Esteroides
¡¡¡Qué pereza!!! Si pienso en ellos y en quienes los toman, lo que me viene a la cabeza son las privaciones.
Privaciones y más privaciones unidas a esfuerzo, sacrificio, constancia, disciplina, regularidad, dedicación y paciencia a la hora de levantar y volver a bajar determinada cantidad de kilos un número concreto de veces hasta completar una serie.
Privaciones y más privaciones unidas a esfuerzo, sacrificio, constancia, disciplina, regularidad, dedicación y paciencia a la hora de levantar y volver a bajar determinada cantidad de kilos un número concreto de veces hasta completar una serie, para luego repetir la serie en otras tantas ocasiones y volver a hacer lo mismo introduciendo las oportunas variaciones posturales hasta terminar el entrenamiento, después del cual uno puede darse una pequeña alegría y pasar de medir la vida en kilos a hacerlo en gramos, aunque no precisamente de farlopa sino de pechugas de pavo, de pescados a la plancha y de yogures desnatados...
¡Jesús, con el “culto al puerco”!
Pero es que, en este valle de lágrimas, hay que estar guapos a la par que leídos, y esto es lo que hay... A no ser que, como en mi caso (diagnosticado certera y repetidamente por mi chica), uno sea un “no guapo” y, frente al absurdo de luchar contra la propia naturaleza, pueda dejarse de gimnasios, dietas y rutinas y lanzarse a tumba abierta a una vida de excesos, desparrame, descontrol, cachondeo, drogas y alcohol.
Y en esas estamos y, curiosamente, eso es lo que nos llevó hasta los esteroides anabólicos androgénicos (EAA, roids para los amigos). Porque resulta que los roids, aparte y más allá de ponerte cachas, pueden afectar a tus emociones y a tu conducta, pudiendo producir algunos efectos secundarios especialmente interesantes, como cambios de humor, conducta irracional, incremento de la agresividad (“ira esteroidea”), irritabilidad, depresión y alteraciones de la libido.
Eso, precisamente, es lo que quería yo alterar: la libido.
‘Turbo-lover’
Después de un largo período de ramadán sexual, de desinterés por el sexo, por las relaciones amorosas y por “ellas” en general, un buen día o una aciaga noche –que ni ella ni yo lo terminamos de tener claro– comencé un lío con una hija del 69 y rompí mis votos de castidad.
Consumado el pecado y una vez que la otra parte se hubo familiarizado con mis exasperantes desórdenes sexuales, me dije: ¡es el momento de activar el turbo-lover! Y me pregunté: ¿qué se puede tomar al efecto? Y me acordé de todos esos mariconazos superguapos, supermazas, superguais que, cuando van ciclaos, se ponen hiperburros y no piensan en otra cosa más que en follar. “¡¡¡Me lo pido!!!”, exclamé para mis adentros. Y me lo pedí. Y me lo metí para mis adentros. Y... bendita la hora.
Expectativas y realidad
De entrada no noté nada en especial (luego supe que el efecto tarda en percibirse más de lo que yo tenía en mente). Así que me dio por leer. Me introduje en los foros de culturismo y me sentí completamente perdido: para aclararme con el tema, habría tenido que dedicarle tantas horas como los foreros le dedicaban al gimnasio, y yo quería aumentar mi libido hasta el infinito y más allá por la vía rápida, no haciendo un máster online sobre EAA. Así que, vencido por la pereza y las prisas, abandoné el camino de la sabiduría y regresé al del instinto, donde caí presa de los nervios, la paranoia y la falta de método y organización.
De mis lecturas escasas, por encima y en diagonal, me había quedado con la pléyade de posibles efectos secundarios a los que, desde el primer chute, había quedado expuesto: ginecomastia (desarrollo de senos), atrofia testicular (disminución del tamaño de los testícu- los), reducción de la cantidad y calidad del semen, alopecia, acné... y otros que afectaban al hígado, al sistema cardiovascular o a la salud mental y que me importaban incomparablemente menos. De tal manera que, inmediatamente, igual que había conseguido los esteroides para aumentar mi libido, me ocupé de comprar las preceptivas pastillitas que evitarían que se me encogieran los huevos, me salieran tetas y me quedase calvo.
Pero ya era demasiado tarde: le había enseñado a mi chavala un vídeo en el que una atlética rubiaca se dedicaba a reventarle los huevos a puñetazos y a patadas a lo que parecía un complacido esclavo o cliente. Mi chica no tardó en advertir que el menda tenía unos testículos enormes, lo que me llevó a fijarme en los míos y a ser consciente de sus ridículas dimensiones. ¡¡¡Horror!!! De ahí a verme las tetillas creciendo y la piel grasa y sudorosa solo hubo un paso. Y la cosa se salió de madre cuando, tras repetidas dificultades para correrme en encuentros sexuales bañados hasta el tuétano de alcohol, MDMA, coca, meth, jamaro, 2CB (a veces todas juntas, otras veces casi todas o al menos la mitad), logré hacerlo y la respuesta de mi partner no fue otra sino: “Ya, pero una mierda de corrida”. Ja, ja, ja, efectivamente, la cantidad de semen era notablemente pequeña. Ya solo me faltaba sufrir la ira esteroidea y entrar en brote psicótico...
Y eso hice: en una de las mencionadas liadas (esta en concreto creo que fue de alcohol, M, coca, 5-MEO-DMT y 2CB) terminé leyéndole la cartilla a mi chica mientras buscaba el asentimiento de otras personas que no estaban presentes en la habitación pero a las que yo veía sentadas en varios puntos de la sala siguiendo con atención mis argumentaciones. Afortunadamente, “bicha mala” supo tratarme con tacto, amor y paciencia hasta que me quedé dormido. Por la mañana, nada más despertarme, le di los buenos días pensando que era un párroco que me había dado cobijo y atención sanitaria (de salud mental) la noche anterior. Según fui a mear me di cuenta de que era mi novia y pude reaccionar a tiempo y actuar con normalidad.
Cuando volví a casa me ocupé rápidamente de buscar algún experto en esteroides que me pudiera informar de cómo parar aquello, que me dijera si tenía que dejar de tomar todo el pastillamen de golpe, poco a poco, en tal o cual cantidad, durante cuánto tiempo... Su respuesta fue la siguiente: “Mira, para cuando se es mayor hay una testosterona que se llama Nebido y que dura 2-3 meses, pero debes ir a tu médico y que te la recete”. Además, me dijo que probablemente el roid que había tomado era de palo, un fraude, y que realmente no me habría hecho nada de nada (y, ciertamente, en lo que respecta a los efectos deseados –aumento de la libido– nada había obtenido, pero de los negativos e indeseados me había llevado el pack completo).
En fin, que corté el rollo y, por mera curiosidad, busqué Nebido en Google. Me encontré con que eran ampollas de un decanoato de testosterona en solución inyectable. Volví a leer en diagonal y, lógicamente, me topé con los mismos posibles efectos secundarios: ginecomastia, alopecia, acné, cambios en la libido, hostilidad...
¡¡¡Atrássss!!!! ¡¡¡Atrásssss!!!! ¡¡¡Vade retro, Satanássss!!!
De la que nos hemos librado
Finalmente, me había quedado claro que esto de los esteroides no es para mí. Es para gente guapa y leída, y yo soy un “no guapo” que lee poco y en diagonal. Por otra parte, concluí que todo había sido para bien: creo que ni yo mismo me hubiese soportado más que un ratito si la testo realmente me hubiese elevado la libido hasta el punto de no poder pensar en otra cosa más que en follar... ¡¡¡Qué pereza!!!
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