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Hay un mundo, un estado de conciencia, en el que puedes volar, atravesar paredes, cazar a Snorlax en Pokémon Go, ser inmortal… Si quisieras, podrías vivir enteramente en él y gozar de esos y otros superpoderes. Te bastaría con tomarte este otro mundo en el que no te comes un colín como mero trámite (comer e ir al baño) para acceder y vivir en el que te cuento –tan real como su contrario–. Vale, probablemente aquí serías un homeless que pernoctaría y se alimentaría en comedores y albergues públicos y gratuitos, pero al otro lado tendrías el universo en la palma de tu mano, y harías con él lo que se te antojara. Tan solo necesitarías un poco de entrenamiento, mi joven padawan.

Hay un mundo, un estado de conciencia, en el que puedes volar, atravesar paredes, cazar a Snorlax en Pokémon Go, ser inmortal… Si quisieras, podrías vivir enteramente en él y gozar de esos y otros superpoderes. Te bastaría con tomarte este otro mundo en el que no te comes un colín como mero trámite (comer e ir al baño) para acceder y vivir en el que te cuento –tan real como su contrario–. Vale, probablemente aquí serías un homeless que pernoctaría y se alimentaría en comedores y albergues públicos y gratuitos, pero al otro lado tendrías el universo en la palma de tu mano, y harías con él lo que se te antojara. Tan solo necesitarías un poco de entrenamiento, mi joven padawan.

Esto, si no he entendido mal –y de ser así, bendito malentendido–, es lo que le venía a decir en algún momento Don Juan a Castaneda. Y esto, estimados lectores, es lo que hemos venido haciendo últimamente en La Tercera Fase: entrenarnos.

Veamos… El brujo yaqui se estaba refiriendo a los sueños y a la capacidad de controlarlos, porque al igual que es cierto que en Oniria puedes comer y no engordar o ir en pelotas por la calle sin que nadie te mire raro, también puedes pasarte la vida suspendiendo el examen que hacía años que habías aprobado, perdiendo dientes que hace décadas que se te habían caído y dejándote los higadillos para subir una mísera cuestecilla con esas putas piernas que, por caprichos de Morfeo, no hay manera de moverlas…

Lo dicho: toca entrenarse. Y el primer paso para controlar los sueños es conocerlos, recordarlos. Pero… ¿Cómo hacerlo? ¿Qué podemos tomar? ¿Por qué no pretenderá nadie que la instrucción sea a pelo?

Onirógenos

Aunque habitualmente nos cuenten que las drogas se clasifican en depresoras, estimulantes y psicodélicas, lo cierto es que, afinando, se puede ir más allá y encontrar otras categorías, algunas poco estudiadas y conocidas, como es el caso de las onirógenas (género onirogénico si ampliáramos la clasificación de Lewin). Sustancias cuyo consumo daría lugar a que tengamos más sueños, más floridos, con más contenido, más largos, que los recordáramos mejor…

‘Silene capensis’ y ‘Calea zacatechichi’

La Calea zacatechichi es el onirógeno por excelencia, probablemente porque sea el único con el que se ha hecho un estudio controlado (habiéndose obtenido, además, resultados estadísticamente significativos en favor de sus cualidades como inductor de sueños). Lo malo es que Ott dice que hay que tomar un gramo por kilo de peso, lo cual, lo siento, pero en estos momentos, tomando en consideración lo mal que sabe, me supera, me viene grande. De tal manera que, en esta fase del entrenamiento, he optado únicamente por fumarla. Un par de porritos. Y acompañarla de Silene capensis. Esta última es una planta africana empleada tradicionalmente por los chamanes xhosa para provocar sueños lúcidos. A diferencia de otras sustancias onirógenas, se consume por la mañana, con el estómago vacío. El cuerpo la iría metabolizando lentamente y por la noche es cuando haría su efecto. Para administrársela primero hay que machacarla y molerla muy fino. El polvo se mete después en un bote con agua. Se agita el bote hasta que se cree espuma y es esta espuma la que ha de tomarse a cucharadas.

En fin, que eso hice: tomar Silene capensis un par de días por la mañana y fumarme un par de petas de Calea zacatechichi antes de acostarme.

Onirogenia
Foto: Alberto Flores

Resultado

Soñé que el científico loco de Regreso al futuro me traía una pipa de meth del tamaño de un didgeridoo.

Soñé que escalaba el Everest y cuando me faltaban dos metros para coronarlo me entraba la pereza y me bajaba.

Soñé que después del tripi que me había comido en la despedida de mi amigo Franchu, reventado de sueño y con la casa hecha un auténtico asco, llamaban a la puerta. Echaba un ojo por la mirilla y ahí estaba mi madre con sus mejores galas. Joooooder… No podía haber escogido otro momento.

–Hola, mamá. ¿Qué tal? ¿Cómo tú por aquí?

–Hola, hijo, venía a avisarte… Cuidado con los calcetines… Desaparecen.

–¿Perdón?

–Los calcetines…, que tengas cuidado, que desaparecen en la lavadora.

Soñé con guerras, con cementerios, con fiestas alocadas en casas de cristal con la nieve cayendo fuera. Con chutas, con drogas, con policías.

Soñé que les quitaba poder a los fuertes y se lo daba a los débiles.

Soñé que al fregar los platos mojaba los cubiertos limpios que estaban secándose al lado del fregadero. Cuando a la mañana siguiente me levanté y me dispuse a limpiar la vajilla recordé lo soñado y por primera vez desde que estoy en esta nueva casa (meses) no mojé los cubiertos limpios al limpiar los sucios.

Conclusión

Sinceramente, no puedo decir si con estas sustancias soñé más o si recordé mejor mis sueños porque mi vida onírica es de por sí bastante historiada y rocambolesca (casi tanto como la onánica). En cualquier caso, es evidente que, a diferencia de lo que me sucede con los sueños comunes y corrientes (que no van a ninguna parte), los inducidos por estas plantas me brindaron una premonición y una enseñanza gracias a la cual a día de hoy puedo disfrutar de tenedores y cuchillos secos en todas mis comidas y cenas.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #231

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