“En los barrios de Marsella, la 'destrucción creadora' del capitalismo funciona literalmente”
Entrevista a Philippe Pujol
Nació en París en 1975 pero antes de cumplir dos años su familia se instalaba en el barrio de la Belle de Mai de Marsella. “Yo he visto la evolución del barrio. Cuando era pequeño era un lugar popular, obrero. No importaban los orígenes étnicos."
Nació en París en 1975 pero antes de cumplir dos años su familia se instalaba en el barrio de la Belle de Mai de Marsella. “Yo he visto la evolución del barrio. Cuando era pequeño era un lugar popular, obrero. No importaban los orígenes étnicos. Mi madre es corsa pero yo nunca fui ‘el corso’ sino ‘el hijo del aduanero’, y tenía amigos que eran ‘el hijo del docker’, etc. Nos burlábamos con simpatía los unos de los otros con todos los clichés estúpidos de la profesión: me decían que mi padre desviaba dinero de la aduana y decíamos al hijo del docker que su padre robaba de los contenedores. Pero ahora la clase media, como yo, se ha ido del barrio y ha entrado la gente pobre que ha sido expulsada por la renovación urbana del centro de la ciudad. Así que estos nuevos habitantes se han encontrado con que muchos son del mismo grupo étnico y no tienen trabajo, y han empezado a agruparse entre ellos. Y los políticos locales han aprovechado para financiar las asociaciones étnicas y crear un clientelismo comunitario. Así, han creado una identidad comunitaria que antes no existía”.
Tras su salida del barrio a los dieciséis años, Philippe Pujol estudió biología y después informática para terminar como becario de sucesos en el periódico La Marseillaise. Fue entonces cuando entró más en profundidad en contacto con las cités de la ciudad: barrios pobres que rodean el centro y donde una población eminentemente de origen inmigrante vive con grandes dificultades económicas, a veces con más de un cincuenta por ciento de paro, y en el abandono general de las instituciones. Es aquí donde se desarrolla el principal tráfico de droga de Marsella y adonde Pujol se ha desplazado regularmente durante más de diez años para escribir sus artículos periodísticos. En el 2014, su trabajo le valió el premio Albert Londres, el más prestigioso de Francia de reporterismo, y ha sido publicado en formato libro con los títulos French deconnection y La fabrique du monstre. Con ellos, Pujol ha conseguido redibujar la imagen de los barrios de extrarradio –conocidos también como “barrios norte”– y librarles de los clichés con los que la prensa nacional francesa tiende a referirse a Marsella.
¿Cómo se ha llegado a la situación actual de los “barrios norte” de Marsella?
Desde el final de la guerra de Argelia, los barrios populares eran lugares de tránsito, quizás con más miseria que hoy, donde desembarcaban los últimos inmigrantes y donde había mucho militantismo asociativo con una fuerte base ideológica. No veían a los ricos, ni siquiera a la clase media, y cuando querían emanciparse buscaban una ascensión social, querían progresar. Estos inmigrantes de antes –italianos, españoles y armenios– se han beneficiado de un favoritismo que les ha permitido acceder a ciertos puestos, sobre todo en el medio asociativo. Pero todos los árabes que llegaron a partir de los años ochenta no se han beneficiado apenas de esto y han empezado a descreer de la política. Así, hoy en las cités hay un clientelismo absoluto por parte de los viejos inmigrantes y una falta de conciencia política alucinante por parte de los nuevos. Hay excepciones, pero en general los nuevos no votan mientras que los repatriados de Argelia, algunos armenios que están hartos de los árabes –porque cada grupo de inmigración se vuelve racista respecto al más reciente–, etc., votan al Front National. Y así sube la extrema derecha.
¿Cuál ha sido la responsabilidad de los políticos?
Los políticos se adaptan a la situación y se aprovechan de ella con una visión a corto plazo: ven que los barrios se pauperizan y aparecen comunidades, y ellos juegan con el fenómeno financiando las asociaciones de cuscús y demás. Y luego se extrañan de que haya un comunitarismo enorme que no había hace treinta años. No es nada premeditado, es simple oportunismo político. Se dicen: “Ya no hay comunistas que nos molestan con los sindicatos, ¡qué bien!”. Pero en su lugar hay personas que se reúnen por su origen étnico. Al principio estos grupos se juntaban por su cultura, y han dado cosas buenas como cierto hip hop, pero hoy lo hacen, más que por su cultura, por su culto religioso.
¿Cabe pensar un despertar político en Francia a lo 15-M español?
Si un partido político tipo Podemos surge en Francia, saldrá antes de los bobós (expresión popular francesa para referirse al perfil de bohemio burgués, algo así como el pijo moderno español) que de la gente de las cités. Los bobós tienen conciencia política, por eso molestan al poder y por eso todo el mundo les detesta. A los verdaderos burgueses no les gustan los bobós porque ellos tampoco tienen conciencia política; aquí son una derecha católica postcolonialista y los bobós les cuestionan demasiadas cosas. Por otro lado, al lumpen proletariado tampoco le gustan, para ellos son demasiado pijos. Pero bobós somos tú y yo. En París sí que hay algunos bobós con pasta, pero en Marsella, más que bohemio burgueses, lo que hay es bohemio precarios. Así que no es fácil cambiar la situación política; los bobós no van a las cités...
...Más que para comprar costo.
Una de las particularidades del tráfico de droga en Marsella es que las cités están en la ciudad. En Londres, por ejemplo, el que vende busca al consumidor, bien sea a la salida de las discotecas o en los barrios de oficinas. Aquí es el consumidor el que va a la cité porque es más barato y, al contrario de la imagen típica, es muy bien acogido en estos barrios. Los chavales que le reciben son agradables; cuando conocen al comprador le saludan, hablan con él de fútbol... Hay un verdadero vínculo social, y la compra no tiene nada que ver con las escenas de las películas en las que todo sucede rápido y en tensión. El consumidor no tiene miedo: la cité es peligrosa para el policía o el periodista, pero no para un consumidor identificado. A veces les ofrecen promociones. Las bandas tienen un sentido del negocio muy mediterráneo, muy astuto. Además, estos barrios están muy bien comunicados por las autopistas.
¿Hay más particularidades?
La segunda es que Marsella continúa siendo un puerto importante y, contrariamente a lo que reflejan los medios de comunicación, la mayor parte de la mercancía no llega de España en coches sino a través de contenedores marítimos del África del oeste, después de haber bajado desde Marruecos y sido embarcada por el hampa corsa. Así se abastecen muchos puertos de Europa, principalmente a través de los cargamentos de carbón vegetal, porque este tiene la misma densidad que el costo y la cocaína y los escáneres no pueden detectarlos. Los coches a toda velocidad por la autopista existen, pero son para divertir a los periodistas o la operación de una pequeña banda que sube cien kilos. Nada que ver con las dos o tres toneladas que pueden llegar en barco. En Marsella desembarcan trescientos contenedores al día de carbón vegetal, y escanearlos no sirve de nada. Los policías conocen todo esto, no necesitan mis artículos para saberlo. Y las bandas saben que los policías lo saben.
¿Y la tercera particularidad?
Aquí hay una mano de obra enorme para las bandas porque hay un gran paro entre la inmigración, que a veces no tiene otro camino que el tráfico. Además, aunque esto está cambiando, los vínculos aquí son más de barrio que por origen étnico entre diferentes territorios, lo que hace que la banda de cada cité funcione unida. Se relacionan más entre amigos del colegio que entre razas o nacionalidades, lo que no sucede en París. Pero, como hay muchas cités, hay más competencia que en otras ciudades de Francia y, en consecuencia, algo más de ajustes de cuentas.
¿Hasta qué punto el tráfico alivia las dificultades económicas de los barrios?
Solo podemos hacer estimaciones pero las cifras de tráfico son grandes. A la vez, hay mucha gente que trabaja en las bandas. ¿Por qué el hampa tradicional ha delegado la venta al detalle a los barrios? Porque es un trabajo enorme y muy difícil de gestionar, con guerras permanentes. Y las guerras atraen a la policía. A la gente de las bandas les crea la ilusión de ser alguien, aunque casi ninguno de ellos es importante. Es capitalismo puro y la “destrucción creadora” de la economía funciona aquí literalmente: viene una red competidora, mata al jefe de la red local, crea dos nuevas y, de ellas, la mejor sobrevive. Hay mucha competencia. Un chaval de una banda puede ganar sesenta euros al día, pero quizás se fuma cuarenta euros, así que hay una devolución al empleador enorme. Solo le quedan veinte para comprarse unas zapatillas. No nos damos cuenta de hasta qué punto el consumo es alto en las propias cités. Así que la imagen del pequeño burgués que con su consumo alimenta los barrios hay que equilibrarla un poco. Una parte de la economía del tráfico rueda en torno a sí misma, así que cuando se dice que el tráfico mueve mucho dinero es cierto y falso. Es una ilusión. En realidad se explotan los unos a los otros. Además, sesenta euros por estar doce horas de pie en una esquina no es tanto dinero, y cuando el chaval comete un error, o le dicen que ha cometido un error, no le pagan. Más que vivir, hay mucha gente que sobrevive del tráfico en las cités.
¿Son habituales los adolescentes que fuman cuarenta euros al día?
La droga en las cités es un síntoma, no una causa. Para suavizar el problema habría que realizar un desarrollo económico y promover una diversidad social. Si dieran esperanza a la gente, el consumo bajaría, los jóvenes serían menos vulnerables y las bandas reclutarían menos. En segundo lugar, habría que hacer un trabajo enorme de desintoxicación. Hay muchos adictos al cannabis, hay pequeños que fuman hasta cincuenta o sesenta euros al día. Lo que algunos consumidores se fuman en un año ellos se lo fuman en una jornada; fuman porros como si fueran cigarrillos, y supercargados. Cuando hablas con ellos, no son capaces de responderte o dicen cosas incoherentes. No son la mayoría pero hay muchos. He visto a chavales cortar costo con aceite de coche y los porros, en vez de fumarlos antes de cortar la droga, se los fuman después. Por un lado me digo: “mira que son idiotas”, y por otro: “¡qué bien!”, porque soy periodista y estoy allí. Les hago ver que se están fumando el aceite y les da igual. Me acuerdo de mí cuando tenía su edad y veo que somos iguales, solo que ellos fuman mucho. Si yo hubiera sido tan vulnerable como ellos podría haber acabado igual.
¿Es difícil separar al periodista del ciudadano?
En cada momento soy o periodista o ciudadano, y cada uno se comporta de una manera completamente diferente. Cuando estoy en el terreno soy periodista y reconozco que tengo muy pocas emociones. Incluso, cuando pasa algo negativo, el periodista se alegra porque va a tener algo que escribir. Pero no me culpabilizo porque sé que habría pasado igual si yo no hubiera estado allí. Esto pasa y yo, periodista, estoy presente.
¿Quiénes son las mayores víctimas de todo este sistema?
Los jóvenes vulnerables, los que no tienen un adulto encima para decirles: “No, tú no entras en una banda”. Chavales con madres solas o con padres que no pueden ocuparse de ellos. No creo que el problema sean los padres que se desentienden de sus hijos por dejadez. Quizás hay algunos, pero, en la mayoría de los casos, son padres con dificultades sociales que no pueden ocuparse de su hijo. Paradójicamente, cuando hay un hombre en la familia, tío o primo, que está en las bandas y dice: “No, el chaval no va”, eso se cumple y salva al chico. A veces la ventaja de una familia es tener a alguien en una banda que sabe hasta qué punto es duro y no supone un futuro.
Sin embargo, algunos entran. ¿Quiénes?
Yo estudio el sistema y dejo de lado las responsabilidades individuales, aunque sé que en este mundo las hay. El sistema lo que hace es seleccionar a las personas que se adaptan a él. Aquellos que tienen una competencia en violencia y embustes pueden ser absorbidos rápido por las bandas. Y son chavales que pueden ser simpáticos: te tomas un trago con ellos y son buena gente. Y después te enteras, o ellos mismos te lo dicen para dárselas de duros, de que tienen sangre en las manos. Conozco a algunos que quizás han cometido delitos de sangre, y son majos, pero cuando hay trabajo, hay trabajo. Algunos de estos chavales, que no son grandes jefes, van a la cárcel, donde les parten la cara y viven de todo, y cuando salen no tienen miedo de nada. Viven en la venganza. Cuando cogen a estos chicos, habría que llevarles al psicólogo y no a la prisión, o poner más psicólogos en la prisión. Y buscar la manera de que al siguiente chaval no le pase lo mismo. Incluso como medida de protección de la sociedad, porque estos adolescentes un día salen. Hay un gran trabajo a hacer en las prisiones francesas.
¿Han cambiado mucho las cités en los últimos años?
Entre el 2003, cuando empecé a trabajar en ellas, y hoy la organización por comunidades étnicas ha crecido; el mundo asociativo se ha debilitado, se ha convertido en muchos casos en un gana pan y ha entrado en competencia consigo mismo mientras antes trabajaba en equipo; los barrios se han cerrado en sí mismos y guetificado, y no sé si son o no más pobres, porque antes ya lo eran mucho. Creo que hubo una ruptura entre el 2006 y el 2007, después de las violencias urbanas en Francia y con la llegada de Sarkozy a la presidencia. En ese momento se produjo una pérdida de conciencia enorme. Los chavales que tenían diez años cuando yo llegué a los barrios han crecido con la imagen proyectada del Rolex y el lujo, pero en un mundo que les desprecia. Y dicen: “Ellos nos desprecian, pues nosotros vamos a hacer lo
Lecturas
French Desconnection
Esta serie de artículos escrita para el periódico La Marsellaise le valió a Philippe Pujol uno de los premios más prestigiosos de Francia, el Albert-Londres, en 2014. Tras años como redactor de sucesos, Pujol llegó a conocer como pocos la vida diaria de los chavales de estas zonas desfavorecidas donde el tráfico de droga es a menudo la única vía de subsistencia.
La fabrique du monstre
Concebido como una continuación de French Desconnection, esta obra va más allá de los "barrios norte" para analizar el funcionamiento político de toda la ciudad. Sin llegar a crear un sistema mafioso en su sentido literal, el enorme clientelismo y la corrupción de larga tradición son, para el autor, las razones por las que la ciudad no subsana nunca sus lacras sociales y económicas. El libro está lleno de ejemplos sorprendentes que reflejan bien el ambiente político-social marsellés.
Total Khéops
Jean-Claude Izzo (1945-2000) es posiblemente el autor marsellés de novela negra más destacado. Esta obra escrita en 1995 es la más mencionada y recomendada cuando se quiere hacer entender a un recién llegado el alma de la ciudad. Un policía antihéroe y una adolescente desaparecida protagonizan esta historia en la que la inmigración y la precariedad social, vigente aún para una buena parte de la ciudad, marcan los destinos de los personajes.
Imágenes de Borja de Miguel (excepto la principal)
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