Desde pequeño tenías claro que lo tuyo eran las ciencias. Fuiste a la facultad a estudiar Ciencias, aunque en el último momento te decidiste por la Medicina. En tus inicios, ¿tenías prejuicios e ideas preconcebidas sobre drogas?
Más que ideas preconcebidas sobre drogas, partía de la idea de que las políticas públicas se basaban en algún tipo de evidencia. Hasta que empecé a trabajar en el gobierno y me di cuenta de que no era así.
¿En qué momento te percatas de las contradicciones entre la ciencia y la política?
Diría que fueron varios momentos. El primero, al inicio de mi carrera de investigación, cuando comencé a decir que el alcohol era una droga, puesto que tenía efectos psicoactivos, y me topaba con personas que lo negaban. Y el segundo, fue la histeria en torno al cannabis. Cuando trabajaba en la universidad poca gente estaba dispuesta a hablar de cannabis y la actitud general era que el cannabis debía estar fuera de las universidades. En realidad, es un despropósito, porque nada es tan dañino como el alcohol. Más tarde me incorporé al Advisory Council on the Misuse of Drugs (ACMD, Consejo Asesor sobre Uso Indebido de Drogas, en español) del Gobierno británico, organismo que teóricamente evalúa los riesgos y asesora en la toma de decisiones. Sin embargo, me di cuenta de que no existía ninguna clasificación ni estructura para evaluar los riesgos, sino que se trataba más bien de una cuestión emocional. ¡Fue muy embarazoso! Así que acepté liderar el comité asesor solo si se nos permitía crear un proceso transparente para realizar las evaluaciones adecuadas. Hay que tener en cuenta que era un buen momento para la política británica porque teníamos un gobierno de izquierda y un secretario del Interior con una mente abierta. Había un pensamiento genuino de que podíamos cambiar las políticas de una manera racional, pero los periódicos de derechas se volvieron contra nosotros y todo se derrumbó.
Si es divertida, a la lista I
“Hablar con las personas que regulan sbre los beneficios psicológicos de las drogas es como hablar en otro idioma. Ni siquiera se lo han planteado porque ven el tema de drogas solo a través del prisma de los daños. ¡Es surrealista! Las personas toman drogas porque las disfrutan, es una certeza. ¿Qué parte de la ecuación no entienden?”
Según las convenciones internacionales y las legislaciones a nivel nacional, las drogas se incluyen en listas de fiscalización en base a sus potenciales daños. Pero tu estudio sobre los daños asociados con una amplia gama de drogas no respalda esta clasificación. Recuerdo haber leído, en un informe de la Comisión Global de Políticas de Drogas, que alguien involucrado en las convenciones de 1961 y 1971 resumió con sorna el criterio de clasificación utilizado: “Si es divertida, a la lista I” (If it’s fun, it’s scheduled one).
¡Sin duda! (risas). ¡No la conocía frase! Es una frase que destaca el enfoque puritano y moralista de las convenciones. Si la evidencia no respalda su posición, no se acepta, de manera que estamos de entrada condenados a la desaprobación moral. Exceptuando el alcohol, que no está en la lista, es evidente que el criterio de clasificación de las drogas por parte de las convenciones tiene más que ver con ese enfoque moral de prohibir lo divertido que de evitar el daño.
Los humanos somos buscadores natos de placer. ¿Crees que algún día las convenciones reconocerán el placer como un beneficio?
Sería muy feliz si se reconociera, y estoy seguro de que tendríamos unas convenciones muy diferentes. El caso es que las convenciones no tienen nada que ver con los beneficios, más allá de reconocerse los usos médicos como tales. Hablar con las personas que regulan sobre los beneficios psicológicos de las drogas es como hablar en otro idioma. Ni siquiera se lo han planteado porque ven el tema de drogas solo a través del prisma de los daños. ¡Es surrealista! Las personas toman drogas porque las disfrutan, es una certeza. ¿Qué parte de la ecuación no entienden? Siempre responden que se trata de protegerlos del daño justamente porque parten de la premisa equivocada. Las convenciones parten de la premisa de que algo puede ser perjudicial y se prohíbe, al tiempo que su desaprobación social justifica la prohibición. Es perverso, pero aun más cuando sabemos que la prohibición empeora las cosas. Si todavía insistimos en prohibir es porque el razonamiento no es lógico en ningún nivel.
Hablando de políticas que empeoran las cosas, en tus libros mencionas varios efectos perversos de la prohibición como el control del precursor de la MDMA o, en el caso del cannabis, la aparición de variedades de mayor potencia o de los cannabinoides sintéticos.
El caso de la MDMA es el mejor ejemplo de la cita “If it’s fun, it’s scheduled one”. Se prohibió por la única razón de que no gustaba que la gente se divirtiera tomándola. En realidad, los daños eran triviales y no había motivos que justificaran su prohibición. Fue una cruzada moral masiva por motivos políticos. Y fue peor porque no tuvieron ningún impacto. Basta prohibir algo para que los chavales lo consuman, lo que enojó aun más a las autoridades. Entonces se planteó que se debía detener la producción del aceite de safrol, precursor para sintetizar la MDMA, a pesar de que la historia nos muestra que si se prohíbe una droga, se encontrarán alternativas, a menudo más potentes. Así que prohibieron el precursor y no pasó nada hasta la incautación masiva en Tailandia en el 2005. Entonces el mercado se adaptó buscando otras fuentes para sintetizar MDMA. El mercado no se preocupa demasiado por lo que produce, más allá de producir algo que se pueda vender. De este modo apareció el PMMA en las pastillas de éxtasis y ocurrieron algunas muertes. Es uno de los peores ejemplos de las consecuencias de implementar esta lógica perversa que prohíbe el acceso a una sustancia que no es realmente dañina.
¿Y respecto al cannabis?
Es un caso muy similar. La prohibición del cannabis y su persecución ha dado lugar a la aparición de los cannabinoides sintéticos. Por ejemplo, las pruebas de detección de drogas en la población reclusa en el Reino Unido motivaron el cambio hacia otras sustancias para intentar escapar de los controles. Primero lo intentaron con GHB y heroína, ya que los tiempos de detección son menores. Luego entraron en escena los cannabinoides sintéticos. Se abrió así una caja de Pandora y todas las consecuencias nefastas que hemos visto. En realidad, nadie quiere consumir estos cannabinoides, quieren cannabis, pero es mejor que nada. Y además es razonable porque un positivo por cannabis puede suponer más años de condena. Es una forma de supervivencia.
Existe una creciente preocupación por los costes y efectos perversos de la guerra contra las drogas, aunque después de leer tus libros me he dado cuenta de que hay muchos otros costes que no tenemos en cuenta, como, por ejemplo, el despilfarro de dinero público en consejos de asesores que son ignorados o las miles de personas que han perdido la vida o han sufrido por no tener acceso al tratamiento con psicodélicos.
Sin duda. Pensemos en los cincuenta años de prohibición de los psicodélicos. Los seis estudios realizados en 1960 sobre uso de LSD para el alcoholismo muestran un efecto dos veces mayor que cualquier otro fármaco de hoy en día. Haciendo una estimación, en los últimos cincuenta años se han producido, al menos, cien millones de muertes prematuras por alcoholismo. Digamos que, siendo conservador, la LSD podría ser efectiva en un diez por ciento de los casos de alcoholismo (probablemente, mucho más). ¡Solo con un diez por ciento serían diez millones de vidas salvadas! Quizá alguien diga que no tenemos en cuenta la otra parte de la ecuación. Veamos, ¿cuántas vidas se han salvado prohibiendo la LSD? ¿Diez? ¿Veinte? [Risas.] Tal vez cien. Si miras la ecuación, por cada vida salvada por la prohibición, tienes un millón de muertes. Una ecuación terriblemente estúpida. Y es cierto, no se habla de ello. ¿Por qué? La gente no quiere saber que todo esto es una gran mentira. No quieren el debate. Hay otra gran cita de Aldous Huxley que dice algo así como: “La verdad es importante, pero silenciar la verdad es más eficaz para influir en las opiniones”. Justo de esto tratan estas políticas: no hablemos de ciertos temas, las drogas están prohibidas, no tienen usos médicos y mejor no saberlo. Y ya es el colmo escuchar a gente del NIDA, la DEA o la FDA decir que se acaban de descubrir los beneficios terapéuticos de estas sustancias gracias a que hace cincuenta años dijeron que eran dañinas y las prohibieron. ¡Qué visión más corrupta del mundo!
David contra Goliat
Hay un episodio en tu biografía en el que cuentas como Vernon Coaker, entonces ministro de Policía, Delincuencia y Seguridad, te dijo: “Evidencia es lo que buscamos para justificar nuestras decisiones políticas”. ¿No te sientes como David contra Goliat?
Sin duda. Y lo peor es que no era ninguna broma, no había ni pizca de ironía y lo dijo totalmente convencido. No es que sea un hombre muy inteligente, pero había sido elegido ministro y no es estúpido. El tipo creía con firmeza que sus políticas eran correctas a pesar de que no había evidencias que las respaldaran. Supongo que ser político implica creer firmemente en tu posicionamiento incluso cuando no hay razón para ello. Mientras que para un científico sería ridículo, para ellos es totalmente razonable.
A pesar de la maquinaria implacable del sistema, en tu libro mencionas algunos progresos. Por ejemplo, el cannabis es la única sustancia en la historia de la Ley de Drogas del Reino Unido de 1971 que ha cambiado a una categoría menos restrictiva. En el 2005 pasó de la clase B a la clase C, aunque en el 2009 volvió a la clase B a pesar de la oposición del Consejo Asesor. ¿Tuvo que ver realmente con la aparición de variedades más potentes (Skunk)?
No, en absoluto. Fue porque teníamos un gobierno que estaba tratando de ser reelegido. A pesar de ser un partido considerado de “centro-izquierda”, necesitaba el apoyo de algún diario de derechas. Lo intentaron con The Sun, de los más populares, pero no lo lograron. Y luego lo intentaron con Daily Mail, otro diario conservador. Este les ofreció su apoyo a cambio de algunas concesiones, entre ellas, reclasificar el cannabis de nuevo a la lista B. Y así lo hicieron, incluso en contra de la evidencia que presentamos. Hay otro factor que siempre está presente en la política de drogas: da igual de qué partido seas, se trata de demostrar que no eres blando con las drogas y que vas a ejercer más mano dura que el anterior gobierno, porque es una forma fácil de conseguir votos. Aunque traten de justificar sus decisiones con argumentos “técnicos”, no tiene nada que ver con la ciencia, es pura política.
Plantarle cara a Goliat no solo implica luchar contra al gobierno, sino también contra los intereses del capitalismo más feroz. En Nutt Uncut llama la atención lo que cuentas del enorme poder de la industria del alcohol en la política gubernamental, y el papel que desempeñó esta industria en relación con el uso de MDMA y con las raves.
No olvidemos que el lobby del alcohol es de los más poderosos. A lo largo de la historia han actuado de forma sistemática para eliminar cualquier competencia y lo han hecho con gran éxito. A finales de la década de 1880, en Gran Bretaña y probablemente en España, se podía comprar tintura de cannabis, de opio o de cocaína. Todas ellas sustancias que están prohibidas hoy en día. La industria del alcohol es extremadamente eficaz para eliminar cualquier competencia, hasta tal punto que hoy tenemos en el Reino Unido una ley donde cualquier sustancia psicoactiva, a excepción del alcohol y el tabaco, es ilegal. Es decir, con la Ley de Nuevas Sustancias Psicoactivas (Psychoactive Substances Act, 2016) ya no hay competencia, porque incluso sustancias bastante inocuas o incluso que no se han inventado todavía son, de facto, ilegales. ¿Cómo lo han logrado? En primer lugar, después de la prohibición del alcohol en Estados Unidos, la atención se desvía del alcohol hacia el cannabis y se inicia la narrativa de “el alcohol no es una droga” y “las drogas son malas”. En segundo lugar, la industria del alcohol aprendió del lobby del tabaco. Sabían que mentir les podía poner en problemas, así que se dedicaron a suavizar el mensaje y trasladar la responsabilidad a quienes consumen: producimos alcohol, no tienes por qué beberlo, pero si lo haces hazlo de forma responsable; si no lo haces, es tu culpa, no de nuestro producto. Es una manera de asumir que puede haber ciertos problemas, pero que estos se derivan de la irresponsabilidad del consumidor, a pesar de que saben que muchas personas precisamente beben para descontrolar. Son narrativas y estrategias que se utilizan de forma convincente en el Parlamento, hoy en día de una manera más sutil, aunque cuando empecé era mucho más descarado. No solo está el hecho de que el alcohol forma parte de la actividad parlamentaria, con lo que supone tomar decisiones bajo la influencia del alcohol, sino también que se celebran fiestas para los parlamentarios o que estos reciben regalos de forma encubierta a través del sector hotelero, que, a su vez, es financiado por la industria del alcohol.
Pero ¿por qué reaccionaron especialmente contra el uso de MDMA?
Porque el consumo de alcohol aumentó sin cesar en los últimos cincuenta años y esta tendencia se frenó a finales de los ochenta, coincidiendo con la explosión de las free parties y la aparición en escena de la MDMA. La industria alcoholera se dio cuenta y reaccionó para proteger sus beneficios. Entre otras cosas, financió de forma encubierta una gran campaña anti-MDMA aprovechando la muerte de la adolescente Lea Betts. Al final la industria ganó la batalla y tras la demonización de la MDMA y, una vez prohibidas las raves con la ley de Justicia Criminal y Orden Público de 1994, volvieron a recuperar sus beneficios.
Apaga el cerebro y enciende tu mente
“La MDMA se prohibió por la única razón de que no gustaba que la gente se divirtiera tomándola. En realidad, los daños eran triviales y no había motivos que justificaran su prohibición. Fue una cruzada moral masiva por motivos políticos. Y fue peor porque no tuvieron ningún impacto. Basta prohibir algo para que los chavales lo consuman, lo que enojó aun más a las autoridades”
Dices: “La prohibición de los psicodélicos es el mayor impedimento para la ciencia desde que el Vaticano prohibió el telescopio en 1616”. Y, a pesar de eso, eres uno de los pocos en el mundo que ha retomado su estudio. Ahora, gracias a tu investigación, sabemos que la frase popularizada por Timothy Leary –“Enciende, sintoniza, abandona”– es técnicamente incorrecta, ¿por qué?
Porque al tomar psicodélicos no “enciendes” sino que “apagas” los centros de control del cerebro. Es justo lo que dijo Aldous Huxley: “El cerebro es un instrumento para controlar la mente y si apagas el cerebro, tu mente es libre”. Así que tenía razón: tu mente se libera porque apagas tu cerebro. ¡Fue un descubrimiento increíble porque era lo contrario de lo esperado! Nadie podía creerlo porque se asume que las experiencias psicodélicas “encienden” tu cerebro, pero en realidad lo “apagan”, y al desconectar los centros de control, la mente se libera y actúa de una manera en la que habitualmente no puede. Es como si fuera una orquesta y no hubiera nadie dirigiendo. ¡Y han tenido que pasar cincuenta años para descubrirlo! Por eso la prohibición de los psicodélicos de hecho es peor que la del telescopio para el avance de la ciencia. Al fin y al cabo, el telescopio se prohibió pero solo en países católicos, los protestantes podían seguir observando las estrellas con el telescopio. La prohibición de los psicodélicos es universal y, además, ha coincidido con el periodo de explosión de descubrimientos en el campo de las neurociencias. Así que justo cuando teníamos la oportunidad, no hemos podido investigar estas sustancias que probablemente tengan la clave para conocer los misterios de la conciencia.
En el 2009, cuando fuiste despedido por el Gobierno británico del ACMD, fundaste Drug Science, que se ha convertido en un organismo de referencia liderando la investigación con drogas en el Reino Unido. Cuéntanos algunos de los logros más destacados de estos años.
Creo que lo hemos hecho bastante bien, y una de las principales razones es que, cuando me despidieron, casi todos los científicos del ACMD dimitieron y se unieron a Drug Science. Así que ya desde el comienzo teníamos a los mejores científicos en nuestro comité. Otra razón de peso es que obtuvimos fondos para hacer las investigaciones que realmente queríamos. Así que iniciamos un estudio para obtener un análisis racional sobre los daños causados por las drogas que publicamos en The Lancet. La conclusión fue que el alcohol es la droga más peligrosa, y ese fue el titular que destacaron los medios de comunicación, dando a conocer el estudio en todo el mundo. Este estudio ha tenido un gran impacto en la comunidad científica, y a día de hoy ha sido citado más de seiscientas veces. Se replicó posteriormente en Europa y en Australia con resultados muy similares. Utilizando la misma metodología también hemos realizado estudios sobre los riesgos de las diferentes formas de vapeo. Así que, como organización benéfica, podemos decir que tenemos mucho éxito en tanto que casi todo lo que hacemos se publica en revistas científicas. Al final, de lo que se trata con estas investigaciones es de disponer de instrumentos para una evaluación adecuada y más sistemática de los daños y beneficios para la toma de decisiones. Otro de los logros a destacar es la puesta en marcha del proyecto Twenty21, que trata de poner en contacto a personas que quieran recibir cannabis terapéutico con una red de médicos privados para su prescripción. El objetivo es conseguir una red de veinte mil pacientes en el programa a final del 2021. Las resistencias al cannabis medicinal son las mismas que las de los psicodélicos, como son drogas prohibidas, se asume que son dañinas. Así que la mejor forma de convencerlos es que lo prescriban ellos mismos y vean que pueden hacerlo de manera segura. Si todo va bien, esperamos obtener datos sobre su eficacia y seguridad y poder mostrar al Servicio Nacional de Salud y otros profesionales su valor terapéutico.
“Por cada vida salvada por la prohibición, tienes un millón de muertes. Una ecuación terriblemente estúpida”
A lo largo de tu vida has investigado con muchas drogas, ¿qué sustancia te resulta más fascinante desde el punto de vista científico?
Los psicodélicos. Conceptualmente, descubrir las anti-benzodiacepinas fue más interesante porque nadie pensó en ello antes. Pero, para poder explicar la función cerebral, sin duda, los más interesantes son los psicodélicos. Hay millones de personas que han tomado psicodélicos y existen muchos libros interesantes sobre el tema, pero hasta ahora no entendíamos cómo actúan en el cerebro. ¡Y lo hacen de una manera que ni siquiera podemos predecir! Además, demuestran la teoría de que el cerebro es en realidad una máquina predictiva y básicamente funciona de la forma más eficiente y menos costosa posible. Este funcionamiento del cerebro es realmente brillante, pero también limita la mente y nos hace perder mucho de lo que sucede en el mundo. Así que si apagas el cerebro, la imagen es mucho más amplia.
Y resulta fascinante porque todavía hay mucho por descubrir.
¡Totalmente! De hecho, el campo más interesante ahora es el área de lo que llamamos neuroplasticidad. Es fundamental conocer cómo se obtienen las percepciones e interpretaciones de las experiencias psicodélicas y cómo se convierten en bienestar durante meses, años o incluso para siempre. Si hay estructuras implicadas en esos cambios positivos, ¿podemos entrenar esas zonas para consolidarlos? El cerebro, como los músculos, se puede entrenar para ser más eficiente.
Ahora que has escrito tu biografía, ¿cambiarías algo de tu larga trayectoria?, ¿te arrepientes de algún episodio en particular?
A menudo me preguntan si me arrepiento de haber sido despedido. Es obvio que no me gustó, sobre todo porque creo que no hice nada para merecerlo. Pero no me arrepiento de haber dicho lo que dije para ser despedido. Lo bueno del despido fue que puso el debate sobre las discrepancias entre ciencia y política en el dominio público. Hasta ese momento, los científicos no iban a la televisión y decían que la LSD era menos dañina que el alcohol porque sabían que si lo hacían se meterían en problemas. Yo no lo sabía y lo dije, así que me despidieron. Fue un punto de inflexión importante.
¿Y de qué estás más orgulloso?
De nuestra contribución al redescubrimiento del estudio con psicodélicos, porque ha dado verdadero fundamento científico a su uso clínico. Aunque sabíamos que funcionaban clínicamente desde 1950, no sabíamos por qué funcionaban. Ahora, al mostrar que hay una base cerebral, podemos decir que interrumpen este proceso de pensamiento negativo cíclico. Y este descubrimiento nos ha permitido investigar su uso en la depresión. Es increíble, nunca hubiera pensado que la investigación con psicodélicos nos llevaría al tratamiento de la depresión.
¡Estás totalmente fascinado con los psicodélicos!
La MDMA también es fascinante y muy pronto publicaremos un artículo de su uso en el tratamiento para el alcoholismo. Al fin y al cabo, todas las drogas son interesantes porque ponen a prueba el cerebro y nos ayudan a entender cómo funciona.
Recomiéndanos un libro sobre drogas que te haya conmovido.
Despertares, de Oliver Sacks, sobre el descubrimiento de la levodopa para el tratamiento del Parkinson.
Y, por último, ¿qué te gustaría que pasara en la próxima década?
Me gustaría que la MDMA y la psilocibina se fabricaran como medicamentos en algún lugar del mundo, preferiblemente en la Gran Bretaña. Pero, vaya, no me importa si es España o Canadá, lo que quiero es volver a verlos como medicina antes de morir. Y quién sabe, tal vez me sean útiles para cuando me llegue la hora.
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