Las hojas del cannabis contienen algunos cannabinoides pero, por lo general, mucho menos que las flores. Es cierto que conviene diferenciar dos tipos de hojas: las que tienen resina visible y las que no. Por lo general, las hojas pequeñas que rodean los cogollos son las que suelen presentar un mayor contenido en resina, aunque la cantidad concreta depende mucho de la variedad: mientras que en algunas variedades índicas o afganas hay un montón de hojas que llegan a estar completamente recubiertas de tricomas glandulares, en las variedades con mayor cantidad de genética sativa las hojas presentan muchas menos glándulas de resina. Las hojas más grandes y las más alejadas de los cogollos tienen mucha menos resina, a menudo prácticamente nada. Según la cantidad de resina presente en las hojas, éstas se pueden dedicar a distintos usos. Las hojas más resinadas contienen suficientes glándulas como para hacer hachís con ellas. Se pueden secar y tamizarlas con un tamiz rotatorio o procesarlas en fresco, justo después de manicurar las plantas, extrayendo la resina con un sistema de tamices “al agua” como el Ice-O-Lator. Las hojas menos resinadas, o los restos de las hojas resinadas una vez tamizados, se pueden usar para elaborar mantequilla de cannabis.

La mantequilla cannábica se hace disolviendo la mantequilla en agua hirviendo y añadiendo las hojas de cannabis. Se revuelve bien y se deja reposar unos minutos antes de filtrar el líquido con un colador para separar las hojas. Luego se deja enfriar el líquido en la nevera hasta que la mantequilla se solidifique sobre el agua y se pueda separar. Las hojas poco resinosas tienen poco THC y, por tanto, escaso efecto psicoactivo, pero su contenido en otros cannabinoides como el CBD les otorga bastantes cualidades medicinales.