Nos conocimos viendo un atardecer de verano en el Mediterráneo, en un espigón solitario, y pasamos juntos desde el amanecer de la luna hasta el amanecer del sol. Nos enamoramos como adolescentes y llevamos un año de amor. Es una relación ideal: es un buen compañero, me siento a gusto con él, tenemos buen sexo y buena conversación, y todo va genial. Lo malo es que ahora quiere que nos vayamos a vivir juntos, y yo no quiero porque tiene su casa hecha un desastre. Yo ya he criado y educado a un marido y a tres hijos, y no quiero ni educar ni criar más. Mira, Coral, ya estoy en un momento de mi vida en que necesito que me cuiden a mí, y que los cuidados sean correspondidos. Y este hombre es desordenado, no limpia, no cuida su casa, cocina fatal y tampoco sabe cuidarse mucho a sí mismo. Se lo he explicado con tranquilidad, que yo no estoy ya para servir a nadie, que lo que quiero es un compañero. Pero él me dice que va a cambiar, que estamos envejeciendo, que juntos estaremos mejor. Pero a mí me da que no, es como una intuición muy fuerte la que tengo dentro. Primero, porque yo estoy mucho mejor de salud que él: hago ejercicio y tengo una dieta sana; tiene pinta de que voy a envejecer mejor que él. Y segundo, porque yo me acabo de jubilar, me siento muy liberada, salgo mucho y tengo mucha vida social, me gusta viajar e ir a manifestaciones, colaboro en mi asociación de mujeres del barrio. Y él, en cambio, es muy hogareño y tiene achaques variados que le impiden seguirme el ritmo. Él dice que se va a cuidar, pero a mí me da que me va a tocar a mí cuidarle a él, y no me apetece. Me siento terriblemente egoísta, pero es que solo hace diez años que me divorcié y mi último hijo se fue de casa, y es ahora cuando por fin soy feliz. Yo prefiero estar con él como novios, porque necesito tener mis espacios y mis tiempos, y tengo muchas amigas y amigos. Y él, en cambio, es introvertido y poco sociable, así que yo no quiero renunciar a mi vida ni cambiar nada por juntarme a él. Suena muy poco romántico, pero yo es que lo que temo es que al irme a vivir con él me entren ganas de separarme y se acabe el romanticismo. Ahora nos da tiempo a echarnos de menos, a tener ganas de vernos. Pero si vivimos juntos, creo que mi vida va a cambiar, y no me apetece ahora que estoy tan a gusto. Al leerme podría parecer que lo tengo muy claro, pero en el fondo me siento muy, muy egoísta, y tengo una sensación de culpa tremenda. ¿Qué puedo hacer? Gracias, Coral.
La culpa es un arma de destrucción masiva contra las mujeres. Cada vez que priorizamos nuestras necesidades, que ponemos nuestro placer por delante de todo lo demás, cada vez que gozamos y hacemos algo para nosotras mismas, nos sentimos culpables. No te pasa a ti solo, nos pasa a todas: es el patriarcado, que nos quiere hacer creer que somos responsables de la felicidad de los demás y que nuestra propia felicidad no importa. Y claro, cuando te has pasado la vida cuidando y por fin quieres cuidarte tú, es supernormal que no quieras volver a encerrarte en el hogar ni dedicarte solo a cuidar. No estás siendo egoísta: estás defendiendo tu derecho a vivir tu vida como realmente deseas, estás priorizando tus apetencias y estás contenta con la vida que llevas. Ahora que tu tiempo es para ti, es normal que quieras disfrutar de tus pasiones y de tu gente querida y darle a la pareja el lugar que le corresponde. No te sientas culpable por ponerte a ti en el centro de tu vida: ¡te lo mereces después de estar toda la vida con doble jornada laboral! Y, además, estoy convencida de que las relaciones en las que cada cual está en su casa duran más y se disfrutan mucho más: la convivencia es muy dura, y con un hombre que no sabe cuidarse ni cuidar los espacios que habita, es un infierno. Yo lo que te aconsejo es que hagas caso a tu intuición, que resistas en tu posición y no des ni un paso atrás: tú ya sabes lo que es vivir en pareja, y ya sabes lo que quieres y lo que no. ¡Ánimo, compañera! Y recuerda que pensar en ti misma no es egoísmo: es autocuidado.