El consumo de agua de las plantas jóvenes es muy pequeño. Mi recomendación siempre es regar la tierra antes de sembrar la semilla, esperar un rato para que el agua sobrante escurra bien, y luego hacer un pequeño agujero de entre medio centímetro y un centímetro de profundidad, colocar en su interior la semilla y recubrir con tierra suavemente y sin apretarla.

Luego, con un pequeña regadera de chorro muy fino, se puede regar un poco más para que la tierra haga buen contacto con la semilla, pero siempre teniendo mucho cuidado de que el chorro no vaya a desenterrarla. Tras este riego, por lo general no hay que volver a regar hasta que se vea la planta nacer y salir a la superficie unos días después, salvo que haga mucha calor y se seque la tierra; en ese caso se añadirá un poco de agua para mantener la tierra húmeda. El exceso de riego y la tierra encharcada son muy peligrosos para las jóvenes plántulas, cuyas raíces y tallos todavía inmaduros pueden pudrirse con facilidad. Muchos cultivadores principiantes cometen el error de mantener la tierra demasiado húmeda constantemente, lo que ahoga las raíces y les impide recibir el oxígeno que necesitan para vivir. Lo mejor para el desarrollo de las raíces es que tras un riego no se vuelva a regar hasta que la tierra se haya prácticamente secado. Conforme las plantas van ganando en tamaño, sus necesidades de agua aumentan. Cuantas más hojas tienen, más transpiran y más consumen. Obviamente, si el clima es muy caluroso también necesitan más agua, pero no se puede dar una cifra concreta; el cultivador debe aprender a evaluar cuánta agua necesitan las plantas.