Moisés López (Barcelona, 1957) se despertó en mitad de la noche gritando “¡Ya lo tengo!” y Marta, su mujer, comprensiblemente asustada por el exabrupto que había interrumpido su sueño, le preguntó que qué pasaba, qué eran esos gritos. “¡Ya lo tengo, Marta!, ya sé qué soy: ¡soy estratega!”, le contestó emocionado. Marta, como era de esperar, lo mandó a paseo y siguió durmiendo, pero Moisés acababa de encontrar la respuesta a una inquietud que le había perseguido durante mucho tiempo. “Rodeado de artistas, escritores, periodistas que tenían muy claro lo que eran, yo no sabía exactamente cuál era mi cometido en la vida”, me dice.
Recién jubilado y a unos meses de cumplir 67, Moisés López ordena las semillas de cannabis que ha ido atesorando en estos años. Son semillas de las mejores marcas regaladas mensualmente por esta revista, una estrategia comercial que ahora puede parecer sencilla, pero que forma parte de una de las aventuras más apasionantes de la historia de la desobediencia en general, y, en particular, de la historia del autocultivo en España. Si desean saber los pormenores de cómo nació una revista como esta, sobre cannabis y drogas ilegales, y cómo ha llegado viva hasta hoy, Moisés es la persona. Él ha sido el estratega que la ha hecho posible durante todos estos años, en compañía de otros, claro, pero sin dejar nunca de manejar el timón. Hasta hace un mes, que se jubiló, después de haber vendido a unos inversores la empresa editora para poder garantizar la continuidad de la revista.
La vida antes de Cáñamo
Si echamos la vista atrás tendremos que contar que su padre era comisario de Policía, originario de Toledo, y su madre, ama de casa, nacida en Madrid. Afincados en Barcelona, pudieron pagar los estudios a sus cuatro hijos. Moisés, aprobó la selectividad y los cinco años siguientes los pasó en la universidad, buscando a qué dedicar su vida, de carrera en carrera, sin llegar a concluir ninguna: Ingeniería de Caminos, Derecho, Historia, Cine y Sociología. Al poco de empezar la universidad, a través de un conocido de su padre, tanto Moisés como su hermano consiguieron un trabajo en el centro de cálculo de Motor Ibérica, la mítica fábrica de automóviles, camiones y tractores. Cuando a los seis meses los hicieron fijos, los dos se afiliaron a la CNT, el sindicato anarcosindicalista, lo que supuso un gran disgusto para la empresa y para su padre. De todas formas, el trabajo de oficina no iba con el espíritu libre de Moisés, y después de pedirse una excedencia se marchó y, desde aquel día de finales de los setenta, organizó su vida para no tener que fichar.
Entre medias, con las 40.000 pesetas de su primer sueldo en Motor Ibérica se compró una guitarra Gibson, la mítica 335 color cherry, “como la de Chuck Berry”. “Me gustaba mucho porque era la misma con la que Bob Weir, el guitarrista rítmico de los Greateful Dead, hizo la gira de Europa 72, la que fue su triple álbum en directo, quizá lo mejor de ellos. Yo siempre he sido un gran seguidor de los Greateful Dead, un amante de su música y su forma de vivir, y esa guitarra me tenía flipado”. Porque en la universidad no hizo carrera, pero supo juntarse con una banda de músicos en calidad de guitarrista eléctrico y organizar algún festival de rock y algunas exposiciones de arte underground. Por esa época conoce a Marta y en el año 78, él con 21 y ella con 18, se van a vivir juntos. “Ya en aquel domicilio teníamos el manual de cultivo de Ed Rosenthal y plantábamos. Yo nunca dejé de plantar marihuana. Incluso tuvimos un armario de interior del que no conseguimos más producción que unas plantas enanas, de color rojo”.
Su vida como músico se alargó dos o tres años y ya entonces, ante la necesidad de sacarle punta comercial al asunto y poder vivir de ello, se hizo manager del grupo. Sin demasiado éxito, iba tirando. Hasta que, comenzados los ochenta, con Marta embarazada de su primer hijo, se vio forzado a buscar algo menos precario y empezó su exitosa carrera como comercial. Primero vendiendo discos y luego libros para Planeta. El padre de Moisés tenía buenas relaciones con la editorial, hasta era uno de los lectores que participaba en la elección del Premio Planeta, de manera que sirvió de puente para que su hijo desembarcara como comercial en el departamento de ventas. “Yo tenía el pelo largo, en plan hippie, y antes de la entrevista en Planeta, para ir más presentable, me fui a que me lo cortaran a Iranzo, la peluquería más cool de Barcelona. Y al terminar la entrevista, el director comercial me dice ‘venga mañana con traje y corbata, y, por favor, córtese el pelo’. Ya me lo habían dejado muy corto, pero volví a que me lo cortaran todavía más”.
Así fue como empezó a vender libros de Planeta por toda España, y, se le daba tan bien, que acabó montando al poco tiempo una empresa subsidiaria con trabajadores a su cargo. Desde el año 81 al 92 estuvo en Planeta, y del 92 al 97 se pasó a Enciclopedia Catalana: “Me desligué de Planeta, que era una auténtica secta, y me fui a trabajar con el mundo editorial catalán, que empezaba a despegar y tenía un talante totalmente diferente, otro estilo de vida, mucho más adecuado a mi persona y a mi manera de ver las cosas”. Vendiendo libros ganó mucho dinero, aunque, según asegura, su objetivo nunca fue ese sino tener recursos para hacer otra cosa, “algo importante que estuviese dentro de mis gustos”. Y así fue como dio el salto al sector cannábico, con una iniciativa comercial que sería la génesis de la empresa editora de Cáñamo. “Cuando llegó la oportunidad de poder hacer la revista, yo estaba económicamente preparado para ello y, sobre todo, moralmente. No me importó ganar mucho menos dinero a cambio de ser feliz y hacer lo que me gustaba”.
“Cuando llegó la oportunidad de poder hacer la revista, yo estaba económicamente preparado para ello y, sobre todo, moralmente. No me importó ganar mucho menos dinero a cambio de ser feliz y hacer lo que me gustaba”
Antes de montar Cáñamo entraste en la mítica ARSEC, la Asociación Ramón Santos de Estudios del Cannabis, en el año 1994. ¿Cómo llegas allí?
Yo estaba trabajando para Enciclopedia Catalana, iba en mi coche, que era un cochazo, camino a Tarragona escuchando la radio. Y entonces oí una entrevista que le estaba haciendo Javier Sardá a Katy Baltiérrez, miembro fundador de la ARSEC. Al escuchar que habían montado en Barcelona una asociación para el estudio del cannabis di la vuelta inmediatamente. Llamé por teléfono a la radio, porque yo ya tenía teléfono en el coche, uno de aquellos carísimos, y me dieron el número de la asociación, llamé y me dijeron que estaban en la plaza del Pi. Allí me fui, aparqué el coche y, vestido con mi traje de comercial, me afilié a la ARSEC. Al cabo de una semana me presenté en la asamblea y les pregunté qué coño había que hacer. Si era una asociación, había que hacer cosas, ¿no? Entonces me encargaron buscar una documentación en una biblioteca pública de Barcelona. A los dos días la traje, así que, pasada la prueba, me invitaron al cumpleaños de uno de ellos y nos fuimos todos a fumar porros. Desde entonces no he dejado de ser amigo de Felipe Borrallo y de toda la gente de la cúpula de la ARSEC.
Y entonces te metes de lleno en el mundo cannábico.
De lo que me di cuenta era de que había un mercado que estaba creciendo. Entonces hablé con Marta, y le dije que esto era serio, que el sector del cáñamo tenía un futuro. Y un día, ya sería el año 95 o 96, la fui a buscar al trabajo y le dije que nos íbamos a Ámsterdam. Pasamos por casa a coger cuatro cosas, dejamos a los niños con la abuela y nos fuimos en coche a Ámsterdam. Con los contactos que tenía vimos cómo era el mercado del cannabis allá. Había fabricantes, distribuidores, marcas y revistas, pero, al volver, nos dimos cuenta de que era muy complicado para uno solo llevar ese tema.
Y ahí aparece Gaspar Fraga, ¿no?
Sí, fue un poco antes que conozco casualmente a Gaspar Fraga, jugando una partida de billar. Vivía al lado de mi casa y después de la partida de billar me lo encuentro en una asamblea de la ARSEC y ya nos hicimos amigos para toda la vida. Así que cuando vuelvo de Ámsterdam me voy a hablar con él. Gaspar era un tío que hacía inversiones, que se movía mucho, era un emprendedor en todos los aspectos, también había vendido libros, había sido editor del Rock Cómix, amigo de Nazario y de toda la onda underground de Barcelona de finales de los setenta. Le conté que quería montar una distribuidora de productos cannábicos, adquirirlos a través de empresas distribuidoras alemanas y holandesas para luego venderlos en España, y le dije si quería unirse. La pregunta que me hizo él fue, “¿Esto lo hace para ganar dinero o para divertirte?” Y yo le contesté que lo hacía por las dos cosas. “Si es así, yo me apunto”, me dijo Gaspar.
El globo de La Cañamería Global
Y ese fue el origen de La Cañamería, la empresa editora de Cáñamo.
Sí, nos pusimos Gaspar y yo a trabajar con una lista de proveedores de allá y, como nos hacía falta un nombre para presentarnos en los sitios, registramos el nombre de La Cañamería. El término “cañamería” se lo había inventado Jaime Prats, pero como él no lo iba a registrar lo hicimos nosotros. Jaime era uno de los socios de la ARSEC que sería también uno de los fundadores de Cáñamo. El caso es que, a principios o en septiembre del 96, no recuerdo bien, se hizo la primera feria de cannabis en Alemania. Yo no pude ir, pero Gaspar fue en nombre de los dos, con Ernesto Blume que iba en nombre de la ARSEC. Y cuando volvió de la feria, me dijo, “Moisés, olvídate de la distribuidora de productos de cáñamo, yo creo que el negocio es hacer una revista”. A mí me pareció de puta madre. En la feria había conocido al editor de la revista Hanf!, que quiere decir cáñamo en alemán, y vino con la idea. Entonces yo agarré la cabecera de esa revista, e inmediatamente la fusilamos: en vez de poner Hanf! pusimos Cáñamo, y ya registramos el nombre de Cáñamo, y también el de La Cañamería Global, como nombre de empresa y como marca. Los propietarios iniciales de la marca fuimos Gaspar, yo y Felipe Borrallo, a quien quisimos meter en el ajo como presidente de la ARSEC. Y entonces, en la convocatoria de la siguiente asamblea de la ARSEC, se incluyó una invitación para que, al final de la asamblea, asistieran todos los socios que quisiesen a una sesión informativa sobre la empresa que queríamos montar. Y se apuntaron 18 personas.
¿Todas de la ARSEC?
No, de la ARSEC fueron seis o siete, la mitad eran externos. Y ese fue el nacimiento de la empresa de La Cañamería Global. Lo de global viene porque el modelo de negocio agrupaba un objeto social muy amplio, desde la edición de libros, hasta la venta y producción de cualquier objeto relacionado con el cáñamo, con su cultivo o con su cultura, así como de cualquier otro tipo de sustancias.
¿Y siempre fuiste tú el presidente del consejo de administración de la empresa?
Sí, a mí me nombraron presidente y lo he sido hasta que hace unos meses vendimos la empresa. He actuado también como coordinador, pero, sobre todo, digamos que mi trabajo fundamental en todos estos años ha sido salir a cazar cada día y traer algo a la mesa.
Aunque tuvierais vocación de emprender muchos negocios, pronto os centrasteis en la revista, dejando de lado otras iniciativas.
Nosotros nunca hemos dejado de intentar hacer cosas. Lo que pasa es que nuestra fortuna fue haber acertado con un modelo de negocio y con un producto que era la revista. Cuando nosotros salimos, en junio de 1997, no había ninguna revista cannábica en español, fuimos el punto de encuentro de todas las personas que tenían sensibilidad por la planta y, evidentemente, la empresa funcionaba sola. Vendíamos muchísima publicidad. Los primeros siete números fueron bimestrales y, a partir de agosto del 98, desde el número 8, hemos sido una publicación mensual. Y durante seis años hacíamos hasta trece números anuales, porque sacábamos también un número especial.
La revista funcionó desde el primer número, ¿cuál fue el capital inicial?
Cinco millones de pesetas, 30.000 euros. Ese fue el capital inicial que calculamos necesitaríamos para producir dos revistas; con la primera nadie cobraría y con la segunda ya pensábamos que sí, que con los resultados de la venta del primer número empezaríamos a cobrar. Y, efectivamente, los cálculos fueron buenos. Porque desde el principio se vendió en todos los quioscos en España. Gracias a Gaspar Fraga, que puso como condición no sacar el primer número hasta que no consiguiéramos un distribuidor que situara la revista en todos los puntos de venta de España, junto a revistas de automóviles, de música y de lo que fuese. Esa era la base de la normalización, que una revista de cannabis estuviera al lado de un periódico diario, del Hola, del Semana, de Ruta 66 o de Vibraciones, en eso consistía normalizar al cannabis. Y lo conseguimos en junio de 1997.
La importancia del comercio
La parte comercial de la empresa la controlabas principalmente tú, ¿no es así?
Gaspar y yo, Gaspar por sus conocimientos comerciales de toda la vida, y yo por mi forma de ser. Los demás digamos que actuaban más como militantes de salón…
¿Es verdad que llegaron en alguna ocasión a afearte que habías contratado mucha publicidad, que no querían tantos anuncios para la revista?
No una, varias veces. Alguno llegó a decir incluso que no debíamos publicar anuncios, sino solamente contenidos.
Tú desde el principio viste la importancia fundamental del aspecto comercial en el sector.
No sé, lo que sí me di cuenta desde el principio es de la suerte que teníamos de haber creado una empresa, una sociedad limitada, con unos accionistas, un director financiero, un secretario y un presidente… que hacíamos todo lo que hace una empresa. Si nosotros hubiéramos caído en el funcionamiento que tenía, por ejemplo, la Asociación Ramón Santos, si hubiéramos jugado a ser un gueto de este tipo, yo creo que el proyecto no hubiera durado más de seis o siete meses. La consistencia del proyecto también la marcó el director financiero que fue, hasta que murió, Joaquín Serra, la persona que le dio una seriedad a las cuestiones financieras y formales de la empresa. Tuvimos mucha suerte cuando salimos, luego tuvimos que trabajar fuerte porque apareció la competencia. También intentamos hacer muchas cosas, desde grabar discos, hacer libros, hacer un banco de semillas, tener una tienda online, tener empresas filiales en México, Chile, Colombia, Portugal y ediciones de la revista en estos países. Hemos intentado muchas cosas, que al final no han sido el negocio que esperábamos. Sí que han sido una promoción. Como nuestro presupuesto de publicidad siempre ha sido cero, todas estas iniciativas ayudaron a consolidar nuestra marca. Después de 27 años, que cumplirá el próximo junio, Cáñamo sigue siendo todavía hoy una marca conocida y un referente.
En todos estos años, el comercio se ha impuesto. Ahora más que activistas, en el mundo de la marihuana hay empresarios y clientes. El sector se ha hecho mucho más grande y, sin embargo, hay muchos que miran atrás y sienten nostalgia de sus comienzos.
No sé cómo serían esos comienzos, pero en el caso de Cáñamo fueron complicados porque el activismo generado desde la ARSEC fue muy crítico con nosotros. Lo que pasó es que había una masa de gente en toda España que halló en nuestra revista un punto de encuentro. Mucha gente que tenía sus pequeños negocios relativos al cannabis, o que habían viajado a Holanda y querían montar un growshop en su pueblo o en su barrio, nos tenían como referencia. Y nosotros lo que hicimos fue empezar a representar a marcas extranjeras tanto de textiles, cosméticos, bebidas y cerveza, como de fertilizantes y semillas, con la idea de abrirles mercado en España. A la que podíamos buscábamos a alguien que les representase, pero al principio nosotros mismos representábamos a las marcas que anunciábamos, porque teníamos el nivel de credibilidad necesario. Fuimos representantes de muchas marcas, entre ellas Greenhouse, el banco de semillas que en ese momento ganaba prácticamente todas las copas High Times. Fuimos los primeros que vendimos de verdad semillas a través de la revista, con el álbum coleccionable de La Gran Colección. La gente recibía en cada número de la revista una hoja de La Gran Colección con un par de variedades reseñadas y, para comprar las semillas, tenían que llamarnos por teléfono y luego el pedido se les enviaba desde Holanda, para no tener aquí ningún material que nos pudiera complicar legalmente. Nos tocó ser pioneros en muchas cosas y todo lo que hacíamos estaba muy bien organizado.
Y estos éxitos comerciales eran mal recibidos por el activismo de la ARSEC.
Sí, se lo tomaban muy mal, muy mal. A mí de entrada me parecía muy bien que se lo tomasen mal porque eso significaba que íbamos por el buen camino. Todo ese falso activismo se desplazó a las redes, a foros de internet como el Cannabis Café, en el que nos trataban de hundir y no paraban de atacarnos. Yo nunca participé, pero Gaspar era muy forero y se encontraba a veces con unos problemas y unos conflictos un poco pesados. En muchas ocasiones, no te lo pierdas, eran algunos socios de la Cañamería los que participaban contra nosotros en estos foros. ¡Teníamos al demonio en casa! Eso sí, todos estos taradillos que nos criticaban por fuera recibían cada año su talón de beneficios. Porque como las cosas nos iban bien nunca faltaba el talón a final de año y, ellos que tanto criticaban, ahí estaban los primeros para cobrar. A eso no decían que no.
Durante muchos años la empresa fue muy rentable.
Sí. Una cosa importante que puedo decir de nosotros como modelo de empresa es que en 26 años no hemos pedido nunca un préstamo a ningún banco. Nos hemos autofinanciado siempre. Hemos pagado por adelantado y los réditos de nuestro dinero han sido los descuentos por el pronto pago, no los intereses. Es decir, ganábamos más réditos mensualmente, por ejemplo, de pagar por adelantado la impresión, que los que habríamos ganado por intereses si hubiéramos puesto el dinero a un año en un banco. Con esta forma de funcionar nunca hemos tenido un problema económico.
“Si hay semilla, hay planta, y si hay planta, hay sector. Si no hay semilla, no hay ni planta ni sector. La suerte que tenemos en España es que, aunque no se puede cultivar, la venta de la semilla siempre ha estado tolerada y aceptada. Y al tener semillas tenemos plantas, legales o ilegales, pero las tenemos, y eso nos permite tener un sector económico y poder hablar de ellas”
Una revista de drogas ilegales que además es rentable. La gente debía sorprenderse mucho. Por ejemplo, cuando tus hijos te preguntaban por tu trabajo, ¿tú qué les contabas?
Yo les contaba que estábamos haciendo una revista dedicada al cáñamo. Eran adolescentes y estaban ya hartos de ver porros y otras cosas en el instituto. Y yo como padre les decía simplemente que esto es una cosa normal, que lo que hay que hacer es regularizarla y participar en la normalización. Aparte de que, en casa, desde que ellos han nacido, han visto que siempre ha habido una caja de marihuana en algún sitio. Han visto las plantas, han visto que somos una familia normal, que ha progresado como cualquier otra familia, ni mejor ni peor. Yo creo que a mis hijos nunca les ha sorprendido nada de lo que hacemos nosotros. Hemos sido una pareja bastante iconoclasta y también bastante iconoplasta, no hemos sido nada convencionales. Para nosotros lo más importante en el mundo ha sido siempre descansar, tomar vacaciones y comer bien. Y respecto al trabajo, siempre les he explicado a mis hijos que es una falacia y que cuanto menos se trabaje, mejor se está. Y Cañamo se identificaba con este pensamiento, que era hacer algo que te gusta y a la vez también estar sembrando una semilla en el mundo, porque, sin mucha vanidad, hay que reconocer que hemos hecho algo importante, que fundar Cañamo fue importante. Si no lo hubiéramos hecho nosotros, la semana siguiente lo hubiera hecho otra gente. Eso también hay que saberlo, que no somos especiales, pero sí que fuimos muy oportunos y que tuvimos mucha suerte.
El valor de la semilla
Hablando de semillas, uno de los momentos claves de la revista fue cuando empezáis a regalarlas. Aquella acción tuvo un enorme impacto en España, fue sin duda un momento clave en la expansión del autocultivo.
Lo estuvimos pensando mucho tiempo, estudiando la forma con los abogados de La Cañamería, que también eran socios. Y en el 2006, con el número 100, decidimos tirarlo para adelante y lo hicimos con nuestros amigos de Greenhouse, con quienes ya habíamos hecho antes lo de la venta con La Gran Colección. Esta primera venta por catálogo desde Cáñamo duró cinco o seis números, hasta que las tiendas, que algunas ya vendían semillas pero bajo cuerda, perdieron el miedo y la venta de semillas en España dejó de hacerse a escondidas, con la excusa legal de ser compradas para coleccionar, no para cultivar. Esa acción fue el banderazo de salida. Y a continuación todo el mundo replicó aquello de las semillas para colección, una invención de La Cañamería Global.
Y esa argucia legal de vender las semillas para colección, ¿a quién se le ocurrió?
A cualquiera de nosotros. Nuestros consejos de administración eran muy largos, empezábamos por la mañana, a las diez o las once, y acabamos a las diez o a las once de la noche, bastante vitaminados. Y lo de las semillas de colección se nos ocurrió en una de estas reuniones largas y sobrestimuladas. En cualquier brainstorming de los muchos que teníamos.
¿Por qué tienen tanta importancia las semillas?
Porque este sector solamente se basa en una cosa: en la semilla. Es muy sencillo, si hay semilla, hay planta, y si hay planta, hay sector. Si no hay semilla, no hay ni planta ni sector. La suerte que tenemos en España es que, aunque no se puede cultivar, la venta de la semilla siempre ha estado tolerada y aceptada. Y al tener semillas tenemos plantas, legales o ilegales, pero las tenemos, y eso nos permite tener un sector económico y poder hablar de ellas. Otros países en cambio al no tener semillas tienen muchas más dificultades para desarrollar un mercado. Por ejemplo, la prohibición en 1998 a la venta de semillas en Alemania, frustró durante años el desarrollo de un mercado fuerte en torno al cannabis en el país que más posibilidades tenía, donde hicieron además la primera feria cannábica. O Portugal, que las prohibieron en el 2001, justo cuando acabábamos de sacar un primer número de Cáñamo allá. La revista la jodieron, claro, porque no pudo sobrevivir más que un año anunciando solo fertilizantes, porque el negocio de este sector, hasta que no se regule el acceso al cannabis adulto, son las semillas.
El cambio generacional
Hasta hace una década la revista se mantenía en un envidiable estado de salud y la llegada de la crisis que supuso internet para las publicaciones periódicas no parecía afectarle demasiado, hasta que inevitablemente se empezó a notar. Tus últimos años han sido una lucha por mantener a flote la empresa. Y finalmente, antes de jubilarte, has conseguido que unos nuevos inversores con más recursos se hagan cargo de la revista.
“Desde que salió el número uno de Cáñamo yo nunca me he planteado la posibilidad de que esto se acabe. Solamente ahora, porque mi etapa laboral acaba, me he planteado terminar, pero terminar yo, no la empresa. Para mí lo fundamental era que esto continuase y nunca he tenido la más mínima duda de que sería así”
Sí, los últimos siete años han sido un poco duros. Pero siete, no diez, ¿eh? De hecho, cuando te incorporaste tú, por ejemplo, todavía teníamos beneficios que pudimos aprovechar para hacer el cambio, un cambio que significó incorporarte a ti como director de la revista en 2016 y cambiar los contenidos, el diseño, mejorar la web… Todo eso se llevó a cabo porque teníamos recursos y creíamos que, para mantener el proyecto, los fundadores teníamos que dar un paso a un lado y que una nueva generación, que tuviese la edad que teníamos nosotros cuando empezamos en el 97, tomase las riendas. Y eso es lo que hemos hecho, y lo que nos ha permitido mantener con vida este proyecto y seguir en la calle y hasta encontrar una empresa del sector que se ocupará de que Cáñamo continúe funcionando tan bien como hasta ahora. Nosotros por nuestros medios ya no podíamos seguir, los recursos se nos han ido agotando. El problema fue la diversificación de la publicidad, porque ya la revista no era el medio único donde anunciarse. Con la llegada de internet, un medio de difusión y de publicidad tan importante, los presupuestos que tenían las marcas para anunciarse en el papel lo repartieron entre las webs, los festivales y otras muchas cosas que surgieron. Ese fue el problema, y que nosotros no teníamos tampoco más cobertura que la revista. Porque internet, para nosotros y para casi todas las publicaciones, ha sido un tema más estratégico que comercial. El cambio que teníamos que dar nos exigía estar en internet con una web puntera, una web que hoy leen diariamente miles de lectores de todo el mundo, pero nosotros no ganamos dinero por internet. En internet te lee mucha más gente, pero no hay manera de hacer dinero como hacíamos con la edición impresa.
La revista Cáñamo ha sido un modo de vida para ti y para otros tantos. Cuando empezaste, ¿llegaste a imaginar que te jubilarías como coordinador de Cáñamo y que incluso te marcharías asegurando la continuidad de la empresa más allá de las personas que la hicieron posible?
Desde que salió el número uno de Cáñamo yo nunca me he planteado la posibilidad de que esto se acabe. Solamente ahora, porque mi etapa laboral acaba, me he planteado terminar, pero terminar yo, no la empresa. Para mí lo fundamental era que esto continuase y nunca he tenido la más mínima duda de que sería así. Y eso que desde que salió el primer número la gente me preguntaba de qué íbamos a hablar en el número dos…
Sí, a mí también me preguntan cómo es posible que llevemos más de trescientos números hablando de marihuana y de otras drogas. Pero, la verdad, como sabe cualquiera que nos lea, el tema es inagotable, y más con la revolución que ha experimentado el mundo del cannabis en estos años y el cambio que se está produciendo en la percepción que tenemos de las drogas.
Pues desde el número uno nos preguntaban lo mismo, ¡eran ellos los que se repetían!
Lo que acompaña a la vida
Sé que llevas solo un mes de jubilación, ¿a qué dedicas el tiempo ahora que ya no trabajas?
Pues mira, ahora mismo lo que estoy haciendo es ordenando semillas.
Siempre con las semillas a cuestas…
Sí, porque tengo muchísimas semillas y me ocupan mucho espacio. Como tengo algunos amigos que son buenos cultivadores, se las pasaré para que las cultiven, y así me las saco de encima. Referente al sector cannábico, ahora lo único que hago es esto. Y luego, lo de siempre… Dedicaré un poco más de tiempo a mi familia, a mis amigos, a estar en casa, a la música, a leer, a pasear, a viajar, a conversar, a la buena mesa… a lo que acompaña a la vida.
¿Qué consejo le darías a alguien que empieza ahora en el sector cannábico?
Le diría que tire para adelante con sus ideas, que pase totalmente de los sabios del sector que no tienen ni puta idea de nada y que lo único que hacen es despistar. Cada año, en las ferias, he visto gente nueva que aparecía, jóvenes que no miraban para atrás y salían adelante, y luego estaban los que siguen diciendo que son lo más y viven de las rentas de una falsa fama que los va dejando obsoletos. Por eso, pienso que el que empieza debe tirar para adelante con su conocimiento, sin tomarnos como ejemplo a los de antes, porque todo queda obsoleto de un día para otro y lo único eterno es el cambio.