Piensa Juan Arnau (Valencia, 1968) que vivimos bordeando el peligro, que la Inteligencia Artificial es una amenaza para la libertad, que ese cientificismo estrecho y mecánico que sostiene nuestro mundo está vaciándonos por dentro y dejándonos tristes e inermes en la consulta del psiquiatra. Algo habrá que hacer al respecto, aunque no oculta que no es demasiado optimista. Propone abrazar una cultura científica y filosófica renovada, aderezada con sabiduría hindú, meditación budista, chamanismo indígena y física cuántica. En su exploración por estas veredas ignotas, buscando una curación para un Occidente exhausto, deprimido y confuso, Arnau ha encontrado en la psicodelia una vía de conocimiento y transformación. En los últimos meses ha escrito en El País sobre Aldous Huxley, Albert Hoffmann y la ciencia psicodélica que podría revolucionar el tratamiento de ciertas enfermedades mentales. Además, anuncia que está trabajando en un libro de próxima aparición en torno a la experiencia psicodélica. Al hilo de estos últimos escritos y de su libro En la mente del mundo. La aventura del deseo y la percepción (Galaxia Gutenberg, 2022), Arnau responde a las preguntas de Cáñamo por correo electrónico.
En su último libro, En la mente del mundo, sostiene que hay dos formas extremas de estar en el mundo y comprender el cosmos: la de los místicos y la de los matemáticos, y usted defiende una suerte de puente medio entre el espiritualismo y el positivismo científico, ¿comparte esta conclusión?
“La experiencia psicodélica me parece una herramienta poderosa para indagar en la naturaleza de lo real”
Solo en parte. El libro propone algo que resulta muy extraño a la mentalidad moderna, que el cerebro está dentro de la mente, y no la mente dentro del cerebro. Decir que el cerebro no produce la mente, sino que la “capta”, como si fuera una antena, resulta revolucionario hoy día y esa es la propuesta que se hace aquí, al hilo de muchas de las concepciones de la filosofía india. La naturaleza puede ser matematizable, pero esa no es una vía única, ni privilegiada, en nuestras relaciones con ella. Diría que la visión mística, la matemática o la materialista son complementarias, y que cada cuál debe elegir su modo de estar en el mundo. En cierto sentido, cada uno podemos decidir en qué mundo queremos vivir.
Derivado de lo anterior plantea dos modelos de conocimiento y experiencia: un orden sensible y vitalista frente a otro automático, abstracto y mecanicista. Este último es el que se ha impuesto en nuestra civilización moderna: ¿cómo ha sucedido ese proceso de desencantamiento del mundo, esa entronización de las matemáticas como única fuente de conocimiento abstracto y al margen de la experiencia?
El mito del mecanicismo, que nació de una frase de Galileo y del genio de Newton, ha producido grandes réditos a nuestra civilización. Pero parte de una hipótesis que la Teoría de la Relatividad ha desmentido: la de un espacio y tiempo absolutos. Newton necesitaba esta hipótesis para dar cuenta del movimiento y el gran éxito de sus Principia mathematica se basa en ella. El propio Newton sabía que era una suposición un tanto exagerada, pero muchas veces para vencer hay que arriesgar. Y Newton venció en casi todo. El mundo, desde entonces, ha sido un mecanismo sin observadores. Hasta la llegada de la Teoría cuántica y la Relatividad, cuyas consecuencias cognitivas no han sido todavía asimiladas.
“Los tecnócratas son los nuevos colonos”
“Las consecuencias cognitivas de la Teoría cuántica y la Relatividad no han sido todavía asimiladas”
La devastación ecológica, las guerras, las enormes desigualdades, la crisis de salud mental en los países desarrollados… Usted escribe que con la supresión de la experiencia y la absolutización de las matemáticas “llegaron los tecnócratas y las falsas maneras de vivir, se arrumbó la inteligencia de la vida, llegó el Proyecto Manhattan y la destrucción de innumerables formas de vida”.
Los tecnócratas son los nuevos colonos. La tecnocracia es el culto al dato. Y el dato, el alimento del algoritmo. Los tecnócratas promueven la digitalización del mundo y quieren convencernos de que los seres vivos somos complejos algoritmos biológicos, que la libertad es una ilusión y que el cálculo algorítmico, llamado inteligencia artificial, resolverá nuestras dudas e incertidumbres. Pero, a medida que el mundo se digitaliza, se deshumaniza. Ese proceso de deshumanización tiene que ver con la idea de considerar que somos meros mecanismos, una idea que asumió una parte importante de la biología y la psicología conductista. Ese proceso de deshumanización tiene una agenda oculta: hacer a los seres humanos superfluos y prescindibles.
Me interesa indagar en esa crítica que hace a la imagen del mundo forjada por la ciencia moderna, y cómo ha incidido en la constitución psicológica y existencial de los sujetos. Dice que “la existencia se vacía de contenido, se llena de alienación y soledad porque hemos olvidado la contemplación y la atención consciente”; que “para nuestros ojos y nuestros oídos absortos en gráficas y en cifras, la naturaleza se ha quedado muda”. ¿Cree que el cientificismo moderno ha mutilado al individuo al alejarle del mundo y socavar su interioridad?
Esa alienación tiene mucho que ver con la distancia que hay entre la experiencia y el experimento. Hoy vivimos en la era del experimento. La experiencia particular de cada cual se considera que no es parte del conocimiento científico y se destierra al ámbito de la subjetividad. Hay un abismo entre la experiencia y el experimento. La primera es interna y tiene como sistema de observación y experimentación un cuerpo vivo. La segunda es externa y se sirve de un instrumento, diseñado por una teoría, que hace posible el experimento. El experimento confirmará la teoría o, para ser más precisos, hablará el lenguaje de la teoría.
Dice que la ciencia moderna fue reduciendo su diálogo y su interés por otras formas de conciencia: los sueños, el arte, la conciencia alterada por el uso de sustancias… ¿Se trata de una forma de “zanjar” la conversación en torno a estas cuestiones y desacreditarlas como vías de conocimiento?
Precisamente lo que se ha olvidado es el papel de la imaginación en la creación de las grandes teorías científicas. Lo que los cuánticos llamaban los “experimentos de pensamiento”, el lenguaje gestado internamente por la imaginación del científico. Un lenguaje que procede de un cuerpo vivo y perspicaz, que no solo sabe de fórmulas matemáticas, sino también de mitos y alegorías. Un lenguaje vivo y siempre provisional.
Afinar la percepción
Señala que las sociedades que le dan un gran valor a los sueños tienen grandes conocimientos de plantas y hongos, ¿cree que es casual esa relación?
El uso de sustancias psicodélicas como medio de conocimiento ha sido habitual en las comunidades indígenas. En general, simpatizo con la visión indígena de una naturaleza donde todo percibe y siente. La naturaleza es un continuo intercambio de signos. El chamanismo, un diálogo con esa naturaleza inteligente. La instrumentación no es mecánica, sino fisiológica: el cuerpo del chamán y su capacidad visionaria. Ellos consideran que los espíritus de las plantas deambulan de un lugar a otro para curar enfermedades. Las piedras y las aguas, los animales y las plantas, tienen espíritus con los que es posible dialogar bajo el prisma de la ayahuasca y pueden enseñarnos cosas de gran utilidad. El chamán también se vale de los alucinógenos para adentrase en la mente de otras especies, adquirir la agilidad del jaguar o la visión nocturna de la lechuza. Modos de afinar la percepción y de participar en la herencia común de todas las especies.
“Todos los científicos que han vivido una experiencia psicodélica han cambiado su visión de la realidad”
Varios artículos suyos en El País han abordado de forma directa o indirecta la cuestión de los psicodélicos y las preguntas filosóficas que pueden suscitar estas sustancias ¿Cómo ha llegado usted a interesarse por esta cuestión? Supongo que hay algo de experiencia personal, pero, ¿cómo le ha condicionado su evolución intelectual?, ¿se ha topado con los psicodélicos por casualidad al indagar en su crítica de la moderna civilización occidental?
La experiencia psicodélica pone patas arriba la cosmología occidental. Yo me he formado como investigador primero en la astrofísica, donde se ofrece una visión del cosmos en términos de la Física, y donde el universo aparece como un lugar frío e indiferente en el que parece que la vida surgió por casualidad y la conciencia es irrelevante. Luego me fui a la India para ver qué tenían que decir allí del universo. Y me encontré una imagen completamente diferente, de un mundo hecho de cualidades, de un universo que se parece a un gran pensamiento. Realicé mi doctorado en México, viajé a Oaxaca y San Luís Potosí. Tanto en India como en México entré en relación con la experiencia psicodélica, que me parece una herramienta poderosa para indagar en la naturaleza de lo real. Es difícil decir si esos encuentros fueron casuales o no. Como dijo Borges, todo encuentro casual es una cita.
¿Cree que se dan ciertas concomitancias entre la visión del mundo propia del pensamiento indio y la experiencia existencial que procuran los psicodélicos?
Por supuesto. Toda mi filosofía está marcada por mis estudios del pensamiento védico y budista. Filosóficamente me eduqué en el budismo de Nāgārjuna y en la Bhagavadgītā. Ambos aluden a la naturaleza mental de la realidad, a un mundo hecho de cualidades, inclinaciones, deseos. Toda esa cosmovisión encaja muy bien con lo psicodélico. La pregunta crucial es qué hay detrás de todas esas cualidades, quién las observa.
La revolución psicodélica y el mundo cíclico
Me llamó mucho la atención una de las ideas que expone en su artículo en El País sobre la revolución psicodélica en curso. Dice que el paganismo antiguo, tras ser derrotado por el cristianismo, resucita en los años 50 del siglo XX con el descubrimiento de los enteógenos, ¿puede, por favor, desarrollar esta idea?
“Se ha olvidado es el papel de la imaginación en la creación de las grandes teorías científicas”
El relato de la cultura cristiana occidental está marcado por cuatro acontecimientos fundamentales: creación, pecado original, redención y juicio final. El universo empieza y acaba, y se resuelve en un macrojuicio que dictamina quienes son los justos y quienes los pecadores. Luego ya no hay más cambios. Se acaba el juego. El mundo pagano es un mundo cíclico, un juego eterno de deseos, donde los dioses, los espíritus y los seres humanos pelean por realizar sus propios deseos y ambiciones. No hay una conciencia de pecado ni una necesidad de redención. Tampoco hay un juicio en el que se resuelva el universo, una solución final.
Sin embargo, dice, el desarrollo de la conciencia y de ese “oído para lo trascendente”, no requiere de drogas: basta con los mecanismos de atención y percepción. De hecho, escribe, las vías más rápidas hacia esa trascendencia son también las más peligrosas. También llama a no embellecer los psicodélicos ante el gran público, y por otro lado le resulta “incongruente la puritana criminalización de los psicodélicos” ¿Cuál es su postura sobre este punto?
La vía rápida es psíquicamente peligrosa. Sobre todo para los más jóvenes, que son los que tienen más energía y son los seres potencialmente más explosivos. Conviene no explotar. Explotar significa volver a empezar y eso resulta tedioso. Personalmente, recomiendo una atención cotidiana al hecho mismo de ser. Nunca me han interesado los grandes éxtasis, prefiero la invención de lo cotidiano, esa “atención distraída” al ser, donde uno deja de identificarse con su cuerpo y también con su propia mente, que forma parte de la mente del mundo. En este sentido, Nisargadatta es un gran guía y, para mí, una fuente de inspiración.
“Estas drogas demuestran que la reflexión filosófica no puede desligarse de la imaginación poética”.
“A medida que el mundo se digitaliza, se deshumaniza”
Todo surge de la imaginación. Tanto los versos del poeta como las ecuaciones del científico. Esa imaginación es lo que llamo la “mente del mundo” y está hecha de percepción, memoria, deseos y lenguaje. Todos participamos de ella. Y esa participación crea un ego superficial (que es orgullo y codicia) y que conviene vigilar y mantener a distancia. Evitar que entre en nuestro yo más profundo (que es conciencia y amor).
Para usted, los psicodélicos suponen una especie de experiencia crítica con la civilización moderna que ha “agrandado la distancia entre el yo y el mundo”, y que el uso de estos puede curarnos de “una imagen del mundo unilateralmente racional y materialista”, ¿hasta qué punto piensa que los psicodélicos pueden ser una palanca de cambio social, cultural y político?
Efectivamente, todos los científicos que han vivido una experiencia psicodélica han cambiado su visión de la realidad. Respecto a las grandes reformas sociales, descreo de ellas. Los cambios profundos surgen siempre de los individuos, de cada individuo. Luego vendrá quien pretenda aprovecharse de esa bondad inherente, recién descubierta de cada cual, y la cosa volverá a complicarse. No importa. El mundo, tanto el natural como el político, es como un gran balancín. Cuando el yang se desarrolla y alcanza su máximo, se retira para dar paso el yin. Esa oscilación mantiene la marcha del universo.
La palabrería y la alegría interna
Cuando analiza la experiencia psicodélica desde una perspectiva filosófica, destaca sobre todo su capacidad para desembarazarnos de la dependencia simbólica, ya sea lingüística, ética o religiosa, para centrarnos solo en la experiencia, en la intuición. Callan las palabras para que podamos estar en silencio cara a cara con la naturaleza, para que “lo visto sea solo lo visto”. Esa suspensión temporal de lo lingüístico, ¿es una forma de curar y apaciguar el espíritu entre el ruido al que estamos sometidos en nuestra vida cotidiana?
“Sortear el miedo a la muerte es uno de los grandes dones de la experiencia psicodélica”
La mente es esencialmente palabrería, ruido conceptual, ruido de deseos y expectativas. Cuando occidente celebra la “necesidad del pensamiento”, oriente sonríe. La dependencia simbólica es la clave. Nosotros tenemos una mayor dependencia simbólica, de ahí que creamos que el “cálculo algorítmico” es “inteligencia artificial”. Cuando desde oriente, o desde la antigua Grecia, la inteligencia no puede entenderse sin la vida, sin la experiencia, sin algo que respira. Derrida decía que “no hay nada fuera del texto”. Es falso. Claro que lo hay. Hay un testigo, como dirían los hindúes, un observador que mira sin juzgar. Ese observador no es algo externo o trascendente, sino que mira a través de nuestros ojos. Como decía Tagore: “El ojo no te ve a Ti, que eres la pupila de cada ojo”.
Habla también del poder filosófico de los psicodélicos para curar la muerte y para desarrollar la solidaridad y el amor por el mundo y los seres que lo pueblan, una forma de gratitud hacia el cosmos…
Más que para curar –la muerte no es una enfermedad, sino una necesidad de la vida– para sortear el miedo a la muerte. Esa es uno de los grandes dones de la experiencia psicodélica. El otro es la gratitud. El agradecimiento a estar vivo y pertenecer a este hermoso universo que, a pesar de todas las calamidades, tiene un fondo amoroso.
De sus últimos escritos, tanto de La mente del mundo como de sus artículos, se desprende la urgencia por promover un nuevo humanismo que desconfíe de lo abstracto y lo automático, de una “barbarie tecnológica” que conspira contra “el romance con lo divino” que caracteriza a la vida humana, ¿es optimista al respecto?
Bueno, no mucho. Pero no importa. Todo ha de renovarse por el fuego como decía Heráclito. Creo que vivimos un tiempo trepidante, que el genio está fuera de la lámpara y que la Inteligencia Artificial es una seria amenaza para la libertad humana. Pero todo ello no debería entristecernos. Hay que vivir deportivamente y, en lo posible, cultivar esa alegría interna que late en el fondo de lo real.