Las carencias de hierro y magnesio no son difíciles de diferenciar, porque el hierro es un elemento inmóvil, mientras que el magnesio es móvil. Cuando a la planta le falta magnesio lo toma de las hojas viejas y lo traslada a las puntas en crecimiento, por lo que los síntomas de carencia aparecen en las hojas viejas. En cambio, cuando lo que falta es hierro, como es un elemento inmóvil, la planta no puede trasladarlo desde otros tejidos y la carencia aparece en las hojas nuevas.

La carencia de magnesio es bastante común en cultivos de interior. Aparecen manchas amarillas en las hojas medias o bajas, los nervios de las hojas se mantienen de color verde y pueden aparecer manchas anaranjadas en los bordes y las puntas de las hojas. Si la deficiencia progresa, las hojas se retuercen hacia arriba, las manchas naranjas se extienden y la producción disminuye. Por lo general, es una carencia que no se produce por falta de magnesio, sino porque las plantas no lo pueden absorber por estar bloqueado en el suelo a causa de un exceso de calcio, un pH demasiado bajo, una EC demasiado alta o un sustrato permanentemente encharcado. Se corrige añadiendo sales de Epsom (sulfato de magnesio) al agua de riego (media cucharadita por litro). También se puede aplicar en pulverización foliar.

La carencia de hierro está ligada a un pH alto, superior a 6,5, que bloquea el hierro en el sustrato e impide su absorción. Los primeros síntomas aparecen en las hojas más nuevas en forma de clorosis, las hojas amarillean pero los nervios permanecen verdes. La clorosis aparece en la parte de la hoja más cercana al peciolo (el tallo de la hoja) y progresa hacia las puntas. Si la deficiencia es grave, toda la planta amarillea con clorosis. Se evita manteniendo el pH del sustrato por debajo de 6,5. También puede ayudar mejorar el drenaje del sustrato y elevar su temperatura. Para corregir una deficiencia lo mejor es aplicar hierro quelatado, que las plantas pueden absorber incluso con un pH superior a 6,5.