Jonnathan Ott (New Haven, Connecticut, 1949) ha dedicado su vida a la escritura y al estudio de las drogas como una forma de combatir las políticas prohibicionistas y la moral que las sustentan. En su época de estudiante, su interés y dedicación al estudio de la etnobotánica y la química de los productos psicoactivos naturales llamó la atención sucesiva de los tres autores que hasta entonces habían sentado las bases de la investigación moderna en el campo de la psicofarmacología, la etnobotánica y la etnomicología: el fundador de la etnobotánica moderna, Richard Evans Schultes; el pionero del estudio de la etnomicología y primer occidental (junto con su mujer, Valentina Pavlovna) en ingerir hongos psilocibios en una ceremonia tradicional, Robert Gordon Wasson; y el químico descubridor del LSD y responsable de la primera síntesis de psilocibina, Albert Hofmann. En poco tiempo, los tres renombrados investigadores consideraron a Ott como un discípulo avanzado al que guiaron en su formación y con el que acabaron compartiendo investigaciones y amistad.
Ott, quien se considera antes que nada un escritor, luego un químico y tercero un etnofarmacólogo, ayudó a difundir el trabajo de sus maestros y profundizó y extendió el alcance de sus hallazgos. Desde finales de los años setenta, organizó eventos y conferencias pioneras sobre la ciencia y los usos históricos y tradicionales de plantas y hongos psicoactivos, y trabajó en la elaboración y difusión de manuales para para la identificación y el cultivo de hongos y plantas psicoactivas que han permitido a incontables personas de todo el mundo acceder a estas especies sobre las que hasta entonces apenas había información, poniendo las experiencias expandidas de consciencia al alcance de quién quisiera encontrarlas. En sus casi cincuenta años de actividad, Ott ha traducido textos fundamentales para la historia y el estudio de plantas psicoactivas y otras drogas, ha publicado varias investigaciones originales y ha perfilado el lenguaje de este campo de estudio, participando en la acuñación del término enteógeno para definir aquellos “sacramentos vegetales o embriagantes chamánicos” que son usados para producir el éxtasis en contextos culturales tradicionales de comunión o curación. La mayoría de sus aportaciones han quedado recogidas en 12 libros en los que suele combinar la historia de usos tradicionales, el estudio químico y el conocimiento obtenido consigo mismo mediante sus experiencias con bioensayos.
Después de varios años sin dar señales de vida, viviendo en su casa de México con el correo electrónico como único medio de comunicación, el pasado octubre Ott volvió a España para impartir un curso de dos fines de semana sobre etnobotánica visionaria y plantas psicoactivas en el Campus Can Benet Vives, como parte del máster Itinerario de Formación Personal y Profesional sobre estados expandidos de consciencia (IfopEEC), dirigido por el antropólogo experto en chamanismos y estados expandidos de la consciencia Josep Mª Fericgla.
“No soy abstemio de nada, excepto de la religión”
Realizamos la entrevista en la librería barcelonesa de Altaïr, en donde, una hora más tarde, Ott participará en una conversación con Fericgla a propósito de la obra visionaria del poeta William Blake. Lleva consigo dos aparatos electrónicos: un vaporizador con nicotina y, enfundado en una minúscula funda de cuero hecha por él mismo, un iPod Touch que usa como lector de libros y biblioteca con toda la literatura que le gusta. Durante esta hora hablamos de su visión del momento actual, su filia a los fármacos y sus rutinas de uso de drogas. Con un acento que entremezcla su origen gringo con sus casi cuatro décadas de vida en México, Ott, quien ha sido también colaborador de esta revista, responde a todo con cercanía, acompaña sus respuestas moviendo sus grandes manos, las riega con profusión de datos que dan cuenta de su bibliofilia, y deja entrever que está dispuesto a vivir tanto como sus maestros, quienes superaron los 85 años de edad y, para el caso el caso de Albert Hofmann, alcanzaron el siglo de vida.
En la nota preliminar de Pharmacotheon escribiste que esperabas que su publicación marcase “el amanecer de una nueva era de tolerancia científica y entendimiento en materia de drogas enteogénicas”. Han pasado 30 años, ¿crees que hemos llegado a esa era?
Científicamente creo que sí, porque el paradigma en la ciencia cambia cuando los viejos expertos mueren y llegan nuevos mandos al timón de las universidades. Pero en términos de la sociedad global lo dudo, porque hay un retorno por el que todo está yendo cada vez más hacia lo teocrático, por lo menos en mi país de origen, Estados Unidos. Supuestamente somos un estado laico, pero los locos trumpistas y otros dicen que es un país de blancos y cristianos, y se están censurando bibliotecas en muchos estados, en escuelas y todo, quitando libros sobre homosexuales, sobre crítica de religión… Al mismo tiempo, el cannabis va en camino a una legalización o despenalización casi mundial. Pero muchos de los que abogan por el cannabis no están a favor de luchar por otras drogas como la cocaína o la heroína, que son menos importantes matemática y económicamente. Es lo que en Pharmacophilia llamé el chovinismo farmacológico, que se aplica igual al alcohol que a la marihuana u otras.
¿Cómo ves el proceso de “renacimiento psicodélico” por el que se están revisando la utilidad terapéutica y la prohibición de algunas sustancias?
“No estoy a favor del control médico de las drogas, excepto para el caso del uso medicinal”
Tengo colegas en Inglaterra que trabajan haciendo investigación para esto, que defendían la incorporación de estas drogas al mainstream, y que ahora, una vez que ha comenzado a cobrar éxito, están pensando que quizás no fue tan buena idea. No sé qué va a suceder. Que haya acceso para enfermos me parece perfecto. Y también que se estudie clínicamente. Pero el consultorio médico típico, tal y como funciona en EE UU, es un negocio enorme, y no es el lugar ni la gente más adecuada para manejar esto. No estoy a favor del control médico de las drogas, excepto para el caso del uso medicinal. Además, aunque nadie tiene cifras precisas, debe haber millones de familias en EE UU que viven aparte del sistema laboral y crían a su familia en base al cultivo de marihuana u hongos como un pequeño negocio. Y, en la medida en que se meta en el mainstream, esto lo van a dominar las multinacionales y habrá trueques entre políticos y empresas que va a atentar en contra de estos pequeños negocios.
Despenalizar, no legalizar
¿Cuál sería para ti una mejor política de drogas?
Yo siempre he dicho que no estoy a favor de la legalización como se plantea ahora, porque supone más control, más impuestos, y va a terminar en mayores precios, menos oferta y menor calidad. Defiendo la despenalización, pero nada de licencias ni carnets de consumidores, como algunos proponen, porque eso puede generar estigmas laborales o con aseguradoras. Despenalizar quiere decir que nadie va a la cárcel y que las drogas se vuelven un tópico como cualquier otra cosa. Para mí es un aspecto de la alimentación, y el papel del Estado debe ser, como mucho, garantizar su pureza e identificación, y nada más.
En EE UU, con las despenalizaciones de enteógenos y psicodélicos se están creando grupos, en los que imagino que también habrá psiconautas veteranos, que hacen sesiones y se forman entre ellos. ¿Te parece un buen modelo de acceso para la gente que se quiere introducir en el uso de estas sustancias?
Sí, como un club de consumidores. Me parece muy buena manera de integrarlo, así la gente mayor y experimentada puede introducir a los más jóvenes en un lugar adecuado y con apoyo. Incluso si el gobierno dictase que tienen que ser clubs con membresías, me parece un buen modelo. Que hasta cierto punto nació aquí, en Cataluña y en España en general, no totalmente, pero sí se desarrolló bien y tempranamente.
“Para mí, las quesadillas de queso parmesano son alimento para el cuerpo, la cocaína alimento para la mente y el opio alimento para el alma”
Además de este modelo y el de las clínicas con licencia, también existe la posibilidad de acceder a estas experiencias bajo la guía de una persona indígena con un conocimiento tradicional. ¿Apoyas esta forma de acceder?
El modelo que yo recomiendo, y que creo que es el legítimo si se quiere tener contacto directo con chamanes de verdad, es que las personas interesadas inviten a los chamanes a sus países, para que ellos viajen, vean con qué nivel viven esas personas y puedan cobrar sus servicios adecuadamente sin ser explotados. Es más un intercambio y también una oportunidad para compartir cosas que ellos que no conocen. Así se evita llevar enfermedades a los lugares remotos y no se acelera la degeneración cultural en los lugares de uso tradicional.
En una charla tuya te escuché decir que tus libros persiguen dos objetivos. Primero, ponérselo fácil a las personas que quieren experimentar con enteógenos y darles alternativas para obtener las sustancias de sus entornos, evitando así el turismo en las zonas indígenas tradicionales. Y segundo, combatir de forma no violenta el poder y el control coercitivo que los gobiernos y los estados ejercen sobre las formas de vida alternativas que no responden a sus intereses. ¿Tendrías estos mismos objetivos si empezaras a escribir ahora?
Sí, desde luego. La parte del acceso a las sustancias ya la logramos con la información que publicamos sobre el cultivo de hongos y con mi libro Análogos de ayahuasca. Gracias a esto todo el mundo puede conseguirlas sin peligro legal, casi sin salir de casa y sin saber de química. Sobre lo segundo, a día hoy sigo con ello, y no solamente por cuanto se refiere a la prohibición. Para mí, la mejor manera de ejercer rebeldía contra el control es fomentar acceso a esas sustancias, y eso es también trabajo político.
El opio y la cocaína como parte de la dieta
En varias ocasiones has declarado tu afición a los derivados del opio. Aunque es una de las drogas de uso más antiguas y que más beneficios han reportado a la humanidad, su uso sigue siendo considerado sinónimo de vicio y degradación, en parte gracias a Baudelaire, como señalas en Pharmacophilia. Ocurre lo mismo con uno de sus derivados más famosos, la heroína, sustancia con la que Burroughs fundó el mito del yonqui como una persona deshecha a sí misma por medio de la droga, que no puede zafarse de su adicción. ¿Qué opinión científica y personal te merecen este grupo de sustancias?
El opio es mi aliado, yo consumo opio todos los días. Antes consumía mas codeína y otros alcaloides aislados, pero ahora me es más fácil comprar opio del mercado negro, a unos cuatro euros el gramo. Consumo 0,4 gramos cada mañana, o sea, me cuesta 1,60 euros por día, que es más barato que comprar un café en muchos lugares. Es económico y saludable si se usa controladamente, sobre todo por vía oral. Los opiáceos no son nada tóxicos. Lo único es que producen depresión respiratoria, pero no dañan el hígado. Estamos hablando de decenas de miligramos, mientras que una copa de alcohol tiene 13 gramos de alcohol, que sí es tóxico para el hígado y se consume a dosis masivas. Además, los opiáceos extienden la vida, son inmunoestimulantes y ralentizan el metabolismo, de modo que se aprovechan más los alimentos y se come menos. Tiene cosas buenas dentro de lo que cabe, si uno quiere embriagarse con algo. Obviamente sería más sano no tomar nada en absoluto. Pero no podemos vivir así, tenemos que comer y todos los alimentos tienen toxinas, no solo artificiales, también las hay naturales. Las plantas que comemos no metabolizan y producen cosas de acuerdo a lo que necesita el cuerpo humano para alimentarse, sino que lo hacen para sus propios fines. El opio es parte de mi dieta diaria y no prescindiría de ello más que de la Nutella, el queso parmesano o un buen yogur. Pero muchos se dan mucha bronca con que provoca dependencia física, es adictivo y todo eso.
¿La adicción no te resulta un problema?
“El único estimulante que provoca síndrome de abstinencia es la cafeína, pero la gente no lo sabe porque nunca dejan de consumir”
La definición de adicción como enfermedad ha ido cambiando. Hasta 1988 era aquello que provoca dependencia física, porque estaba hecho a medida para los opioides. Más tarde, la necesidad política de estigmatizar a la cocaína hizo cambiar la definición a su medida y la dependencia física dejó de ser importante. La cocaína no produce nada de dependencia física, yo la uso a diario, ocho veces por día, y cuando no tengo, como ahora, no pasa nada. La nicotina tampoco, yo echo medio gramo al día en el vapeador, en una concentración del 33%, y tampoco hay síndrome de abstinencia. El único estimulante que provoca síndrome de abstinencia es la cafeína, pero la gente no lo sabe porque nunca dejan de consumir. De la misma manera, en la época moderna no fue hasta más o menos la época de De Quincey, que en 1821 publicó Confesiones de un inglés comedor de opio, que la gente empezó a hablar del síndrome de abstinencia opioide, porque tampoco dejaban de consumirlo, entonces era lo más barato, más que la ginebra.
¿Y el síndrome de abstinencia opioide?
Se puede evitar. Yo fui el primero en hacer experimentos bien hechos mostrando cómo desengancharse de los opioides sin síndrome de abstinencia, pero nadie mostró interés. Para el experimento usé morfina combinada simultáneamente con unos microgramos de naltrexona, que es un antagonista opioide de uso oral. La combinación desenmascara la potencia de la morfina y cada dosis se vuelve como un 15 o 20% más potente, y se puede ir reduciendo la dosis paulatinamente, de acuerdo a este margen de potenciación, hasta cesar completamente de consumirla sin síndrome de abstinencia. Yo pensaba que iba a ser un bombazo para los drogabusólogos [expertos en abuso de drogas], pero no lo fue. Luego me di cuenta de que tanto ellos como los yonquis necesitan el síndrome de abstinencia. Así el yonqui puede decir que es un enfermo que necesita ayuda y pedir que le den cosas como una pensión y droga gratuita. Y para los drogabusologos, si no hay síndrome de abstinencia no hay nada que se pueda llamar enfermedad y que necesite tratamiento médico. Esta es mi explicación para la falta de interés, porque eso lo publiqué a finales de los años 90 en Journal of Psychoactive Drugs, que es una revista indexada en bases de datos médicas que se puede encontrar fácilmente.
“La cocaína no produce nada de dependencia física, yo la uso a diario, ocho veces por día, y cuando no tengo no pasa nada”
¿Sigues las novedades de la investigación farmacológica? ¿Has encontrado alguna sustancia nueva que haya despertado tu interés?
Ya no estoy muy al tanto de esto, estoy en otras cosas. En parte me retiré porque no me gustaba la idea de que me vieran como experto, que me pongan en un pedestal y crean todo lo que diga. Yo siempre digo que no crean lo que digo, que yo mismo no me creo. Lo que digo solo es la mejor forma en la que puedo poner los datos que ahora tengo a mi alcance, pero el año siguiente tendré otros datos, y a lo mejor diré otra cosa diferente. Y sobre el efecto, el único experto es uno mismo, solo tenemos nuestra propia experiencia. Últimamente no he encontrado ninguna sustancia nueva que me interese. La última vez que hice varios bioensayos novedosos fue para investigar los rapés, para el libro de rapés chamánicos, que todavía no está editado en castellano, aunque lo tengo traducido y quiero publicarlo junto con el de Análogos de ayahuasca.
Estar bien, sentirse mejor
En varios de tus textos utilizas citas de otros autores que hablan de la búsqueda de mejores placeres. ¿Crees que la vida tiene como fin la persecución del placer?
Sí, para mí el principal empeño en la vida siempre ha sido pasarlo bien. Estar saludable, tranquilo, feliz… Y yo soy así. Y me preguntan, entonces, ¿para qué tomar opiáceos? Pues para sentirme mejor que bien. Para mí, mi empeño número uno es mantenerme vivo y en el mejor estado posible. Y esto tiene diferentes matices. Hasta cierto punto, yo considero las quesadillas de queso parmesano importado como alimento para el cuerpo. La cocaína como un alimento para la mente. Y el opio como alimento para el alma. Digo esto porque, mientras estaba experimentando para desengancharme, un día me coloqué con una buena dosis de codeína, y cuando después de unas horas tomé una buena dosis de naltrexona, sentí como un hueco dentro, como si el asiento del alma estuviese desocupado. Es la mejor manera de describirlo. Los opiáceos no son del gusto mayoritario, como sí lo son la cocaína, el alcohol o la cafeína. Para la gente que nunca ha tomado opiáceos, si toman una buena dosis, solo a uno de cada tres le gusta el efecto, mientras que el resto consideran muy molesta la comezón u otros efectos como el estreñimiento. Y no se trata de una enfermedad, yo estoy convencido de que el gusto por los opioides es una idiosincrasia bioquímica que tiene que ver con la carencia de una enzima clave que afecta a la producción de endorfinas, una anomalía genética que sabemos que afecta al menos al 10-15% de los occidentales. La morfina está presente de forma natural en el fluido cefalorraquídeo y sospecho que cumple un papel para afinar la sensibilidad al dolor, algo de suma importancia para la supervivencia. Lo más probable es que la ausencia de esa enzima produzca una menor tolerancia al dolor por la falta de morfina endógena, y eso predisponga a las personas al uso de opioides. No he podido comprobarlo, pero diseñe un experimento para ello que no pude realizar porque hubiera sido muy costoso.
El poeta visionario William Blake, al que citas en tus libros y del que hablarás hoy en la charla, tiene una famosa cita que dice, “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”. ¿Estás de acuerdo con ella? ¿Consideras que la tuya ha sido una vida de excesos?
“Las drogas son un aspecto de la alimentación, y el papel del Estado debe ser, como mucho, garantizar su pureza e identificación, y nada más”
Sí, es el cuarto de los proverbios del infierno en Bodas del cielo y el infierno. Y hay otro en medio que dice “no sabéis cuánto es suficiente hasta saber cuánto es demasiado”, y el último es: “¡Suficiente! O demasiado”, sin puntuación final. Yo definitivamente iba por el camino del exceso, pero ahora voy por el camino de la moderación. Me llevó 10 años o más aprender a controlar la cocaína. Y si uno no sabe controlarla, comprarla como yo hago, por octavos de kilo, es un lastre, no un beneficio; porque uno se enloquece y no duerme, no come… y todo se va a la mierda. Realmente aún no sé controlar bien la base de cocaína, por eso la meto controladamente, cada dos horas, un noveno de gramo por día. Peso gramo por gramo y hago que me dure nueve días. Entonces acaba siendo 13 miligramos cada dos horas. Pero es una buena medicina contra la vejez, como suplemento energético. Y es excelente para escritores. Y el opio aún más, porque el opio es un estimulante mental pero deja el cuerpo quieto, y como soy un poco hiperactivo se combinan muy bien. Yo no soy abstemio de nada, excepto de la religión. El alcohol, si estoy con amigos que toman, pues tomo. Me gusta el efecto, pero no más allá de una dosis, y una segunda dosis después de varias horas, más de eso me hace mal. Y la marihuana también, me hace sentir pendejo o estúpido. Pero, si estoy en una casa ajena, es tarde y no tengo que hacer nada más que ir a la cama, pues también entro a la marihuana. Pero si soy el anfitrión y fumo, entonces no puedo hacer ni la tarea más simple como preparar una bebida.
¿Tienes alguna tarea propuesta para los próximos años?
Ahora acabo de terminar mi decimotercer libro. Se llama Palabras mudas y es sobre el proceso de escribir y de dónde nace la palabra escrita, la inspiración literaria. Es como una obra literaria, pero enmascarada en un ensayo, para demostrar que las palabras mudas nacen espontáneamente y no vienen pensadas. Estoy tratando de mostrar que no es idiosincrasia mía, sino que es algo que se aplica más ampliamente, usando como ejemplo a Marcel Proust y James Joyce. Es en parte autobiográfico, estoy escribiendo sobre mí mismo escribiendo sobre mí mismo escribiendo, y salen cosas sobre mi consumo de drogas, y también críticas a la religión, porque yo no puedo escribir sin que me salga eso. Después de terminarlo puede que retome lo que estaba trabajando cuando me jubilé, que se llama Pharmacomanía o el Sr Jekyll y el Doctor Hyde, y es como una historiografía literaria que muestra cómo se desarrolló la creación literaria de adictos y alcohólicos, que yo creo que son invención de Robert Louis Stevenson por El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, pero en mi planteamiento los monstruos son los médicos. Con esto terminaría mi trilogía de Pharmacotheon, Pharmacophilia y Pharmacomania, que son como tres vértices que corresponden a la espiritualidad, al goce y a la enfermedad o los problemas. También voy a reeditar varios libros, siete en electrónico en ambos idiomas y otros en ediciones limitadas impresas en inglés, porque ahora hay mucha demanda y a mí me gusta ponerlos en la mejor forma posible.