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El cannabis en Bolivia

Hace un par de meses tuve una agradable sorpresa al mirar por mi ventana hacia la construcción que había junto a mi casa. Dos albañiles aprovechaban el horario de almuerzo para escabullirse por los pasillos de la obra gruesa del nuevo edificio y encontrar un lugar apropiado para fumar una pipa de marihuana.

Hace un par de meses tuve una agradable sorpresa al mirar por mi ventana hacia la construcción que había junto a mi casa. Dos albañiles aprovechaban el horario de almuerzo para escabullirse por los pasillos de la obra gruesa del nuevo edificio y encontrar un lugar apropiado para fumar una pipa de marihuana. Hace unos años imaginar algo así era absurdo. Si digo que fue una agradable sorpresa no lo hago por hacer apología de nada, simplemente me alegro porque ese albañil es un hombre trabajador, que se dedica a ganarse la vida honestamente y de alguna manera no encaja en el molde que ha impuesto la sociedad boliviana para los afectos al humo.

Ese mismo día en las noticias se veía cómo dos adolescentes habían sido capturados fumando marihuana en un mirador. Fieles a la morbosidad, los periodistas filmaron cómo metieron a los jóvenes a la patrulla, mientras los arrestados se tapaban la cara como si fueran peligrosos criminales y no simples consumidores. Unos días después las noticias mostraban la captura de una agresiva pandilla de la ciudad de La Paz. Entre las cosas que les encontraron había un poco de marihuana. Los periodistas resaltaron este hecho como si tuviera una relación directa con la acción criminal de los pandilleros, lo que realmente resulta llamativo si tomamos en cuenta que, además, les encontraron pasta base y flunitrazepam (una combinación bastante desquiciada). Esta es una muestra de la percepción social de la marihuana en Bolivia. Tanto el estado como los medios de comunicación han generado una política de criminalización extrema contra el uso de esta planta y, por lo mismo, han cortado todo resquicio que busque resaltar sus demostradas cualidades medicinales o terapéuticas. El principal problema en este sentido es que Bolivia es un país productor de cocaína. Por lo mismo, en la época neoliberal los gobiernos de turno recibieron la Ley 1008, la ley antidroga, directamente de manos de la embajada norteamericana. Esta absurda ley es la única que no presume la inocencia del imputado; es decir, que el imputado debe demostrar su no culpabilidad. Por esta ley centenares de consumidores pasan a poblar las cárceles del país, con todo el coste social y económico que esto implica. Había una esperanza de que el gobierno progresista del MAS, que gobierna este país desde hace diez años a la cabeza de Evo Morales, pudiera reformular esta ley y poner en el tapete el debate global sobre la despenalización de la marihuana. La percepción que por el contrario tienen muchos es que, desde que inició su gobierno, la marihuana ha sido más atacada que la cocaína. A lo que se suma el hecho de que el presidente sigue siendo el máximo representante de los cocaleros, lo que hace que tenga un especial cuidado ante los ojos del mundo y trate de no involucrarse con ningún tema comprometedor relacionado con las drogas o el narcotráfico. Por lo tanto, por el momento no hay un espacio adecuado para el debate y ni siquiera para la concienciación de la sociedad.

El hecho de que la Ley 1008 sea tan abusiva atemoriza a muchos activistas que quieren proponer la despenalización de la marihuana, así como su uso medicinal y terapéutico. Ante la sociedad, el activista y el consumidor están igual de criminalizados que el narcotraficante. Es por eso que mucha gente desiste de convocar marchas o protestas en este sentido, justamente para no ser identificada. Mientras que otros pocos en ciudades del interior del país se movilizan esforzadamente sin alcanzar logros de trascendencia nacional. Es terrible, por otro lado, que aprovechando la dureza de la ley 1008 muchos fiscales y jueces se enriquecen ilícitamente por medio de sobornos y chantajes, por lo que se entiende que el poder judicial está muy lejos de permitir que se reformule esta ley.

Naturalmente, lo social tiene siempre un componente cultural, sobre todo en un país como Bolivia, que debido a su gran población indígena es el país menos occidental de Latinoamérica. Culturalmente, la marihuana no es bien vista justamente porque ha llegado al país cargando el pesado estigma que le habían puesto de manera global, por lo que algunos argumentan que es una planta que no pertenece a nuestra cultura. Lo cierto es que el alcohol tampoco pertenece a nuestra cultura, pero se ha adoptado sin problemas. Es triste aceptarlo, pero tenemos una cultura alcohólica muy arraigada en el país. La gente bebe hasta perder la conciencia, y muchas veces es en esos estados que una persona prueba la marihuana, por lo que la asocian al descontrol y la inconciencia, desconociendo el hecho de que lo peligroso en una mezcla de estas características es el alcohol. Este hecho también refleja la concepción que se tiene de la marihuana como algo prohibido.

Porro

Sin embargo, lo verdaderamente llamativo, en cuanto a la percepción cultural de la marihuana en el país, es que las culturas originarias poseen una larga tradición de utilización de plantas medicinales. Incluso estas prácticas están consagradas y protegidas por la nueva Constitución del Estado. La cultura andina amazónica posee un profundo conocimiento de las propiedades de la naturaleza. En la zona de Charazani, por ejemplo, se encuentran los llamados kallawayas, cuyo nombre significa ‘el que lleva las medicinas’. Estos médicos naturales consagran su vida al estudio de las plantas y caminan por diferentes pueblos curando enfermedades. La gente en Bolivia muchas veces prefiere confiar en un kallawaya que en un médico occidental, justamente porque el uso de plantas medicinales está muy arraigado en la cultura. Esto hace que sea tan paradójico el hecho de que, a pesar de que la marihuana posee tantas propiedades medicinales, se considere más bien una droga. Una droga que aseguran que aunque no es tan dañina es la puerta para otras drogas. Eso es una mentira. En Bolivia la puerta a otras drogas (y a muchos comportamientos delincuenciales) es el alcohol, y es probable que también influya el hecho de que la cocaína sea más barata que la marihuana.

El panorama es desalentador si uno compara la experiencia de nuestro país simplemente con los países vecinos. Pero puede resultar algo alentador cuando se considera que la cultura positiva sobre la marihuana se fortalece poco a poco, aunque más a niveles individuales y regionales. Por eso se puede decir que alegra ver a esos dos albañiles fumando. No son criminales, son trabajadores. En algún momento se deberá iniciar el debate.

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