es la capital. Es bullicio, caos, estruendo, polvo, mierdas de caballo empotradas en los charcos de la calle. Igual que te encuentras a un grupo de expatriados franceses organizando una barbacoa y vestidos de primera comunión, doblas la siguiente esquina y tropiezas con una banda de niños descalzos que agitan sus latas de tomate y te persiguen para que les des unas monedas. Un Porsche Cayenne ruge por la calzada (BRUUUM) sobresaltando a las cabras atadas en las puertas de los negocios (BEEEEE), y lo hace seguido de cerca por un taxi pintarrajeado de amarillo que parece un homúnculo construido a base de piezas reutilizadas de lo que fue un Mercedes (TROPTRAPTROPTRAP). El mundo se derrumba y se vuelve a levantar al mismo tiempo en la ciudad de Dakar. Los edificios coloniales que están desmoronándose se mezclan con las columnas de cemento a medio construir de las obras. En los agujeros de la ciudad se esconden los locales para beber té y fumar cachimba caducada, mientras el norte de la ciudad, conquistado definitivamente por los europeos, lo componen bonitos bares a pie de playa donde se reproduce el típico modelo colonial en que los africanos sirven cervezas frías a los caprichosos franceses.
“Dakar es bullicio, caos, estruendo, polvo, mierdas de caballo empotradas en los charcos de la calle”
Dakar es una ciudad adolescente, vigorosa, extrema y mucho más internacional de lo que uno pensaría. Chinos, libaneses, italianos, nigerianos, turcos, indios, españoles, todos se juntan aquí. Pescadores, banqueros, traficantes, fugados, periodistas, militares retirados. Todos conviven aquí sin importunar a nadie. Entre que conseguir marihuana en Dakar es pan comido, y que tratándose de una capital no le importa demasiado a nadie lo que hagas con tu vida, la libertad que uno experimenta aquí es poco común en las grandes urbes del norte del mundo, que circulan envueltas en una agobiante capa de normas y leyes estúpidas. Es cierto que, en otras ciudades africanas más pequeñas, como Bisáu o Banjul, los secretos no existen para la población local y todo el mundo sabe lo que haces casi antes de que se te ocurra hacerlo, pero Dakar no es así. El punto más occidental del continente es especial. Fúmate un porro en la playa de Mamelles, en la piscinia del hotel Savana, en alguna de las atracciones del Magic Land, que siempre parecen a punto de desplomarse pero que aguantan contra todo pronóstico.
Coge el barco (sale cada 30 minutos, todos los días) que lleva desde el puerto de Dakar a la Isla de Gorée y fúmate allí otro porro, fúmate dos. La isla fue utilizada durante un par de siglos como punto de salida para los barcos esclavistas que navegaban en dirección a América, algo espantoso, pero Senegal se derrumba y vuelve a comenzar, y Gorée es hoy uno de los puntos artísticos con más encanto de la capital. Las casas pintadas de colores vivos contrarrestan el oscuro pasado que todavía se retuerce en sus entrañas. Decenas de artistas viven aquí, como amontonados, pintando cuadros y escribiendo cuentos y tallando figuras de madera y mirando al infinito y modelando sueños sin mover un músculo de las mejillas. Pregunta por el sótano del cañón de la isla, que es donde se guardaban las municiones del malicioso aparato de hierro, y zigzaguea por sus laberintos oscuros. De cuando en cuando, asomarán los ojos relucientes y enrojecidos de un artista que se acurruca expectante en su agujero; siéntate con él y escucha lo que tenga que decirte sobre el delirio creativo. Fúmate tres o cuatro porros con él y déjate llevar. Porque Gorée es el punto de Senegal que quizás tenga una mayor densidad de Baye Fall por metro cuadrado.
Saint Louis tampoco puede faltar en una visita a Senegal. La que fuera capital de la colonia francesa de África Occidental es hoy una exagerada mezcla entre el pasado y el presente de esta fantástica nación. Podríamos decir que la ciudad está dividida en tres partes: la ciudad colonial, el barrio de los pescadores y los suburbios. Los suburbios no merecen la pena. La parte colonial, sin embargo, inscrita en la lista senegalesa de Patrimonio de la Humanidad, posee un tipo de encanto ruinoso que es ideal para… bueno… ya sabes… fumar. Encontrar yerba en el barrio colonial es más fácil que beber un vaso de agua y solo hace falta preguntar a cualquiera de los cientos (o miles) de hombres que te asaltan para venderte dibujos, pulseras y baratijas de todo tipo que permiten al viajero regresar al hogar con un saco de tesoros buenos, bonitos y baratos.
Lo único que hay que tener en cuenta en Saint Louis es que son tantos turistas los que visitan esta ciudad, que la población local se ha acostumbrado más de la cuenta a timar a los extranjeros. Es un poco rollo. Regatear una o dos veces puede llegar a ser divertido, como si fuera una parte imprescindible del viaje, pero llega un momento en que uno no sabe siquiera lo que cuesta un café. Los taxis te intentan timar si te ven con cara de pardillo, los baristas, los artesanos, los camellos, etc. Esto provoca que uno termine de mal humor. ¡Oiga, que no soy rico, a ver si le queda claro! Lo gritas a todos y nadie te cree. Mala cosa. Por eso es mejor ir a Saint Louis con la mente preparada para el desgaste que supone pelearte con diez personas al día. Una vez le pillas el tranquillo a esto de las peleas, el asunto se vuelve más sencillo.
“De cuando en cuando, asomarán los ojos relucientes y enrojecidos de un artista que se acurruca expectante en su agujero; siéntate con él y escucha lo que tenga que decirte sobre el delirio creativo”
Adjunto para beneficio del lector un método de regateo infalible en Saint Louis. El primer día no puedes comprar nada. Limítate a pasear entre los negocios con mirada de circunstancias, como preocupado por algo, y cuando alguien se te acerque con intención de venderte sus bienes debes decir que estás muy preocupado porque quieres hacer los regalos adecuados a tu familia, pero cae la breva de que eres una persona muy insegura. Ellos te jurarán por sus antepasados que los productos que tienen en venta son los mejores regalos del mundo, sin excepciones, pero tú deberás mantenerte fuerte frente a su acoso. Suspira, solloza si lo ves necesario, y sacude varias veces la cabeza con tristeza. Comenta que quieres asegurarte bien de lo que regalas y que ese día te limitarás a observar las tiendas interesantes de la ciudad. A diferencia de Dakar, en Saint Louis todo el mundo se entera de todo. Pronto correrá el rumor de que un extranjero alicaído ronda entre las tiendas como recién llegado del funeral de su abuela y que no compra nada a nadie. Te dejarán en paz.
Al día siguiente (o mejor, dos días después), dirígete a las tiendas que más te gustaron y camina directo a los productos que deseas. Cógelos, estúdialos sin desprenderte del airecillo triste y haz tu oferta. En el momento en que el vendedor te haga una contraoferta, di la frase siguiente, y aquí está la clave de todo: “Amigo vendedor, si yo pienso igual que tú, es más, pienso que este maravilloso producto vale en realidad cinco veces el precio que tú mismo me pides, o diez, y me avergüenza en lo más profundo de mi corazón haberte hecho una oferta tan miserable. Sin embargo, no soy un hombre/mujer con mucho dinero, es más, tengo poco dinero, y no puedo hacer otra cosa. Siento vergüenza, pero es lo que hay. Entiendo que no quieras vendérmelo, pero no puedo hacer otra cosa”. Luego suspira, llora, mira al suelo, haz el amago de irte porque no aguantas la humillación. El vendedor sentirá tanta pena por ti que se le ablandará el corazón. Esta estrategia funciona nueve de cada diez veces a la hora de regatear, palabrita. Y vale igual para la yerba o para cualquier producto que se te antoje.
El barrio de los pescadores de Saint Louis es diferente a todo lo anterior. Conozco a gente que no está acostumbrada a visitar países en vías de desarrollo, a quienes pasear entre los pescados podridos y pisoteados, sorteando boñigas de cabra y observando las casas en ruinas a pie de playa donde familias enteras viven hacinadas, les supone una gran impresión. A mí, personalmente, me gusta mucho el barrio de pescadores. Es donde está la gente de verdad, los que no quieren nada de ti. Te miran pasar, te invitan con amabilidad a tomarte un té sentado junto a ellos en la calle. La belleza de los cayucos pintados de todo tipo de colores rivaliza sin ruborizarse con los suntuosos edificios coloniales, mientras lo que unos pueden considerar basura (los peces desechados, las boñigas, los olores putrefactos) es en realidad la estampa original de todos los puertos del mundo. Es la realidad. Y la realidad huele que apesta, por eso es tan bonita, porque tiene olores propios de los que nadie puede escapar. Un puñado de realidad siempre entra bien con el humo de la marihuana, o eso creo yo.
La tercera y última parada es Casamance, al sur de Senegal y haciendo frontera con Guinea Bissau. Y aquí tengo una sorpresa. ¿Recuerdas que dije que la hierba de peor calidad venía de esta región? Pues bien. Esta yerba que se cultiva en Casamance sirve para nada más y nada menos que financiar a la guerrilla más longeva del continente africano: Attika. El brazo armado del MFDC (Movimiento de Fuerzas Democráticas de Casamance). Este grupo secesionista que pretende configurar un Estado independiente de Senegal estaba financiado en su edad dorada por los regímenes militares de Libia e Irak, pero cuando los yanquis se apiolaron a los dictadores de sendos países, los casamanceses se quedaron con una mano delante y la otra detrás, por lo que su efectividad ha recaído bastante. Hace unas semanas que estuve con ellos por última vez (algunos de sus comandantes y yo nos llevamos bastante bien) y no tenían balas ni para espantar a los monos. Ahora funcionan como una suerte de mafia que se encarga del contrabando de personas que se dirigen a Europa, madera de teca que venden a China y yerba para consumo en la región. Sí. Sabemos que la mayoría de las drogas sirven para financiar guerrillas y demás, pero es que en Senegal tienes la ocasión de fumarte la yerba en el mismo lugar donde opera dicha guerrilla. Está chulo. Y como no tienen dinero para armas, pues la zona es bastante tranquila de visitar desde hace varios años.
Aunque el Cabo Skirring es la zona más popular para quienes visitan Casamance, yo prefiero un pequeño pueblo pesquero de playas descomunales, de nombre Kafountine. La mayoría de quienes aterrizan aquí son o bien mochileros desorientados o jubiladas del norte de Europa en busca de carne joven con que saciar su lascivia. Recuerdo estar aquí una vez, fue en 2019, y sufrir los tormentos de una sueca que parecía estar viviendo una segunda juventud en compañía de un senegalés de veinte años. Como ninguno de los dos hablaba el idioma del otro, entre polvo y polvo la mujer se aburría, y venía constantemente a mi bungalow para fumar porros y hablarme de la importancia que supone, llegado un momento en la vida, escuchar grabaciones de cantos de ballena. Pasamos una semana única aquella sueca, el senegalés y yo, la mayoría del tiempo en silencio, escuchando en modo repetición los sonidos de ballena mientras fumábamos porros que nos vendía un rastafari que dividía su tiempo entre tallar figuras y escribir poemas que no rimaban.
Parece un chiste, pero no lo es. Es Senegal. Un mundo diferente, dinámico, humeante y repleto de vigor adormilado, o somnolencia vigorosa, según se mire. Un mundo contradictorio y único. Un pequeño remanso de placer para quienes busquen un escenario poco común donde disfrutar de la compañía de María.