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Máximo pesimismo

François de la Rochefoucauld

De François de la Rochefoucauld (1613-1680), modernizador del arcaico género de la máxima, escribió Aldous Huxley: “Sabía casi todo lo referente al alma humana hasta tal punto que prácticamente cualquier descubrimiento que uno pueda hacer ha sido ya anticipado por él y formulado de manera breve y elegante. En una sola frase comprime tal cantidad de material que podría bastarle a un novelista para una larga historia”. La mitad de ese saber lo adquirió en las múltiples conjuras, intrigas y contiendas de su época (estuvo encarcelado en la Bastilla, y fue herido de gravedad hasta tres veces); la otra mitad, en el trato con sus aristócratas amigas madame de Sablé –en cuyo salón resurgió la moda aforística–, madame de Sevigné, madame de La Fayette o la propia Cristina de Suecia. En 1664, a la edad de 50 años, publicó la primera edición de sus inmortales Máximas y sentencias morales. 

Todos tenemos fortaleza suficiente para soportar los males ajenos.

La filosofía triunfa fácilmente de los males pasados y de los males por venir, pero los males presentes triunfan sobre ella.

Se necesitan mayores virtudes para soportar la prosperidad que la suerte adversa.

Prometemos según nuestras esperanzas, y cumplimos según nuestros temores.

El interés sabe hablar todas las lenguas y representar todos los personajes, incluido el del desinterés.

No hay accidentes tan desdichados como para que una persona inteligente no pueda sacar de ellos algún provecho, ni tan felices como para que una imprudente no pueda volverlos en contra de sí misma.

Desengañar a un hombre persuadido de sus propios méritos es hacerle un favor tan flaco como el que prestaron a aquel loco convencido de que todas las naves que llegaban al puerto de Atenas eran suyas.

Los viejos gustan de dar buenos consejos para consolarse de no estar ya en condiciones de dar malos ejemplos.

Los vicios entran en la composición de las virtudes como los venenos en la composición de los remedios. La prudencia los combina y atempera, y se sirve de ellos contra los males de la vida.

No despreciamos a quienes tienen muchos vicios, sino a quienes no poseen ninguna virtud.

Lo que a menudo nos impide abandonarnos a un único vicio es tener varios.

No llegaría muy lejos la virtud si la vanidad no le hiciera compañía.

La hipocresía es el homenaje que el vicio tributa a la virtud.

Demasiado apresuramiento en pagar un favor es ya una muestra de ingratitud.

Siempre amamos a quienes nos admiran, aunque no siempre amemos a quienes admiramos.

Por mucho que nos elogien no conseguirán sorprendernos.

En los celos hay más amor propio que amor.

Llegamos novicios a las diversas edades de la vida, faltos de experiencia a pesar de los años transcurridos.

La prueba más convincente de haber nacido con grandes cualidades es la de haber nacido sin envidia.

La inocencia dista mucho de encontrar la misma protección que el crimen.

El trabajo del cuerpo libera de las congojas del espíritu, y es eso lo que hace felices a los pobres.

Es mucho más fácil sofocar un primer deseo que satisfacer todos los que le siguen.

La persona juiciosa sabe que es preferible no competir que vencer.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #316

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