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Sumisión química: mitos y realidades

El aprovechamiento de los efectos de las sustancias psicoactivas para cometer delitos es tristemente una realidad desde tiempos inmemoriales. Pero eso no significa que debamos dejarnos llevar por el miedo y creer todas las leyendas y mitos que circulan sobre la sumisión química o sobrestimar su magnitud y potencial, pues las cosas no son siempre tal y como nos las cuentan los medios ni estamos tan desprotegidos como creemos.

Venimos de un verano que ha sido especialmente movido en lo que a noticias sobre sumisión química se refiere. Estábamos acostumbrados a que de tanto en tanto apareciesen noticias donde se mencionaba esta práctica delictiva, supuestamente asociada con la famosa burundanga, que tanto hacía saltar las alarmas sociales. Pero en esta ocasión esta práctica ha sido relacionada por muchos medios con los famosos “pinchazos” que varias personas (sobre todo mujeres) han sufrido en espacios de ocio desde inicios de verano en España. Desgraciadamente, no es la primera vez que pasa ni será la última, ya que estos fenómenos parecen reaparecer de forma cíclica, y en este caso el fenómeno llega después de copar también las tertulias en el Reino Unido y en Francia durante meses.

Ante la comprensible preocupación de la gente por este tema, hay que ser extremadamente prudentes antes de tildar a estos sucesos de sumisión química, pues es un término grave y que genera mucho pánico, aunque todavía no se termine de comprender bien lo que esta expresión significa realmente. Por ello es importante aclarar algunos mitos recurrentes en torno a esta práctica delictiva, ya que estas creencias tienden a desviar el foco del verdadero problema que subyace en estas agresiones y quienes las llevan a cabo, centrándose en estériles debates especulativos que dejan de lado el problema de fondo y alimentan una narrativa sensacionalista de miedo e indefensión que es muy dañina para la sociedad.

Hasta ahora, lo más escuchado era el supuesto uso de burundanga (escopolamina) en la copa, soplada a la cara o impregnada en un papel o mapa que un distraído turista nos mostraba, aunque farmacológicamente hablando no tuviesen mucho sentido. Ahora el fenómeno ha adquirido una nueva dimensión mucho más perversa en forma de pinchazos supuestamente dirigidos a anular la voluntad y facilitar agresiones sexuales o robos. Aunque nadie niega la existencia de estos pinchazos que están recibiendo sobre todo mujeres en espacios de ocio nocturno y son un fenómeno muy preocupante, su finalidad de sumisión química por el momento parece algo mucho más complejo de demostrar, debido a que faltarían varios elementos para ello; elementos como una finalidad delictiva que sigue sin estar muy clara en la mayoría de los casos o la presencia de una sustancia inyectada que sigue sin detectarse por el momento.

¿Sumisión química?

Vayamos por partes, ¿qué es exactamente la sumisión química? Si nos fiamos de lo que nos dicen por la televisión, sería una oscura técnica delictiva que hace que una persona pueda dominar a otra, supuestamente anulando su voluntad, mediante el uso de poderosas drogas que le administra fácilmente sin su conocimiento ni consentimiento, quedando la víctima totalmente anulada y a merced de su atacante, que podrá hacer lo que quiera con ella, normalmente, robarla o violarla.

Pero ¿realmente existen sustancias capaces de anular la voluntad de una persona? Esta pregunta ya se la hizo la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (la CIA) en los años cincuenta, y para tratar de responderla desarrollaron un programa militar secreto conocido como MK-Ultra, que, tras más de dos décadas de desarrollo, miles de experimentos en humanos, algunas muertes y millones de dólares gastados, no obtuvo los resultados esperados y fue cancelado. En este programa secreto se habían probado una gran cantidad de sustancias y técnicas con el objetivo de llegar a controlar la mente de una persona, o al menos hacer que revelase secretos, pero no tuvieron mucho éxito pese a darle un buen repaso a casi toda la farmacopea conocida y por conocer. En la actualidad no se conoce ninguna sustancia que anule la voluntad de alguien, y si se conociese y estuviese en manos criminales, es poco probable que se usase para robar bolsos y carteras o agredir sexualmente.

¿Quiere decir esto que no existe la sumisión química? No, la sumisión química sí existe pero ni es tan sofisticada como nos la habían pintado en la televisión o las películas ni es tan frecuente en el mundo delictivo como creemos. Lo que llaman sumisión química en la práctica no es más que la administración de una sustancia psicoactiva (generalmente, depresora) para reducir el nivel de consciencia de una víctima y así facilitar un delito (robo, agresión sexual, etc.), al dificultar que esta se defienda o recuerde bien el evento. Dejemos de momento eso de “anular la voluntad” para las películas de espías o de ciencia ficción hasta que se demuestre que es posible.

¿Qué sustancias podrían facilitar el trabajo a un agresor?

Sumisión química: mitos y realidades

Sabemos que efectivamente existen sustancias con la capacidad de reducir nuestro nivel de consciencia, atontándonos, durmiéndonos e incluso dejándonos inconscientes, dificultando que nos defendamos o recordemos bien el evento. Las sustancias que pueden tener estos efectos pertenecen principalmente a la familia farmacológica de las drogas depresoras, y son sustancias en general poco exóticas y muy conocidas en medicina, como el alcohol, el GHB (mal llamado “éxtasis líquido”), las benzodiacepinas (ansiolíticos), los barbitúricos, etc. Nada tan misterioso o desconocido como podría parecer al leer algunas crónicas.

Incluso se ha especulado con el uso de sustancias de otras familias como la de los disociativos, a la cual pertenece la ketamina, o la de los delirógenos anticolinérgicos, a la cual pertenecen sustancias como la escopolamina (conocida como burundanga), pero las sustancias de estas familias generan gran agitación, descoordinación y parece poco probable que en la práctica puedan facilitar mucho los delitos, e incluso en el caso de la burundanga podrían ser fácilmente letales, como ya quedó patente en una de las contadas ocasiones en que ha sido realmente detectada en un intento de sumisión química en España.1

¿Es tan fácil para un atacante administrar alguna de estas sustancias en dosis suficiente a una víctima en un entorno de ocio sin su conocimiento? Podría parecer fácil en teoría, pero en la práctica sabemos que es más complejo, ya que hablamos de espacios públicos y, además de que muchas de las sustancias tienen sabores o colores que se pueden notar si se mezclan en una copa, también tardan tiempo en hacer efecto y para varias de ellas hay una delgada línea entre dejar a alguien atontado o dormido o matarlo, además de que no todas las personas responden igual a las sustancias psicoactivas y puede ser complicado controlar a alguien bajo sus efectos en un lugar público sin levantar sospechas.

Si además consideramos el uso de un pinchazo rápido, en la oscuridad y a una persona en movimiento, parece francamente difícil acertar en una vena y que dé tiempo a administrar el volumen necesario de la sustancia en cuestión y sin que la víctima se percate a tiempo de actuar para protegerse. No es que sea imposible, pero drogar a alguien sin su conocimiento ni consentimiento en un espacio público para delinquir no es tan sencillo.

Entonces, ¿son estas sustancias indetectables? En absoluto, en contra de lo que se escucha, todas las sustancias son detectables usando una técnica adecuada, y que sus efectos sean más o menos cortos no implica que su tiempo de detección no sea largo, ya que la mayoría de las sustancias psicoactivas que podrían utilizarse con fines de sumisión pueden detectarse durante días e incluso semanas en algunos casos,2 aunque es cierto que en este punto los protocolos analíticos que se aplican en estos casos por defecto podrían mejorarse para garantizar que no se escapa nada y así evitar especulaciones o desconfianza en los resultados.

¿Sumisión química o vulnerabilidad química?

Si acudimos a los datos nos encontraremos con que en la inmensa mayoría de los delitos en los que se denuncia sospecha de sumisión química y se analiza a la víctima, aparece el alcohol o sustancias de uso médico o recreativo común, como  cannabis, cocaína, benzodiacepinas, antidepresivos, MDMA, etc. Pero esto no siempre quiere decir que dichas sustancias estuviesen implicadas en el delito o fuesen administradas por un atacante, sino que estaban presentes en el cuerpo de la víctima cuando se encontraba en un espacio de ocio, por razones recreativas o médicas. Como concluyó un estudio sobre el tema de la sumisión química del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses hace unos años: “El análisis toxicológico ha sido positivo en el 85,5% de los casos [denunciados], y las sustancias identificadas han sido etanol [alcohol] (76,9%), fármacos (36,1%, fundamentalmente, benzodiacepinas) y drogas ilícitas (29,2%, fundamentalmente, cocaína), solas o en combinación. Las sustancias detectadas, lícitas e ilícitas, pertenecen a un patrón de consumo frecuente en nuestra sociedad”.3

Esto nos pone ante otro elemento que es muy importante tener en cuenta, y es diferenciar entre sumisión química y vulnerabilidad química. En ambos casos un atacante aprovecha un estado de indefensión de la víctima para perpetrar una agresión, pero, en el caso de la sumisión química, ese estado de indefensión lo ha producido el propio atacante administrando una sustancia sin el conocimiento ni el consentimiento de la víctima (es un acto proactivo), mientras que, en el caso de la vulnerabilidad química, ese estado es autoinducido por la víctima con finalidad recreativa pero es aprovechado por el atacante de un modo oportunista para perpetrar el delito. No cabe duda de que en ambos casos toda la responsabilidad del delito es del agresor, pero el perfil del atacante, las problemáticas asociadas y sus medidas preventivas tendrían algunas diferencias para las cuales es importante hacer esta distinción.

De hecho, muchos de los incidentes que se etiquetan como sumisiones químicas son en realidad incidentes de vulnerabilidad química, y no saberlo contribuye a un mayor pánico social, al generar una sensación de indefensión, además de errar sobre el perfil del agresor y dificultar el trabajo para eliminar esta problemática. A la mayoría de las personas que denuncian haberse sentido inesperadamente indispuestas estando de copas (habiendo sido objeto de una agresión o no), se les encuentra fundamentalmente alcohol en el organismo, y cuando se encuentran otras sustancias suelen ser medicamentos habituales o drogas consumidas con fines recreativos que, dificulten o no a la víctima defenderse de una eventual agresión, no fueron necesariamente administradas por el agresor antes de cometer el delito, aunque a veces este sí pueda ser el caso.

Pero ¿cómo es posible que esto pueda pasar “solo” bebiendo? No olvidemos que la disminución de la consciencia y la amnesia son efectos del alcohol a dosis altas, pero a veces ni siquiera es necesario beber grandes cantidades porque, como hemos hablado en otras ocasiones, los efectos de una droga no vienen dados exclusivamente por la sustancia en sí, sino que son la intersección de tres ámbitos: sustancia, persona y contexto. En este sentido, es un error asumir que un mismo volumen de alcohol (o de cualquier otra droga) nos producirá siempre un efecto idéntico, y que, si no es así, es necesariamente porque nos han echado algo en la copa. En espacios de ocio nocturno es habitual que se haya bebido mucho o que se den las circunstancias para que el efecto del alcohol sea mayor al esperado.

Esto no quiere decir que en algunas ocasiones puedan encontrarse otras sustancias que hayan podido ser administradas por alguien con objeto de facilitar cometer una agresión y, por tanto, estemos ante un verdadero intento de sumisión química, pero es importante tener en cuenta que bastarían cambios en las variables asociadas a las dimensiones de persona y contexto (como pueden ser el haber dormido mal la noche anterior, estar más fatigado, haber tomado algún medicamento, haber estado mucho tiempo al sol, beber con el estómago vacío, beber rápido, estar emocionalmente inestable o incluso creer que hay gente drogando copas en ese lugar, etc.) para que esas copas nos hagan un efecto mucho más potente del que esperamos y conocemos, pudiendo ser esto aprovechado por un agresor oportunista, que en el caso de delitos sexuales muchas veces incluso es alguien conocido por la víctima.

Información, prevención y responsabilidad

Cabe recordar que, con o sin sustancias de por medio, la responsabilidad de una agresión es siempre de quien la comete, y estos estados alterados de consciencia, sean autoinducidos por la víctima con fines recreativos (por ejemplo, alcohol) o provocados por un agresor al administrar una sustancia, no deben usarse como excusa o atenuante para desviar la atención o la atribución de responsabilidad de quien los comete como único responsable. Pero es importante desmitificar la idea de que, en la mayoría de los delitos cometidos con drogas de por medio, una persona ha echado algo en la copa a otra, sino que suelen ser más bien delitos oportunistas. No olvidemos que la principal droga que facilita el trabajo a un agresor es el alcohol, y esa nos la echamos nosotros en la copa, a veces en demasiada cantidad.

La información es poder, y en este caso es clave conocer bien los contextos, las personas y las sustancias para minimizar en la mayor medida posible los riesgos y evitar ponerle el trabajo fácil a un agresor, pero tampoco se puede en ningún caso responsabilizar a las víctimas ni perder de vista que el verdadero problema de fondo no es si existe o no la sumisión química o si es realmente vulnerabilidad química, o si hay sustancias que puedan lograrla o no, o si se pueden administrar con una jeringuilla, soplándolas a la cara o en una copa, o si se puede prevenir cubriendo la copa con una caperuza, usando detectores de sustancias, no bebiendo o no saliendo de casa... El verdadero problema es que haya gente dispuesta a aprovechar los efectos de una droga (ya sea echada en la copa, soplada, inyectada o autoadministrada voluntariamente por su víctima con finalidad recreativa) para robar o agredir sexualmente a otra, y eso es lo que más hay que luchar por cambiar.

¿Burundanga y éxtasis líquido?

Aunque el alcohol sea la droga reina en estos casos, veamos algunas incongruencias técnicas del discurso en medios sobre la sumisión química con dos de las sustancias más presentes en el imaginario colectivo.

Por ejemplo, la archifamosa "burundanga" (escopolamina), tan relacionada en medios de comunicación con la sumisión química. Pues bien, no solo es prácticamente inexistente en este tipo de delitos, sino que tiene muy poco de "droga oscura y secreta”: lleva siglos usándose en medicina para cosas bastante más aburridas que el control mental, comercializada como medicamento en la mayoría de farmacias del mundo, ¡hasta los astronautas de la NASA la utilizan en el espacio para prevenir el mareo! Además, esta sustancia es delirógena, genera agitación y puede ser muy difícil controlar a alguien bajo sus efectos, por no mencionar lo difícil que es dosificar a alguien para incapacitarlo sin matarle o descontrolarle.

El GHB (mal llamado "éxtasis líquido") es una sustancia depresora (con efectos parecidos al alcohol, pero de mucha mayor potencia con cantidades mucho menores), presente de forma natural en el cuerpo humano en pequeñísimas dosis se utiliza de forma recreativa como droga de club y hasta ha sido usada para mejorar el descanso y potenciar la ganancia muscular en atletas. Actualmente está autorizada como medicamento y se vende en farmacias de varios países como ansiolítico y para tratamientos de desintoxicación del alcohol, al ser menos tóxico a dosis bajas. En dosis altas o combinado con alcohol puede dormir o dejar inconsciente a una persona, por lo que sí que se podría usar con fines delictivos, aunque en realidad no es tan habitual, ya que tiene un sabor muy intenso que hace que no sea tan fácil de administrar como se piensa, y sus efectos a dosis altas pueden ser impredecibles en algunas personas, generando coma pero también agitación y agresividad. Además, requiere de dosis de varios mililitros, lo que sería muy difícil de inyectar rápidamente en caso de que se intentase administrar por ese medio.

Referencias

1. Ansede, M. “Confirmada la primera muerte por burundanga en España”. El País, 2017.

2. Kintz, P.; Villain, M.; Barguil, Y.; Charlot, J.-Y.; Cirimele, V. “Testing for atropine and scopolamine in hair by LC-MS-MS after Datura inoxia abuse”. Journal of Analytical Toxicology, n.º 30, pp. 454-457, 2006.

3. Caballero, C.G. Estudio de prevalencia en casos de presuntos delitos contra la libertad sexual analizados en el Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses (Departamento de Madrid) en el período 2010-2013: aplicación forense de la cromatografía de líquidos acoplada a la espectrometría de masas en el análisis de muestras del cabello, 2015.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #298

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