En primer lugar, cuida a tu madre y trátala bien. No le dejes toda la responsabilidad, al menos compártela con ella. En fin, vamos a la explicación. Esto es lo más básico: si queremos progresar como cultivadores, necesitamos aprender más, pero siguiendo esta guía podemos empezar. Lo haremos en primavera, mejor en abril o mayo; si lo hacemos antes, el frío y las pocas horas de sol del invierno no permitirán que la planta se desarrolle bien. 

A continuación, conseguimos una maceta pequeña, de medio litro más o menos, y un saco de tierra de cultivo. Podríamos germinar directamente en la maceta definitiva, pero es mejor hacerlo en una pequeña y luego trasplantar a una más grande. Llenamos la maceta de tierra y la regamos con agua sin abono; la tierra ya lleva los nutrientes suficientes para las dos primeras semanas de crecimiento. Enterramos la semilla a un centímetro de profundidad y la cubrimos con tierra sin apretarla demasiado. Podemos regarla ligeramente para que la tierra se asiente, pero debemos tener cuidado de que el chorro de agua no desentierre la semilla. 

Después, colocamos la maceta en un lugar soleado y protegido de la lluvia, los pájaros y los caracoles, que son los enemigos naturales de las plantitas recién nacidas. La plántula brotará en unos pocos días, pero no volvemos a regar la maceta hasta que la tierra esté bastante seca o correremos el riesgo de ahogarla. Cuando la plántula tenga tres o cuatro pares de hojas, la trasplantamos a una maceta grande, de unos 20 l; realizamos el trasplante con cuidado, mejor por la tarde, para que se pueda recuperar a lo largo de la noche. Desde este momento, añadimos un poco de abono de crecimiento al agua de riego pero no sobrepasamos la dosis que indica la etiqueta del abono ni regamos mientras la tierra permanezca húmeda. El exceso de riego es tan perjudicial como la falta de riego. 

La planta crecerá sola, hay que tener paciencia: no va a crecer más rápido por regar más a menudo. Le daremos tiempo y mucho sol. A partir de mediados de julio o principios de agosto empezarán a aparecer flores, entonces, cambiamos al abono de floración y seguimos regando solo cuando la planta lo necesite. La floración dura entre dos y tres meses según la variedad, así que continuamos regando y abonando siempre que la planta lo necesite hasta una semana antes de cosechar. Durante la última semana, regamos solo con agua para lavar los restos de abono que puedan quedar en la tierra y en las hojas. Este truco mejora mucho la calidad final y el sabor de los cogollos sin afectar a la producción. 

Según la variedad, la cosecha se hace entre finales de septiembre y mediados de noviembre. Hay que mirar lo que dice el catálogo del banco de semillas o fijarnos en los estigmas de las flores, que son esos pelitos blancos que salen en parejas y formando una V de cada flor. Cuando alrededor del 60-80% de los estigmas se hayan puesto de color marrón o naranja, la planta está lista para ser cosechada. Cosechamos un día sin lluvia y cuando el sol haya secado el rocío de las plantas: cortamos la planta al nivel del suelo, eliminamos todas las hojas grandes que no tienen resina y recortamos las puntas de las hojas que asoman de los cogollos. 

A continuación, colgamos las plantas boca abajo en un lugar oscuro, seco y aireado, procurando que no se toquen unas con otras, hasta que estén secas. El secado se da por concluido cuando al doblar los tallos estos se quiebran con un chasquido. Esta es la señal de que los cogollos están bien secos. Los separamos de los tallos con una tijera y los guardamos dentro de un bote hermético en un lugar fresco y oscuro para que se conserven durante largo tiempo sin perder sus propiedades. Muy resumido, esto es todo.