Hace mucho, mucho tiempo, en este mismo planeta, nuestros antepasados, aún homínidos, vivían plácidamente en armonía con la madre Natura. Un buen día, uno de ellos, en plena pelotera por un quítame allá esas pajas, cogió un pedrusco y se lo estampó en la frente a su interlocutor, a lo que todos los presentes, estupefactos, exclamaron: “¡Uuuuuuuuuu… Menudo hostión!”. Y pensaron para sí mismos: “¿Cómo no se me había ocurrido a mí antes?”. Había nacido la Edad de Piedra, y los sabios del lugar concluyeron que ya estaba todo inventado.
Patatas
Muchos, pero que muchos siglos después, George Crum, chef del restaurante neoyorquino Moon Lake Lodge’s, harto de las recriminaciones de un cliente habitual al respecto del excesivo grosor de las patatas fritas que servía en sus platos, decidió hacerle la puñeta y se las cortó tan, tan finas que no pudiesen pincharse con el tenedor. Habían nacido las patatas chips. El chef se las sirvió con gesto de “ahora vas y te las comes” y, efectivamente, el cliente quedó encantado, como lo seguimos quedando millones de habitantes del planeta a día de hoy. Era el año 1853.
Bajalenguas
En 1879, Thomas Alva Edison inventó la bombilla. Pero no fue hasta hace apenas unos años que a alguien se le ocurrió acoplar una a los bajalenguas empleados por los médicos. Aunque la autoría de este invento –como tantas veces sucede– es controvertida, personalmente me quedo con la versión de la madre que llevó a su hija al doctor y al ver el lío que se estaba montando –el médico diciendo: “Abre la boca, di ‘aaaaaaaaaaaaa”; para luego introducir el bajalenguas con una mano; alumbrar con la otra; pedirle ayuda para que sujetase los labios de su hija porque los cerraba continuamente…–, pensó: “Pero… ¿y esto? ¿Por qué no le ponen una bombillita al extremo del bajalenguas y así se quedan con una mano libre?”. Se hizo millonaria.
Cannabis
Hace unos días estaba tomando una copa con un colega y vi que al lado mío había un recipiente con un colador encima lleno de marihuana. Levanté despreocupadamente el colador y vi que el recipiente estaba cubierto por un finísimo polvo. Inmediatamente le pregunté:
– ¿Puedo meterme un tiro?
A lo que me contestó:
– ¿De eso? ¿Pero pone?
– Y yo qué sé. Eres tú el omnitoxicómano. Yo cannabis no tomo. ¿Lo has probado alguna vez?
– No.
– ¿Me dejas?
– Claro, claro, hazte dos para cada uno.
Mientras lo hacía me venía a la mente algo relacionado con la solubilidad del cannabis, su uso milenario como psicotrópico y la improbable eficacia del método esnifado habida cuenta de dichas cuestiones. Pero, ¡qué cojones!, ya que estábamos había que probarlo: aunque la probabilidad fuese de una entre un trillón, no podíamos dejar pasar la oportunidad de iniciar una nueva era en la historia de la humanidad. De tal manera que, procedimos, y esto es todo lo que pasó después:
– ¡¡¡Aaaaachús!!!
– ¡Jesús!
– ¡¡¡Aaaaaachús!!!
– ¡Jesús!
– ¡¡¡Aaaaachís!!!
– ¡Hachís!
Como les digo, eso fue todo. Ni colocón ni leves síntomas de estimulación ni nada, solo desagradables estornudos. La ciencia de la Tercera Fase requiere a veces de estos sacrificios.