¿Podremos sobrevivir a las navidades? Esta es la época más contradictoria del año, las tristezas y las depresiones se multiplican mientras la felicidad campa a sus anchas en la tele. Si hacemos un inventario de agravios navideños además de esa hipócrita y temporal preocupación por el prójimo, de esa ficción de familia unida y de esa tristeza soterrada por el consumo, tendremos que acordarnos de la comida, de las montañas de comida.

No sé por qué la gente de Energy Control no lanza una campaña contra el abuso zampón de esta época turronera. Bastaría con recordar a Paracelso y su manido aforismo de que el veneno es la dosis. Pero no, las sobredosis pantagruélicas se cobran miles de víctimas cada año. Millones de personas se embaúlan cantidades desorbitadas de comida grasienta, bien regada por vinos y por esa casera distinguida a la que llaman champán, y todavía tienen el valor de coronar la letal experiencia con grumosos polvorones de la estepa sevillana y radiactivos chupitos de licor de hierbas. Mortales digestiones, flatulencias asesinas, halitosis homicida e intestinos atrancados… ¿les suena?

Juanita la milagrosa, cocinera del primer restaurante cannábico de España, desprecia estas fechas hasta tal punto que se las salta, las ignora elaborando platos veraniegos y poniendo funky carioca de fondo.

–Hoy tenemos un exquisito platillo volante: Un tartar de tomate y aguacate que te transportará al trópico trípico.

Somos cuatro los comensales reunidos y Juanita nos sirve la exquisita ambrosía.

–Juanita, ¿cuál es el secreto de que tus platos cannábicos no sepan a césped crudo?

–Mis platillos volantes están elaborados con aceite de oliva y girasol especiados con variedades diversas de marihuana y vinagres de jerez y de manzana en los que he macerado también la sustancia.

Hoy, para burlar las tristes fechas en las que nos encontramos y poder sacudirnos la pesadez de la realidad ordinaria, mi novia y yo y la otra pareja de comensales hemos decidido tomar una buena ración para asegurar un vuelo de altura. La experiencia tarda una hora en llegar y no decepciona: la imaginación se dispara en mil juegos de palabras y el tiempo se vuelve un mar sin orillas, como diría Thomas De Quincey sobre el opio.

Por un momento, por una eternidad, se nos ha olvidado la Navidad. Al menos hasta que nos hemos puesto a pasear y Cortilandia ha salido a nuestro encuentro. Entonces nos hemos agarrado de las manos, nos hemos dado un baño de masas y hemos atravesado el hormiguero sin parar de reír. Lo milagroso ha sido que cuando hemos emergido del gentío no éramos cuatro sino siete: tres espontáneas se habían agarrado de la mano del último comensal. Al darnos cuenta de aquel valor agregado, sin apenas pausa en nuestra coreografía cósmica, nos hemos enganchado todos de la cintura y hemos empezado a bailar y a cantar la conga. Las tres espontáneas resultaron ser de Albacete y se apuntaron sin dudarlo a la fiesta que siguió. Por decoro omito el final de la historia.