¿Qué es cultivo ecológico?
Según el diccionario, ecología es la ciencia que estudia los seres vivos como habitantes de un medio, y las relaciones que mantienen entre sí y con el propio medio. Por otra parte, ecológico es un adjetivo con tres acepciones: primero, perteneciente o relativo a la ecología, segundo, lo realizado u obtenido sin emplear compuestos químicos que dañen el medioambiente y, tercero, dicho de un producto o una actividad que no es perjudicial para el medioambiente.
La agricultura ecológica, también llamada orgánica o biológica, es un sistema de cultivo que se basa en la utilización óptima de los recursos naturales con el fin de obtener productos orgánicos sin emplear ni abonos químicos ni pesticidas de síntesis, protegiendo el medioambiente y manteniendo la fertilidad de la tierra. El cultivo ecológico debe ser sostenible y equilibrado.
La causa ecologista busca preservar y cuidar los recursos del planeta sin malgastarlos. Al fin y al cabo, hay los que hay y tienen que durar también para las generaciones futuras. El ecologismo aboga por proteger la vida salvaje y los espacios naturales, así como por no contaminar el medioambiente.
Objetivos del cultivador ecológico del cannabis
Tres son las metas que se buscan con el cultivo ecológico del cannabis:
- Producir cannabis de consumo seguro, sin residuos tóxicos ni restos de plagas.
- No contaminar el planeta ni dañar el ecosistema.
- Minimizar el consumo de energía y recursos no renovables empleados durante el cultivo.
El cannabis es una planta fantástica con una cantidad enorme de aplicaciones, pero hoy en día su cultivo no está permitido en la mayoría de los países, lo que obliga a producirlo en condiciones que, con frecuencia, están muy lejos de lo ideal. Hay que trabajar con lo que hay, y no siempre se puede optar por el camino más ecológico y respetuoso con el medioambiente. En mi opinión, quien cultiva pensando solo en el primer objetivo hace cannabis ecológico, pero quien tiene en cuenta también las otras dos metas en la medida de lo posible es, además, un cultivador ecologista, preocupado por el planeta y por el futuro de la humanidad. El primer objetivo es bueno para los consumidores, pero el segundo y el tercero son buenos para todos. Y vosotros, ¿hacéis cannabis ecológico o sois también cultivadores ecologistas?
Cannabis seguro
El cannabis es una de las drogas psicoactivas menos perjudiciales para el consumidor y una de las más consumidas, solo superada por las drogas legales: tabaco, alcohol, café, azúcar... La humanidad ha utilizado la marihuana desde hace milenios con muchos menos problemas de salud que otras drogas muy extendidas. Mientras que el uso del alcohol, el tabaco o el azúcar provoca millones de muertes todos los años, el consumo de cannabis no se ha podido asociar a ninguna muerte, aunque esto tampoco quiere decir que sea completamente inocuo, pues, al menos en ciertos consumidores, puede desencadenar o empeorar ciertos trastornos psicológicos.
La mejor forma de evitar que queden residuos peligrosos en los cogollos es no aplicar ningún producto tóxico
Las propiedades terapéuticas del cannabis son conocidas desde hace mucho y, en las últimas décadas, se ha comprobado científicamente su utilidad en diversas afecciones. Como consecuencia de estos avances, cada vez son más los pacientes que recurren a los cannabinoides para combatir las náuseas de la quimioterapia, aliviar los espasmos musculares, dormir mejor, controlar el dolor y otros usos. La necesidad de que el cannabis no contenga restos tóxicos es aún más importante en estos pacientes que en los usuarios recreativos, pues a menudo tienen el sistema inmunitario deprimido y se podría agravar su condición.
El consumidor habitual que toma cannabis regularmente puede estar bastante tranquilo respecto a los efectos secundarios a largo plazo, siempre que lo que consuma sea solo cannabis. Ni los consumidores recreativos ni, por supuesto, los consumidores terapéuticos quieren que el cannabis que usan contenga residuos tóxicos que puedan afectar a su salud. La acumulación de residuos en los cogollos provenientes de los pesticidas o las plagas puede alterar completamente esta seguridad. La mejor forma de evitar que queden residuos peligrosos en los cogollos es no aplicar ningún producto tóxico.
Pesticidas
La mayoría de los insecticidas y fungicidas químicos o de síntesis pueden resultar peligrosos para el consumidor por sus efectos cancerígenos, neurotóxicos o capaces de provocar daños en el feto. Obviamente, si se usan adecuadamente, los riesgos para la salud son moderados, tal y como demuestra la agricultura convencional, que los emplea continuamente. Es verdad que entre las frutas y verduras y el cannabis hay una diferencia que no deberíamos olvidar: no hay ningún pesticida químico aprobado para su uso con cannabis. La burocracia necesaria para lograr que se autorice el uso de un producto en una especie agrícola determinada es larga y cara. El cannabis es ilegal en la mayoría de los países y, por tanto, no se han hecho los estudios necesarios para garantizar que un insecticida o un pesticida determinado no dejan residuos tóxicos en el cannabis. Cuando vemos la etiqueta de un insecticida siempre indica las dosis adecuadas para combatir cada plaga en cada especie autorizada, así como el plazo de seguridad que debe pasar desde la aplicación hasta la cosecha, con el fin de garantizar que no quedan restos tóxicos. Este plazo de seguridad varía mucho según las especies; por ejemplo, el mismo producto puede tener un plazo de seguridad de 3 días para tomate y 21 días para vid. Es decir, no es que el plazo de seguridad sea igual para todas las especies y baste con tratar el cannabis como si fuera una más. Además, la mayoría de las especies agrícolas cultivadas para consumo humano se ingieren, normalmente, después de ser lavadas, peladas y a menudo cocinadas, mientras que el cannabis se fuma y no se lava.
Por otro lado, algunos hongos y bichos pueden dejar en los cogollos restos o residuos peligrosos para la salud, por lo que tampoco es una solución dejar sin tratar las plantas cuando aparece una plaga. Si para obtener un cannabis libre de tóxicos no se pueden emplear pesticidas de síntesis ni dejar las plagas sin tratar, ¿qué hay que hacer?
En el arsenal ecológico encontramos una serie de insecticidas y fungicidas cuyo uso está permitido en agricultura ecológica, ya que no dañan el medioambiente ni son tóxicos. El principal inconveniente que tienen es que no son tan potentes como los pesticidas químicos, por lo que su uso es más efectivo como medida preventiva que curativa. La forma más segura y ecológica de combatir hongos y bichos es mediante la prevención y la gestión integral de plagas, en la que se combinan distintas técnicas de cultivo, variedades resistentes y fitosanitarios no tóxicos aprobados para la agricultura ecológica.
Las plantas cuentan, al igual que las personas o los animales, con un sistema inmunitario que les sirve de defensa frente a enfermedades plagas y parásitos, pero que tiene una capacidad limitada y cuyas fortalezas y debilidades dependen de cada variedad. Por ejemplo, las variedades índicas son más propensas que las sativas a coger hongos en los cogollos cuando las condiciones ambientales son húmedas. La razón hay que buscarla en el tipo de cogollo que tienen, mucho más denso y cerrado en las índicas, que han evolucionado y se han adaptado al clima de la región de la que es original la variedad. Muchas índicas viven en climas muy áridos donde la humedad es tan baja que no tienen que preocuparse por los hongos y pueden desarrollar gruesos cogollos, mientras que el clima más húmedo y tropical en el que suelen crecer las sativas les ha llevado a tener cogollos largos y finos, muy aireados y con pocas hojas, donde la humedad no se acumula.
La fertilidad del suelo la generan los microorganismos que viven en él
La genética resistente debe combinarse con técnicas de cultivo que reduzcan la posibilidad de aparición de plagas como poca densidad de plantación, poda de las ramas bajas para que no toquen el suelo o selección de lugares de siembra muy soleados y abiertos donde corre el aire.
Como guinda del pastel, la fumigación periódica cada una o dos semanas con algún fitosanitario no tóxico y de amplio espectro, como el jabón potásico o el aceite de nim, sirve como repelente de plagas y para eliminar los primeros individuos antes de que se empiecen a reproducir y su número aumente con rapidez.
Abonos
¿Quien abona las plantas en la naturaleza? Nadie pasea por el bosque esparciendo fertilizantes de liberación lenta; las plantas toman los nutrientes del suelo y crecen indefinidamente sin que el alimento se agote. Del mismo modo que la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma, algo similar sucede con los nutrientes que necesitan las plantas: ni se crean ni se destruyen, solo cambian de lugar. En el suelo de un bosque los árboles toman los nutrientes por medio de las raíces, pero no se acaban porque se renuevan cuando llega el otoño y caen las hojas, cuando una planta muere o cuando un herbívoro deja su estiércol. Los nutrientes vuelven a la tierra. Toda la materia orgánica que cae al suelo es descompuesta por los distintos microorganismos que viven bajo tierra y reducida a sus elementos más simples, que pueden volver a ser de nuevo absorbidos por las raíces. Cuando cosechamos una planta, nos llevamos unos nutrientes que estaban antes en el suelo e impedimos que vuelvan a él, lo que va provocando la pérdida de fertilidad. Los abonos tienen la función de reponer estos nutrientes.
En realidad, la fertilidad del suelo la generan los microorganismos que viven en él. El auténtico abono es aquel que alimenta a estos microorganismos, ya que son los desechos de los microorganismos los que sirve de comida a las plantas. El cultivo ecológico imita a la naturaleza aportando diferentes fuentes de materia orgánica al suelo y potenciando así su fertilidad. Una de las principales ventajas de este sistema es que resulta casi imposible dañar las plantas por exceso de abono, ya que los nutrientes atrapados en la materia orgánica se van liberando poco a poco y nunca llegan a alcanzar un nivel tóxico que pueda quemar las raíces.
Los abonos químicos aportan directamente los elementos minerales en estado libre, sin formar parte de materia orgánica, tal y como las raíces los necesitan. Esto tiene la ventaja de que pueden ser absorbidos inmediatamente, pero también numerosos inconvenientes: los nutrientes no usados se pierden porque se filtran a las capas inferiores del suelo, como no alimentan a los microorganismos estos se mueren por falta de comida y la fertilidad disminuye, lo que lleva a aumentar las dosis de abono y empeorar aún más las condiciones en un círculo vicioso que acaba convirtiendo la tierra en yerma. No hay que olvidar que los microorganismos del suelo no solo benefician a las plantas por liberar nutrientes, también producen fitohormonas y otros compuestos que contribuyen a estimular el crecimiento de las plantas, impiden el desarrollo de microorganismos perjudiciales y establecen relaciones simbióticas con las raíces, que aumentan su capacidad de absorber nutrientes y estimulan su sistema inmunitario.
No contaminar ni dañar el ecosistema
El uso excesivo de abonos químicos acaba con la fertilidad de la tierra y contamina los acuíferos subterráneos. Los pesticidas de síntesis matan a muchas especies beneficiosas, contaminan las masas de agua y afectan a la vida acuática, generan resistencias en las plagas, se acumulan en la cadena trófica y acaban dañando a muchos animales. El empleo de abonos orgánicos y pesticidas ecológicos y no tóxicos resulta mucho más inofensivo para todo el ecosistema. El colectivo cannábico debe velar porque la normalización y legalización del cannabis que se están produciendo en distintos países vayan acompañadas de un enfoque ecológico y sostenible del cultivo, para que no suponga una presión extra sobre el ecosistema.
No malgastar energía
El cultivo de cannabis en interior gasta una cantidad enorme de energía eléctrica. En Estados Unidos se calcula que los cultivos de interior consumen el uno por ciento de toda la electricidad del país: es una cantidad astronómica, sobre todo teniendo en cuenta que, si se cultivara en exterior, se reduciría casi a cero.
Un armario con una lámpara de 600 W, un ventilador y un extractor necesitan casi 400 kW/h mensuales de electricidad en crecimiento con fotoperiodo 18/6 y 300 kW/h mensuales durante la floración con fotoperiodo 12/12. Por tanto, una cosecha estándar con un mes de crecimiento y dos meses de floración requiere 1.000 kW/h para producir 600 gramos de cogollos en el mejor de los casos, más habitualmente, la mitad, 300 gramos; entre 1,6 y 3,3 kW/h de electricidad por gramo, casi nada. Para que nos hagamos una idea, un kilovatio hora de electricidad supone unas emisiones de CO2 equivalentes a recorrer cuatro kilómetros en coche. Por tanto, una cosecha de interior con una lámpara de 600 W genera las mismas emisiones de CO2 que recorrer 4.000 kilómetros en coche.
La situación legal del cannabis en la mayoría de los países del mundo obliga a muchos cultivadores a producirlo clandestinamente. Sin duda, el cultivo en interior es una de las maneras más discretas y seguras, por lo que resulta muy comprensible que los cultivadores recurran a esta técnica y tampoco es justo criticarlos cuando, con frecuencia, no tienen otra forma de hacerlo sin correr demasiados riesgos. En cualquier caso, el gasto energético puede variar mucho en función de lo optimizado que esté el cuarto de cultivo. Afinar el sistema al máximo no solo beneficia al cultivador, que obtendrá mayor producción y gastará menos dinero en pagar la factura eléctrica, también resulta muy positivo para el planeta.