Pasar al contenido principal

Arturo Marián Llanos abre la puerta del Caos

El pintor astur-moldavo pasó por el mundo entregado a todos los excesos, oscilando entre sus pulsiones guerreras y epifanías de místico estepario.

De niño le auguraban a Arturo Marián Llanos (Chisinau, Moldavia, 1965-Madrid, 2016) un gran porvenir como pintor de batallas. Y lo fue a su manera, pero no desde luego como imaginaban los profesores de la Escuela de Artes Iliá Repin, donde los hijos más talentosos de la URSS se instruían en el realismo socialista pintando loas al Partido y a la Madre Patria. El niño prodigio, el prometedor aspirante a propagandista soviético, se torció pronto: “Mi infancia transcurrió bajo el signo de la felicidad, pero a los quince años perdí mi fe en el sistema y empecé a tener problemas”, escribiría mucho después en una carta desde una celda.

Aquel instintivo rechazo a las convenciones artísticas y a la ortodoxia soviética, siendo apenas un crío, le llevó a ser interrogado por el KGB y le costó la expulsión de la escuela. Según contaba, por organizar “un show de protesta” contra las autoridades. Dejado atrás “el signo de la felicidad”, pasó a vivir “bajo el signo de la expulsión”. Y de la furia, de la cárcel, de la ebriedad y del desarraigo.

Aunque quizás todo empezó mucho antes. Lo recordaba así en el catálogo de una de sus exposiciones: “A los siete años se acabó el chollo del jardín de infancia y tuve que ir al colegio. Ese mismo primer día de la escuela (creo que fue el 1 de septiembre de 1972) convencí a unos cuantos amigos y volvimos a nuestro querido jardín de infancia para pedir nuestra admisión. Ese debió de ser mi primer acto de rebelión: la negativa a crecer”. Precisamente aquel año de 1972 escribía Rafael Sánchez Ferlosio su “Villancico negativo”, una canción de cuna para niños revoltosos: “Si relumbran los fusiles/ de la blanca afirmación, /niño oscuro, niño inerme, /niño niebla y evasión”.

Sangre noble y fugitiva

Arturo Marián Llanos abre la puerta del Caos
El tríptico que pintó Arturo a propósito de El honor de las injurias (2006), una película de Carlos García-Alix sobre el anarquista Felipe Sandoval.

Cuenta el escritor e historiador Emilio Sola, un viejo amigo de Arturo a quien el pintor estimaba como “su crítico preferido”, que en la aldea asturiana de Corao, muy cerca de Covadonga, sigue en pie la vieja y señorial casona de los Llanos. Un antepasado suyo debió de ser el empresario, indiano, filántropo e ilustrado Eduardo Llanos-Cifuentes Álvarez de las Asturias, que da nombre a la calle principal del pueblo. De uno de sus bisabuelos contaba Arturo que era “masón librepensador y se negaba a saludar al cura”, y de su abuelo que profesaba un “republicanismo moderado”. Esther Llanos, la camarada Esther como Arturo llamaba a su madre, fue una de las niñas de la guerra llevadas a la URSS tras la victoria del bando franquista.

De Corao llegó a Moldavia, donde estudió Historia, se hizo profesora y se casó con el periodista y poeta Boris Marián. También por ese afluente le venía a Arturo la sangre levantisca y contestona: “Cuando se produjo la invasión de Hungría en 1956, mi entonces joven viejecillo estudiaba en la facultad de periodismo de la Universidad de Kiev, hubo una ola de protestas y le cascaron cinco años en un campo de trabajo por ‘calumnias y propaganda antisoviéticas’”. La tradición familiar del presidio se remonta ya a su abuelo Tijon, capturado por los enemigos en la Primera Guerra Mundial y luego condenado por sus compatriotas a una década de trabajos forzados. Dos linajes de disidentes y fugitivos se dan la mano desde dos extremos de Europa: “Me impresionó desde que le conocí esa mezcla de asturiano y moldavo. Arturo era un hombre de frontera, y por eso me interesó tanto y me cayó tan bien. El suyo era un mestizaje rarísimo, un desarraigo absoluto”, confiesa Sola.

“Durante un viaje de varios meses al Moscú degradado y decadente de la perestroika, Arturo se sumergió en el underground de la ciudad y vivió varias epifanías que le marcaron para el resto de su vida”

Esther y Boris se divorciaron cuando Arturo, que se fue a vivir con la primera, tenía apenas diez años. Según Ana Grégores, una novia de juventud de Arturo, la mala relación que tuvo luego con su madre se remonta a ese momento: “Creo que nunca le perdonó que le separase de su padre y que no le permitiese tener relación con él”. Poco después, en 1982, la camarada Esther dio por concluidas sus cuatro décadas de exilio en Rusia y se mudó a Madrid junto al Arturo adolescente.

Sabemos poco de su primera etapa en España. Debió de pasar mucho tiempo a solas con su madre, cuando ninguno de ellos tenía amigos en Madrid y Arturo aún no manejaba el castellano. Con la camarada Esther tradujo algunos relatos de Pushkin, Gogol y otros escritores rusos. Se matriculó en la Facultad de Bellas Artes de San Fernando, con excelentes resultados académicos, y se fue alejando del nido. Si con siete años se había resistido a crecer, ahora algo le impelía a hacerlo de la forma más rápida y tumultuosa posible. El jardín de infancia no tenía ya nada que ofrecerle.

Arturo Marián Llanos abre la puerta del Caos
Eurasia (1995).

Rojipardo como Shiva

Las rebeliones posadolescentes siguen una lógica idéntica a las leyes de la mecánica, previsibles como el empuje de la marea contra el rompeolas. La de Arturo –educado en el oficialismo soviético en la escuela y en la sobriedad comunista en su casa, inspirado por un carácter extremo y airado– había de llevarle a parar a las Bases Autónomas, tal vez el grupo neonazi más violento y radical de cuantos había en aquella época en España. En 1986 viajó al pueblo barcelonés de Rupit para asistir a una instrucción uniformado con camisa parda y pantalón negro. Junto a otros neonazis, movidos por su interés en el ocultismo, visitó castillos medievales en Galicia y Ponferrada. Pero no sería honesto fingir que todo fueron apacibles excursiones culturales.

A los amigos que hizo luego en España, en su mayoría bohemios izquierdistas y libertarios, apenas les contó nada sobre su paso por las Bases Autónomas. Pero hay algunos documentos y unas pocas imágenes que permiten hacerse una idea de cómo fueron sus años salvajes. Un parte médico dice que Arturo ingresó en el Hospital de la Princesa de Madrid el 1 de enero de 1989 por “heridas múltiples por agresión con botella de vidrio”. Hay fotos en las que se le ve ondeando una bandera con la céltica fascista; enfrentándose a los estudiantes de izquierdas en una manifestación; con una camiseta de los “Lobos Negros” en Moldavia. Algunos de sus amigos, su novia incluso, prefirieron no saber demasiado.

1992 es un punto de inflexión en la vida de Arturo. No acaba de desvincularse de su círculo de Bases Autónomas, pero sus intereses empiezan a ir por otros derroteros, si bien con cierto parecido a los anteriores. Fue ese año cuando empezó “la verdadera búsqueda del estilo propio”, como él mismo escribió, y por cierto también cuando probó la marihuana, “que actuó sobre mi cerebro como agente catalizador”. Durante un viaje de varios meses al Moscú degradado y decadente de la perestroika, Arturo se sumergió en el underground de la ciudad y vivió varias epifanías que le marcaron para el resto de su vida.

Arturo Marián Llanos abre la puerta del Caos
The smoke of hell (2014).

Tras una década alejado de Rusia, Arturo vuelve a un país que ya no existe. La vieja URSS que tanto había despreciado es ahora el chico nuevo en el patio de colegio del capitalismo global, y los amos del lugar aprovechan para robarle el bocata y limpiarle la cartera. Arturo se retuerce de un cierto orgullo al ver a la que consideraba su nación, la Rusia eterna, humillada por los mercaderes de la civilización occidental. Quizás la URSS no era tan mala al fin y al cabo, solo un episodio más de la “Gran Guerra Santa de la estepa contra el Mar, el imperio continental contra los imperios marítimos anglosajones”.

Arturo entra en contacto con militantes del Partido Nacional Bolchevique y asiste con ellos a mítines y a la manifestación del Primero de Mayo en la Plaza Roja. Visitan la embajada de Corea del Norte, con la esperanza de que les faciliten armas para restaurar el paraíso socialista que europeos y estadounidenses estaban saqueando. El Arturo veinteañero queda fascinado con la potencia y la estética del movimiento. Nada que ver con los cuatro primates de cabeza rapada que militan en las Bases Autónomas. Arturo fue siempre y pese a todo un intelectual, y los neonazis madrileños apenas le servían para saciar su hambre de acción directa. Pero aspiraba a mucho más:

“El nacional bolchevismo junto con la heroína, hongos alucinógenos, rave, player y piercing forma parte de la contracultura juvenil. La estética vanguardista-gamberril de Limónov es tolerante para con las variaciones sexuales, psicodelia, cualquier forma extrema del ocio (…) Con sus parcas de Bundeswelve, sus pesadas botas, con Céline, Castaneda o Ezra Pound bajo el brazo, los nacional bolcheviques marchan por los pasillos de las universidades de moda. Han terminado prestigiosos colegios, dominan idiomas, utilizan internet. De ellos se enamoran las hijas de los nuevos ricos, les envidian sus compañeros, tienen estilo, no tienen complejos, poseen ideología, estética, el sentido de la vida. ANARQUÍA = LIBERTAD PARA LOS ELEGIDOS”.

El ataque de la caballería ligera (1995)
El ataque de la caballería ligera (1995)

“Contaba Arturo, años más tarde, que estos y otros presos de ETA tenían que fumarse sus porros a escondidas: la cúpula de la organización daba instrucciones de que ninguno de sus miembros consumiese drogas en la cárcel”

En esos meses conoce al filósofo Alexandr Duguin, a quien toma como su maestro, y que hoy está considerado el principal ideólogo de los postulados nacionalistas, eslavófilos y expansionistas de Vladimir Putin. Por aquel entonces Duguin era un joven escritor excepcionalmente culto, represaliado por la URSS pero igualmente enemigo del liberalismo occidental, atraído por el satanismo y la espiritualidad esotérica, y obsesionado con la revolución nacional y el imperio euroasiático. Se jactaba Arturo de que su “polo negativo, mi excesivo pesimismo vital acojonó incluso a Duguin”.

El futuro asesor de uno de los hombres más poderosos del mundo se juntaba de aquella manera con otros artistas, músicos y escritores descarriados de la escuela esquizoide o de metafísica cruda, próxima a su vez al llamado “Círculo Yuzhinsky”, un movimiento político-filosófico inspirado por el tradicionalismo de Julius Évola y René Guenon, el sufismo islámico, el budismo zen y otras doctrinas místicas y esotéricas combinadas con un agresivo nacionalismo ruso y unas posturas políticas similares a las del fascismo clásico.

Arturo, que consideraba a los miembros de esta escuela como su “verdadera familia”, decía que se trataba de una tendencia que “surge del agudo sentimiento de la soledad metafísica del hombre que se queda a solas consigo mismo. Nace en el territorio donde las tradiciones y la misma idea de Dios fueron arrancadas de cuajo (…) Se trata de una vía de conocimiento paradójica, ilógica, donde lo ‘divino’ se intuye por vía negativa, cada cual añade sus propios hallazgos, pero en el fondo no se trata más que de la adaptación del conocimiento esotérico tradicional a los tiempos actuales”.

El pintor ya nunca se desvinculará del todo de esta corriente, de sus posturas geopolíticas y de su rechazo a la civilización occidental burguesa. La política, o más exactamente la revolución, fue una de las inquietudes más perennes de Arturo. Hasta el final de su vida tradujo decenas de artículos y entrevistas del propio Duguin, de quien tradujo también el primero de sus libros vertido al castellano, “Rusia, el misterio de Eurasia”, publicado en la editorial del reconocido neonazi Isidro Juan Palacios; del islamista azerí Geidar Dzhemal, que le inspiró para hacerse luego musulmán, y de otros pensadores de esa órbita. Decía Arturo: “Nos llaman ‘rojipardos’, dicen que somos rojos por fuera y nazis por dentro. Nos reímos con Alexandr –rojipardo es el color de Shiva, el Destructor, nuestro santo patrón por excelencia”.

Arturo Marián Llanos abre la puerta del Caos
Arturo con el filósofo Alexandr Duguin en la Plaza Roja de Moscú en 1992. Abajo a la izquierda, el pintor ondea una bandera céltica en una manifestación fascista en Madrid. A la derecha, otra de Arturo con Duguin y otros amigos.

Este viaje iniciático a Rusia fue también el de su descubrimiento del arte analítico del pintor Pavel Filónov. La obra de este vanguardista disidente del realismo socialista, tachado de “pintor antisocial”, muerto de hambre y de frío durante la batalla de Leningrado, impresionó profundamente a Arturo, que lo tomaría como referencia en toda su futura obra. Fernando García, que convivió con el pintor en sus últimos doce años de vida, recuerda que Arturo tenía un catálogo de la obra de Filónov “machacado, lleno de apuntes, de pósits y papelitos”. Así describía el astur-moldavo el legado de su maestro:

“Cada cuadro suyo es todo un mundo, vibrante, cargado de las pulsaciones de energía orgánica, caótica... He incorporado a mi propio método de trabajo sus ideas sobre el arte analítico-intuitivo. Este método exige del artista la concentración intelectual suprema que le sume en un estado específico, situado más allá de la conciencia ordinaria”.

Al regresar a España volvió a juntarse con los neonazis de Bases Autónomas. Pero este capítulo de su vida iba a cerrarse pronto, y de la forma más brusca imaginable. Según Ana Grégores fue por una pelea en Gran Vía. Fernando García cree recordar que fue en la Castellana. La verdad es que Arturo, es de suponer que acompañado de sus colegas skins, acuchilló a un hombre negro en la pierna. Fue condenado por lesiones a cinco años de cárcel, de los que cumplió dos entre enero del 93 y febrero del 95. En ese tiempo empezó a dedicarle más tiempo a su obra, desarrolló su “segunda fase psicodélica” y recibió una visita de Duguin en el penal de Valdemoro. A Arturo le defraudó su evolución: “Peca de excesivo optimismo, se metió en política y se integró en el mundo demasiado”.

De celda a celda

Arturo Marián Llanos abre la puerta del Caos
El Gran timonel y El silencio de los marineros, dibujoS a tinta china sobre papel.

“Quizás sus dificultades a la hora de vender, de relacionarse con las galerías y hacer exposiciones obedecían a su personalidad. Producía incomodidad por su manera de hablar, por su carácter y por estar casi siempre muy colocado. El problema de Arturo era que era un absoluto desastre para moverse en el mundo”, opina Carlos García-Alix”

Hasta esa “primera campaña taleguera”, como la llamaba Arturo, hay pocos testimonios directos de la vida del pintor: las cartas y artículos que él mismo escribió más tarde, los recuerdos de los amigos que hizo luego, fotos dispersas. Tampoco se conservan sus obras de esa época: ¿qué pintaba Arturo recién llegado a Madrid con su madre, con qué ojos miraba su nueva ciudad?, ¿y al empezar la universidad?, ¿y cuando volvía a casa tras una manifestación fascista?

Es al salir de la cárcel de Valdemoro, ya alejado de sus amistades en Bases Autónomas, cuando empieza a conocer, en verdad de pura casualidad, a los artistas, críticos y escritores que formarán su nueva pandilla. El piso en el que Arturo se instaló con su madre en la calle Bocángel, en la zona de Ventas, estaba junto a una casa en la que vivían y trabajaban varios pintores, escultores y grabadores, algunos de ellos aún en activo: Josechu Dávila, Javier Pérez Aranda, Felicitas Hernández…También vivía allí Ana Grégores, que por entonces estudiaba Diseño Industrial y que congenió de inmediato con Arturo:

“Empezó a venir a Bocángel y se hizo muy amigos de todos, también mío, hasta que al final nos enrollamos. Venía mucho por la casa y se quedaba viendo lo que pintaban otros, hablando de arte o de política hasta la madrugada, aunque también le gustaba mucho salir de fiesta. Era un tío muy culto y muy generoso: lo que tenía era de todos, y si tenía dos duros invitaba. Eso sí, a su madre no le hizo ni pizca de gracia su amistad con nosotros, se pensaba que éramos una mala influencia. Fue una época muy divertida”.

Una de esas noches de fiesta, en La Guarida de los Tigres de Malasaña, donde Arturo exponía sus cuadros por primera vez en Madrid, conoce a Emilio Sola y a Carlos García-Alix. A este le pareció desde el comienzo “un pintor muy especial. Me llamó mucho la atención su posición muy culta en el mundo del arte, su gran conocimiento de la pintura y de la vanguardia rusa, su interés por el futurismo y el suprematismo”.

De esos años datan los únicos empleos que se le conocen al pintor. Fernando García se sonríe: “Debió de trabajar siete o catorce días a lo largo de su vida. Era un enemigo de la sociedad establecida, y nunca se le pasó por la cabeza trabajar”. Trabajó repartiendo publicidad por los buzones, por cuatro duros, y una temporada como comercial de gas a puerta fría. Pero le tentó el dinero rápido, que le permitiría dedicarle más tiempo a la pintura. En la cárcel, donde había empezado a consumir cocaína y a fumar en base, hizo algunos contactos que le ofrecieron otro tipo de empleo.

 “¿Tú has visto la peli de El expreso de medianoche? Pues Arturo hizo lo mismo desde Estambul hasta España, pero con coca”, asegura García. Ana Grégores también estaba al tanto de la actividad de Arturo como porteador de drogas. “Conoció a unos elementos en la cárcel que él se pensaba que eran amigos”, cuenta Ana, “yo le decía que no se metiese ahí, que no me fiaba nada, que iba a acabar mal…Y no me hizo ni caso. En una de esas, ya era la tercera o la cuarta vez lo hacía, le vendieron yendo a Tenerife y se chivaron a la policía”. Llevaba 1002,2 gramos de cocaína y hacía solo cuatro meses que había empezado a salir con Ana. Los otros cuatro años que duró la relación tuvieron que amarse con Arturo entre rejas.

Segunda campaña taleguera

Arturo Marián Llanos abre la puerta del Caos
Arturo Marián Llanos en 2005, pintando el mural Las bodas de Camacho en la casa manchega de la familia García Alonso.

Arturo fue condenado a diez años por tráfico de cocaína, aunque acabaría saliendo al cabo de seis. Cumplió su pena en un primer momento en la cárcel de Tenerife, donde se quejaba del frío, de las malas condiciones de las celdas y de que no le dejasen utilizar el taller para pintar. Presumía de haber aprendido a pintar sin apenas medios, a dibujar con boli bic en papel de traza, con tinta china y con lápiz. Estos años de presidio son de frenética actividad artística y literaria: escribe cientos de cartas acompañadas de dibujos, pinta óleos, ilustraciones y grabados. Mucho de lo que escribió y pintó en esa época se conserva hoy en el Centro Europeo para la Difusión de las Ciencias Sociales (CEDCS) de Alcalá de Henares, que está exactamente en el mismo apartamento que Emilio Sola le prestaba a Arturo para que se alojase durante sus permisos. La investigadora Julia Costero, que ha digitalizado casi toda la obra de Arturo de ese periodo, le dedicó su Trabajo de Fin de Máster a la correspondencia carcelaria del pintor.

“Al principio lo llevaba bastante bien a nivel mental, luego sufrí una fuerte decaída y ahora me estoy recuperando de la depre. Como siempre en las situaciones límites, mi cerebro desarrolla una imparable actividad cuyos frutos ya irán saliendo a la luz”, le decía en una carta a su amigo Emilio, en la que describe su nuevo estilo como “expresionismo salvaje”.

Aprovecha su encierro para leer y descubre en su biblioteca a Cioran, que le ayudó “a mantenerme firme frente a la adversidad externa”. Sus compañeros de celda son dos presos de ETA, ya arrepentidos de su pertenencia a la banda, que llevaban más de una década en prisión. Arturo y los gudaris llegaron a ser casi amigos, y debieron pasar largas horas discutiendo en el chabolo de política y literatura. Contaba Arturo, años más tarde, que estos y otros presos de ETA tenían que fumarse sus porros a escondidas: la cúpula de la organización daba instrucciones de que ninguno de sus miembros consumiese drogas en la cárcel. Nos consta, por lo que dice en sus cartas, que la marihuana (y la cocaína, y algo de LSD), fue una de sus principales fuentes de inspiración en prisión: “Y ahora que se han acabado los porros, ya ni metafísica, ni ná. No me apetece ni escribir, ni dibujar”.

Arturo Marián Llanos abre la puerta del Caos
Un detalle del mural de La batalla de Barajas, pintado en la finca manchega de su familia de acogida.

De Tenerife lo trasladaron a la Península, donde pasó el resto de su condena entre las cárceles de Soto del Real y Alcalá Meco. Su novia y sus amigos –Ana Grégores, Carlos García-Alix, Emilio Sola, Quico Rivas– se movieron para dar a conocer su obra, vender sus cuadros y montarle exposiciones. Empezó a colaborar con El Refractor, un periódico anarcofuturista dirigido por Quico Rivas, que le dedicó su segundo número a la obra y al pensamiento de Arturo.

Utilizando los seudónimos de KAX 1013 y Mercurio Rojo, publicó ilustraciones, textos autobiográficos, virulentas soflamas revolucionarias y traducciones de sus rojipardos rusos de cabecera (por ejemplo, la necrológica que Alexandr Duguin le dedicó al pensador situacionista Guy Debord). Esta vena nacional bolchevique de Arturo fue incomodando cada vez más a los otros miembros de El Refractor. Emilio Sola reconoce que “las ideas políticas de Arturo eran el cisco mayor que teníamos. Al principio colaba mucho su discurso, hasta que nos empezamos a dar cuenta de que tenía un trasfondo nacional bolchevique, con algún ramalazo anarquista, pero aquello era otra cosa…”.

Pese a estas desavenencias ideológicas, Sola, Grégores y otros –incluido el futuro Ministro de Cultura César Antonio Molina, que ayudó a encontrar financiación y compró uno de los cuadros– se las arreglan para llegar a un acuerdo con Instituciones Penitenciarias y montar una exposición de Arturo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Viento de lo otro, se tituló la muestra, y le gustó hasta al director de Instituciones Penitenciarias: “Vino en un principio para estar cinco minutos y se tiró una hora y media viendo sus cuadros”, rememora Grégores. El guardián de la cárcel extasiado ante las creaciones del artista que desde su celda declaraba “la guerra total al leviatánico monstruo devorador de la civilización occidental”.

El artista es el sujeto absoluto

Arturo Marián Llanos abre la puerta del Caos
Arturo en Moldavia a comienzos de los 90 con una camiseta de los Lobos Negros, uno de los símbolos utilizados por los Bases Autónomas.

“En junio de 2008 Arturo volvió a ingresar en prisión por una más de esas miles de incomprensibles situaciones ocasionadas por la política penal de drogas. El pintor dio positivo en cannabis en un control médico ordenado por Instituciones Penitenciarias para supervisar su evolución. Como su condena había sido por tráfico de drogas, Arturo estaba obligado a permanecer limpio si no quería volver a vivir entre rejas”

Quizás a Arturo le extrañase, le incomodase incluso, que al carcelero mayor del reino le gustasen sus cuadros. El arte no podía ser para Arturo un adorno inofensivo, un capricho inocente para burgueses ni un bálsamo con el que aplacar la conciencia. Él lo decía así: “Me es ajena la idea de ‘Arte por el arte’, más bien me siento heredero del surrealismo y toda esa corriente subterránea que considera al artista como médium que transcribe realidades invisibles. En mi caso, digamos, que abro la puerta al Caos –el actual océano inestable del desquiciado inconsciente colectivo planetario”. El artista era para Arturo el “Sujeto Absoluto, sujeto sin fronteras que se independiza del mundo de las cosas”.

Aunque Filónov es la referencia central de Arturo, estuvo influido también por otros vanguardistas rusos como Liubov Popova y Kazimir Malévich. Bebió a su vez del futurismo, del cubismo, del suprematismo, del arte chamánico mexicano y del arte primitivo. Su iconografía es también ecléctica, apocalíptica y abigarrada, y recoge desde referencias de su infancia soviética (hoces y martillos, astronautas o el oso Misha de los Juegos Olímpicos de Moscú), iconos revolucionarios o símbolos alquimistas y religiosos. También ojos desbocados, bocas abiertas, elefantes, quijotes, marineros y sátiros.

“Realmente era un pintor muy profesional”, dice Fernando García, “pasaba muchas horas pintando todos los días. Desde el mediodía hasta la madrugada”. En su estancia en la cárcel hubo épocas en las que llegó a pintar hasta treinta dibujos al día. Intentaba no usar goma en sus dibujos – “te incita a equivocarte desde el principio”, le habían enseñado en la escuela de arte soviética– y creía que había que pintar “de memoria”. García cuenta que a Arturo solía trabajar con “materiales cutres” y óleos baratos tal vez fruto de los años de penurias y prisiones: “Supongo que eso influirá en la futura conservación de su obra”.

Pese a sus diatribas contra la mercantilización y la muerte del arte, pese a su carácter transgresor y orgulloso, a Arturo le gustaba gustar y, como a todos, le gustaba vender. “¡Claro que le hubiera gustado vender más y tener más pasta, no te jode!”, concluye Sola. Su pintura era ciertamente abstrusa, nada complaciente y con frecuencia oscura, lo que impidió que su estilo tuviese una excesiva proyección comercial.

Pero Carlos García-Alix, que siguió de cerca la evolución de sus cuadros, matiza esto último. “El problema de Arturo no era tanto su estilo”, cree él, “que en un momento dado llegó a ser un estilo de vanguardia muy convencional. Quizás sus dificultades a la hora de vender, de relacionarse con las galerías y hacer exposiciones obedecían a su personalidad. Producía incomodidad por su manera de hablar, por su carácter y por estar casi siempre muy colocado. El problema de Arturo era que era un absoluto desastre para moverse en el mundo”.

La logística, las cosas prácticas de la vida en general, no iban desde luego con él. “Arturo no iba a coger una furgoneta para llevarte los cuadros a la galería”, resume Fernando García, que recuerda que tampoco cocinaba, compraba ropa ni hacía trámites con la Administración. Eran siempre otros los que se encargaban de estas cuestiones y, con frecuencia, los que corrían con los gastos: Ana Grégores, García–Alix, los padres de Fernando…

Para Alix sus mejores obras son “El té suprematista” y “Hospital Solana”, “un cuadro muy denso y abigarrado, pero excepcional”. A Fernando García Alonso, que atesora buena parte de la obra de Arturo, el cuadro que le resulta más representativo es el tríptico que pintó a raíz del documental de García-Alix, El honor de las injurias, sobre la vida del anarquista Felipe Sandoval: “A las barricadas”, “Quinta Columna” y “Revolución madrileña”. Ana Grégores aprecia sobre todo sus cuadros de máscaras y calaveras: “Para mí esas máscaras son autorretratos de Arturo, el hombre de las mil caras”.

A la camarada Esther, sin embargo, nunca le gustaron los cuadros de su único hijo.

Ni loco ni gilipollas

Arturo Marián Llanos abre la puerta del Caos
Uno de los dibujos que Arturo le mandaba a Emilio Sola desde la cárcel (foto de María Lozano).

A la espera de que se confirmase la concesión de un indulto solicitado por sus amigos, Arturo salió de la cárcel en 2003 cabreado con el mundo y con los bolsillos vacíos. Su nombre empezaba a sonar entre los círculos artísticos, pero estaba muy lejos de poder vivir de la pintura y necesitaba dinero. “Me vino a ver a mi estudio en Manoteras”, recuerda García-Alix, “me dijo que no tenía para comer y que necesitaba vender cuadros. Le compré algunas cosas y le presenté a varios coleccionistas, y así fue como conoció a Fernando”.

Fernando es el médico Fernando García Alonso, padre del Fernando García que hemos citado hasta ahora y autor de un librito, Aventuras de Arturo Marián Llanos, en el que narra sus doce años de convivencia con el pintor. García Alonso y su mujer andaban buscando a un artista para pintar un mural en su casa de campo de Daimiel, en Ciudad Real. El fresco debía representar la Batalla de Barajas, que tuvo lugar en 1443 en el mismo terreno donde hoy se levanta su finca.

Al principio Arturo, ofendido, se negó a aceptar el encargo. Pero pronto se tragó su orgullo, recordó tal vez lo que le auguraban sus maestros de escuela y cambió de opinión. Así lo cuenta Fernando en su libro: “En abril de 2004 le trasladé a nuestra casa para que empezara su trabajo sin imaginar que se quedaría doce años con nosotros”.

La adopción del artista generó cierto recelo en la familia, por entonces con un hijo de 20 años y una hija de 16. Arturo acababa de salir de la cárcel por tráfico de drogas, era alcohólico, consumía cocaína y fumaba porros como un descosido.

“La historia, vista desde fuera, impresiona más”, piensa ahora el hijo mayor de la familia, ya con 40 años, “porque, al fin y al cabo, es meter en tu casa a un exconvicto politoxicómano. Pero es que, por la personalidad de Arturo, no lo parecía. Era un tío muy educado, universitario, de relativamente buena familia…Nunca nos robó ni nos hizo ninguna pirula”.

“La convivencia con Arturo resultó mucho más fácil de lo que se preveía. Su talante era muy amistoso y parecía concentrado en su trabajo. Sin embargo, era frecuente que se emborrachara y tuviera un comportamiento que nos generaba una cierta incomodidad”, describe con elegancia Fernando padre. Él y Elvira, su mujer, convencieron a Arturo para someterse a un tratamiento de desintoxicación si quería seguir viviendo en casa. Dejó de tomar cocaína y nunca más probó el alcohol. Desde entonces, relata el hijo mayor, “se pasaba todo el día con su peta y su Coca-Cola Light”.

A todo esto, y en tanto esperaba la confirmación de la concesión de su indulto, siguió pintando ya sin el agobio de las estrecheces económicas. Pintó otro mural más en la finca manchega, el tríptico sobre Felipe Sandoval, acuarelas, dibujos a tinta china y cientos de cuadros. Tampoco abandonó sus pasiones políticas, sobre las que discutió largamente con su familia de acogida.

De esos años, entre 2011 y 2014, datan buena parte de sus traducciones nazbol y su conversión al islam, aunque más por motivos políticos que espirituales.  El hijo mayor de los García, que hoy está doctorándose en filología árabe, dice que el conocimiento de Arturo del islam era muy superficial, que jamás pisó una mezquita ni cumplió el Ramadán, y que la religión era para él una “alternativa, una última potencia revolucionaria una vez fracasadas las ideologías materialistas”. Llegó a sentir cierta simpatía por Hezbolá y Estado Islámico: “No es que celebrase los atentados y la muerte de los infieles, pero los apoyaba como una fuerza revolucionaria y radical”.

Se volvió un activo opositor del gobierno de Putin a través de lo que llamaba su “frente virtual” de propaganda y agitación. “Enquijotado” como le describe García, convocó una concentración de protesta frente a la embajada rusa y él solo se puso a pegar gritos contra el presidente. Eran los años inciertos y efervescentes de la crisis económica, y Arturo sentía aproximarse una guerra civil en Europa: ¿qué habría pensado de la guerra de Ucrania como preámbulo de una Tercera Guerra Mundial, de un apocalipsis nuclear? “Pues a lo mejor cogía un fusil y se plantaba allí”, aventura Sola.

Fernando recuerda y se descojona: “Le mandó unos emails a la CNT poco menos que explicándoles lo que pasaba en el mundo e instándoles a tener una reunión cuanto antes para organizar una revolución armada”.

Sin duda que eran disparatadas algunas de sus ideas, pero para Fernando el pintor “ni estaba loco ni era gilipollas. Tenía grandeza de miras y no era nada sectario. No creo que porque dijese algunas alucinaciones todo lo que pensase eran alucinaciones”.

En busca y captura

“La adopción del artista generó cierto recelo en la familia, por entonces con un hijo de 20 años y una hija de 16. Arturo acababa de salir de la cárcel por tráfico de drogas, era alcohólico, consumía cocaína y fumaba porros como un descosido”

Como casi todo en la vida de Arturo, también su felicidad hogareña se torció de una forma imprevisible. Era ya casi un miembro más de la familia García Alonso, no había tenido recaídas en las drogas y, para evitar posibles problemas con la policía, era el hijo mayor de la familia el que le proveía de marihuana. Llegó incluso a cultivar dos plantas, con casi un kilo de cosecha, que le vendió a Arturo por tres euros el gramo. En el invierno de 2007, Arturo fue a renovar su pasaporte para viajar a Moscú junto a los García Alonso. Así cuenta el padre de familia lo que se encontró al llegar:

“Cuál no sería su sorpresa cuando el policía nacional que le atendía le informó de que estaba en “busca y captura”, por lo cual procedió a su detención y traslado a los calabozos de la plaza de Castilla. Aquí el juez decidió su ingreso inmediato en prisión pues el indulto que estaba esperando había sido denegado y se le había enviado una notificación sobre esta decisión. Tal notificación no había llegado a sus manos dados sus constantes cambios de domicilio”.

Empezó entonces una costosa batalla judicial para conseguir que le concediesen el tercer grado alegando su integración en la sociedad y su probada sobriedad. A los pocos meses recuperó la libertad aunque solo parcialmente, porque debía ir a dormir al Centro de Inserción Social Victoria Kent de Madrid. Volvió a pintar e inauguró en Valencia la exposición Dark Revolution, con un moderado éxito comercial, pero de indudable valor artístico. Sus últimas desdichas no habían hecho más que comenzar.

En junio de 2008 Arturo volvió a ingresar en prisión por una más de esas miles de incomprensibles situaciones ocasionadas por la política penal de drogas. El pintor dio positivo en cannabis en un control médico ordenado por Instituciones Penitenciarias para supervisar su evolución. Como su condena había sido por tráfico de drogas, Arturo estaba obligado a permanecer limpio si no quería volver a vivir entre rejas.

El juez Manuel Pérez Pérez revocó la libertad condicional de Arturo. Según contó el pintor, el magistrado argumentó que “los tóxicos son iguales, que el cannabis, a veces, es aun más peligroso que la cocaína, ya que precisamente ahora estaba tratando a no sé qué adolescentes (sic!) pasados de porros que por ello sufrían graves consecuencias”. El encarcelamiento de Arturo tras varios años limpio y probadamente reinsertado en la sociedad, con un hogar estable y proyección artística, generó un cierto revuelo en la prensa nacional.

El músico y escritor Sabino Méndez escribió una columna en La Razón denunciando el injusto proceso, y Arcadi Espada hizo lo propio en El Mundo con un artículo titulado “Meditación sobre el privilegio”. El periodista catalán concluía lo siguiente: “El perfectamente inserto y reinserto Arturo Marián está en una cárcel de España por fumarse unos porros”.

Último aliento

Arturo Marián Llanos abre la puerta del Caos
Arturo posa junto a uno de sus dibujos en tinta china.

Esta última estancia en la cárcel, de algo más de cinco meses, afectó gravemente a la salud de Arturo. La tuberculosis le libró de hacer la mili siendo joven y le dio un pequeño susto en su segunda estancia en la cárcel. Con 43 años, y toda una vida de fumador impenitente, sus pulmones empezaban a resentirse de verdad. Tras varios meses de calvario, recuperó cierta salud, aunque seguía delicado, y sacó fuerzas para hacer una última exposición. Régimen de agua recoge los trabajos del Arturo más metafísico, renacido tras mirar muy de cerca a la muerte: “Aprendan a nadar, aprendan a nadar. En todos lados, en cualquier lugar. El agua lava la mugre terrestre y las estrellas solo se ven en el mar", escribe en el frontispicio del catálogo.

En un corto de título homónimo que filmó García-Alix para la presentación de Régimen de agua, Arturo asegura estar extrañado, “porque es la primera vez en mi vida que me salen cuadros alegres”.

Una vez más, la alegría fue efímera para Arturo. Tras la exposición dejó de pintar durante dos años, e incluso le dijo a García-Alix que estaba dispuesto a abandonar la pintura, posiblemente inspirado por los preceptos musulmanes que censuran las artes plásticas y la idolatría. Su salud se fue deteriorando muy rápido, perdía peso y apenas podía hablar. Llegó a estar en casa con máquina de oxígeno, sin dejar de fumar, hasta que sus pulmones claudicaron. Arturo murió el 27 de febrero de 2016 y está enterrado en el cementerio musulmán de Griñón, al sur de la Comunidad de Madrid.

El hijo mayor de los García, junto a un trabajador del cementerio, se ocupó de lavar su cadáver siguiendo el rito islámico. No ha olvidado la honda impresión que le causó manipular su cuerpo, tocar sus brazos hinchados, la mandíbula rígida, la piel helada: “Una experiencia atávica, como matar a un animal”.

Quizás ese fue el último y genuino legado que quiso dejar Arturo, esa conciencia y esa familiaridad con la muerte que envuelve todos sus cuadros. Sin ella, pensaba el artista, “seríamos como un cristal transparente, cosa entre las cosas, un ordenador encendido, un simple animal”.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #295

Comprar versión impresa

Te puede interesar...

Suscríbete a Cáñamo