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La tarta de Mamá

Mamá preparó con maternal esmero una tarta para una fiesta de su hijo, una tarta sorpresa cuyo ingrediente secreto era el hachís. Un buen regalo.

Mamá preparó con maternal esmero una tarta para una fiesta de su hijo, una tarta sorpresa cuyo ingrediente secreto era el hachís. Un buen regalo, una especialidad de la cocina cannábica, con el polen diluido en mantequilla, como tiene que ser. Una tarta sorpresa que llevó al hospital a los comensales de la party.

El hachís ingerido redobla su potencia, y su tardanza en producir efecto incita a un consumo excesivo, incluso para un fumador experimentado. Lo sé por experiencia; hace muchos años un pastel semejante y abundante nos dejó groguis a unos cuantos colegas, que comprendimos por qué la peña de Baudelaire se llamaba de los comedores de hachís y no de los fumadores de hachís. Ambas historias –la de la madre de hoy y la nuestra de ayer– terminaron sin grandes problemas médicos; no hubo sobredosis sino un estado de estupefacción –que viene de estupefaciente–, un buen susto y una experiencia en mi caso muy interesante y aleccionadora.

"A uno le dio por llamar a la policía, a otra por encerrarse en un armario, y a mi y al anfitrión por deambular por los pasillos"

Aquel día no había comido casi nada al mediodía y ataqué la tarta con voraz apetito, pero mi estupefacción se vio reforzada por las extrañas consecuencias que su consumo tuvo para los comensales. Inesperada e injustificadamente, mi amigo Felipe decidió que había que llamar a la policía (¿?) y mi amiga Françoise optó por encerrarse dentro de un armario para ocultarse de ella misma y escapar de la paranoia generalizada. Al anfitrión y a mí nos dio un colocón ambulatorio y recorríamos el pasillo de la casa de arriba abajo y de abajo arriba, y cuando nos cruzábamos repetíamos, cada vez con menos convicción: “A mi no me ha hecho casi nada” o “No es para tanto”. Hubo risas tontas, amagos de ataques de ansiedad y una sensación colectiva que luego nos recordaría la escena final de El ángel exterminador, de Buñuel: por mucho que lo intentábamos no conseguíamos atravesar la puerta del piso y salir al aire libre. Al día siguiente cruzamos testimonios de nuestras experiencias y coincidimos en respetar los poderes alucinatorios de una sustancia que consumíamos habitualmente en forma de cigarrillos.

La anécdota convertida en noticia de la tarta de mamá no tuvo más consecuencia que el susto de los afectados y las posibles complicaciones legales que la cocinera y los distribuidores pudieron sufrir. El desconocimiento, la desconfianza y las suspicacias que rodean el mundo de esas sustancias que lalegalidad vigente considera drogas ilegales son la causa de la mayor parte de los problemas generados por su consumo, indiscriminado y a veces suicida.

 "No existen oficinas de información al consumidor, ni dealers concienzudos"

Al igual que conocemos los nocivos efectos de una intoxicación etílica, deberíamos estar informados sobre el uso y las consecuencias, las dosis y las preparaciones de algunas sustancias que están al alcance de cualquiera, malas o buenas hierbas o productos farmacéuticos.

Especial importancia tiene la dosis, que dependerá de la potencia de la variedad utilizada. No es lo mismo cocinar con una Og Kush o una Bubba Kush de hasta 24% de THC, o con una variedad de alto CBD.

En algunos de esos festivales multitudinarios del verano he visto casetas de información en las que amables voluntarios analizan los productos de la venta clandestina y avisan de la peligrosidad de ciertos compuestos y de ciertos individuos sin escrúpulos. 

No existen oficinas de información al consumidor, ni tampoco existen aquellos dealers concienzudos y concienciados que antes de vender sus productos experimentaban en sus propios cuerpos con ellos; esa sí era una profesión de alto riesgo, y no abundan los supervivientes en ejercicio. 

Texto: Moncho Alpuente.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #205

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