Los productos derivados del cannabis han ganado espacio en el mercado de la salud y el bienestar animal, replicando un fenómeno previamente asentado en humanos. Ahora, un equipo de investigación vinculado al Dog Aging Project ha analizado los patrones de uso de CBD en más de 47.000 perros entre 2019 y 2023, detectando una posible relación entre el consumo regular de cannabidiol y una reducción en las conductas agresivas.
Según el estudio, publicado en Frontiers in Veterinary Science, un 7,3 % de los perros había recibido alguna vez suplementos de CBD o cáñamo, y un subgrupo del 5,8 % lo hacía a diario. Este grupo era, en promedio, tres años mayor que el resto y presentaba más problemas de salud, lo que indica que el CBD se utiliza mayoritariamente como estrategia complementaria para abordar condiciones crónicas.
Entre las dolencias asociadas a un mayor uso de cannabidiol (CBD) destacan la demencia canina, osteoartritis, epilepsia, displasia de cadera y ciertos trastornos digestivos. El uso de cannabidiol también fue más frecuente en estados donde el cannabis medicinal está regulado para humanos, lo que sugiere que las personas cuidadoras proyectan su experiencia previa hacia el cuidado veterinario.
El aspecto más revelador del estudio está en el análisis longitudinal del comportamiento. Los perros que recibieron CBD durante al menos dos años mostraban inicialmente niveles más altos de agresividad, pero estos tendieron a disminuir progresivamente hasta quedar por debajo del promedio del grupo que nunca consumió estos productos. No se observaron cambios relevantes en otras conductas como ansiedad o agitación, lo que apunta a un posible efecto específico del CBD sobre ciertas formas de agresividad vinculadas al estrés.
A pesar del potencial terapéutico del CBD y que se desprende de estos datos, el estudio tiene limitaciones importantes. Se basa en cuestionarios autocompletados por personas cuidadoras, sin control sobre dosis, formulaciones ni calidad de los productos utilizados. Por ello, no permite establecer causalidades ni emitir recomendaciones concretas. Los hallazgos, sin embargo, alimentan un debate urgente en torno a la regulación del CBD en veterinaria, especialmente en contextos donde su uso sigue moviéndose en zonas grises legales y sin supervisión sanitaria.
El trabajo del Dog Aging Project refuerza la necesidad de acompañar la expansión del CBD en animales con regulación clara, evidencia robusta y mecanismos de control de calidad. Lejos de alimentar la fantasía de una "gotita mágica", la incorporación del cannabis en la práctica veterinaria exige marcos normativos que protejan tanto a los animales como a las personas cuidadoras. Regular e investigar, más que prohibir o improvisar, es el camino hacia un uso responsable.