Recados ferlosianos
Incitaba Ferlosio (1927-2019) a prestar atención a los pensamientos con los que uno se jubila a los 75 años, porque a esa edad ya no se cambia. Aplíquese el cuento la generación de la Transición, veinteañera ayer, septuagenaria hoy, aturdida entonces, perpleja ahora, en vísperas del colapso del sistema. Su diagnóstico fue radical e inequívocamente pesimista: “Esto que llamamos España no tiene posible definición ni descripción [...] la desazón española no ha conocido nunca la esperanza, en cuyo lugar pone una aceptación eternamente rencorosa”. Tenía recados para todos: “Solo ellos, los judíos, son los legítimos portadores del victimato; del victimato único y universal, y por lo tanto eterno”. Los tres primeros proceden de Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (1993); los cinco siguientes, de La hija de la guerra y la madre de la patria (2002); el resto, de Campo de retamas (2015).
Babilonios somos; no nos vuelva la tentación de levantar ninguna torre juntos. Más bien ¡dejémonos ya de una vez por imposibles los unos a los otros, como buenos hermanos!
No ha de extrañar que el ánimo en que me pone la mañana sea, cada día más decididamente, el de correr en el acto a presentar mi dimisión irrevocable. Pero no puedo darme tal satisfacción, porque no existe el organismo idóneo para una dimisión como la mía.
Señor, ¡tan uniforme, tan impasible, tan lisa, tan blanca, tan vacía, tan silenciosa, como era la nada, y tuvo que ocurrírsete organizar este tinglado horrendo, estrepitoso, incomprensible y lleno de dolor!
Contra más cachivaches vienen juntando los hombres para comunicarse, menos parece que tengan que decirse los unos a los otros. Aunque también es posible que nunca hayan tenido mucho que decirse y solo ahora la sobra de medios los pone en evidencia.
He aquí que finalmente nos hallamos en perfectas condiciones de adivinar literalmente, sin temor a equivocarnos, lo que pondrá en la última pintada de la última pared que quede en pie en toda la historia de la especie humana: “¡Qué vergüenza!”.
La verdad de la patria la cantan los himnos: todos son canciones de guerra.
La Justicia y la Fortuna las pintan con los ojos vendados: esta, para que no vea la maldad del venturoso, aquella para que no vea la belleza del malvado.
Si pasara ya el futuro de una vez, empezaríamos a tener tiempo de hacer algunas cosas.
De una revista femenina: “¿Hay que maquillarse para triunfar?” Creo que la tiranía es más bien tener que triunfar.
Los adelantos pueden conseguir tristezas nunca antes conocidas; ya algún pintor francés del siglo XIX nos mostró cómo la luz de una bombilla puede llegar a ser infinitamente más triste que la de un candil.
Está claro que han renovado la palabra “tolerancia” solo para poder darse el siempre sabroso gusto de decir “tolerancia cero”.
Menos mal que Darwin no podía ni remotamente imaginar que el segundo centenario de su nacimiento llegaría a coincidir con el cincuentenario del de uno de los más abyectos y repugnantes engendros de la regresión humana: la muñeca Barbie.
Cada vez más ejemplarmente piadosa resulta hoy en día la respuesta del escita Anarcarsis, que visitó Atenas en tiempo de Solón, cuando los atenienses le preguntaban por qué no tenía hijos: “Por amor a los niños”.
La diversión es la continuación del aburrimiento con otros medios.
¿Que dónde se ha ocultado la esperanza? En la etimología de “desesperación”.
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