Una conversación con Stefano Mancuso, el padre de la neurobiología vegetal, sobre raíces y plantas, tabúes científicos, plantas que actúan como camellos, comedores de guindillas y la memoria de algún spinello. Con prólogo, epílogo y banda sonora.
–Guarda, Stefano, vieni qui!
–Cosa vuoi, Renato?
A partir de ahora, el diálogo se traducirá mágicamente. Estamos en los pasillos de una facultad de la Universidad de Florencia. Entre finales de los noventa y los primeros años del actual milenio. Dos personajes. Ambos doctores universitarios. Solo uno es completamente real. Se llama Stefano. Stefano Mancuso. Vamos a llamar Renato al otro. Pero puede llamarse Beppe o Aldo. Puede ser cualquiera, porque muchos en esos años le montaron una escena parecida. Renato avanza burlón. Tiene una macetita en la mano. Pongamos que lleva un cactus. Una Echeveria elegans, que me gustan mucho y no hay que regarlas demasiado.
–Dime, Renato, ¿qué quieres? –Está serio Stefano.
–No, mira, es que estaba en mi despacho y me ha dicho esta plantita que tengo encima de la mesa lo del fin de semana en el congreso de Alemania. Que te dieron hasta en el carné por tu ponencia. Vaya, hombre, que lo siento, que no te vengas abajo. Y he pensado en regalártela porque es muy sensible y seguro que le puedes contar tus problemas. Lo mismo te da ideas...
–Gracias por la planta. Ya me ha dicho que te vayas a tomar por culo, Renato.
Stefano Mancuso, “El Zurdo Victorioso” si tiramos de etimología, se preguntará luego qué mierda es esto de la ciencia. Que debería haberse dedicado a la literatura, a la filosofía o a la música, que tan bien se le daba. Total, a él las plantas tampoco es que le volvieran loco de niño. Cada día la misma guasa. Y todo por aquel maldito experimento del maíz.
Cuéntame aquello, Stefano
Estamos ahora en Málaga. Sentados en la galería de un bello y decimonónico edificio de Málaga, hoy transformado en el centro cultural La Térmica. Es un día soleado de noviembre. Hay Brugmansias florecidas. Huelen las Monsteras deliciosas. Anoche, Stefano Mancuso me hizo el hombre más feliz del mundo al dar una conferencia en un espacio que dirijo allí, dedicado al mundo vegetal. Aula Savia, se llama. Está con nosotros otra bióloga vegetófila. Una eminencia botánica muy joven, también escritora, que nos hace de traductora, Aina S. Erice. Pero entre locos de las plantas parece que la glosolalia fluye. Nos gusta contar historias. Nos reímos a carcajadas. Stefano Mancuso (Calabria, 1966) es el inventor de la neurobiología vegetal. El tipo que ha dejado ya claro que las plantas son inteligentes y sensibles. Considerado por el New Yorker y por La Repubblica un “world changer”, como uno de los científicos cuyas ideas cambiarán el mundo. Director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal (LINV) en la Universidad de Florencia, donde es profesor, con oficinas en Kitakyushu, Bonn y París, académico ordinario de la Accademia dei Georgofili, es miembro fundador de la International Society for Plant Signaling & Behavior. Es profesor asociado de varias universidades internacionales y fundador y editor en jefe de Plant Signaling & Behavior (Estados Unidos) y Advances in Horticultural Science. Es autor de cuatro ensayos de divulgación, Verde y brillante fue el primero, tres de los cuales han sido traducidos al castellano: el archipremiado Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal; Biodiversos, junto a Carlo Petrini, y El futuro es vegetal. Sus proyectos, entre ellos el invernadero autosostenible y flotante con plantas y medusas que presentó en la Expo 2015 de Milán con la empresa PNAT, que él mismo fundó, han recibido infinidad de premios internacionales.
Cuéntame eso del maíz.
Vamos un poco al principio. Yo había terminado la carrera de ingeniero agrónomo para contentar a mi padre...
¿Tu padre era ingeniero agrónomo?
Nooo. Era militar. Eso sí, con huerto. Cosa rara. La hice porque yo lo único que quería de niño era salir de Calabria e ir a alguna ciudad llena de cultura y arte: Roma, Florencia o Bolonia. El trato era hacer una carrera. Él me pagaba los estudios. Era muy joven cuando me encontré en una playa calabresa con una chica de la que me enamoraría y que veinte años más tarde sería mi mujer. Esa chica era de Florencia. Así que Florencia ganó puntos. Y luego un amigo que era ingeniero agrónomo en Florencia me dijo que hiciera esa carrera y que él me daría trabajo. Y por eso la elegí. Pero no me interesaba nada. Al amigo no lo vi nunca. A la chica, sí.
"Las plantas tienen nuestros cinco sentidos y quince más. No tienen ojos y oídos como nosotros, no se mueven del sitio, no hablan. Pero perciben todos los cambios lumínicos y las vibraciones sonoras. Sienten más que cualquier animal"
Y terminaste la carrera sin mucha vocación.
Sin ninguna. Lo que a mí me gustaba era la música. Era muy buen estudiante sin necesidad de esforzarme. Después de dos años, un amigo me avisó de que había una beca en Florencia. Y tenía que hacer un doctorado. Elegí biofísica porque me gustaba más. Y ahí me tienes con el doctorado con treinta años, sin haber llamado nunca la atención.
¿Eso era bueno o malo?
Era bueno porque en un sitio tan competitivo como la universidad nadie me hacía caso. Malo porque, en ese momento, uno necesitaba maestros que le guiaran. Pero sí, iba muy por libre.
El congresista punky
Hemos llegado al maíz...
Ya tenía el doctorado y tenía que ponerme a investigar. Se me ocurrió algo que no se había estudiado mucho. Saber cómo las raíces de las plantas sortean los obstáculos que se encuentran en su camino. Se sabía que lo hacían, pero no cómo ni por qué. Así que como me gustaba mucho la fotografía en time lapse, ideé un aparato que pudiera permitir fotografiar paso a paso cómo avanzaba una raíz entre la tierra ante los obstáculos. Como crece muy rápido, elegimos el maíz porque permitía ver el desempeño en menos tiempo.
Y ahí empezó todo...
Todo. Comprobé: uno, que la raíz sorteaba el obstáculo antes de llegar a él, como si lo intuyera, sin necesidad de tocarlo. Y siempre. Dos, que elegía siempre el camino más corto, daba igual que este estuviese a la izquierda o a la derecha. Hicimos cientos de experimentos montando laberintos cada vez más sofisticados. Daba igual. La planta nunca se equivocaba y siempre, siempre, elegía la solución que menos energía gastaba. Si le proponíamos varias salidas, elegía siempre la más corta.
Así que de ahí vino lo de que las plantas eran inteligentes y sensibles. ¿Sabías entonces que ya Darwin en vida decidió guardarse para sí la opinión de que las plantas eran seres sensibles dotadas de algún tipo de “inteligencia” porque le parecía más revolucionario que decir que el hombre procedía del mono, por ejemplo?
Entonces no sabía nada de eso. Y, de hecho, no usé al principio la palabra inteligencia. Preferí comportamiento. Pero comportamiento indica conciencia. Y fue aún peor. Publiqué mi estudio en una revista científica. Y recuerdo que estaba un fin de semana en París cuando un amigo me llamó para darme la noticia: treinta y seis de los botánicos más importantes del mundo estaban firmando un escrito escandalizados sobre la locura tan absurda que yo acaba de publicar. ¿Plantas con inteligencia?, ¿qué mierda era esa?
Pero te empezaron a llamar de los congresos sin parar...
Pero para zurrarme en directo. He ido a congresos donde la gente se ha levantado en masa antes de que acabase mi ponencia. Otros donde tenía que aguantar dos horas de debate con gritos. Mis colegas se reían de mí. Y yo no entendía nada al principio, porque en todo ese tiempo, que duró casi una década, ninguno ofreció un experimento que rebatiera los míos. Así que me acostumbré a aquel juego. Me di cuenta de que había tocado una especie de tabú.
Te llegó tu momento Galileo...
Algo así. Luego, estudiando, caí en la cuenta de que hablar de inteligencia vegetal era una controversia que venía de muy antiguo. Que la ciencia se había dividido entre los que consideraban a las plantas casi como objetos animados y los que creían que eran algo más. El caso es que me acostumbré a cierta actitud punky. A los congresos y debates iba muy tranquilo, porque yo no paraba de publicar experimentos que nadie rebatía, mientras me desautorizaban con opiniones. Luego, en la intimidad, no entendía nada. Y ya cuando hablé de neurobiología vegetal, se lio del todo. ¿Cómo van a tener las plantas neuronas? De hecho, la mayoría de las células de una planta lanzan impulsos eléctricos como las neuronas de los animales y humanos que están en el cerebelo. Es decir, que casi toda la planta es cerebro. Y la palabra neuron, en griego, quiere decir etimológicamente ‘fibra vegetal’. Así que si a algo se le podía aplicar el término neurobiólogico con rigor era a las plantas.
¡Bah!: ya sabíamos que las plantas eran inteligentes...
De esta forma Stefano fue ganando combates. “Ladran, Sancho, luego cabalgamos”. Poco a poco las voces airadas se fueron apagando. Y él comprobó que los pasos que explicaba Haldane, por los que transita cualquier teoría científica hasta ser aceptada, eran ciertos. 1. “Esto es una gilipollez”. 2. “Es una gilipollez, pero podría tener algo interesante”. 3. “Sí, la teoría puede ser correcta, pero no tiene utilidad ninguna”. 4. “Era algo que ya todos sabíamos”. En el 2005 se abrió el Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal de Florencia, que cada año se implica en más proyectos que casi parecen de ciencia ficción. Empezó a publicar sus primeros libros de divulgación. Siguió yendo a congresos. Sus charlas públicas dejan a la gente con la boca abierta, que luego miran a sus potos con otra cara. Ya no tiene por qué adoptar la pose del boxeador punky sin nada que perder.
Entonces, ya no hay duda alguna: las plantas son sensibles e inteligentes...
Mira, las plantas tienen nuestros cinco sentidos y quince más. No tienen ojos y oídos como nosotros, no se mueven del sitio, no hablan. Pero perciben todos los cambios lumínicos y las vibraciones sonoras. Sienten más que cualquier animal. Sienten cambios eléctricos en el entorno, sienten el campo magnético, el gradiente químico, la presencia de patógenos cercanos. La inteligencia es la capacidad para resolver problemas, ¿verdad? Pues las plantas son capaces de responder de manera adecuada a estímulos externos e internos, de resolver problemas, y son totalmente conscientes de lo que las rodea.
Y se comunican.
Se comunican con otras plantas de la misma especie a través de moléculas químicas volátiles, mandan por ejemplo mensajes de peligro. Lo primero que debemos recordar es que las plantas no se manejan como individuos sino como colonia.
Crees también, y no eres el único en eso, que las plantas tienen sistemas muy sofisticados y complejos para lograr que otras especies trabajen para ellas.
Lo primero es recordar que el objetivo de una planta es procrearse y sobrevivir. Y que al estar unidas al suelo y ser relativamente frágiles deben usar a las demás especies con mucha habilidad para su propósito de inseminación y expansión. ¿Cómo? A veces dándonos recompensas y otras engañándonos.
Las plantas nos dan, pero también nos engañan
Porque a los hombres también nos engañan... El darnos todo lo que nos dan: alimento, medicina, belleza, oxígeno, frescor, tejidos, pigmentos, embriagantes y psicoactivos, ¿es parte de esa estrategia?
Ya lo contó muy bien Michael Pollan en su libro La botánica del deseo. El caso del cáñamo, por ejemplo, es muy llamativo. Los hombres somos el principal vector de la expansión de esta especie vegetal a lo largo de la historia.
¿Qué relación mantienes con la marihuana?
La tomo de forma regular, solo como uso lúdico cuando estoy con amigos. Me hago un spinello (‘porrito’) con ellos para reírme y socializar. Un poco como con el vino, pero la prefiero al vino. Pero estas marihuanas nuevas productos de híbridos no me gustan. No me dan buenos viajes, me sientan mal. El hachís tampoco me gusta, me sienta mal al estómago.
"Me encantaría probar la ayahuasca. Me gustaría entender realmente qué se siente. Esa sensación de pertenencia, de ser todos uno, que infunden las plantas psicoactivas de la selva."
En general, no te gusta la manipulación genética.
Total oposición. Me opongo a cualquier tipo de manipulación genética de las especies vegetales por varios motivos: éticos –porque no podemos manipular la dotación genética de seres vivos–, y porque hasta ahora la manipulación genética ha sido de uso y beneficio exclusivamente de las empresas que se han enriquecido con estas manipulaciones genéticas, son una forma de especular con la naturaleza. Por ello estoy profundamente en contra.
A Monsanto habría que prohibirlo
De Monsanto, ni hablamos...
Monsanto y las otras grandes empresas que ostentan el monopolio de las semillas en el mundo deberían cerrarse de algún modo, deberían estar prohibidas, porque las semillas son una riqueza colectiva: no pueden ser monopolizadas por una multinacional. Es como si una multinacional quisiese imponer un monopolio sobre el aire o el agua; es absolutamente impensable pensar en algo parecido.
Siguiendo la tesis de que las plantas nos utilizan como vectores para lograr sus propósitos, las alteraciones de conciencia que el uso de algunas plantas puede producir, ¿estarían dentro de esas estrategias? En ese sentido, ¿qué crees que pretenden las plantas permitiéndonos saltos de conciencia?
Claro, las plantas usan estrategias muy sofisticadas para ser transportadas por los animales por el mundo; y también las alteraciones de consciencia que algunas de estas plantas producen podrían considerarse como una estrategia usada a tal fin por las plantas. No es fácil demostrar científicamente algo parecido, pero sin duda no deberíamos excluirlo, y este es uno de los motivos por los que la experimentación con plantas psicoactivas debería estar permitida, al menos en los laboratorios. Las restricciones legales a la investigación de plantas con características psicoactivas son absurdas y negativas: debería poderse investigar sin ningún tipo de limitación en este campo, porque en los últimos años se está demostrando que las plantas –y sobre todo las sustancias neuroactivas producidas por las plantas– tienen una importancia fundamental, tanto para entender las relaciones plantas-animales, como para aplicaciones prácticas, por ejemplo, en terapias contra el dolor o en terapias para todo aquello que implica una ampliación de la consciencia humana.
Has coincidido con Claudio Naranjo en numerosos congresos. Te imagino familiarizado con sus libros sobre el uso de la ayahuasca y otras plantas psicoactivas en sus trabajos de psicoterapia.
Sí, conozco bien a Claudio Naranjo y a sus libros. Estoy completamente de acuerdo con él en que, a través del uso de plantas psicoactivas, podrían llegarse a entender mucho mejor los mecanismos psicológicos y también neurofisiológicos del cerebro humano.
¿Hay alguna planta psicoactiva que le gustaría probar?, ¿cuál y por qué?
Solo he probado, aparte de la maría, la Brugmansia. Burundanga, como le llaman por ahí. Y fue una experiencia terrible. No lo volveré a hacer jamás. Pero sí hay una que me encantaría, en condiciones adecuadas: la ayahuasca. Porque todos aquellos que la prueban describen esta relación específica y particular con una planta (o un grupo de plantas), y es algo que me provoca una enorme curiosidad; me gustaría entender realmente qué se siente…, también para poder eventualmente pensar que esta es realmente una estrategia empleada por las plantas.
¿Crees que podría ser, esa idea tan común en los consumidores de ayahuasca de protección al planeta y aumento de la conciencia ecológica, una estrategia de las plantas que conforman el brebaje ayahuasca?
No es descartable. Mira, imagina el entorno donde la ayahuasca nace: la selva amazónica. ¿Cuál es el mayor depredador de la selva? El hombre. ¿A quién habría que poner de tu lado y convertirlo en tu protector? Al hombre. Y esa es precisamente la actitud que tienen todos los pueblos indígenas. En general, estas plantas psicoactivas de estos lugares infunden la idea de pertenencia, de ser todos uno.
Los comedores de guindillas y las plantas-camello
En tu libro El futuro es vegetal tienes un capítulo entero, y muy divertido, dedicado a los comedores de guindillas como un ejemplo de hasta qué punto una planta puede “manipular” a los hombres para conseguir el objetivo de asegurar su reproducción.
Yo los llamo los capsicófagos, un neologismo inventado por mí, que viene del género al que pertenecen los peperoncinos (‘guindillas’), el género Capsicum. No me refiero ya a la gente que le gusta el picante, que somos mayoría, sino que un tercio de la población del planeta son adictos a triturarse las papilas con un ardor semejante al infierno. Yo los vi por primera vez de niño en un banquete de bodas. Llevaban un puñado de guindillas y cuando comían alternaban un bocado del almuerzo con otro de la guindilla más picante que pudieran. ¿Y por qué lo hacen? ¿Por qué se someten a ese dolor? Mi teoría es que una vez colapsadas las respuestas de alerta del cerebelo, este empieza a producir endorfinas que anestesian el dolor y producen satisfacción. Y la endorfina es la droga más potente, mil veces más que el opio. Si fueras a alguna feria de capsicófagos verías de lo que estoy hablando. Adoradores del pimiento picante: verdaderos esclavos de una sofisticada estrategia para permitir que se expanda la especie.
Las plantas vistas como camellos para asegurarse su supervivencia. Asombroso. ¿Qué proyectos estás ahora haciendo que puedan contarse?
¿En el LINV? Pues son tantos: la memoria, las relaciones sociales, la capacidad de comunicación de las plantas… Tenemos proyectos más a largo plazo, y hay uno al que le tengo especial cariño, que concierne la creación en un bosque de un ordenador vegetal: el uso de un bosque para realizar cálculos de forma totalmente nueva, sin emplear silicio sino sencillamente con los árboles.
¿Cuál es el trabajo científico del que estás más orgulloso?
Quizás sean dos: el primero, el descubrimiento de las señales eléctricas en los ápices radicales, en las puntitas de las raíces. Son señales muy parecidas a los potenciales de acción de nuestro cerebro, las señales eléctricas que se activan en las células neuronales. El otro del que estoy muy orgulloso es el último que acaba de publicarse hace unas semanas, en el que demostramos que los anestésicos funcionan en las plantas como funcionan en los animales y el hombre. A partir de ahí, las plantas se convertirán en organismos vivos sobre los cuales podremos trabajar para entender qué es la consciencia, pues, como sabemos, los anestésicos quitan, apagan la consciencia. Saber que las plantas responden igual que los animales creo que nos da un instrumento importante para entender cómo funciona la consciencia en los animales estudiándolas a ellas.
¿Qué futuro vegetal imaginas?
Creo que las plantas realmente son el futuro de la humanidad: de las plantas lograremos tomar soluciones desde el punto de vista de los materiales, la energía, y de las estrategias (por ejemplo, modos de organización) que serán fundamentales para crear nuestro futuro. Y no, no me preocupa mucho que acabemos con el planeta. Podremos acabar con nosotros mismos. Pero no somos tan poderosos. No nos creamos tan inteligentes. Nos sobrevivirán.
Epílogo
Pasillos del LINV de Florencia. Hace unas semanas. Renato se acerca a Stefano Mancuso en la cafetería. Le habla tímidamente.
–Hola, Stefano. ¿Qué tal todo?
-Muy bien, Renato. ¿Qué se te ofrece?
–Pues vi el otro día que habías vuelto al Congreso del Futuro de Chile. Enorme éxito, ¿verdad? No sabes lo orgullosos que estamos de ti. Un científico de nuestra universidad triunfando en todo el mundo...
–Gracias, Renato.
–Oye, había pensado por qué no te vienes el sábado a cenar a casa con tu mujer. Chiara cocina muy bien. Estaremos todos los del departamento, Beppe, Aldo, ya sabes... Sería un honor.
–Pues te lo agradezco, Renato. Pero le tengo que preguntar a la Echeveria que me regalaste, que es la que me lleva la agenda. Ya sabes cómo es. Nunca se equivoca.
(Giran semillas de diente de león, caen pétalos y los cactus florecen mientras cae el telón.)