Supongo que la gente aquí es amable porque hace casi sesenta años que viven una dictadura familiar (el actual presidente, hijo del presidente anterior, lleva en el poder desde 2005) y en las dictaduras familiares hace falta mucha disciplina ciudadana para no desaparecer un domingo por la tarde y reaparecer a la semana siguiente en un cementerio comunitario. Como tantos países con esta clase de gobiernos autoritarios y hereditarios (Cuba, Corea del Norte, Guinea Ecuatorial, etc.) también se respira este aroma “retro” en la moda y en los gestos que expone una imagen exótica ante los visitantes, pero que oculta una realidad económica precaria y temerosa de lo que pueda suceder si destacas. Cuando preguntas por el presidente Gnassingbé a cualquiera que no viva de las ayudas del Estado, solo hay dos respuestas posibles: un silencio significativo o una explosión de rabia contenida contra él y su familia. Las explosiones de rabia suelen ir acompañadas de críticas contra la política neocolonial francesa y lo malos que son los franceses por apoyar una dictadura durante tantos años. Casi parece, en ocasiones, que sean más malos los franceses que la propia dictadura.
El país raro de África
El control en el país es absoluto. Puestos militares se tuestan al sol en las carreteras y situados en puntos estratégicos de las ciudades más importantes, los ojos miran a todas partes y te miran a ti y te siguen con la mirada hasta que doblas la esquina y caes en el regazo de un par de ojos nuevo. La gente es educada y respetuosa con la ley. Por esto es común, a la hora de preguntar dónde puede conseguirse marihuana, que muchos se pongan nerviosos ante la cuestión o que desconozcan incluso lo que es la marihuana. He fumado yerba en una docena de países africanos (mínimo) y jamás había estado en un país donde un chaval de diecisiete años mire la fotografía de la marihuana y se encoja de hombros sin saber de qué se trata. Jamás. Porque la marihuana en África es casi como la cerveza en Sevilla, algo normal y habitual en su consumo… menos en Togo. El país raro de África.
Conseguir yerba en Togo no es sencillo. Y eso que Ghana, que es el país que tiene a la izquierda, es uno de los mayores productores de nuestra planta favorita a nivel regional. Y Nigeria, que está dos países a la derecha en el mapa, también consume marihuana a rabiar. Togo tiene el clima perfecto para cultivar a la amiguita del rock and roll, pero las leyes son muy duras al respecto incluso por su posesión. Si te pillan con un canuto en Togo, uno solo, estás jodido, a no ser que el policía que te cace esté dispuesto al soborno que le ofreces y que sea un soborno adecuado: podría caerte una pena de hasta cinco años de prisión por la broma.
¿Significa eso que no se pueda fumar en Togo? Pues no. Hay sitios para comprar si conoces a la gente adecuada. En las afueras de Lomé, donde la vigilancia se relaja y un enjambre de callejuelas enmarcadas con casas de chapa se cruzan y enredan entre sí, allí es fácil conseguir un poco del elixir a un precio razonable. Aunque la yerba en Togo es más cara que en Ghana, principalmente por las trabas legales a las que se enfrenta, no por ello deja de ser muchísimo más barata de lo que es en Europa. Y la calidad, húmeda y mezclada con semillas que debes quitar de una en una antes de chupar el papel, es similar a la del resto de la región. Quienes consumen de forma habitual aquí son los extranjeros: ghaneses, nigerianos, benineses, marfileños y europeos que vienen a este país repleto de curiosidades que se acentúan cuando aparecen acompañadas de una calada de humo. Músicos que están de paso, artistas de no sé qué, estudiantes, prostitutas que deambulan por las calles de bares y que se cuelgan con los ojos rojos de los hombros de hombres con dinero, personajes nebulosos y aventureros con tiempo libre por las noches.
Los usos del vudú
Otra forma de conseguir yerba es hacerte amigo de un brujo. Un sacerdote. Un brujo y un sacerdote vienen a ser lo mismo en la capital mundial del vudú. Hay que reconocer de entrada que el vudú no es como lo enseñan en las películas, donde cualquiera puede coger una figurita de trapo que representa a un pobre tipo y a la que clavan alfileres, de manera que el pobre tipo siente los dolores en su propio cuerpo y cosas así. Es verdad que hay figuras a las que clavan alfileres pero no son de trapo, son de madera. Además, antes de clavar los alfileres famosos, según me dijo un sacerdote, hay que debilitar el “aura” de la víctima. Las formas de debilitar el aura dependerán de qué día de la semana y del mes y del año nació la víctima. Por ejemplo, este brujo me comentó que no podía vestir nada de color rojo: si lo hacía, quedaría expuesto a ataques. Y lo mismo pasaba si comía cualquier alimento frito. El procedimiento correcto para hundirle la vida a este hombre sería regalarle una camiseta roja, conseguir que se la ponga, servirle patatas fritas para comer y luego, ahora sí, hacer los encantamientos pertinentes a la figura antes de dejarla como un queso de gruyere.
"Un planazo es ir a ver las casas-fortaleza de los tamberma, desplegadas en una llanura inmensa y rodeadas de montañas que les protegen de futuros ataques de fantasmas del pasado, encenderte el porro y observar cómo un viejo famélico le clava un cuchillo a una gallina y rocía la sangre del ave sobre el tótem de sus antepasados"
Pero el vudú no es siempre malo. Todos los dioses tienen un lado bueno y otro malo; un lado protector y un lado hiriente. Algo así como el yin y yang. Dependerá de cada individuo convocar los favores de uno u otro lado. Si Fulano se vale del lado castigador del dios del trueno (aunque había otro dios con tres penes al que llaman Legba y que tiene una estatua en el mercado vudú de Lomé y que mola más porque es diferente a lo que estamos acostumbrados en nuestras iglesias), Mengano puede protegerse con el lado protector del mismo dios. Y así hasta que uno de los dos se muera.
El vudú tiene más usos. Por ejemplo, cuando un togolés tiene un dolor de muelas, se presentan ante él dos alternativas: o va al dentista o va a visitar al brujo. Si va al dentista, le cobrarán una fortuna por sacarle la muela enferma. Pero el brujo, además de ofrecerle un remedio mucho más asequible en términos económicos, es más de fiar que la magia de los blancos porque el brujo sigue una tradición togolesa que, a sus ojos, funciona perfectamente. El brujo procederá a hacer una pócima donde tendrá en cuenta la dolencia del paciente, pero también su nombre y el día de la semana y del mes y del año en que nació. Un paciente con una caries en el segundo molar que nació un lunes, 26 de agosto, no beberá una pócima con los mismos ingredientes que un paciente con una caries en el segundo molar que nació un martes, 11 de febrero.
Un porro en compañía de un sacerdote
Para preparar la pócima se utilizan cabezas de mono, conchas de tortuga, patas de perro, hojas secas de aquí y de allá… y el ocasional pellizco de marihuana. El brujo me reconoció que él sabía donde encontrar la mejor yerba para sus pócimas, aunque no siempre la añadía, y también sabía donde encontrar la mejor yerba para fumar y “facilitar” su relación con los dioses. A él no le van a meter en la cárcel por fumarse un porro y tampoco van a detener a cualquiera que le acompañe. Y tiene lógica, visto desde la perspectiva adecuada: ¿qué policía en su sano juicio estaría dispuesto a que le hagan un mal de ojo por detener al brujo equivocado? Mejor dejarle tranquilo.
Por esto, mi recomendación es que vayas a Togo y te fumes un porro con un sacerdote. Te leerá el futuro utilizando tabas y piedras y un collar extraño hecho de madera y metal, hablando en su idioma y dibujando círculos en su libreta como si estuviera calculando distancias del Universo (a mí me leyó el futuro y ya se han cumplido dos cosas de tres, no es broma, da un poco de yuyu pero no es broma. Y la palabra yuyu, por cierto, viene del término yoruba juju, que es la palabra que utilizan en Nigeria para designar la magia animista… y así se queda todo en casa). El brujo al final te hará un hechizo de protección en nombre del dios de los tres penes y, si le caes bien, puede que te enseñe a preparar una pócima con alas de saltamontes que cure el dolor de tripa a los que nacieron a principios de abril.
Pero mucho ojo, porque no todos lo sacerdotes fuman. Lo mejor es buscar alguno joven en el mercado vudú de Lomé, hablar con él durante varios minutos para que te cuente sobre su ciencia y deslizar el asunto de la marihuana cuando ya le caigas bien. No suele fallar.
Las casas-fortaleza de los temberma
Hablaba de Lomé, que es la capital, pero a medida que subes al norte del país (ya provisto con tu paquetito de yerba) puedes encontrar rincones del mundo de una rareza difícil de describir. Es que Togo es raro, al menos para mí. Los dolores de muelas se curan machacando animales putrefactos y la peña camina por la vida como en una película de los años 60. Y luego están, subiendo al norte, los temberma, que son una etnia que escapó de Burkina Faso hace unos 600 años porque otra etnia les daba de palos y se vinieron a Togo, lo que hoy llamamos Togo, muy cerca de la frontera con Benín. Los temberma huyeron hace seis siglos de sus enemigos en Burkina Faso pero el trauma debió de ser espantoso porque todavía hoy siguen construyendo casas-fortaleza con agujeritos en las paredes para asomar los arcos y agujerearte si les atacas. Las casas fortaleza de los temberma son una pasada y la UNESCO las declaró en 2004 patrimonio de la humanidad. Pero poca gente va de visita a Togo y no hay problemas de masificación turística.
Un planazo es ir a ver las casas-fortaleza de los temberma, desplegadas en una llanura inmensa y rodeadas de montañas que les protegen de futuros ataques de fantasmas del pasado, encenderte el porro y observar cómo un viejo famélico le clava un cuchillo a una gallina y rocía la sangre del ave sobre el tótem de sus antepasados, frente a la puerta de su casa-fortaleza. Y ver las plumas empaparse con la sangre y volverse pegajosas y sentir lástima por la gallina que parecía moverse muy nerviosa hasta que le rajaron el cuello.
Hay mucha naturaleza para disfrutar en Togo pero a mí me gusta más su parte humana. Esa gallina que parece como de trapo, enganchada entre los dedos del viejo. La superstición vuelta religión y la religión vuelta ciencia y la ciencia vuelta superstición, hasta que la sangre de la gallina se seca y toca empezar de nuevo el círculo. Y más al norte, cerca de la ciudad de Dapaong, las grutas de Nok consisten en unas grutas (obvio) que utilizaban hace siglos los lugareños para ocultarse de los cazadores de esclavos. Es un lugar espectacular. Te metes en las entrañas de la montaña donde se acurrucaba aquella gente y, cuando sales, frente a ti se expande el horizonte togolés como una explosión que no termina, un estallido de verdes y colores de arena con el viento tergiversado por el cielo azul.
Togo es un país curioso, ya lo he dicho. Al norte del todo, en la frontera vuelta sabana, soldados que no conocemos combaten a diario contra los ataques yihadistas procedentes de Burkina Faso, y uno comprende que el miedo de los temberma que siguen construyendo casas-fortaleza puede estar justificado. Que la amenaza sigue allí. La religión musulmana y la cristiana sirven de tapadera para este vudú animoso y desenfrenado, un vaivén de remedios y de temores que hacen como una balanza de justicia para explicar las peripecias de nuestra vida. Y no quiero dejar de recordar aquello que me dijo el sacerdote que no podía vestir prendas de color rojo: “El vudú es la religión de África, y no las religiones monoteístas que vinieron luego. Y yo sé por qué sufre tanto África. Son nuestros dioses que nos castigan por haber seguido a los dioses de los extranjeros y por habernos olvidado de los ancestros. La pobreza de África es un castigo de los dioses. Solo eso”.