En Gourmeat reúnes un menú pantagruélico y alucinado, donde el comensal a menudo se fagocita a sí mismo, donde la comida y el excremento, el cocinar y el defecar se confunden… Después de esto, estoy dispuesto a que seamos amigos, pero jamás aceptaré que me invites a tu casa a comer.
En este libro he tratado de explorar el concepto personal que tengo sobre la gastronomía y algunas de sus vertientes de la forma más amplia posible. No es apto para personas sensibles, ya que el mismo comensal del plato es la propia comida, y se elabora a sí mismo en gran variedad de formas violentas. Entiendo que no confíes en la salubridad de mi estilo de cocina, pero en la realidad soy limpio y cocino muy tranquilo. Nada que ver con como dibujo. Si de todos modos no te fías de mi comida, te puedo invitar a un cortadito de Kopi Luwak, el mejor café del mundo, que resulta de moler los granos de café extraídos de las deposiciones de la civeta asiática. La civeta fermenta los granos de café en su tránsito intestinal, y de ahí, en forma de mierda, sale el café más exquisito que uno pueda probar. Me parece una buena analogía para el libro, como tantas veces, no coincide lo que nos parece atractivo a la vista con el resto de sentidos.
¿Cómo se te ocurrió la idea de este cómic?
Hará cosa de unos cuatro años tuve una fantasía recurrente mientras observaba una hamburguesa cocinándose en la plancha. Me pareció que esa hamburguesa en realidad era muy similar a nuestra lengua o a algún otro órgano humano, rosada, blanda, moteada, con irregularidades en su textura… Y pensé que si colocaba mi propia lengua en la plancha, vuelta y vuelta, me ponía un par de rodajas de tomate, cebolla, lechuga, un poco de mostaza, y lo cerraba con un panecito, me quedaría una receta bien innovadora para colgar en YouTube. Finalmente, no lo intenté, porque lengua solo hay una, pero sí que me dio un hilo narrativo y estilístico del que empezar a estirar.
¿Es que nadie en tu casa te explicó que con las cosas del comer no se juega?
Lo intentaron, pero igualmente jugué bastante con la comida. Hacía montañitas con cuevas de puré de patata, caras hechas de huevos fritos y salchichas y bigote de kétchup, pero también comía casi todo lo que me daban, así que no tuvieron ningún problema con que jugara. Además, mi familia tiene un restaurante que hace las mejores paellas de Barcelona, y creo que, como mínimo, he heredado de ella la importancia que le dan a la gastronomía, a la dieta sana, y el respeto por la comida en general. Aparte de eso, creo que está bien jugar con las cosas en general: romper un juguete para volverlo a montar, o romper convenciones gastronómicas para llevarlas a un terreno más experimental. Jugando es como se innova.
La gente siempre se ha preocupado de comer bien, pero esto de los cocineros estrella y la deconstrucción del condumio es algo reciente. Y convive con la industria de la comida basura. Encuentro que tu cómic es una crítica extrema a ambas tendencias contemporáneas, ¿es así?
Totalmente, y eso que en un inicio no contemplaba emplear un tono de crítica, sino más bien moverme en el humor absurdo y surrealista que me evocaban las distintas recetas y sus elaboraciones. La propia industria alimentaria y las vertientes que se han generado en torno a la gastronomía (fast food, realitys, foodies, concursos de invitar gente a la que le caes fatal a tu casa a cenar para que vomiten bilis negra valorando tu tortilla…), la forma en que consumimos alimento hoy en día, hace imposible obviar la crítica. Además, me parece un tema divertidísimo, a la par que muy triste, el ver cómo se gestionan estos temas en los medios y ver cómo se explota de una forma tan exagerada algo que al final es tan necesario y básico como respirar. Igual dentro de poco vemos realitys de respiración, de yoga o de mindfulness, pero por ahora la comida va en cabeza.
La obsesión por la comida ha llegado incluso a ocupar el lugar que hace unas décadas tenía la música: estrellas de los fogones, publicaciones especializadas, tribus gastronómicas y fundamentalismo fan (veganos, crudívoros, macrobióticos, citogénicos…), mucha atención por parte de los medios generalistas y un largo etcétera. Antes la gente daba su vida por la música, ahora, como refleja literalmente tu cómic, no nos importa entregar nuestra vida a esta pasión devoradora.
Sí, los rockstar de hoy en día, mayoritariamente en televisión, son cocineros con cuerpo de chico y edad de señor, que anuncian palitos con pipas y que hablan muy enfadados. Tengo la sensación de que, debido al continuo bombardeo publicitario que sufrimos, muchas veces tendemos a olvidar con la comida cuál es el origen real de esta. Nos dirigimos hacia una nueva vía de consumo que nos ofrecen como panacea, o nos decantamos hacia dietas de supermercado, todo con doble de plástico, o dejamos de comer ciertos alimentos porque hemos leído en un blog que “las alcachofas ya no son buenas”.
¿Qué relación tienes tú con la comida?
Considero que la mejor relación que puedo tener con la comida es saber de dónde proviene, e intentar aplicar cierta ética a la hora de consumirla. Y creo que apoyar el comercio de proximidad siempre es mejor. En mi caso, mantengo una relación de amor-odio con la comida. Me encanta comer, cocinar, y todo lo que tenga que ver con ello, pero, a su vez, habitualmente sufro de digestiones pesadas, acidez, reflujo gástrico, y más mierdas en relación con la ansiedad y el fumeteo. Así que se genera una especie de montaña rusa en mi interior, en la que disfruto mucho del comer, pero después también lo sufro al digerir. Es una sensación que he intentado transmitir con este libro, aunque quizás me pasé con una comida demasiado copiosa.
Eliges un dibujo pulcro y una agradable paleta de colores para contar historias sórdidas, más propias de charcutrería gore que de programa televisivo de cocina. La automutilación y el canibalismo forman parte indisociable de la cocina de tu protagonista. La pregunta es obligada: ¿qué hay de biográfico en Gourmeat?
El estilo y la elección de la paleta de colores responde a que quería trabajar un estilo preciosista, mono, así como redondito, para crear un contraste agridulce entre lo que se narra y el tono en que se cuenta. Este libro bebe de mil referentes, pero uno muy identificable para mí sería el cine gore de serie B. Un estilo cinematográfico en el que la violencia y la brutalidad son llevadas a tal extremo, que termina por carecer de realismo para convertirse en algo más bien ridículo y cómico. También me influyó mucho (o me traumó para bien) ver Pesadilla en Elm Street con cinco años. En este libro hay bastante de autobiográfico, y aunque conservo todos los dedos, muchas de las recetas que se narran en el cómic son pensamientos que he tenido en situaciones “parecidas” a las representadas. Y aunque no llegué nunca a ejecutar ninguna de esas recetas, gracias al marco que nos ofrece la ficción pude llevarlo a cabo en dibujos. Pero, tiempo al tiempo, no descarto freírme un dedo en tempura algún día.
En algunas de las entrevistas que has dado a otros medios no te cortas en señalar tu interés por la experimentación con las drogas. Sin duda, en tu obra es palpable…
Soy consumidor habitual de cannabis, y muy fan de la psicodelia como forma de vida. Además, me interesa bastante el campo de la psiconáutica y la exploración de la consciencia, aunque no soy ningún experto. Creo firmemente que ciertas substancias (naturales o no tanto) pueden facilitarnos o abrirnos el acceso a diversos flujos de pensamiento o diferentes maneras de pensar a las que quizás nos costaría más llegar de una forma exclusivamente mental. En mi caso, he tenido diversas experiencias con psilocybe que han sido altamente terapéuticas y muy enriquecedoras, de hecho, le recomendaría probarlas hasta a mis abuelos. También soy fan de los comestibles. Recuerdo alucinar la primera vez que comí un pastel cannábico. Fue en el cumpleaños de un amigo: siendo mi tolerancia casi nula, comí más de lo debido y terminé viendo a mis amigos con forma de paloma gigante, algunas con sombrero, otras con bastón. Y juro que solo llevaba cannabis. También he tenido otras experiencias con substancias químicas que no fueron tan buenas y que me hicieron decantar hacia la parte más natural posible de cualquier substancia alteradora de la consciencia que pueda llegar a consumir.
¿Te han servido de inspiración?
En general, la mayoría de experiencias enfocadas a hacer un viaje me han servido de una gran inspiración para el ámbito creativo, ya sea para escribir guiones de cómic, para encontrar ideas para ilustraciones o un sinfín de herramientas, narrativas y estilísticas que poder aplicar a mi trabajo. Como contrapunto, creo que las drogas no son necesarias para conseguir cualquiera de estos objetivos, y mucho menos para usar como combustible creativo. Pienso que a través de la meditación o el autoanálisis podemos llegar a adquirir un conocimiento interior de nosotros mismos más complejo y completo. Igual que creo que una persona totalmente libre de cualquier tipo de substancia estupefaciente puede realizar trabajos con una fuerte carga psicodélica o surrealista. Todo está en la mente. En mi opinión, se puede mantener una relación sana con ciertas drogas, de hecho, lo hacemos constantemente, con el café, con el alcohol, con los smartphones… El problema viene cuando se genera una dependencia y, por ello, una adicción a esa droga. También mantengo una posición en defensa de la libertad en cuanto al consumo de drogas, ya que creo que criminalizar o estigmatizar substancias no es una solución viable para acabar con el problema de las “adicciones”. Según lo veo, se debería trabajar desde un prisma distinto.
A tu restaurante Gourmeat llegan a comer Pedro Sánchez y algunos de sus ministros y ministras, ¿qué les sirves para conseguir que al volver esa tarde al Parlamento aprueben de una vez por todas la regulación integral del cannabis?
Una pipa de la paz, con algún cogollo pegajoso y un topping de polen, que les ayude a evadirse un rato y a relativizar su existencia.
Dejemos a un lado la política y centrémonos en el amor: ¿qué le puedo cocinar a mi mujer para que vuelva a mirarme con pasión?
Si tú sigues mirando con amor a tu pareja, tiene fácil solución. Te sacas los ojos de las cuencas (un tenedor ayuda bastante, ya que pueden ser resbaladizos), los salteas con unas gambas para darle un punto afrodisíaco, media cayena, un poco de ajito, y listo. Ahora tu pareja podrá ver el rojo pasión a través de tus ojos, y podrá saborear todo ese amor que acumulas en la mirada.
¿Cómo será la comida del futuro?
Con la tendencia que tenemos hacia los superprocesados, me imagino que de aquí a un tiempo el superalimento definitivo será como una pastilla, o un cubito tipo caldo concentrado, al que podremos ponerle el sabor que queramos: pastilla sabor a bistec o a ensalada césar o a anguila ahumada…, o una pastilla más cara que contenga todo el menú de El Bulli. Aunque igual estoy siendo muy optimista. Creo que la comida del futuro será en realidad virtual, aunque obviamente eso afectará a que se reduzca muchísimo la esperanza de vida de la humanidad.
Creo que para finalizar esta entrevista nos hemos ganado un postre, ¿qué sugieres?
El postre de la casa es tartaletas de kombucha, y para su elaboración, solo necesitaremos un cartoncito de ácido, no hay más ingredientes ni tiempos de cocción ni mierdas en vinagre. Ponte la estampita en la lengua y empieza a comerte todo lo que encuentres por tu casa que te parezca estimulante: sobras de la nevera, un queso que se quedó antiguo, unos clavos de la pared, un corcho de colgar fotos, un batido de proteínas con sabor a kiwi que tu primo el que hace crossfit se olvidó en la nevera… Lo dejo a tu elección, ya que, como nadie sabe con total exactitud de que está hecha la kombucha, tampoco importa mucho lo que le pongas. Llegados a este punto, la receta se estará elaborando en tu interior; todos esos ingredientes ingeridos en contacto con el ácido en tu estómago y sus jugos gástricos formarán unas preciosas tartaletas de kombucha (nunca salen dos iguales), que serán expulsadas en forma de hez por el recto, calientes y espumosas. Ahora solo tienes que sentarte y disfrutar del resultado. Si el aspecto de la tartaleta no te parece suficientemente estimulante, coloca otro cartón de ácido esta vez debajo de tu parpado inferior, y en cuestión de minutos te encantará.