Un porro en Marsella
En Francia, hay quienes definen Marsella como “la ciudad que huele a porro”. En efecto, no es raro pasear por la Canebière o entre las terrazas del Cours Julien o La Plaine y recibir una bocanada de aire aromatizado de cannabis.
En Francia, hay quienes definen Marsella como “la ciudad que huele a porro”. En efecto, no es raro pasear por la Canebière o entre las terrazas del Cours Julien o La Plaine y recibir una bocanada de aire aromatizado de cannabis. La historia viene de lejos, hasta el punto de que la avenida más icónica de la ciudad, la Canebière, antiguamente, la Cannebis, debe su nombre al enorme tráfico de cáñamo que circulaba por su puerto para la fabricación de cuerdas.
Más directamente relacionada con los porros, Marsella fue desde el siglo xix el puerto principal de contacto con las colonias, lo que hizo de ella un punto clave del comercio –primero legal y luego ilegal– del opio de Indochina y del hachís magrebí.
El periodista Arnaud Aubron contaba, en una entrevista publicada en Article11 con motivo de la publicación de su libro Drogues Store: “Francia, entonces, a través de sus colonias, tomó parte con fuerza en el tráfico mundial de drogas. En Indochina instauró un monopolio, la Administración del Opio, con justificaciones morales muy dudosas […] Lo mismo en Marruecos, con la Administración del Kif. Fue el banco Paribas (hoy BNP Paribas) quien gestionó el comercio de cannabis hasta 1954”. Sin duda, algo queda aquí aún de aquella atracción nacional por el cannabis.
La característica principal de la relación de Marsella con los porros es, quizás, su permisividad. Esto choca especialmente en un país bastante represivo en cuanto al consumo y en el que, oficialmente, ser sorprendido fumando puede costar hasta un año de cárcel y 3.750 euros de multa. Sin embargo, en la capital del sur de Francia raramente se ve a un policía increpar a nadie en calles, parques, entradas de bares o incluso en el metro por encender un porro.
“Si lo haces más o menos con discreción, puedes fumar en cualquier parte”, afirma un consumidor marsellés con trayectoria, y para constatarlo no hace falta más que salir a dar una vuelta por el centro de esta ciudad mestiza y de fuertes colores africanos. “Cuando me fui a vivir a París, me detuvieron al primer mes por fumar un porro en el banco de un parque. Llegas con las costumbres de Marsella...”. En general, todos los consumidores coinciden en que casi nunca pasa nada en Marsella por hacerse un canuto en un lugar público. Una treintañera consumidora moderada explica: “A mí, si vuelvo a casa y estoy fumando un porro, me da más reparo que me vea alguna vieja vecina del barrio que un policía. La poli no busca a los de treinta o cuarenta años. Busca a los camellos”.
La excepcionalidad de esta permisividad queda aún más patente cuando la explica la propia policía. Una fuente interna cuenta: “De vez en cuando se detiene a un consumidor, pero no pasa nada. Si los polis son realmente tocanarices o el tipo es irrespetuoso y sale de una cité con costo encima, quizás le llevan a la comisaría, es interrogado y sale una hora después con una advertencia. A veces vienen chavales del 04 o del 05 (departamentos limítrofes de Marsella) que han hecho un encargo comunitario para su grupo de amigos y son pillados con, por ejemplo, medio kilo de costo. Entonces explican que es para consumo propio de un grupo y normalmente terminan solo con una pequeña multa. No sé qué pasaría en París, pero si te pasa eso en un pueblo puedes acabar en la cárcel. Los magistrados aquí están desbordados por los asuntos de droga y, además, tienen sentido común: no van a meter a un tío en la cárcel por consumir. Los consumidores son gente tranquila”.
Abastecerse
A los que pisen Marsella por primera vez y quieran fumarse un porro, una vez conocida la atmósfera legal de la ciudad quizás les interese saber cómo abastecerse. Para ellos, será importante saber que ningún punto del centro de la ciudad es recomendable para comprar costo o hierba. Lugares como la plaza de La Plaine, el Cours Julien o algunas callejuelas del barrio de Belsunce, todos muy próximos al turístico Vieux Port, son conocidos por la posibilidad de conseguir estas sustancias; pero, sin embargo, la calidad y el precio serán mucho peores que si se va a los barrios de extrarradio de la ciudad, conocidos como cités. Todo consumidor habitual, para abastecerse, termina desplazándose a estas zonas a menudo socialmente muy degradadas y de población eminentemente magrebí y negra. También, aquí, Marsella guarda sorpresas insospechadas.
“A un amigo mío, en el centro, le timaron y le dieron una placa de caramelo por cien euros”, explica una consumidora del norte de Francia instalada en la ciudad. “Pero aquí hay costo de muy buena calidad. En Bretaña no me gustaba fumar hachís, era una porquería, así que solo fumaba hierba. Pero aquí, cuando encuentro del bueno, me encanta”. “Yo no voy nunca a las cités –explica otra fumadora–; me da reparo y, además, no tengo coche. Para comprar, tengo un contacto en el centro, un tipo que hace su vida normal y que por las noches vende a su pequeño grupo de clientes. Pero no hay mucha gente que hace eso; es una pena. Hace poco me han dado el contacto de otro; cada vez que le compras te da su nuevo número de teléfono. Es muy simpático pero hay que pedirle mínimo 20 o 40 euros porque, si no, te tima. Y también puede conseguirte coca. Es cómodo porque no te tienes que desplazar a los barrios”. “Cuando fumas a menudo, lo mejor es conocer a un intermediario que esté entre los mayoristas y los que venden al detalle”, explica otro fumador. “Le encargas cien gramos entre varios y tienes buena calidad a mejores precios que si vas solo a los barrios. Puedes tener la doble cero o la marroquí por 10 o 15 euros el gramo”.
Para los que se acercan a las cités, la experiencia es completamente distinta. Una vez asimilado el choque de adentrarse en un entorno degradado por unos niveles de paro y desamparo social preocupantes y que a ninguna institución política parece realmente importar, muy al contrario de lo que se podría imaginar, la experiencia es en general amena, tranquila y tan comercial como ir a comprar el pan. “A veces, con el costo, te regalan el papel, filtros o un mechero”, explica una consumidora. “En una cité tenían un menú especial de costo, cigarrillos y papel”, explica otra. “La cité de Val-Plan hizo tarjetas de fidelidad con el nombre del barrio impreso: cada vez que comprabas una barrita te marcaban una cruz y cuando llegabas a la diez te daban la onceaba gratis”, cuenta otro conocedor de estos lugares.
La cité de Bassens es conocida por su drive. Su distribución hace que, para entrar o salir de ella, haya que pasar por un único acceso de entrada o de salida, lo que facilita enormemente el trabajo de vigilancia. Cuando un vehículo se aproxima, los guetteurs –adolescentes situados en puntos estratégicos– valoran al foráneo y, a la mínima sospecha, lanzan una cadena de señales o hacen una llamada para prevenir a los vendedores. Si todo transcurre con normalidad, el comprador se adentra en el barrio, hace su pedido y paga a un chico desde la ventanilla de su coche y, unos metros después, recibe la mercancía de manos de otro adolescente igualmente simpático. En pocos minutos está servido sin necesidad de salir del coche, como quien compra una hamburguesa a la americana. Cuando hay dudas o el ambiente con la policía está caldeado, los chicos bloquean la carretera con un contenedor de basura y realizan un control personalizado de cada comprador antes de permitirle llegar al punto de venta.
El sistema
“Bassens es una pequeña cité que abre todos los días a las diez de la mañana en punto y cierra a las dos de la madrugada –explica la fuente policial–. Creemos que la red de la Castellane vende unos 50.000 euros al día, al menos entre el jueves y el sábado. El resto de los días puede estar en 20.000 euros. Es una de las redes más grandes, tiene al menos cuatro puntos de venta. Así que al menos tiene cuatro charboneurs (‘vendedores’), y para cada uno de ellos, unos cuatro guetteurs (‘vigilantes’). También abren de diez a dos, así que hay que contar dos turnos para cada puesto. A la vez, están los ganchos, que guían a los consumidores por la cité hasta el punto de venta. Luego están los gerentes del lugar, que controlan que todo vaya bien: cuatro más. Además, unas cuatro o cinco nourrices (personas poco sospechosas para la policía que, voluntariamente o a la fuerza, almacenan en sus casas droga o armas), cuyos pisos a veces también sirven de labo (laboratorio donde cortar la droga). Y los cortadores, que también cobran por preparar las bolsas de hierba y costo. Después, la nourrice para el dinero de la venta. Y uno o varios intermediarios más entre todos estos y el jefe de la red. Yo creo que el sistema contenta un poco a todo el mundo, si no, habría una política diferente. Para empezar, genera un poco de empleo. Después, las redes gestionan una cierta seguridad en los barrios que al Estado francés le cuesta implantar, porque los clientes no son fieles y quieren cités tranquilas. Y ese es normalmente el rol del gerente, marcar las pautas a los vendedores: ‘Somos educados, respetamos a la gente”.
Una infraestructura así, a veces incluso con mesas en las entradas de las torres, es imposible de implantar en el centro de la ciudad, de ahí la especial configuración del tráfico de cannabis en Marsella. En la ciudad existen, según datos de la policía, unas cuarenta redes que, en sus cimas, se reducen a poco más de una decena de grandes jefes. Pero la estructura está viva y cambia cada poco tiempo. De ahí los arreglos de cuentas, que en Marsella se llevan una quincena de vidas al año. “Un tipo montó una pequeña red en un barrio del este. Y empezaron a crecer porque no era una cité peligrosa, tenía el metro al lado y era muy práctico para los clientes. Detuvimos al jefe cuando recibió una bala de Kaláshnikov. Intentaron matarle tres veces porque esta pequeña cité está cerca de una grande, con un punto de venta potente, y empezaba a hacerle sombra. El tipo explicó: ‘Empezamos a vender mil euros al día, dos mil, tres mil... A partir de 7.000 euros al día vino gente de la cité de al lado para decirme que esto no funciona así’. Le advirtieron de que o dejaba de vender o les pagaba. Pero él se negó. Le dispararon, incluso cuando estaba en el hospital intentaron acabar con él de nuevo, y nosotros le detenemos. A él le alivió ir a la cárcel porque sabía que antes o después le iban a matar. Pero, al final, la policía le hace el trabajo a la cité grande, porque la red de ese chaval dejó de funcionar”.
El producto también cambia y el costo, que prácticamente acaparaba todo el mercado, está dejando paso poco a poco a la hierba. “Hoy hay resina de cannabis en barra y en placa, mucha hierba y coca –explica la fuente policial–. El precio del gramo de coca ha bajado y casi cada red que antes solo trabajaba con costo ahora también la vende. En cuanto a la hierba, nos preguntamos de dónde viene. Creemos que procede de una producción local en apartamentos o hangares a pocas decenas de kilómetros de Marsella, porque es difícil de transportar: es voluminosa y huele mucho”. En cuanto a los clientes: “En las cités se ve de todo. Gente de todas las edades, procedencias y categorías socioprofesionales. Enfermeras, obreros... Hemos visto pararse a comprar incluso vehículos de servicios del ayuntamiento”.
En cualquier caso, no hay que dejarse engañar por este aparente equilibrio más o menos armónico de las cités marsellesas y por esta normalización del tráfico y del consumo en la ciudad. Si el sistema llega aquí a permitir estas soluciones impensables en otros lugares, es porque la desigualdad y la falta de oportunidades se han instalado en extensas capas sociales, principalmente de origen inmigrante, de las que nadie se ocupa en profundidad. El riesgo de que los adolescentes apartados y descreídos de la sociedad, a menudo con razón, entren en las bandas de sus barrios y acaben en la cárcel o muertos no es residual. Además, hay que añadir los problemas cotidianos para los vecinos de estos barrios gestionados tanto por las redes como por las instituciones. “Son ellos los que soportan las presiones –explica la fuente policial–. A veces nos llaman para decirnos que hay una red que se ha instalado en las escaleras de su inmueble pero no vamos a ayudarles porque no podemos hacer nada. Estamos desbordados de dosieres y, además, a veces hay órdenes políticas de que nos focalicemos en unas cités y no en otras”. En el 2013, una redada en la cité de la Castellane terminó con varias detenciones e incautaciones y una maleta con 1,3 millones de euros lanzada desde la ventana de una torre. Los que gestionan el tráfico en estos barrios, según la policía, “tienen entre treinta y treinta años, han comenzado poco a poco en el negocio, han sido suficientemente fuertes como para montar una red e imponerse, son descendientes de la inmigración argelina pero nacidos en Marsella y conocen bien su cité. Después, a veces, han matado a alguien. Luego hay tipos que toman redes competidoras a la fuerza y ponen en esos barrios a uno de sus gerentes y le pagan unos 300 o 400 euros al día. Estos gerentes son a menudo personas que han pasado por la cárcel, y es allí donde han conocido al jefe, están fuertes, son bastante duros y están un poco locos. Y demuestran que son ellos quienes mandan. Normalmente no gestionan sus propias cités porque a tus amigos o a sus hermanos pequeños, o a la gente con la que has crecido, es más difícil imponerles condiciones de trabajo difíciles. Sin embargo, un barrio donde no conoces a nadie puedes gestionarlo como una empresa”. Todo esto es algo en lo que no muchos consumidores piensan a la hora de coger su coche e ir a los barrios a comprar sus gramos para la semana o el mes. “La hipocresía total, para mí, es que nunca hablamos de los clientes, hacemos como si no existieran –opina esta fuente policial–. Se habla siempre del tráfico, de los ajustes de cuentas, de las armas, del dinero incautado... ¿Y de los clientes? De ellos no se habla porque somos nosotros. Si se legalizara el cannabis creo que se podría implicar en el comercio legal a los chavales de las redes, que ya saben venderlo, y mejorarse las condiciones de vida en los barrios”.
Fotografías de Borja de Miguel y Lucien O.
Te puede interesar...
¿Te ha gustado este artículo y quieres saber más?
Aquí te dejamos una cata selecta de nuestros mejores contenidos relacionados: