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El jubilado activista contra la prohibición 2.0

Una conversación con Julian Buchanan sobre Nueva Zelanda, la verdadera reducción de riesgos y la necesidad de aplastar la prohibición

Julian Buchanan (1957, Liverpool) es trabajador social y cuenta con más de cuarenta años de experiencia en el campo de la pobreza, la desigualdad, las drogas, la delincuencia y la exclusión. Una trayectoria sin duda marcada por las privaciones de su propia infancia.

Durante los años ochenta, Buchanan trabajó en la clínica de dispensación de heroína del mítico Dr. John Marks e impulsó la conceptualización pionera del enfoque de “reducción de riesgos”. Es autor de decenas de artículos y ensayos sobre el fracaso de las políticas de drogas, fue asesor en diversas revistas internacionales y consultor de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). En el 2011 se trasladó a Nueva Zelanda, donde ejerció como profesor asociado de criminología en la Universidad Victoria, de Wellington, hasta su retiro en el 2016. Desde entonces es un ciberactivista tenaz con un afilado sentido crítico que nos lleva a cuestionarnos incluso las políticas que consideramos más progresistas. En esta entrevista hablamos de todo ello, con especial énfasis en Nueva Zelanda y su “avanzada” política de drogas.

¿Cómo fue tu infancia?

Nací y crecí en Liverpool, en una zona de clase trabajadora pobre, algo que ha dado forma a toda mi perspectiva vital. Mi padre era un inmigrante irlandés que llegó a Reino Unido en la década de 1950, una época en la que no había empleo ni alojamientos para negros ni irlandeses, por lo que fue objeto de discriminación. En los años cincuenta y sesenta fue un hombre muy activo e influyente en los movimientos sindicales. Murió cuando yo solo tenía doce años. Ya éramos pobres por aquel entonces porque mi padre no siempre tenía trabajo, pero su muerte dejó a mi madre con cinco hijos sumida en la miseria. Fue una lucha poder cubrir las necesidades básicas y mantener a la familia unida. Esa lucha sin duda moldeó mi vida y mi destino como trabajador social.

En una ocasión te escuché comentar que nunca habías tomado drogas.

"Pero cuando pensábamos en las drogas, veíamos a muchas personas dañadas por la pobreza, la discriminación y la privación, para las que el consumo de drogas no era el problema, sino más bien la solución"

Extrañamente, nunca he tomado drogas ilegales. Creo que fue en parte porque en mi adolescencia me convertí en un cristiano comprometido, pero también porque quería ser trabajador social y si me arrestaban por drogas ilegales nunca iba a tener la oportunidad de serlo. El instituto me fue bastante mal, así que dejé los estudios y me convertí en funcionario administrativo en Servicios Sociales en 1974. Tras tener algo de experiencia, estudié un par de años en la Universidad de Liverpool y me gradué en trabajo social. Uno de mis primeros empleos fue en el norte de Liverpool como oficial de libertad condicional. Eran los ochenta, cuando la heroína inundó de forma repentina algunas ciudades en Liverpool y Reino Unido estaba siendo azotado por la desindustrialización y por el thatcherismo, que estaba castigando a la clase trabajadora. Liverpool era una ciudad famosa por su rebelión y por su política de izquierda y, por ello, Thatcher quiso acabar con las industrias más importantes como las fábricas de Dunlop o Tate & Lyle. Las tasas de desempleo se dispararon y, paralelamente, el consumo de heroína. Hasta entonces, las drogas se consumían para mejorar nuestra experiencia. Pero en los ochenta, por primera vez, el consumo de drogas, en particular el consumo de heroína, se normalizó como una actividad en la clase trabajadora no solo como una forma de euforia, sino para evadir el dolor. Ponte en el lugar de un chaval de dieciocho años en los ochenta en Gran Bretaña, donde la rutina de las familias trabajadoras era trabajar mucho y beber alcohol sabiendo que pasarían el resto de sus vidas así. De repente, los padres pierden sus trabajos en las fábricas y los jóvenes se dan cuenta de que tampoco tendrán empleo. Ahí fue cuando la heroína realmente pegó fuerte en las grandes ciudades.

Aunque jubilado, Julian Buchanan continúa su trabajo por la reforma de las políticas de drogas desde su casa
Aunque jubilado, Julian Buchanan continúa su trabajo por la reforma de las políticas de drogas desde su casa.

¿Y qué pensabas entonces del consumo de drogas?

En ese momento, yo era un oficial de libertad condicional tratando de hacer lo correcto. Trabajaba con el mismo tipo de personas con las que crecí y empatizaba con su situación, pero no tenía ni idea de drogas más allá del discurso recibido. Así que creía que las drogas los estaban matando y los debía salvar. Y me pasé el siguiente año trabajando con jóvenes de diecisiete y veinte años e intentándoles convencer de que dejaran de consumir. Cuando estábamos en la corte y escribía los informes para los jueces y magistrados, siempre decía que la persona quería abandonar el consumo para conseguir que el juez les concediera la libertad condicional en lugar de prisión y acudieran a tratamiento. Pero al cabo de pocas semanas les volvían a arrestar. Me tomó tiempo darme cuenta de que este enfoque no funcionaba y que yo formaba parte del problema.

¿Podríamos decir que ese fue tu periodo de revelación para el cambio en la percepción sobre las drogas?

Sí, porque entonces vi claramente que no se aplicaba ninguno de los principios fundamentales del trabajo social, como no juzgar, escuchar de forma activa, tratar con respeto, acercarse a sus espacios o no tener agendas ocultas. Estaba trabajando con personas que tenían problemas con drogas y nada de esto sucedía, más bien al contrario. Les juzgaba, tenía una agenda previa, les presionaba en mi espacio, les decía qué tenían o no que hacer y realmente no los escuchaba. Ahí es cuando tomé conciencia. Pero especialmente mi percepción cambió cuando me senté a escuchar sus relatos. Después de aquello, el gobierno estaba asustado por el VIH y gastaron mucho dinero para atender el problema. También porque creyeron que sería un problema temporal, así que invirtieron mucho dinero en servicios sociales, en salud, en el servicio de libertad condicional y en educación para encontrar una solución rápida al problema. Y crearon un grupo de expertos de drogas en Merseyside (ciudad en el noroeste de Inglaterra), en el que participé junto a otras personas como Russel Newcome, promotor de salud, y Pat O’Hare, en aquel momento coordinador de educación sobre drogas para Sefton en Merseyside. Cuando nos sentábamos a escucharlos, sin juzgar y dándoles la oportunidad de decir “disfruto de las drogas y quiero continuar”, a menudo lloraban y expresaban que éramos las primeras personas que realmente los escuchaban o los entendían. Fue sobrecogedor.

También trabajaste con el mítico Dr. John Marks, psiquiatra que dirigió un controvertido “experimento” con la prescripción de heroína en el noroeste de Inglaterra entre 1982 y 1995 y junto al cual desarrollaste lo que se conoce como el modelo Merseyside. ¿Cómo fue esa experiencia y en qué consiste el modelo?

"La razón por la que la gente muere por sobredosis no es por las drogas en sí mismas, sino por las políticas prohibicionistas promovidas. La causa misma del daño no es por las drogas, sino por las leyes de drogas"

Estaba trabajando como oficial de libertad condicional en Bootle, localidad situada en el condado de Merseyside, con un nuevo paradigma más allá de la metadona, y nos preguntábamos cómo podíamos reducir el riesgo en sus vidas. Tenía tres meses para conocer y entrevistar personas de Bootle y recopilar información útil. Me reuní con John Marks, quien me propuso establecerme en su clínica para entrevistar a consumidores de aquella zona a la que ya venían atendiendo. Y así fue, formamos un grupo de trabajo donde además de entrevistarlos se les recetaba heroína en formato oral o inyectable. Establecimos un equipo de drogas comunitario formado por un psiquiatra, dos enfermeras, un experto en VIH, dos asesores de servicios sociales y dos oficiales de libertad condicional. Nos encerramos durante dos días para planificar nuestra política de cómo operaríamos y acordamos, entre otras cosas, que no haríamos test de orina y que nuestra acción debía ir más allá de los centros. Íbamos a las cárceles para hablar con aquellas personas que estaban a punto de conseguir la libertad para hablar de tolerancia y recaídas. Fuimos a las unidades de maternidad para trabajar con los profesionales sanitarios y asistíamos a casos de protección infantil para asegurarnos de que a las mujeres no les quitaran sus hijos. Les decíamos a los médicos de familia que prescribieran metadona a mujeres embarazadas. Y conseguimos un acuerdo de implementación de la filosofía de reducción de riesgos en todo el servicio de libertad condicional de Merseyside. De manera que algunas oficinas de libertad condicional actuaban como clínicas porque las personas acababan allí de todos modos y para qué enviarles a la clínica si se les podía facilitar la receta en aquel momento. También disponíamos de agujas limpias y preservativos en todo el edificio y en los baños. Era un entorno multidisciplinario asombroso en el que John Marks ejerció un papel decisivo y que tuvo influencia porque hablábamos como una sola voz, de manera que las agencias no pudieron rechazar la política de reducción de riesgos que establecimos en 1987.

En Merseyside, con sus compañeros pioneros de la reducción de daños Pat O’Hare (Director de HIT), Alan Parry y Alan Matthews durante la Hit Hot Topics Conference 2018.
En Merseyside, con sus compañeros pioneros de la reducción de daños Pat O’Hare (Director de HIT), Alan Parry y Alan Matthews durante la Hit Hot Topics Conference 2018.

Más allá de los daños

Me llama la atención que ya en aquel año utilizarais la terminología de reducción de riesgos y no reducción de daños.

A mediados de los ochenta, toda la preocupación estaba bajo el paraguas del VIH y un enfoque impulsado por la profesión médica. Y aquí estoy yo, un trabajador social ante un modelo médico que no apruebo. La reducción de daños que comenzó en Liverpool fue pionera y el epicentro fue el Centro Maryland, donde tenía su base Allan Parry, un exconsumidor que llegó a director del nuevo Centro de Información y Capacitación sobre Drogas de Mersey. Era un programa de intercambio de agujas que enseñaba a las personas cómo inyectarse bajo un modelo dominante de reducir el daño sanitario. Pero cuando pensábamos en las drogas, veíamos a muchas personas dañadas por la pobreza, la discriminación y la privación, para las que el consumo de drogas no era el problema, sino más bien la solución. Y la reducción de daños no entendía el entorno social y económico en Bootle y se focalizaba en reducir la prevalencia del VIH, a lo sumo, enseñarles a inyectarse para evitar los abscesos. Nuestra propuesta era más holística: queríamos ir más allá de los daños sanitarios y por eso hablábamos de riesgos. Pero con el paso del tiempo desistimos, porque nos engulló el término dominante: reducción de daños.

Resulta llamativo que los expertos suizos visitaran a Marks para conocer el enfoque en el que basaron su sistema de dispensación y en los últimos años Reino Unido haya puesto en marcha programas basados en el sistema suizo.

Sí, aunque hay diferencias importantes entre ambos modelos. En nuestra propuesta, la gente venía, la evaluábamos, la escuchábamos, no les hacíamos test de orina, les dábamos una receta y recogían la heroína o la metadona en la farmacia. No supervisábamos qué tomaban. En el modelo suizo hay una selección previa para entrar en el programa de dispensación y son tratadas como pacientes, no como personas. La gente debe entrar a una sala con un equipo exclusivamente sanitario. En la década de 1980 nos sentábamos a hablar, les preguntábamos cómo estaban y qué necesitaban. Y no se trataba de ser una máquina expendedora y darles más y más dosis. En ese caso, en vez de reducirlos hubiéramos aumentado los riesgos. Se trataba de pactar asegurando que realmente se reducían riesgos en su vida. Y de la misma manera que no hacíamos test de orina observando cómo meaban, tampoco nos asegurábamos de que se inyectaban las dosis y no las revendían. Era un enfoque de bajo umbral centrado en la persona, donde desarrollamos un sentido de confianza mutua.

También fuiste consultor para la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), el organismo por excelencia de política de drogas internacional, donde los cambios son tan lentos que incluso incluir el término reducción de daños resulta misión imposible. ¿Cuál fue tu experiencia allí?

"Las leyes de drogas se originaron fundamentalmente para atacar a las personas de color o de minorías, y sigue siendo así hoy día. Es en aquellas áreas que afectan a las clases privilegiadas, como el cannabis medicinal, el análisis de drogas o el uso de psicodélicos en salud mental, donde veremos más reformas"

En el 2011 me invitaron a participar en el comité de medios de vida sostenibles junto a un pequeño grupo de expertos que habíamos trabajado en los problemas de privación y desigualdad. Querían un informe con el fin de brindar ayuda socioeconómica a las personas que tenían problemas de drogodependencia. Es lo que hablábamos antes. Para muchas personas, las drogas son la solución y si quieres ayudarlas con el problema de las drogas, tendrás que lidiar con el problema subyacente, que tiene que ver con la pobreza, la desigualdad, el abuso, la educación o necesidades básicas no satisfechas. Así que pasé los siguientes seis meses redactando el informe Asistencia socioeconómica básica como condición previa para el tratamiento eficaz de la drogodependencia y la prevención del sida relacionada con el VIH. Fue un gran trabajo, pero, como muchos otros, con escaso o nulo impacto. Se envió al comité y se presentó en la reunión anual de CND, donde cada año hay montones de reuniones, se presentan montones de informes y todo finaliza con un compromiso diluido de tono prohibicionista y propagandístico. No era muy partidario de participar en la UNODC, pero tras la experiencia vivida, aún menos. Cuando fui a su sede en Viena vi un mapa global en la pared que decía algo así como “nuestra búsqueda de un mundo libre de drogas”. ¡El concepto en sí mismo es terrible! No puedo entender cómo alguien podría querer un mundo sin drogas. Y luego vi en el patio exterior un árbol con una placa que decía: “el árbol de la vida para quienes perdieron la vida por sobredosis”. Me enfadó muchísimo porque precisamente la razón por la que la gente muere por sobredosis no es por las drogas en sí mismas, sino por las políticas prohibicionistas promovidas desde UNODC. A esto es a lo que nos enfrentamos: la incapacidad de ver que la causa misma del daño no es por las drogas, sino por las leyes de drogas.

Intervención sobre “La construcción social y la demonización de las drogas”, en el Simposio de Drogas  de Nueva Zelanda 2011.
Intervención sobre “La construcción social y la demonización de las drogas”, en el Simposio de Drogas de Nueva Zelanda 2011.

El engañoso progreso de Nueva Zelanda

En el 2011 te mudaste a Nueva Zelanda y en el 2013 se aprobó la Ley de Sustancias Psicoactivas, que estableció al país como el primero en el mundo en regular nuevas drogas. ¿No es oro todo lo que reluce?

La Ley original sobre Sustancias Psicoactivas del 2013 fue aprobada por unanimidad en nuestro gobierno. El partido nacional es vehementemente prohibicionista, por lo que debes preguntarte cómo acabó votando a favor de esta ley percibida como una reforma radical líder en el mundo. Y la respuesta es que no fue una reforma radical. De hecho, el ministro de Salud describió esta ley como el “golpe de gracia a las drogas”, como si las drogas estuvieran en un ring de boxeo y esta ley las fuera a tumbar al suelo y acabar con ellas de un solo golpe. Hasta entonces, con la Ley del Uso Indebido de Drogas, cada vez que detectaban una nueva sustancia la tenían que incluir en la ley. Así que, una vez incluida, con alguna modificación de la molécula se generaba una nueva sustancia no incluida en la ley. La nueva Ley de Sustancias Psicoactivas puso fin al juego del gato y el ratón, porque prohibía todas las sustancias psicoactivas con las que se pueda soñar en el futuro y no tenían que incluir más sustancias a la Ley de Uso Indebido. El truco fue decir que las nuevas sustancias están prohibidas, pero se podían regular si demostraban ser suficiente seguras. Un proceso tan excesivamente complicado y caro que era inviable. Las empresas que vendían legal highs en tiendas locales de todo el país tuvieron que retirar sus productos porque se volvieron ilegales de la noche a la mañana e intentaron en vano obtener la aprobación para su venta. En cualquier caso, la posesión de estas sustancias se consideró delito y más tarde sacaron otra ley que decía que, ante cualquier sospecha de fabricación de sustancias, la policía podía entrar a la vivienda o vehículo sin orden judicial. Así que, además, otorgaron nuevos poderes a la policía. Y fue un desastre porque hasta entonces no habíamos tenido incidentes importantes con el consumo de estas sustancias, pero en los siguientes dos años desde la implementación de la nueva ley se contabilizaron setenta muertes relacionadas.

Entonces es muy similar a la Ley de Nuevas Sustancias Psicoactivas de Reino Unido, que considera cualquier cosa que coloca prohibida.

Sí, y de hecho, la ley del Reino Unido se basó en la de Nueva Zelanda.

En octubre del 2020 tuvo lugar el referéndum para el uso de cannabis. Nueva Zelanda en maorí se conoce como Aotearoa, que significa ‘tierra de la gran nube blanca’. Con este sugerente nombre, ¿qué podía salir mal? Y aunque el resultado estuvo muy reñido (53,1% en contra frente a un 46,1% a favor), ¿qué falló?

"No hay guerra contra las drogas, hay una guerra contra las personas que consumen drogas o, más bien, una guerra contra ciertas personas que usan drogas particulares"

Nueva Zelanda es un país muy influenciado por la política de drogas de Estados Unidos y sus leyes de justicia penal. No hay ningún acuerdo formal, pero hay presiones que operan de manera informal y se han establecido relaciones poco saludables entre ambos países. En mis diez años de estar en Nueva Zelanda, hemos tenido por aquí a Kevin Sabet, un gran propagandista anticannabis, director de Smart Approaches to Marijuana (SAM) en Estados Unidos. También nos visitó la juez Peggy Hora para implementar su modelo de tribunales de abstinencia, para el que se invirtieron dos millones de dólares. En el 2017 se introdujo una nueva ley para poder evaluar y tratar de manera obligatoria a las personas que tienen problemas de adicción. Desde que llegué a Nueva Zelanda empezaron a hacer pruebas de detección a personas que estaban recibiendo beneficios por desempleo bajo la amenaza de perderlos en caso de dar positivo. Incorporaron las pruebas de detección de metanfetamina en las casas y, si se encontraban rastros, desalojaban a las personas y les entregaban la factura de la limpieza. En la mayoría de estos casos se trataba de gente pobre, gente maorí y del Pacífico. Así que, para entender qué salió mal en el referéndum, debemos antes conocer el marco prohibicionista del país.

En su jubilación, Julian tiene tiempo para disfrutar cultivando verduras, haciendo pan, cerveza, yogur y hummus.
En su jubilación, Julian tiene tiempo para disfrutar cultivando verduras, haciendo pan, cerveza, yogur y hummus.

Si es un país tan prohibicionista, ¿cómo diablos lograron un referéndum para regular el cannabis?

El referéndum fue impulsado por el Partido Verde y, cuando el Partido Laborista llegó al poder, necesitaban formar coalición con el Partido Verde. En el manifiesto de este estaba el compromiso para celebrar un referéndum, y fue una de las concesiones del gobierno laborista. De hecho, Jacinda Ardern, entonces primera ministra de Trabajo, apoyó el referéndum, pero no mostró su apoyo a la legalización. Había partidarios del no poderosos, como la Iglesia de la Cienciología o Kevin Sebat, mientras que la campaña del sí estuvo impregnada de lo que llamo prohibición 2.0. Cuando luchamos por los derechos humanos de las personas que están siendo discriminadas, deberíamos decir la verdad de forma clara y directa, pero no lo hacemos. En su lugar, tendemos a usar el idioma del opresor para ganarnos su confianza. La campaña decía cosas como que necesitamos regular el cannabis porque es peligroso, para mantener a nuestros hijos seguros o porque su uso está fuera de control. Trataron de ganar el debate con su mismo discurso, pero lo que lograron fue presentar al cannabis como realmente peligroso, fuera de control y una amenaza para nuestros hijos. Ninguna de esas afirmaciones es fundamentalmente cierta y, aunque hay elementos de verdad, al decirlas sin más explicaciones se alimenta el discurso dominante de la opresión, la desinformación y la propaganda. La campaña del sí permitió al referéndum sentar al cannabis en el banquillo de los acusados para determinar si era culpable o inocente. El cannabis nunca debería ser sometido a ningún juicio, porque, tanto si el referéndum decía sí o no, iba a seguir consumiéndose igual y no iba a tener ningún impacto ni en la oferta ni en la demanda. Es la prohibición del cannabis la que debía estar en tela de juicio. El referéndum se debería haber planteado en términos de “¿estás de acuerdo o en desacuerdo con la prohibición?”. Y enfocar el debate hacia los daños que genera la prohibición y qué beneficios se obtienen.

¿Cuáles son las leyes sobre el cannabis en Nueva Zelanda?, ¿puedes ir a la cárcel por consumirlo?

Puedes ir a prisión, aunque queda a la discreción de la policía si arrestarte o enviarte a un programa de desintoxicación si lo cree conveniente. A efectos prácticos, Nueva Zelanda tiene un quince por ciento de población maorí, pero el cincuenta y uno por ciento de la población carcelaria es maorí. La discreción policial siempre ha significado que las leyes de drogas impactan desproporcionadamente en las personas de color, indígenas y grupos étnicos minoritarios o personas con estilos de vida alternativos, mientras que personas como yo, blanco y de mediana edad, saldremos beneficiadas. El cannabis medicinal está regulado, pero solo se puede obtener recetado y es muy caro, porque no hay un subsidio de prescripción. Así que la mayoría de las personas pobres no pueden pagar el tratamiento y la ley no les permite cultivarlo. Existe una cláusula en la ley en la que se puede solicitar el permiso en las cortes, pero es arriesgado y si padeces esclerosis múltiple o Alzheimer y estás tomando cannabis, lo último que quieres es que te arresten.

Y, como en otros países, ser arrestado implica antecedentes penales con un impacto para el resto de tu vida.

Así es. Por eso antes mencionaba que el referéndum sobre el cannabis debería haber estado discutiendo qué beneficios o qué desventajas tiene prohibir el cannabis, porque eso es lo que deberíamos haber votado. No deberíamos hablar de los pros y los contras del cannabis, porque la gente lo consumirá de todos modos. Deberíamos hablar de los pros y los contras de la prohibición, y lo negativo de la prohibición es que puede dañar las posibilidades de empleo de una persona joven, dificultar el acceso a una vivienda o limitar sus oportunidades de viajar. Son problemas que no son causa del consumo de drogas, sino de su criminalización. De hecho, en el 2011, la Comisión de la Ley, un grupo conservador de personas que fueron nombradas para revisar la Ley de Uso Indebido de Drogas, publicó un informe en el que trabajaron durante tres años y en el que proponían rescindir dicha ley. Hicieron muchas propuestas de reforma radical, pero no hubo ningún cambio.

Análisis de drogas respaldados por la ley

Recientemente, Nueva Zelanda legalizó el análisis de drogas, convirtiéndose en el primer país en regularlo de forma explícita. ¿Es una gran noticia o se trata de otro fiasco, como la regulación de las nuevas sustancias psicoactivas?

Es una gran noticia. Hace treinta años fuimos el primer país del mundo en introducir a nivel nacional los programas de intercambio de agujas, y este año somos el primer país del mundo en introducir el análisis de drogas. Es una estupenda noticia y es fruto del trabajo y activismo de varios años de Wendy Allison, directora de Know Your Stuff, y su equipo. Entre otras acciones, llevaron a cabo una investigación con la Universidad de Victoria para brindar evidencia que los respaldara. Es una ley que detiene el miedo, por un lado, de los promotores a ser procesados por disponer de análisis de drogas en sus festivales y, por otro, de las personas que acuden a analizar sus sustancias a ser detenidas. Esta ley es realmente oro porque es el resultado del activismo de abajo arriba, que presiona con firmeza por lo que cree, que no compromete la verdad ni se diluye en argumentos de prohibición 2.0. Solo así se logran cambios reales en las leyes. Estoy totalmente a favor del análisis de sustancias, pero también es importante señalar que las leyes de drogas se originaron fundamentalmente para atacar a las personas de color, hispanas, comunidades indígenas o minoritarias, y sigue siendo así hoy día, por lo que resulta difícil ver cambios legislativos en aquellas áreas que les afectan directamente. Sin embargo, leyes como esta reciben mayor apoyo porque suelen afectar a las mismas personas que hacen las leyes y a sus hijos. Y es precisamente en aquellas áreas que afectan a las clases privilegiadas como el cannabis medicinal, el análisis de drogas o el uso de psicodélicos en salud mental donde veremos más reformas.

Al mismo tiempo que el gobierno anunció la ley pionera del análisis de sustancias, se anunció la futura prohibición del tabaco en Nueva Zelanda. Cuéntanos en qué consiste esta propuesta de prohibición y qué opinas al respecto.

Este país ha tenido durante mucho tiempo el propósito de convertirse en una Aotearoa libre de drogas y de humo. Esta idea de una Nueva Zelanda libre de humo ha existido durante mucho tiempo y tiene sus raíces en la misma prohibición que la propaganda de un mundo libre de drogas. Así que no tiene ningún sentido, es una locura. Para lograr un país libre de humo en el 2025, proponen en el 2022 prohibir el consumo de tabaco a las personas nacidas a partir del 2008. Dicen que será ilegal suministrar o vender tabaco, pero no me sorprendería que eventualmente se convierta en ilegal también la posesión. Ya sabemos que los jóvenes se interesan más en lo que no se les permite hacer y las prohibiciones se convierten en un valor novedoso. De hecho, dondequiera que se legaliza el cannabis, a menudo se ve que se vuelve menos popular entre los jóvenes una vez se regula. Siempre me he opuesto a los espacios libres de humo porque creo que todos deberían tener derecho a hacer con su cuerpo lo que quieran. Es su cuerpo, es su elección, y no veo cómo podemos imponer un mandato en contra de las decisiones personales a menos que estén causando un daño grave a otras. No creo que si estás fumando en tu jardín estés causando un daño grave a nadie. El camión diésel que pasa por nuestra propiedad para recoger los contenedores está causando mucho más daño que tú fumando tabaco o lo que sea.

Intervención sobre derechos humanos para acabar con el problema global de las políticas de drogas y evitar la prohibición 2.0, en la Hit Hot Topics Conference 2018
Intervención sobre derechos humanos para acabar con el problema global de las políticas de drogas y evitar la prohibición 2.0, en la Hit Hot Topics Conference 2018.

Prohibición 2.0

Estás retirado desde el 2016, pero tu activismo en el blog y redes sociales es admirable. Ya lo has mencionado, pero me gustaría saber más sobre lo que llamas “la prohibición 2.0”.

"El 90%de las personas que consumen drogas, ya sea cafeína o alcohol, ya sea cannabis o metanfetamina, no tienen ningún problema en absoluto y solo el diez por ciento de ellos tienen problemas. De ese 10% por ciento que tienen problemas, la mayoría puede gestionarlos sin ayuda profesional. Alrededor del uno por ciento desarrolla adicción crónica y necesitará ayuda profesional. Ni siquiera es cierto sugerirles que las drogas han arruinado sus vidas, porque en la mayoría de los casos ya estaban bastante arruinadas antes"

Permíteme una analogía. Cuando los negros luchaban contra la esclavitud en Estados Unidos, terminaron con la ley de la segregación Jim Crow. Así que había buenos cines donde todo el mundo podía acudir, pero la gente de color se sentaba en las butacas basura de atrás, los blancos tenían fuentes preciosas mientras la comunidad negra bebía agua en las fuentes para perros. Esta es la prohibición 2.0. Otro ejemplo sería la homosexualidad. En muchos países se prohibió y muchas personas fueron arrestadas y encarceladas por ser homosexuales o por ser sorprendidas participando en un acto homosexual. La lucha activista dio como resultado la prohibición 2.0. Pasaron de considerar la homosexualidad como un tema criminal a una cuestión médica, y eso llevó al tratamiento forzado y las terapias de conversión. Esto ocurre porque las personas activistas que representan a las comunidades afectadas en cualquier tipo de negociación de derechos humanos se vuelven como las personas con las que negocian, empiezan a hablar su idioma y a adoptar sus discursos prohibicionistas. Debemos entender el tema de las drogas como una forma más de opresión y aprender de la opresión a la comunidad negra, a las mujeres, a los homosexuales o a las personas con discapacidad, donde los procesos de prejuicio, de estereotipos, de etiquetado y de desinformación son muy similares. Está ocurriendo con las drogas. Es común escuchar que el consumo de drogas no es un problema penal sino de salud. Y no lo es. Quizá la adicción puede ser un problema médico, pero, aun así, diría que no lo es. Se trata más de una situación psicosocial, así que ni siquiera me siento cómodo con medicalizar la adicción. Pero hay quienes se conforman con este cambio y sienten alivio porque el consumo de drogas pase a considerarse como un problema de salud. Esto es prohibición 2.0.

En tu blog tienes un artículo sobre setenta y dos falacias que sustentan la política de drogas. Destaca las tres más importantes.

La primera es que todos hablamos de drogas como si fuera una especie de definición farmacológica, pero cuando hablamos de drogas no nos referimos al café, al té, al Red Bull, al Valium, al whisky, a la cerveza ni al tabaco. Al usar el término drogas en este sentido estamos perpetuando un paradigma que nos impide pensar fuera de esa lógica, así contribuimos a reforzar una construcción social engañosa. Las personas que consumen drogas legales se niegan a creer que son consumidoras de drogas y, además, nadie se refiere a ellas como tal.

¿Y la segunda falacia?

La segunda es que no hay guerra contra las drogas, hay una guerra contra las personas que consumen drogas o, más bien, una guerra contra ciertas personas que usan drogas particulares. De hecho, en fechas como la Noche Vieja vemos a los gobiernos y a las televisiones animando a salir y a celebrar la última noche del año e incluso puedes oír al presentador de turno diciendo: “Como es tan solo la una todavía sé lo que digo”, asumiendo que la intoxicación de alcohol es una situación normal. Pero nadie reconoce que estamos tomando drogas o promocionándolas. Y, por último, la tercera falacia confunde el uso y la adicción. El noventa por ciento de las personas que consumen drogas, ya sea cafeína o alcohol, ya sea cannabis o metanfetamina, no tienen ningún problema en absoluto y solo el diez por ciento tienen problemas. De ese diez por ciento que tienen problemas, la mayoría puede gestionarlos sin ayuda profesional. Alrededor del uno por ciento desarrolla adicción crónica y necesitará ayuda profesional. Son personas con una vida muy difícil, dolorosa y desfavorecida, con muchas necesidades insatisfechas. Hablamos de situaciones de abuso sexual infantil o de violencia, pero también de pobreza, de dificultades en el aprendizaje o de problemas de salud mental. Con ello quiero decir que quienes padecen una adicción crónica y necesitan ayuda ya la necesitaban antes de que las drogas se convirtieran en un problema. Ni siquiera es cierto sugerirles que las drogas han arruinado sus vidas, porque en la mayoría de los casos ya estaban bastante arruinadas antes.

Y tampoco es fácil ayudar a alguien que sufre una adicción desde el marco prohibicionista.

Muchas de las personas que conocí que luchaban contra la adicción estaban rotas porque el sistema les había dañado terriblemente. Cuando digo sistema no me refiero ya al sistema de desigualdad, me refiero al sistema de prohibición de las drogas, que mucha gente ha interiorizado, como pasó con el racismo y el sexismo. Los consumidores de drogas, sobre todo aquellos que compran el discurso de la abstinencia, interiorizan los argumentos de la prohibición y piensan que están sucios, que no están limpios. Siempre se me han saltado las lágrimas en los momentos en que un consumidor me ha agradecido que lo tratase como a un ser humano. Es una locura, eres un ser humano, ¿por qué crees que no mereces ser tratado como un ser humano? La prohibición no solo ha dañado la vida de las personas por las oportunidades que les ha hecho perder, sino que ha estropeado los tratamientos y ha distorsionado el sentido de comprensión de la adicción. Hay una cosa que se llama adicción, sí, hay gente que pierde el control y se mete en un lío. Pero todo el marco de comprensión necesario para abordar el problema ha sido envenenado por el modelo de tratamiento prohibicionista. Prevención, tratamiento, educación…: todo se ha estropeado con la prohibición.

Recomiéndanos un libro.

Living with Drugs, de Michael Gossop (1987).

¿Planes de futuro?

A nivel personal, estoy jubilado y me siento muy afortunado porque vivo en el campo, puedo salir a correr o caminar y me divierto con mis nietos. Espero seguir disfrutando de mi tiempo para hacer lo que me gusta de verdad.

¿Y qué piensas que va a ocurrir con las drogas en la próxima década?

En materia de política de drogas, siendo realistas, sospecho que lo que sucederá es que se invitará al cannabis a la mesa superior de la prohibición, donde se sientan las potencias, y harán un intercambio con el tabaco. La industria del tabaco se hará cargo de la industria del cannabis y el cannabis se convertirá en la droga preferida de muchas personas. Pero, básicamente, seguiremos teniendo el mismo paradigma de prohibición, donde el cannabis ocupará un lugar en la mesa de drogas privilegiadas que gozan de monopolio y que culturalmente no solo se aprueban, sino que también se promueven, y el resto de las drogas se mantendrán prohibidas. En la próxima década quizá veamos algunas brechas en el sistema que se adapten a las necesidades de las clases privilegiadas, como el uso de drogas psicodélicas en salud mental. Habrá avances en el uso medicinal de drogas, pero no respecto al uso recreativo y a la libertad de ingerir cualquier droga que elijas, porque hay poca gente que realmente esté desafiando el paradigma de la prohibición. Lo que se está tratando de hacer es lograr concesiones especiales para casos especiales. Si estuvieras en el apartheid sudafricano no buscarías hacer concesiones para casos concretos, sino acabar con el sistema. Necesitamos aplastar la prohibición como hicimos con el apartheid.

Síguelo: @julianbuchanan / https://julianbuchanan.wordpress.com

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #290

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