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Hace unas semanas, conversando con tres amigos, les pedí un recuento de los accidentes y problemas medianamente graves que habían experimentado en sus cuartos de cultivo a lo largo de los años. Los tres son cultivadores experimentados que han realizado decenas de cosechas de interior, tienen cuartos de cultivo bien montados, con las medidas de seguridad necesarias y sin chapuzas. Y, sin embargo, los tres habían tenido algún problema o accidente en algún momento. A uno se le quemó el balastro de una lámpara y se prendió una lámina de plástico reflectante de la pared. El incendio no fue a más porque sonó el detector de humos que tenía en el cultivo y se dio cuenta antes de que las llamas se extendieran y lo pudo apagar con un extintor. En los pocos minutos durante los que el balastro y el plástico estuvieron echando humo, dos habitaciones quedaron completamente manchadas de hollín, todas las paredes quedaron grises y tuvo que pintar de nuevo el piso al completo para eliminar el olor a quemado. Por fortuna vive en una casa aislada y ningún vecino se dio cuenta de lo que pasó ni llamó a los bomberos. Otro amigo tuvo una fuga de agua en el sistema de riego automático cuando el tubo de un gotero se soltó y los cien litros de agua del depósito se fueron al suelo. No tenía plástico protector en el suelo y el agua se filtró y mojó completamente el dormitorio del vecino de abajo, que subió muy enfadado a pedirle explicaciones. Tuvo los reflejos suficientes de no dejarle pasar; su pareja se quedó hablando con él en la puerta de la casa y él corrió al interior a ver qué había pasado. Rápidamente se inventó la excusa de que los niños se habían dejado un grifo abierto y le aseguró al vecino que se haría cargo de todos los gastos. No pudo llamar al seguro, pues el accidente no había sido por un grifo abierto y le tocó pagar de su bolsillo las reparaciones del vecino, que tuvo que pintar el techo de la habitación. El tercer cultivador se salvó de una fuerte descarga gracias a que la instalación eléctrica tenía una toma de tierra en condiciones porque un cable pelado había hecho contacto con el reflector metálico de una lámpara. Además de los accidentes, dos de ellos habían sufrido intentos de robo y el tercero tiene una pequeña quemadura química en la mano causada cuando se le derramó encima un poco de ácido del que se utiliza para bajar el pH de la solución nutriente. Prácticamente cualquiera que lleve años cultivando en interior ha sufrido algún tipo de accidente; es casi inevitable, ya que los aparatos fallan, las conexiones se aflojan, sufrimos descuidos o nos tropezamos. Lo sensato es tomar todas las precauciones posibles para que cuando suceda algo no nos pille desprevenidos y los daños se reduzcan al mínimo. Las medidas de seguridad y el tiempo invertido en protección siempre merecen la pena.
El calor de las lámparas, el agua del riego y la electricidad necesaria para que todos los aparatos funcionen son los tres elementos más problemáticos de un indoor y los que ocasionan más accidentes. Las bombillas alcanzan temperaturas muy elevadas, las lámparas utilizan mucha electricidad y el agua está por todas partes. ¿Cómo gestionamos estos peligros? En primer lugar, instalaremos siempre un detector de humo. Son baratos, duran años y avisan con una alarma en cuanto detectan los primeros síntomas de un incendio. Sin duda serán los euros mejor gastados de todo el cultivo. Algunos modelos también detectan el monóxido de carbono, por lo que pueden avisar si hay una mala combustión y ahorrar grandes disgustos.
Lo mejor con el agua y la electricidad es mantenerlas lo más separadas posible. Un buen sistema consiste en colocar en la parte alta de la habitación la instalación eléctrica, fijando cables, enchufes, balastros, ventiladores, etc. entre 1,5 y 2 m del suelo. La instalación de riego, por el contrario, la colocaremos en la parte baja para que si hay una fuga no entre en contacto con los aparatos eléctricos. Hay que evitar a toda costa que el agua salpique las bombillas, ya que están tan calientes que pueden estallar en cuanto les toque el agua. Y, por supuesto, cubriremos el suelo con un plástico grueso para evitar filtraciones de agua o, como alternativa, colocaremos las plantas en una bandeja grande (las hay de 100x100 cm, 120x120 cm e incluso mayores).
Un amigo electricista me dio un consejo hace años que me ha resultado muy útil: hay que apretar las conexiones cada cierto tiempo, especialmente aquellas por las que pasa una cantidad considerable de electricidad. El interruptor magnetotérmico y el diferencial de cuadro eléctrico son los elementos por los que circula el total de la energía consumida por el cultivo. Cuando pasa la electricidad, se calientan, y cuando las luces se apagan, se enfrían. Estos ciclos de calentamiento y enfriamiento pueden producir una dilatación y contracción de los cables que aflojen progresivamente las conexiones. Él me aconsejó que al final de cada cosecha apretase los tornillos de las conexiones fuertemente, obviamente, siempre con un destornillador aislado de los que usan los electricistas. También es muy recomendable revisar las conexiones de las lámparas y el estado de los cables para detectar daños. Los cables son caros: cuanto más gruesos más caros, y podemos tener la tentación de ajustar demasiado el diámetro del cable a la potencia que vamos a utilizar. En mi opinión, no merece la pena, puesto que un cable por el que pasa más corriente de la que soporta se derretirá y dejará el cobre al aire, lo que puede provocar fácilmente un incendio. Los cables no soportan la misma tensión si van al aire que si van en grupo o si la temperatura exterior es alta o baja. En cambio, si el cable es más grueso de lo necesario, siempre tendrá capacidad de sobra.
Los ventiladores suelen estar en funcionamiento constantemente y se van llenando de polvo. Conviene limpiarlos al menos dos o tres veces al año y sustituirlos en cuanto empiecen a hacer más ruido de lo normal o las palas se muevan más lentamente. La mayoría de los ventiladores actuales son baratos y de calidad no muy buena, por lo que no conviene forzarlos demasiado. Nunca uses material defectuoso o de mala calidad; piensa que va a estar encendido y funcionando muchas horas al día, incluso cuando tú no estás en casa. Más vale gastar un poco más y sentirse seguro.
Los cuartos de cultivo requieren un nivel de humedad ambiental mayor que el habitual en las casas. Además, las plantas rozando la pared o las gotas de riego humedeciéndola pueden favorecer la aparición de manchas de hongo en la pared. Algo poco higiénico y bastante desagradable que obliga a pintar las paredes de nuevo. En buena medida, se puede evitar este problema cubriendo las paredes de plástico reflectante, que, además de proteger la pintura de la humedad, actúa rebotando la luz que llega a la pared y dirigiéndola de nuevo hacia las plantas. Un cuarto bien forrado en plástico reflectante hace un uso más eficiente de la energía, puesto que logra aprovechar mejor la luz de las lámparas.