Laos está localizado en el Sudeste Asiático, encerrado entre Vietnam, Tailandia, Camboya, Birmania y China. Atravesado por el río Mekong y habitado por siete millones de personas, cuyo mayor propósito en la vida es buscar la felicidad, por lo que, si a un laosiano no le hace feliz su trabajo, lo deja. Me gusta este país. El ochenta por ciento se dedica a cultivar su propia comida, y aunque tienen un régimen socialista, su economía está abierta a las inversiones y está capitalizando el negocio del ecoturismo con tours a montañas alucinantes, lagos encantados, paseos por ríos en barco, kayak o a nado, cuevas imposibles con ríos subterráneos. Laos es una pasada: un país en el que conviven cuarenta y nueve grupos étnicos, con unas ciudades que tienen un aire francés casi tropical, pero están llenas de templos budistas. Sus aldeas son pintorescas, con casas de madera sobre pivotes y zancos.
Entramos por el norte vía Vietnam. Unos colegas activistas me habían regalado un poco de marihuana de la buena en Hanói, y mientras lío un porro en la ciudad fronteriza de Dien Bien Phu hay frases que dan vueltas en mi cabeza. “Seiscientos euros de multa si te pillan con mota”; “La policía tiene un buen olfato para detectar el olor”; “Te quitan el pasaporte”; “Vas a dar a la cárcel de Laos”. Cruzar con el par de gramos que tengo, ni pensarlo, así que me doy a la tarea de fumármelo todo mirando desde el balcón de nuestro hotel a veinte kilómetros de Laos. El cruce fronterizo es engorroso, y después de pagar la visa para entrar al país te pedirán un dólar aquí y un dólar acá: por revisión médica que consiste en apuntarte con una lucecita en la cara, una donación obligatoria para el fondo turístico, etc. La maleta ni la revisaron ni la bajaron del autobús; podría haber pasado un par de gramos sin problema. Pero ¿vale la pena arriesgarse?
El norte del país está lleno de montañas, ríos y cascadas con ecotours bastante potentes para todos los gustos, desde un medio día en la selva hasta un arduo paseo de tres días de senderismo que muchas veces incluye kayak. Aquí en el norte, en ciudades como Luang Namtha o Luang Prabang, está lleno de monasterios y templos budistas con aldeas tradicionales en el medio. Es una delicia poder fumarse un porrito en aquellos bosques frondosos. Pero conseguir marihuana en el norte de Laos es difícil, la gente tiene una mentalidad más rural y religiosa y está mal vista; además, todavía no es un destino tan turístico.
Caminando a la vera del río en Luang Prabang, un conductor de tuk tuk me ofrece marihuana; quiere ciento cincuenta mil kips por una bolsita, que al olerla me produce una especie de náusea como la que me da cuando huelo mota de mala calidad. ¡Quince euros por marihuana de mala calidad! Al alejarme escucho que se baja hasta cien mil kips. La mejor forma y más segura de comprar marihuana en Laos es preguntar a los conductores de tuk tuk, sin embargo, todos van a querer venderte por lo menos veinte dólares gringos por su bolsa de dudosa calidad. Ya me resigno a no fumar marihuana en este reino de elefantes y flores de loto.