En 1995, un joven antropólogo canadiense, francófono, recién doctorado en Stanford, publicaba un libro que acabaría convirtiéndose en un pequeño best seller dentro de la comunidad psiquedélica. Le serpent cosmique: l’ADN et les origines du savoir fue traducido a diez idiomas y Jeremy Narby pasó a convertirse en el primer autor que intentaba aunar el lenguaje y tradiciones chamánicas amazónicas con las investigaciones científicas en torno a la biología molecular y el origen de la vida. Aunque el español fue uno de esos idiomas, la traducción del original de Narby en castellano se hizo desde el centro peruano Takiwasi con la ayuda de una asociación, con apenas doscientos ejemplares de tirada y un estilo que no acababa de honrar su prosa original. A pesar de ello, aquella edición se fotocopió y digitalizó hasta el hartazgo entre los primeros buscadores españoles de la liana sagrada: la ayahuasca.
Narby proponía un fascinante relato-ensayo detectivesco basado en una intuición: las misteriosas coincidencias existentes entre las recurrentes y brillantes visiones de serpientes surgidas durante las mareaciones provocadas por el brebaje ayahuasca; los relatos, mitologías y representaciones artísticas y simbólicas de numerosos pueblos y civilizaciones a lo largo de la historia de la humanidad donde una serpiente, simple, doble o circular, se propone como origen del mundo, y por último, la estructura helicoidal y funcionamiento del ADN como código básico de la vida. Como él mismo sospechaba en las conclusiones de su libro, probablemente sus hipótesis de investigación no serían tomadas en serio por parte de quien más deseaba que le escuchara: el mundo de la ciencia. De hecho, recibió el peor trato que un detective o un científico convencido de haber encontrado una pista mollar puede encontrarse: el silencio académico. Un silencio que contrastaba con la admiración de miles de lectores buscadores de un sentido y una explicación en sus experiencias enteogénicas en todo el mundo.
En cualquier caso, Narby siguió investigando y escribiendo libros interesantísimos y, sobre todo, trabajando para su objetivo principal: el apoyo práctico a las comunidades amazónicas y la voluntad de que aquel conocimiento indígena sobre las plantas y la sostenibilidad de la selva que descubrió in situ en los años ochenta conviviendo durante dos años con miembros de la comunidad asháninka del Perú amazónico fuese tomado en consideración, aún más: como un tesoro que merecía ser valorado por el mundo occidental y la ciencia misma. Narby es, desde hace muchos años, miembro directivo y responsable de proyectos de una ong suiza sin ánimo de lucro llamada Nouvelle Planete, que desarrolla proyectos de cooperación en numerosas comunidades indígenas del mundo. En este mismo año, aquel muchacho delgado y pelirrojo que aprendió a mirar la realidad desenfocando sus prejuicios occidentales ha visto como su clásico La serpiente cósmica se publica por fin con los honores de una excelente traducción por la editorial Errata Naturae.
Con sesenta y un años muy bien llevados, las canas ya se desatan por su barbita, según veo en mi pantalla. En una mañana del pasado mayo conversamos vía Zoom: él desde Suiza, yo desde mi pueblito costero malagueño. Nos habíamos conocido durante el Congreso Internacional de Ayahuasca organizado por ICEERS en Girona en el 2019, donde iba como uno de los ponentes estrella. En aquel encuentro, además de charlar un buen rato, intercambiamos flores que se fuman. Sigue convencido de que sus hipótesis son sólidas. “Lo cierto es que nadie las ha rebatido todavía”, añade con sentido del humor.
Lo que cuenta la serpiente
La serpiente cósmica contaba el proceso de un antropólogo canadiense veinteañero, residente en Suiza y activista de los derechos de los indígenas, que había pasado dos años conviviendo en las aldeas Quirishari y Cajonari de la etnia asháninka peruana, tras aprender español y poder así comunicarse con sus habitantes. Su objetivo era estudiar la maestría que los indígenas tenían con las plantas medicinales y demostrar que ellos eran los mejores guardianes de la selva, y así darles el crédito en el mundo occidental para poder ayudarles a preservar sus tierras.
A cambio de información sobre el conocimiento maestro que tenían de cientos de plantas medicinales, Narby les enseñaba “contabilidad avanzada”. Pero cuando les preguntaba cómo habían aprendido esto y aquello recibía la misma respuesta: “Son las plantas las que nos han enseñado”. Al principio creyó que se trataba de metáforas, una forma de referirse al uso durante centurias a través del mecanismo de prueba y error y a la transmisión oral de padres a hijos. Como su mente occidental no acababa de entenderlo, seguía preguntando. Hasta que se encontró con la invitación que cambió su vida: “Para entenderlo de verdad tendrás que probar ayahuasca”, le dijo un hombre llamado Ruperto Gómez, quien le aseguró que la ayahuasca era “la televisión de la selva”.
Algo había leído Narby de ese brebaje que te hacía vomitar. Pero le daba miedo. Pasado un tiempo, aceptó su invitación con una mezcla de temor y escepticismo. La noche en la que el flaquito Jeremías echó el bofe y vio imágenes de serpientes pasó vergüenza de la soberbia de Occidente. Aquella fue la primera y única vez que tomó la planta en esos dos años, pero fue tanto lo que cambió su percepción del mundo, de su cultura y de sí mismo, tanto lo que le removió, vio y sintió dentro de sí, que necesitó años para procesarlo.
La serpiente cósmica y el ADN es el resultado de lo que hoy se considera el proceso más importante en las experiencias de ayahuasca: la integración. Una integración personal y cultural. Varios años de estudios de cientos de libros, tanto de antropólogos, etnobotánicos y mitólogos sobre chamanismo, el uso de ayahuasca y el simbolismo de las serpientes en diversas culturas, como de científicos, en concreto de biólogos moleculares, hicieron el resto. Porque la gran intuición que tuvo Narby fue identificar la presencia sistemática en las visiones ayahuasqueras y la cultura amazónica de las serpientes como origen de todo con la forma de doble serpiente de la cadena de ADN. Narby pasó de querer interpretar la metáfora indígena de las plantas que hablan, a escucharla como una afirmación literal. En el fondo, siguió ese axioma que repiten científicos de mente abierta que dice: “La ciencia no es más que poesía demostrada”.
Su libro es un viaje por el conocimiento reunido en aquellos años –finales de los ochenta e inicio de los noventa– para intentar encontrar un puente entre las explicaciones que ciencia y unos indígenas daban al origen del mundo, la vida y el conocimiento. Y acabar sugiriendo que una y otros estaban refiriéndose a la misma cosa. Que las visiones de la ayahuasca te permitían acceder al conocimiento y que los chamanes, tras años de entrenamiento, esfuerzo, privaciones y aprendizaje, aprenden a ir a la raíz misma del ADN. Así que, de alguna manera, era cierto: las plantas les enseñaban cómo utilizarlas y qué hacer con ellas. Y Narby, tras aprender a desenfocar su mirada como en aquellos años se hacía con aquellas láminas planas llenas de colores que de repente se veían en 3D, quería sentar en la misma mesa a hablar a James Watson, Francis Crick y Rosalind Franklin (descubridores en los años cincuenta de la estructura de doble hélice del ADN) y a los ayahuasqueros de Quirishari. No está claro que lo lograra. Como mínimo, propuso una lectura divulgativa sobre la realidad, la ciencia, el chamanismo y la biología molecular. Y lo cierto es que, tres décadas después, ya se unen científicos e indígenas en congresos internacionales a escucharse unos a otros.
Como una vieja canción de Bob Dylan
"Como decía Luis Eduardo Luna con mucha razón, el mayor peligro de la ayahuasca es la inflación del ego. Hay que decir que los occidentales ya tenemos el ego más inflado normalmente que los indígenas"
“España ha sido tradicionalmente impermeable a lo que es la serpiente”, dice Jeremy con un tono teatral al preguntarle por qué a nadie se le había ocurrido antes editar su libro en nuestro país. “Tal vez el tema del catolicismo ha influido, no lo sé. Aquí en Suiza llevo años dando conferencias en todo el país, salvo en el único cantón católico de derechas; tal vez sea por eso”, especula.
No has querido rehacer la edición original añadiendo notas o un capítulo de actualización, y eso que desde los noventa hasta ahora todo lo que tiene que ver con biología molecular, neurociencia y estudios sobre psiquedélicos y cerebro ha avanzado muchísimo.
Mira, el libro es, como decía Bob Dylan de sus discos, una Polaroid de aquel momento. En ese tiempo, la ciencia decía que había cien mil genes. Ahora dicen diecinueve mil novecientos. La ciencia ha avanzado mucho, pero yo no he corregido el libro porque creo que el espíritu de mi hipótesis sigue siendo válido. Esto era lo que entonces se sabía y yo decía. La intención que tenía el libro era provocar reflexión y no convencer a nadie de nada. Bueno, sí: convencer a la gente de que el saber indígena merecía más consideración, con lo esotérico que parecía. Y al comparar el saber indígena de muchos siglos con la ciencia de entonces, ese saber parecía menos esotérico y mucho más digo de tener en cuenta. Hay que entenderlo como un acto político, de activista, en un tiempo en el que la gente no sabía lo que era la ayahuasca. En ese tiempo hablar de una ciencia de la conciencia era casi una contradicción en términos. Porque la ciencia era objetiva y la conciencia es subjetiva. Y ahora hemos olvidado que esto era una imposibilidad hace veinte años. El libro es como un disco de Bob Dylan de los años sesenta. Cuando lo escuchamos ahora algunas canciones parecen de otro tiempo, pero nos siguen llegando. Los lectores dirán si el libro sigue siendo audible o les suena demasiado a aquel tiempo.
Lo que sí ha cambiado radicalmente es el espíritu de fascinación hacia la ayahuasca desde cuando tú fuiste allí en los ochenta. Tanto que ahora no es extraño ver referencias a la ayahuasca y sus retiros en comedias estadounidenses de Netflix.
Te quiero poner en antecedentes. Cuando voy a las comunidades, yo soy un joven antropólogo, materialista, feminista, interesado en apoyar a las comunidades indígenas. De todos los hippies que iban al Perú, casi nadie había escuchado hablar de la ayahuasca. Burroughs y Ginsberg habían escrito sobre la ayahuasca en los sesenta. Pero el LSD era ilegal. Ya no era una cosa seria, era una ilusión de los sesenta que había fracasado en los setenta, y en los ochenta estábamos ganando plata y jalando cocaína. Esa era la historia. La investigación sobre LSD se había parado quince años antes. Los hippies habían perdido. Cuando regresé a Suiza traté de hablar de ayahuasca, pero la gente no quería escuchar. Entonces te aseguro que no era nada cool. Después, en los noventa, empezó la gente a tomar éxtasis. Para lograr un trance mecánico con una píldora muy química. La gente del éxtasis tampoco quería saber nada de ese rollo. Si me hubieras preguntado en el año 92-93 si la ayahuasca iba a ser popular en algún momento, yo te hubiera dicho: “mira, hermano, nunca”. Porque te hace vomitar, porque al occidental le gustan cosas que no saben a nada.
Antes del turismo ayahuasquero
Si me hubieras preguntado en el año 92-93 si la ayahuasca iba a ser popular en algún momento, yo te hubiera dicho: “mira, hermano, nunca”
En un capítulo de tu libro que se titula “¿Por qué has tardado tanto?”, te refieres precisamente a lo que te dijo tu mentor, Carlos Pérez Shuma, en la estadía del pueblo asháninca, cuando años después de salir de allí le explicaste que ya estabas a punto de publicar el libro porque habías dado con ese ángulo común entre ciencia y chamanismo.
Eso es precisamente la integración. Entre 1985 y 1993 estuve intentando integrar la experiencia que tuve con la planta; mi única experiencia hasta entonces. Era peligroso para la carrera de un tipo con un doctorado en antropología manifestarse de aquella manera. Una experiencia que iba contra mi sistema de creencias mi Weltanschauung [‘pensamiento’, ‘ideología’]. Fueron ocho años, tres de los cuales estuve ya trabajando como activista en favor de los derechos territoriales de los pueblos amazónicos. Yo argumentaba en mis charlas y conferencias que los pueblos amazónicos eran capaces de tratar el bosque sin destruirlo. Y eso era cierto. Pero no me atrevía a decir que esos pueblos atribuían buena parte de su saber ecológico a que plantas como ayahuasca o tabaco les enseñaban qué hacer con ellas y cómo utilizarlas. Habría perdido credibilidad. ¿Cómo que una planta te enseña y te habla? ¡Qué locura es esta! Mi propia lucha política y activista habría perdido fuerza y yo me callaba esa parte. El tema era muy delicado: los nativos decían que tomando plantas alucinógenas aprendían muchas cosas sobre plantas, animales, ecosistemas, etc.
La celebración de la Cumbre de Río en 1992 sobre los derechos de los pueblos indígenas fue un momento capital…
Tras esa cumbre, en Occidente empezamos a tomar el saber indígena sobre la sostenibilidad y la biodiversidad en serio. Pero nos dimos cuenta de que nadie hablaba del origen del saber de esos pueblos amazónicos. Y por eso me puse a intentar investigar a partir de las experiencias que había tenido. Hubo también una coincidencia. ¿Qué pasó por la cabeza de los occidentales en los años noventa? Eso lo explica una tesis del 2010 de María Eugenia Fotiou sobre turismo ayahuasquero en Iquitos. Explicaba que cada vez iban más, no tanto turistas sino peregrinos, buscando curación, saber más de ellos mismos. Gente que estaban de acuerdo con el hecho de sufrir, desplazarse tantos kilómetros, enfrentarse a un reto para conocer a otra cultura y saber más de sí mismos: purgarse para curarse. Y eso sí es algo clásico en el mundo occidental: la peregrinación. De hecho, en esos mismos años, desde primeros de los noventa, aumentó exponencialmente el peregrinaje a Santiago de Compostela. Un deseo de salir del ámbito de comodidad y consumos lúdicos y acercarse más a la naturaleza, a las plantas, al aprendizaje con cierto dolor y consciencia.
O sea, que el libro aparece en el momento justo para que la ayahuasca empiece a considerarse en Occidente.
La ayahuasca es un concentrado de bosque tropical, de biodiversidad, que te hace vomitar, cagar y purgar. Y aparece como reclamo desde la Amazonia en un momento donde la gente occidental empieza a cansarse de la medicina alopática, de la televisión, del shopping constante, de las comodidades, de la pérdida de sentido. Es en esa búsqueda del sentido, de reconectar con el cuerpo propio, con la naturaleza, cuando toma fuerza. España era una pequeña excepción, pero solo en algunos espacios muy cerrados. Fue una coincidencia cuando apareció mi libro. Uno de los libros que ha servido de fuente de información y guía para aquella generación que empezaba a estar preparada. A veces uno tiene suerte. Unas veces te adelantas a los tiempos. Yo conecté con el Zeitgeist.
Demasiado ego. Demasiados chamanes
"Pero hay que decir que tomar ayahuasca no es como comer una pizza. Se parece más a hacer alpinismo en los Alpes con una ventisca o navegar en el mar con viento en un pequeño bote. Es muy serio, puede ser peligroso. No es para turistas. Es un deporte extremo"
Vamos a hablar del momento actual. Hemos pasado de ignorar su existencia, a verlo como una vía de peregrinaje y aprendizaje, hasta convertirse hoy en casi una panacea universal. Proliferan personas que hablan de sus visiones y muchas tienen un aire mesiánico sospechoso. Demasiados elegidos, me parece.
Hay que aprender la diferencia entre alucinación y visión y qué es lo que realmente te está enseñando la planta. Yo le pregunté al ayahuasquero-tabaquero del pueblo shawi Rafael Chanchari, con quien estoy preparando un libro sobre relaciones entre chamanismo y ciencia, que cómo aprende uno a ver esa diferencia. Y me dijo que lo que necesitas es tiempo, valores humanos, un trabajo sobre ti mismo. Y sobre todo necesitas suficientes experiencias con la planta para poder llegar ahí. Y el occidental que toma, yo que sé, veinte veces durante un retiro y cree que está preparado, normalmente no está más que siguiendo sus propias proyecciones. Eso es una fuente de error y muchas veces estas cosas terminan siendo un absoluto fracaso.
¿Hablamos de lo que yo llamo el efecto Blade Runner: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais”? La inflación del ego…
Los alucinógenos y psiquedélicos –y yo tengo problemas a la hora de afirmar que la ayahuasca es un psiquedélico, aclaro–, como decía Stan Grof, funcionan como amplificadores de lo que ya existía allí. Un psiquedélico revela la psique. Así que depende de lo que haya dentro de la psique de cada cual. Por eso, como decía Luis Eduardo Luna con mucha razón, el mayor peligro de la ayahuasca es la inflación del ego. Hay que decir que los occidentales ya tenemos el ego más inflado normalmente que los indígenas, lo que no quiere decir que el deseo de poder y la inflación del ego estén ausentes en el chamanismo amazónico. En absoluto, y hay muchos casos que así lo demuestran. Pero eso precisamente de lo que habla es de ese peligro latente de la ayahuasca. Por eso es aún más peligroso para los occidentales. Es interesante en el mundo indígena cómo opera el mundo y el concepto de brujería. En nuestro mundo, el equivalente sería la psicología individual. Ese tema del desarrollo personal occidental, esa búsqueda de “aumentar el propio poder”. Así que, aunque la ayahuasca puede hacer desaparecer el ego durante la experiencia y días posteriores, lo más normal es que después hinche el ego de forma desmesurada. No le pasa a todo el mundo ni siempre. Pero pasa demasiado. Y por eso es necesario andar con cuidado. Es interesante ver cómo se te hincha el ego, pero es un peligro dejar al ego hinchado manejar tus decisiones.
¿No crees que se está tomando demasiado alegremente ayahuasca?
Mira, a mí no me gusta dar consejos, y menos si no me preguntan. Cada cual tiene su camino. Pero hay que decir que tomar ayahuasca no es como comer una pizza. Se parece más a hacer alpinismo en los Alpes con una ventisca o navegar en el mar con viento en un pequeño bote. Es muy serio, puede ser peligroso. No es para turistas. Es un deporte extremo. Si vas sin preparación a beber ese poderoso brebaje psicoactivo, es peligroso. No es para cualquiera ni en cualquier situación. Y esto es necesario que quede muy claro. Sería lo primero que habría que comunicarle a quien tenga curiosidad. Y siendo pragmático. No es como fumar un joint de marihuana. Aunque haya marihuanas muy fuertes. No puedes tomar ayahuasca sin propósito y cuidados. Es como un caballo salvaje. Hay que ponerle unas bridas. Y las bridas son el ritual: delimitar en el espacio y el tiempo de la experiencia. Cuándo, cómo y con quién consumes. Prepararte previamente. Dietas. Quiénes te rodean. Con silencio, con música. El ritual es fundamental para que el caballo no te patee.
Dónde quedó aquel joven antropólogo
"La ayahuasca es un concentrado de bosque tropical, de biodiversidad, que te hace vomitar, cagar y purgar "
Tu tuviste una única experiencia que tardaste muchos años en integrar. Supongo que luego habrás tomado más veces.
Yo tengo el privilegio de que un mes al año viajo al Perú a tomar. Para mí es como ir al dentista para la limpieza y revisión anual. A veces te patea el culo y es difícil y duele, pero luego sales con tus dientes limpios para todo el año. Como escritor me ayuda, y tomo notas que luego me sirven. La meta es regresar y vivir once meses al año, integrando la experiencia y honrándola. Es fácil tener visiones. Lo difícil es realizar la visión. El temor, que siempre lo tengo antes de tomarla, es prueba de inteligencia. Y es que less is more. Cuanto menos toma uno, y más realiza lo que ha visto, actúa con más inteligencia. La gente que toma mucho y hace poco está desperdiciando su potencial. Está malgastando la experiencia. Es como tomar un buen vino en vaso de plástico durante una borrachera. Estás malgastando el buen vino.
¿Cómo ha cambiado el Jeremy joven de entonces al de ahora?
Cualquier persona entre veinticinco años y sesenta y uno cambia. Es lo que tiene madurar, envejecer y esas cosas. Pierdes un poco de energía, pero lo compensas ganando sabiduría. Esto es normal para casi todo el mundo. Yo era un muchacho materialista del extrarradio, nacionalista, focalizado en los seres humanos, que no tomaba a las plantas realmente en serio. Y a través de ese intento de entender la cultura asháninca y amazónica cambiaron muchas cosas. Cambiaron mis presupuestos originales, mi manera de ver el mundo. La ayahuasca ayudó mucho. En mi primera experiencia ya contemplé hasta qué punto mi formación racionalista, humanista y materialista tenía una arrogancia tremenda frente a las otras especies. Una de las primeras cosas que se transformó en mí fue la arrogancia antropocéntrica. Empecé de verdad a tomar en serio a las plantas y a los animales, al bosque, a la selva…, como seres inteligentes, como tú y yo.
Pero una cosa es sentirlo y otra incorporar esos saberes a tu propio mundo…
Así es. Para empezar a incorporar al discurso científico y cultural de Occidente que las plantas, por ejemplo, no son objetos sino seres inteligentes, hubo que esperar muchos años. La experiencia de vivir allí me cambió aquí, donde a veces todo iba mucho más rápido de lo que quisiera. No me quejo. Pero fue duro, fue un trabajo. Imagínate que cuando publico La serpiente cósmica la mayoría de los círculos de antropólogos en los que me movía empezaron a verme como a un indio, como a un loco. A pesar de mi doctorado en Stanford empecé a ser rechazado. Asimilar eso me tomó dos años. Ahora estoy orgulloso. Pero he de ser honesto y admitir que el mayor trabajo que tuve que hacer aquí fue aprender a no dar importancia a lo que piensan los demás. Lo que antes hablábamos del ego, de ser consciente de lo que pasa cuando se hincha.
No dar consejos a quien no los pide
"Si fuese tan simple como tomar un vasito de ayahuasca para despertar tu conciencia ecologista, ya lo sabríamos, y estaríamos haciendo algo al respecto. No es el caso. Es más común lo que hablábamos antes: sigue aumentando egos"
Supongo que hay mucha gente que te escribe pidiéndote consejos. ¿Qué les dices?
Yo solo soy un distribuidor de consejos con cierta información que actúa exclusivamente cuando la gente le pregunta. You can’t tell people shit… Trato siempre de recordar cuando era un desconocido que buscaba su camino y preguntaba a otras personas a las que admiraba. Y trato de no tomarme demasiado en serio, responder con sentido común, dar un buen consejo canadiense: recordar que no hay que tener prisa; que es importante tener un trabajo; que conviene leer mucho antes de tomar ayahuasca, prepararse; que esto es más un peregrinaje que una experiencia aislada; que debes preparar tu cuerpo y tu disciplina antes; que hay que hacer las cosas seriamente; que te conviene hablar con varias personas antes de tomar una decisión… Ese es el tipo de consejos que suelo dar. Luego viene gente que quiere ayudar a los indígenas en la Amazonia… Eso es fantástico, pero antes que nada debes aprender bien castellano, callarte la boca durante meses aprendiendo, conocer muy bien su realidad. Que no puedes caer en un lugar de repente en plan salvador. Debes cuestionar tus ideas preconcebidas sobre lo que significa salvar el mundo. Hace falta un ejercicio enorme de humildad previo para aprender a ayudar a la gente. Lo que sí puedes hacer es acercarte a ellos, aprender a conocerlos y escucharlos.
Tú eres un activista en favor de la protección de los ecosistemas y comunidades indígenas. ¿Qué influencia ha tenido la planta en tu trabajo?
Ha sido un combustible que ha aumentado mi deseo de luchar por la Amazonia, sin duda. Al haber vivido en la selva, te das cuenta de que se trata de un bosque increíble, único en el planeta, diverso, poderoso. Y puedo decir que he entregado mi vida a apoyar las iniciativas de protección de la selva y sus ecosistemas defendiendo siempre que los pueblos indígenas que la pueblan son el mejor regulador del bosque amazónico. Pero es que también ellos necesitan la selva, para su autonomía y supervivencia. Ellos son parte de la Tierra. No se entienden los unos sin la otra. Y eso es lo que sigo haciendo. En este momento de mi vida más que nada soy un buscador de fondos para apoyar iniciativas indígenas. Ese es mi verdadero trabajo.
Lo que sí es cierto es que es un lugar común entre occidentales que prueban la ayahuasca, sobre todo si lo hacen en países sudamericanos, decir que se les despierta un interés creciente por el planeta y la naturaleza.
Sí, hay personas a quienes despierta la conciencia ecológica. Y se convierten en activistas. Pero no todos ni mucho menos. Si fuese tan simple como tomar un vasito de ayahuasca para despertar tu conciencia ecologista, ya lo sabríamos, y estaríamos haciendo algo al respecto. No es el caso. Es más común lo que hablábamos antes: sigue aumentando egos.
¿Y la relación entre la ayahuasca y la creatividad?
Mira, la ayahuasca aumenta la creatividad de un músico, la honestidad de un escritor, la imaginación de un pintor, de un arquitecto… Pero no te vuelve pintor, músico, escritor o ecologista si eso no estaba ya dentro de ti. Yo ya era activista en favor de los derechos de los pueblos amazónicos antes de saber de ella. Claro que me ha aumentado las capacidades en esa dirección: escribiendo libros, dando ponencias, buscando fondos, multiplicando mi trabajo de agente independiente, enseñándome a contar historias… Como si fuese una enzima, ¿sabes? Esas proteínas que mueven mucho.
¿Y eres el mismo antropólogo que fue a Quirishari en los ochenta?
Extrañamente, creo que sí. En mi último libro empiezo reproduciendo un diálogo con mi consultor asháninka de hace treinta y cinco años y luego sigo con Rafael Chanchari con conversaciones de ahora, y yo observo al mismo fulano haciendo preguntas parecidas. Intento encarnar a un tipo de antropólogo que sería, no tonto, entiéndeme, sino que debería ser como el occidental medio que intenta hablar con alguien que no siempre entiendes lo que quiere decir porque su lenguaje está lleno de metáforas y se refiere a otras realidades. Así que estoy todo el tiempo diciendo “cucha, a ver, ¿qué has querido decir?”. Lo hacía cuando no entendía tanto y lo sigo haciendo ahora que los conozco mucho mejor. “Entonces me dices que la madre del tabaco es un hombre, ¿verdad? La madre es un hombre. ¿Me puedes explicar esto un poco más?”.
“Hermano, eres un estorbo para nosotros”
"El virus ha empezado a enseñarnos cosas importantes, como el vínculo entre nosotros y el resto del planeta y las demás especies. Sí, somos parte de la biosfera y tenemos derecho a utilizar el planeta como el resto de los seres vivos, pero no de una manera que mate el conjunto como estamos haciendo"
¿Y no quisiste quedarte más tiempo allí?
Tras pasar dos años con los asháninka, que ya sabes que yo tenía un acuerdo de enseñarles contabilidad a cambio de hacerles preguntas sobre sus plantas, les dije si no sentían que podía ayudarles un poco más enseñándoles esto o aquello. Y me dijeron: “Mira, eres muy amable y te apreciamos mucho. Pero para nosotros eres una responsabilidad. No sabes dónde están las serpientes, tenemos que estar acompañándote. Nos haces muchas preguntas un poco estúpidas todo el rato. Así que lo más útil que puedes hacer es regresar a tu país y te dedicas a contarle a tu gente cómo somos y trabajamos nosotros”. Dos años de preguntas estúpidas: a esto le llamamos antropología. Pero tengo cierto orgullo de haber venido del racionalismo y estar dos años haciendo preguntas estúpidas para intentar entender cómo funciona otra forma, que no es la nuestra, de entender la realidad. Y ese es mi trabajo de antropólogo. Y en treinta años la forma de adquirir información sigue siendo la misma. Lo que sí es diferente es que tras todos estos años he pasado a colaborar con los indígenas en vez de dedicarme a estudiarlos. Después de treinta años de mandar fondos, de controlar cuentas, de colaborar en proyectos, cuando ahora les digo que quiero hablar con el profesor Chanchari de ayahuasca y tabaco, ya la relación ha cambiado. Somos más como colegas. Ya no es el antropólogo que está estudiando al indígena. Ha cambiado la relación de poder de manera mucho más favorable para el intercambio.
Y en este intercambio, ¿qué crees que has podido enseñarles y hacer por ellos?
De lo que estoy casi orgulloso es que, en treinta años, a través de la ong que represento, hemos logrado la demarcación y titularidad de más de seis millones de hectáreas para pueblos indígenas. Una superficie equivalente a una vez y media Suiza. También hemos apoyado durante veinticinco años el programa de maestros bilingües e interculturales de la Amazonia peruana, que consiste en formar maestros de escuela primaria indígenas para enseñar en las comunidades nativas en su idioma, en castellano y en ciencia y matemáticas. Educación intercultural. Los pueblos amazónicos peruanos son los más avanzados en el mundo en este tema, y nosotros tenemos el privilegio de apoyar este programa que ha dado más de mil profesores en la Amazonia enseñando con estos materiales bilingües. Y eso lo descubrí cuando hace treinta y cinco años estaba enseñándoles contabilidad, porque tenían mucha dificultad con los números; me di cuenta de que había mucho trabajo por hacer ahí. Vivir en este mundo sin conocer las cifras es abrir la posibilidad de explotación. Así que no solo necesitaban ser dueños de sus territorios, sino ser capaces de negociar con números, aprender bien castellano, ciencias; eso sí, sin perder nunca el conocimiento de su cultura, de sus diferentes pueblos.
Pero aún falta mucho por hacer, supongo…
Por supuesto. Hacen falta constantemente fondos. Y el gobierno peruano no apoya realmente la educación bilingüe y multicultural de sus propios pueblos. Pero ha sido posible influir en la educación y recuperación territorial en este tiempo de manera importante.
Rivalidad indígena: shipibos vs. asháninkas
Siempre hablas de los asháninka, pero ¿qué relación mantienes con los shipibo-konibo, el pueblo amazónico que más ha capitalizado internacionalmente la cultura ayahuasquera?
Solo en Perú hay más de cincuenta etnias amazónicas diferentes, y no puedes conocer bien a todas. Sí, he colaborado con algunos shipibos a lo largo de este tiempo. Además, los shipibos no formaban parte de la organización AIDESEP, que es la federación de organizaciones indígena con la que yo trabajaba. Históricamente, los shipibos trabajaban con los religiosos de sus comunidades en la educación bilingüe. Sí he trabajado con kokamas, kokamillas, awajún, matziguengas, aorashawis… En los tiempos en los que yo hacía trabajo de campo con los asháninka, había una rivalidad con los shipibos. Admiración, respeto y miedo al mismo tiempo. De lejos todos los indígenas se parecen, pero de cerca hay muchas diferencias. Por ejemplo, la artesanía shipiba es muy rica, compleja, llena de color. La de los asháninka es un poco bruta y falta de color. Los shipibos, por su parte, temían el lado salvaje de los asháninka y los asháninka a los shipibos por su sofisticación en la brujería. Caricaturizo un poco, pero estaba. Y viviendo con unos no te hablaban muy bien de los vecinos. Pasa en todos lados. Y no es que yo haya integrado esos prejuicios, al contrario. El joven ayahuasquero que me inició a mí había tenido una formación con un maestro shipibo y eso le daba un punto de poder casi peligroso para los viejos tabaqueros y ayahuasqueros de la aldea donde yo vivía.
Quiero saber tu opinión sobre la importancia de los cantos –ícaros, aunque en cada pueblo tienen un nombre diferente– en los rituales de ayahuasca. Creo que son los que realmente acaban haciendo el trabajo final para el que la planta te prepara, que funcionan como el bisturí del cirujano, valga la metáfora. Que los ícaros permiten integrar todo el poder de las plantas de manera precisa en el paciente.
Pues mi opinión es la misma: es exactamente así. [Risas]
Neochamanismos: el poder sin control
"El neochamanismo son individuos trabajando fuera de los mecanismos de control de las comunidades: ya no hay Houston. Ya no hay comité ético. Y esto es un peligro"
Hablemos de la importancia de la comunidad. Los occidentales buscamos constantemente el self, el yo mismo. Sin embargo, la ayahuasca surge en entornos comunitarios donde el ser humano forma parte de un gran ecosistema, no está frente a él o intenta someterlo. ¿Crees que las soluciones para la humanidad en nuestro planeta pasan por recuperar lo comunitario, algo que en nuestras sociedades es casi un estorbo porque al sistema le interesa fomentar la individuación, ya que es más fácil controlar a los individuos que a las comunidades?
Pensemos en la definición de shaman. Una palabra de origen siberiano, que los intelectuales europeos tomaron de allí. Pasó por el ruso, el francés, el alemán y el inglés, y después la tomó el castellano. Hablamos de los siglos xvi y xvii. Y llegamos al siglo xx, donde se intenta definir este concepto siberiano transcultural no europeo a lo largo del mundo. En la antología sobre los chamanes que escribimos Francis Huxley y yo (Chamanes a través de los tiempos, Kairós, 2005), buscamos una definición adecuada que sirviera para aunar este concepto cambiante entre diferentes tiempos y culturas. La más clara nos pareció la del antropólogo francés Alfred Métraux en los cuarenta: “Un individuo que como profesión y en nombre de la comunidad mantiene un vínculo y un comercio ocasional con los espíritus de la naturaleza”. Así que la comunidad es una parte fundamental de este concepto. No es casualidad. La comunidad es al chamán lo que Houston es al astronauta. Es decir: el chamán va a “otros mundos” a buscar saber y poder, que debe poner al servicio de la comunidad. Y eso nos conviene como comunidad, pero a la vez hay que estar cuidando de que sus actuaciones no se deriven hacia su propio beneficio, lo que puede resultar peligroso. Y esa es la función de la comunidad en el contexto indígena tradicional. Podemos discutir qué significa tradicional, pero nos entendemos: lo que sucedía antes de la llegada de todos los buscadores de ayahuasca.
Pero eso está cambiando rápidamente.
Exacto. Ahora que el chamanismo es neochamanismo y lo que hay son individuos trabajando no con miembros de la comunidad sino con clientes, ya no hay comunidades, ya no hay Houston. Ya no hay comité ético. Y esto es un peligro. Si el chamanismo, ya sea con un tambor o con ayahuasca, te permite llegar a un lugar de saber y de poder y te permite aumentar ambos, necesitas un contrapoder. Y si no, ya tienes la inflación del ego, la borrachera de poder. Hay que aprender a dietar el poder. Y, hermano, la gente en el mundo occidental no sabe hacer eso. Mira los políticos occidentales. Las purgas que harían... Es una pregunta central. No significa que tengamos que vivir como nativos amazónicos. Pero podemos inspirarnos en ellos, reconocer el problema que tenemos y crear nuevas soluciones adaptadas a nuestra cultura.
En varias comunidades de indios nativos norteamericanos existía la figura del heyoka, el contrachamán. Pero esa figura no es tan habitual en el contexto amazónico, ¿verdad?
Se diluye entre todos. Entre los asháninka, por ejemplo, lo que se utilizaba mucho era el uso de la burla. Se mofaban mucho del chamán cuando querían comunicarle algo importante.
Un virus que da lecciones
"Del trabajo que estoy más orgulloso es que, en treinta años, hemos logrado la demarcación y titularidad de más de seis millones de hectáreas para los indígenas con mi ong"
¿Y cómo has vivido la pandemia?, ¿crees que lo que has aprendido de las plantas y la Amazonia ha tenido utilidad a la hora de afrontar este mundo que ha surgido?
Después de haberme formado en el saber indígena y chamánico y de haber aprendido mucho, por otra parte, de la ciencia biosférica, ya llevo veinticinco años más de lecturas científicas que cuando escribí La serpiente cósmica y sé un poco más que antes. Y aunque me quede mucho por aprender, lo que parece claro es que el planeta es un superorganismo que se autorregula de muchas maneras y que uno de los mecanismos más habituales que tiene para hacerlo son precisamente los virus. Da igual la especie de la que hablemos, si animales, plancton o personas: cuando un organismo se vuelve demasiado denso, aparecen los virus para regularlos. Es una hipótesis que se llama kill the winner. No es que a los virus les guste matar al ganador, sino que prosperan cuando sus huéspedes son densos y viven los unos sobre los otros. Funcionan como mecanismos que impiden a una especie volverse demasiado dominante. Y cuando los virus matan al ganador, lo que hace es generar recursos para especies menos dominantes, lo que fomenta la biodiversidad. Y eso es una fuerza para la biosfera. Ya llevamos tiempo viendo que nuevas enfermedades virales surgen en la agricultura y ganadería intensivas. No es que la naturaleza nos esté castigando, no es eso. Está simplemente haciendo su trabajo. El pensador francés Bruno Latour dijo: “El virus no ha llegado donde estábamos, somos nosotros los que hemos llegado a donde él estaba”. La pregunta está en nuestro tejado: ¿somos capaces de vivir de una manera menos densa, podemos vivir sin tener que estar moviéndonos constantemente de un lugar a otro? ¿Sabremos vivir dejando más espacio a las demás especies? ¿Sabremos, en resumen, utilizar nuestras mentes para transformarnos? Este es el desafío. Y creo que mucha gente a lo largo de este año está pensando en estas cuestiones mucho más que antes. Así que sí, el virus ha empezado a enseñarnos cosas importantes, como el vínculo entre nosotros y el resto del planeta y las demás especies. Sí, somos parte de la biosfera y tenemos derecho a utilizar el planeta como el resto de los seres vivos, pero no de una manera que mate el conjunto, como estamos haciendo. Y ese es nuestro reto. Y si no sabemos llevarlo a cabo, vendrán muchas más pandemias y cada vez más fuertes.
Errata Naturae y la salida del armario psiquedélica