Psicodelia a tres bandas
Una entrevista a Irene de Caso, Antón Gómez-Escolar y Genís Oña
Nadie mejor que ellos tres para abordar el presente y el futuro de estas drogas proscritas hasta hace bien poco y que hoy despiertan la curiosidad y el interés de la comunidad científica y de sectores cada vez más amplios de la población.
Han llegado a la mesa de novedades de las librerías españolas los tres primeros títulos de la colección Guías del Psiconauta, una puesta a punto sobre la actualidad de las sustancias psicodélicas en boca de tres jóvenes científicos dedicados en cuerpo y alma al asunto.
El psicofarmacólogo Antón Gómez-Escolar (Madrid, 34 años) firma Guía esencial del renacimiento psicodélico, con prólogo de Rick Doblin, en la que ofrece una visión panorámica del fenómeno que está revolucionando la salud mental y las vidas de tanta gente; el también psicofarmacólogo Genís Oña (Lleida, 30 años), en Tu cerebro con psicodélicos, se adentra en la neurociencia de las moléculas psicodélicas y cómo afectan a nuestra mente, para abordar desde ahí las nuevas terapias, y la bióloga especializada en neurociencia Irene de Caso (Madrid, 35 años) se extiende acerca de los mecanismos de acción de las sustancias y su aplicación clínica y vivencial en Psicodélicos y salud mental. Tres visiones acerca de un mismo fenómeno que sin duda permiten, tanto a profesionales como a interesados en la materia, ponerse al día en esta compleja y apasionante realidad.
Nadie mejor que ellos tres para abordar el presente y el futuro de estas drogas proscritas hasta hace bien poco y que hoy despiertan la curiosidad y el interés de la comunidad científica y de sectores cada vez más amplios de la población.
¿Psicodélicos o psiquedélicos?
Irene: Sin haber estudiado el tema en detalle, tengo entendido que el término psicodélico está siendo rechazado por algunas personas porque psico- se podría relacionar con la psicosis en vez de con la psique. Sin embargo, tal y como yo lo entiendo, psico- significa ‘alma’ o ‘actividad mental’, y por sí solo no implica la pérdida de contacto con la realidad característica de la psicosis. Si empezásemos a usar el término psiquedélico, ¿no deberíamos empezar a decir también psiquelogía o psiqueanálisis? Personalmente, no tengo ningún problema en usar el término psicodélico y, si soy sincera, psiquedélico me suena un poco raro, pero es posible que se me esté escapando algún argumento clave detrás de la motivación por querer sustituir el término original.
Antón: Es un debate complejo. Personalmente, me decanto por psicodélico, sobre todo para el campo de la divulgación. Aunque entiendo que desde un punto de vista técnico el término psiquedélico pueda ser más preciso y hay cada vez más autores que lo defienden, de momento creo que es una interpretación innecesariamente compleja para la mayoría de la gente, y no debemos perder de vista que el lenguaje sirve fundamentalmente para comunicarse.
Genís: Soy partidario de ambos términos. Vamos a respetar la diversidad.
El relato sobre la experiencia psicodélica que cambió tu vida forma parte de cualquier biografía del mundillo. Todo personaje que se precie en el ámbito psicodélico tiene su relato iluminador, ¿qué experiencia fundacional tuerce vuestra biografía para entregaros al estudio y a la defensa de estas sustancias?
A: En mi caso no existe una única experiencia fundacional; fueron dos muy próximas en el tiempo y en un contexto terapéutico las que me hicieron descubrir el enorme potencial curativo de estas sustancias. Tenía veintipocos años y llevaba tiempo sumido en una depresión. Para mejorarme, había probado muchas terapias convencionales con escasos resultados, así que me decidí a probar la psicoterapia asistida con psicodélicos. Esas dos experiencias terapéuticas, la primera con MDMA y la segunda con psilocibina, fueron de una profunda gratitud y amor; reconecté conmigo mismo, con las personas que me rodeaban y con el mundo. Fue maravilloso romper ese patrón de rumiación y asilamiento, dejar atrás la tristeza y volver a recuperar la ilusión por la vida. Lo que no habían conseguido las terapias y psicofármacos “legales” diarios durante mucho tiempo, lo había conseguido en pocos días con un par de experiencias psicodélicas. Por fin me sentía recuperado y no podía creer que este tratamiento tan eficaz no estuviese autorizado. Decidí entonces trabajar para que esa oportunidad que yo tuve pudiese estar legalmente al alcance de muchas otras personas que la necesitaran tanto o más que yo, y así empecé esta lucha psicofarmacológica, científica y humana.
I: Mi experiencia transformadora ocurrió con 150 mg de LSD. A través de este viaje aprendí la importancia de prestarle atención a la respiración, que existía otra forma de estar, una forma alejada del plano mental en el que había permanecido, hasta aquel momento, toda mi vida. Los clichés espirituales sobre estar en el aquí y el ahora, sobre el amor y la conexión, sobre encontrar la calma interna cobraron un profundo significado hasta entonces inexistente, y el mundo se convirtió en un lugar lleno de magia que trascendía aquello que la razón podía captar. Ya no se trataba únicamente de “ver para creer” sino también de “creer para ver”.
G: Como académico, prefiero no hablar de mis experiencias personales. Solo citaré una frase de Machado: “Uno no entiende de vicios que no tiene”.
El descrédito de la psiquiatría
¿Salvarán los psicodélicos la psiquiatría del descrédito que vive actualmente?
A: Creo que sí; su eficacia parece indicar que por fin tendremos un avance significativo en este campo después de muchas décadas de estancamiento, pero para ello no bastarán los psicodélicos únicamente, sino que la psiquiatría tendrá que evolucionar mucho en el proceso, junto con todo el campo de la salud mental. No en vano se habla de psicoterapias asistidas con psicodélicos y no de psicodélicos únicamente; la intervención psicoterapéutica es fundamental y no solo el fármaco utilizado. La psicoterapia asistida con psicodélicos supone un cambio de paradigma con respecto a lo que se venía haciendo en psiquiatría.
G: No creo que poner carteles en clínicas psiquiátricas donde se lea “Aquí administramos drogas alucinógenas” vaya a salvarlas de ningún descrédito. El problema de la psiquiatría es mucho más profundo: es la negación sistemática y empedernida de la complejidad inherente al sufrimiento humano. Es su incapacidad, más que comprensible, de abordar los profundos orígenes de los trastornos mentales que tenemos hoy en día: desde caminos evolutivos de nuestra especie, hasta inercias históricas, redes de genes, relaciones personales, un mundo mercantilizado cada vez más vacío de valores, donde los individuos viven más y más aislados y distraídos... Los resultados de todo eso no se solucionan con ninguna pastillita. ¡Ojalá! Pero pese a esa certidumbre, tener una opción terapéutica más, que tu psiquiatra pueda darte de manera legal y segura un alucinógeno, puede ser interesante.
“Los psicodélicos son más bien catalizadores o aceleradores de un proceso psicoterapéutico; permiten al paciente ir a la raíz del problema y poder trabajar en ello con una psicoterapia adecuada. Además, se administran unas pocas veces y solo en sesión bajo supervisión directa del terapeuta, siendo sus resultados rápidos y duraderos. No requieren de tomarse pastillas diarias en casa”
I: Al ser una rama de la medicina, la psiquiatría utiliza un modelo puramente biomédico en el cual se asume que la psicopatología ocurre cuando el cerebro deja de funcionar adecuadamente debido a razones biológicas independientes de la psicología de la persona o de sus condiciones sociales. El cerebro es un órgano como cualquier otro y, por tanto, al igual que los demás, está sujeto a sufrir fallos basados puramente en un componente genético y biológico. Sin embargo, el funcionamiento del cerebro está directamente relacionado con la experiencia individual de la persona, y al igual que la bioquímica afecta a la experiencia, la experiencia afecta a la bioquímica. El estrés prolongado, las experiencias traumáticas, las carencias afectivas sufridas durante la infancia o, simplemente, el sufrimiento inherente a la experiencia humana tienen un impacto biológico capaz de causar psicopatologías. En estos casos, la raíz del problema es la experiencia individual y no la biología, y aunque no conocemos qué porcentaje de psicopatologías tienen un origen puramente biológico y cuál tiene un origen experiencial, sospecho que estos últimos son la mayoría. Es en estos casos donde la experiencia psicodélica puede mejorar la práctica psiquiátrica. El grado de mejoría ligado al uso de psicodélicos que observemos en la crisis de salud mental será, por tanto, en función del porcentaje de psicopatologías que tengan un origen exógeno o psicológico.
¿Por qué son diferentes los psicodélicos de los psicofármacos utilizados hasta ahora?
A: Son muy diferentes y es crucial que la gente entienda el porqué. No hablamos de fármacos que “tapen” los síntomas y que mejoren temporalmente al paciente de forma artificial (cuando funcionan, que no es siempre), necesitando tomar dosis diarias de forma continua, pero que no tratan el problema de base. Los psicodélicos son más bien catalizadores o aceleradores de un proceso psicoterapéutico; estas experiencias permiten al paciente ir a la raíz del problema y poder trabajar en ello con una psicoterapia adecuada, aumentan la eficacia de la terapia y aceleran sus resultados. Además, se administran unas pocas veces y solo en sesión bajo supervisión directa del terapeuta, siendo sus resultados rápidos y duraderos. No requieren de tomarse pastillas diarias en casa ni tienen los riesgos que esto supone, por eso los psicodélicos para uso clínico no se venderían en farmacias para llevárselos a casa, sino que serían medicamentos solo accesibles a terapeutas para usarlos en sesión bajo supervisión directa. Todo esto es un cambio de paradigma con respecto a los psicofármacos actuales.
I: La principal diferencia es que con los psicofármacos convencionales se pretende que la curación de la psicopatología esté mediada únicamente a través del efecto que las moléculas tienen sobre la neurobiología. Se pretende reestablecer el balance químico de neurotransmisores o los niveles adecuados de un determinado receptor. Es decir, en el caso de los psicofármacos convencionales la acción medicinal se ejerce puramente a través de la farmacología de la medicina. Este no es el caso con los psicodélicos; en el caso de los psicodélicos, la sanación no está directamente ligada a su efecto farmacológico. Si bien es cierto que pueden existir efectos beneficiosos ligados directamente a la farmacología de las moléculas, como puede ser la activación de la neuroplasticidad, el efecto terapéutico no es un producto de la farmacología per se sino que es el resultado de aquello experimentado durante el estado alterado de conciencia, el cual sí está promovido por la farmacología específica de la sustancia. Es decir, la farmacología facilita la experiencia sanadora, pero no es sanadora por sí sola. Por eso observamos que, en el caso de los psicodélicos, el efecto terapéutico está altamente ligado a la actitud, la intención y el entorno en el que se consuma la sustancia, algo que no ocurre con los psicofármacos convencionales. Por último, otra diferencia clave entre los fármacos convencionales usados para tratar el distrés emocional de las personas y los psicodélicos es que, mientras que los primeros promueven el aplanamiento emocional y la evitación de las emociones difíciles, la experiencia psicodélica nos dirige hacia nuestras heridas, promoviendo que, en un afán por entenderlas y aceptarlas (algo fundamental para superar la psicopatología), nos enfrentemos a ellas y las transformemos.
G: Creo que los psicodélicos y los psicofármacos no son tan diferentes en realidad. Ambos alteran tu función cerebral y son capaces de modificar tu mente. Los psicofármacos, como, por ejemplo, los antidepresivos, pueden generar sentimientos de euforia, y los antipsicóticos, todo lo contrario. De hecho, no hace falta ir a los psicofármacos para ver estas alteraciones en la mente. El uso de estatinas (fármacos que disminuyen los niveles de colesterol) se ha asociado a cambios de personalidad que incluyen mayor irritabilidad y comportamientos violentos. Los antidepresivos, así como muchos otros fármacos, también generan neuroplasticidad, como los psicodélicos. Conviene poner todo esto sobre la mesa para suavizar un poco las supuestamente abismales diferencias que se citan a menudo entre psicofármacos y psicodélicos. Aparte de esto, es cierto que el tipo de efectos inducidos por los psicodélicos es algo peculiar. Son una clase de efectos que nunca se ha sabido muy bien cómo integrar en el terreno terapéutico, al contrario que con otros psicofármacos. Recientemente se ha reinterpretado toda la farmacoterapéutica en psiquiatría y se considera que ningún psicofármaco funciona (en el caso de que lo haga) de manera específica sobre el trastorno que se quiera tratar. Tan solo se trata de fármacos que inducen ciertos estados y que la inducción de tales estados parece que puede ir bien si se sufre un determinado trastorno (por ejemplo, inducir euforia en personas con depresión; calma, en personas ansiosas, o embotamiento y sedación, en personas con esquizofrenia). Pero ningún fármaco despliega mecanismos de acción específicos que permitan tratar o curar los trastornos mentales. En el caso de los psicodélicos, el estado inducido es extremadamente difícil de encajar en terapéutica, aunque a mediados del siglo pasado obtuvimos algunas pistas sobre ello. También es cierto que la mayor parte de psicodélicos tienen un efecto antiinflamatorio muy notorio, algo que parece que es especialmente útil en muchas enfermedades, no solo en el reino de lo psicológico. Aunque por supuesto la diferencia más notable es que pertenecen a una clase enteramente distinta de fármacos (alucinógenos, psicodélicos, se pueden llamar de muchas maneras), y la psiquiatría necesita de innovaciones. Ha habido muy pocas en las últimas décadas, y que funcionasen, todavía menos. El hecho de que estas “nuevas” sustancias vengan en tropel con sus cantos de sirena sobre nuevos mecanismos de acción resulta muy atrayente para los hastiados y desesperados integrantes de la trinchera psiquiátrica, que apenas pueden contener al enemigo. Para poner un poco en contexto: unos años atrás se publicó el mayor informe hasta la fecha sobre el proceso de desarrollo de nuevos fármacos, recogiendo datos durante más de una década de más de mil compañías farmacéuticas. Se observó que el noventa por ciento de nuevas moléculas que se intentaban comercializar caían en algún punto del desarrollo, principalmente cuando se llegaba a los estudios clínicos de fase II (cuando, por primera vez, se administra el fármaco a pacientes). En este análisis, la psiquiatría era la disciplina más castigada, donde el porcentaje de fracasos era más alto. Es extremadamente difícil encontrar fármacos en psiquiatría, no ya que sean eficaces, ¡sino tan siquiera que puedan comercializarse! Entonces las evidencias que existen sobre los psicodélicos, aunque son todavía muy preliminares, se acogen evidentemente con entusiasmo y esperanza.
La acción del psiquiatra en el servicio público de salud se ha reducido a un tanteo farmacológico sin tiempo para hablar con el paciente. Cuando leo con atención los ensayos clínicos que se están haciendo con psicodélicos, donde la llamada terapia integrativa ejerce un papel importante, me surge la duda de si sustancias más convencionales no darían similares resultados de contar con todas esas sesiones de apoyo terapéutico, en las que el paciente tiene tiempo de enfrentar sus traumas. ¿Creéis que el empleo de los psicodélicos basta para enfrentar los acuciantes problemas de salud mental de la población o no son nada sin un trato atento a los pacientes?
A: Cuando hablamos del uso terapéutico de psicodélicos, nos referimos siempre a psicoterapias asistidas con psicodélicos, porque el énfasis no está solo en el psicodélico, que facilita acceder a experiencias o material subconsciente, sino en el trabajo psicoterapéutico. No hay duda de que toda esa atención y ese trabajo de psicoterapia mejorarían la efectividad de cualquier psicofármaco, pero en los ensayos clínicos comparativos que se están haciendo, la psicoterapia asistida con psicodélicos sigue estando por encima que si aplicamos el mismo trabajo psicoterapéutico a una persona que toma otro psicofármaco, como puede ser un antidepresivo y/o un ansiolítico.
G: Este es un problema que los psicodélicos comparten con otros fármacos. Todos los nuevos fármacos también se administran en ensayos clínicos bajo condiciones ideales de hospital, con muchos profesionales al servicio del paciente, sin listas de espera y con todo el tiempo del mundo para charlar. Por eso muchos fármacos funcionan de maravilla en los ensayos clínicos y fatal en la práctica clínica. De hecho, y en esta línea, ya se ha comparado la eficacia de la psilocibina (principio activo de los hongos del género Psilocybe) con escitalopram en contexto de ensayo clínico, y los resultados son bastante mediocres. La psilocibina mostró la misma eficacia que el escitalopram, por lo que de momento no parece ser ninguna panacea. En el corto período de tiempo del ensayo clínico, el perfil de efectos secundarios también fue similar entre la psilocibina y el escitalopram, pero falta ver qué ocurre a largo plazo.
“Muchas personas que se dedican a la investigación cometen un error fundamental al pensar que, por el hecho de que ellas hayan tenido experiencias profundamente transformadoras (generalmente, en contextos recreativos) en el uso de psicodélicos, los pacientes también las van a tener y también van a obtener beneficios de las mismas. Esto no tiene por qué ser así”
I: Basándome únicamente en evidencia anecdótica, creo que la experiencia psicodélica puede, por sí sola, tener un efecto terapéutico. Mucha gente consume en soledad o en ambientes recreativos y parecen beneficiarse tremendamente de esta experiencia, a pesar de no hacerlo en un entorno clínico (aunque, por supuesto, estos beneficios seguramente se viesen acentuados si la experiencia viniese acompañada de un apoyo psicológico enfocado en la integración de la experiencia). Al fin y al cabo, y siguiendo la teoría propuesta por MAPS, dentro de todos nosotros existe una inteligencia innata sanadora, por lo que la psique, al igual que las heridas físicas, tiende a sanarse si las condiciones son las correctas. Creo que al deshacer nuestro sistema de creencias y permitirnos observar nuestra identidad desde la distancia, la farmacología de los psicodélicos genera una experiencia que no solo es capaz de despertar nuestra autocompasión, sino que además es por sí sola capaz de ofrecernos nuevos puntos de vista que nos ayuden a transformar creencias desadaptativas formadas y reforzadas a lo largo del tiempo. Por tanto, creo que si comparásemos el efecto aislado de una experiencia psicodélica sin el acompañamiento terapéutico con el efecto aislado de otros psicofármacos convencionales en, por ejemplo, personas cuya depresión se deba a su sistema de creencias y no a razones endógenas, observaríamos un mayor efecto terapéutico en aquellas personas que hayan tomado el psicodélico que en aquellas que hayan tomado el antidepresivo convencional. Esto es, por supuesto, partiendo de la base de que la persona haya sido preparada adecuadamente para la experiencia psicodélica. Es decir, siempre y cuando se le haya explicado que debe rendirse ante la experiencia y no reprimir aquello que aflore, que si siente que se está muriendo se trata de una muerte psicológica y no física, etc., pues no cabe duda de que sin una buena preparación la experiencia psicodélica puede ser también profundamente desestabilizante, estresante e incluso retraumatizante. De nuevo, me gustaría recalcar que lo más importante es que la persona se sienta segura al consumir la sustancia. Hay personas que no se sienten cómodas con un terapeuta, mientras que hay otras que necesitan ese apoyo psicológico externo profundamente.
Medicinal… ¿y recreativo?
Todos los investigadores que conozco del ámbito psicodélico se estrenaron en contextos de ocio, de forma lúdica y con amigos y, sin embargo, la mayoría de ellos defiende ahora su uso en consultas médicas. Lo de restringir el empleo de psicodélicos a su función terapéutica y hablar con tanta precaución de su potencial recreativo, ¿es una estrategia posibilista o realmente pensáis que el lugar de los psicodélicos debe ser solo medicinal?
G: El uso no se va a limitar nunca a lo medicinal; ahora se trata de abrir puertas que permanecen cerradas, que precisamente es la opción de poder administrar psicodélicos en una consulta de forma legal. Lo recreativo ya está ahí y seguirá estando. Aunque con esta pregunta has dado en un clavo al que quizá no querías darle, pero le has dado. Y es que creo que muchas personas que se dedican a la investigación cometen un error fundamental al pensar que, por el hecho de que ellas hayan tenido experiencias profundamente transformadoras (generalmente, en contextos recreativos) en el uso de psicodélicos, los pacientes también las van a tener y también van a obtener beneficios de las mismas. Esto no tiene por qué ser así. La mayoría no tenemos ni idea del oscuro y angustiante mundo que constituye una depresión clínica o un trastorno por estrés postraumático. Yo mismo he visto cómo una persona con depresión muy grave ingería una dosis alta de ayahuasca y al final de la sesión solo quería quitarse la vida. No le ayudó en nada. Tenemos que ir con mucho cuidado al hacer este tipo de extrapolaciones de una persona a otra. Y creo que una gran parte de este renovado interés por el uso terapéutico de los psicodélicos proviene de ese error fundamental.
I: Desde mi punto de vista, la medicalización es la vía más eficaz para cambiar la política de drogas actual, pero no debemos limitarnos a usar estas herramientas en un entorno únicamente médico. Como bien dices, muchísima gente se ha beneficiado de su uso fuera de dicho entorno clínico. Pero, claro, hay que tener en cuenta algo importante: que hayamos consumido estas sustancias de forma ilegal indica que somos personas con rasgos de personalidad basados en una apertura a experiencias nuevas y que, por tanto, tenemos una mayor facilidad para rendirnos ante la experiencia, algo fundamental para poder navegarla exitosamente. Es por tanto esperable que otras personas que no tengan este rasgo de personalidad, y sobre todo si tienen psicopatologías severas como TOC, depresión, ansiedad o anorexia, requieran un mayor grado de preparación y apoyo durante la experiencia. Quizás personas con tendencias más convencionales y controladoras requieran de un entorno médico para sentirse seguras. Creo que eso es lo más importante, que la persona se sienta segura en el entorno en el que consume la sustancia, y esto puede variar dependiendo de a quién le preguntes. Para algunos, el entorno clínico o la presencia de un terapeuta puede generar mucha desconfianza, mientras que para otros es el entorno recreativo el que suponga una mayor amenaza. La flexibilidad es clave.
A: Creo que a día de hoy nuestra sociedad en general no está preparada ni tiene las herramientas para gestionar un acceso recreativo a los psicodélicos todavía (tal vez sí, otras sociedades que llevan siglos o incluso milenios conviviendo con psicodélicos como una parte integral de su cultura). Por ello esta cuestión, a día de hoy, la veo lejana, pero, en cambio, en el contexto clínico sí que se pueden utilizar estas poderosas herramientas con cierta garantía en el control de preparación de los terapeutas, y esto podría suponer el inicio de un proceso que poco a poco fuese educando a la sociedad en lo que son estas sustancias: qué usos tienen y cuáles pueden ser sus riesgos. Pero lo que pueda traernos el futuro no lo podemos adivinar.
¿Podéis citarme tres situaciones recreativas donde el uso de psicodélicos ayude o contribuya a enriquecer una experiencia?
G: Compartir una noche con tu pareja, escuchar música en casa, perderse por la montaña.
A: El término recreativo es francamente difícil de delimitar, pues si bien creo que todas las experiencias psicodélicas tienen algo de recreativo, también tienen algo de terapéutico, algo de autoconocimiento e incluso algo de espiritual. Dicho esto, hablando de contextos no terapéuticos, creo que hay varios ejemplos donde podrían aportar valor si se utilizan con suma prudencia, preparación y reducción de riesgos, como el uso de MDMA en pareja, el uso de un psicodélicos clásico como la psilocibina junto con amigos en un entorno natural seguro o en una casa, incluso las microdosis podrían demostrarse beneficiosas en ciertas condiciones, pero en esto último falta mucha investigación todavía. En general, el uso de psicodélicos en contextos de festivales de música u otros entornos descontrolados muy llenos de gente y estímulos, me parece demasiado arriesgado, aunque algunas personas sepan sobrellevarlo bien y disfrutarlo.
I: Cualquier exploración sensorial puede ser enriquecida bajo los efectos de los psicodélicos: la música, los colores, los sabores, los masajes… Los ejercicios que impliquen trabajar con el cuerpo como el baile, el yoga, las artes marciales, el sexo y los malabares también pueden beneficiarse muchísimo de la experiencia psicodélica. Por último, me viene a la cabeza como, en entornos seguros, estas sustancias pueden disolver nuestras barreras defensivas y promover un fuerte sentido de conexión con los demás, reforzando las relaciones interpersonales.
Política psicodélica ante la hecatombe
“Mientras que los fármacos convencionales promueven el aplanamiento emocional y la evitación de las emociones difíciles, la experiencia psicodélica nos dirige hacia nuestras heridas, promoviendo que, en un afán por entenderlas y aceptarlas, nos enfrentemos a ellas y las transformemos”
El cansancio con la democracia de partidos provoca un cambio constitucional que instituye la elección de los gobernantes por sorteo entre la población española. Irene de Caso, Antón Gómez-Escolar y Genís Oña resultan elegidos para dirigir el país. Sin meternos en otras cuestiones igualmente importantes, ¿qué haríais con las drogas en general y con los psicodélicos en particular?
I: Creo que la ilegalización de las drogas no solo fracasa a la hora de solucionar los problemas asociados a su consumo, sino que además los empeora, al facilitar la adulteración de las sustancias, la delincuencia y la creación de mafias. Además, promueve un estigma que empeora la exclusión social que ya sufren las personas con adicciones, lo cual dificulta su remisión. El primer paso por tanto debería ser reclasificar las drogas, legalizándolas y regulándolas adecuadamente. Sería fundamental que esta legalización venga acompañada de campañas de información centradas en educar a la población sobre los riesgos asociados al consumo irresponsable, así como centros a los que acudir en busca de información. Además, la regulación debería asegurar que las personas que consumen lo hagan de forma responsable. Al igual que el carnet de conducir, se podrían crear carnets de consumidores sujetos a ser retirados ante evidencias de una mala práctica. En el caso concreto de los psicodélicos, subvencionaría además cursos para que los terapeutas que quieran utilizar estas moléculas en su práctica clínica puedan formarse adecuadamente y también habría que subvencionar más investigación, tanto básica cómo aplicada.
A: En mi opinión, el objetivo de la política de drogas debería ser minimizar los daños que puedan causar y maximizar los beneficios de aquellas sustancias con utilidades para la sociedad, como los usos terapéuticos. La política de drogas actual ha demostrado no solo ser ineficaz y muy cara, sino que además aumenta significativamente los daños que producen las drogas a la sociedad y la ignorancia en torno a ellas, que es la que más mata. Es por ello que me centraría en la educación, en que la población conozca bien qué son las drogas, sus usos (si los hay) y riesgos y, por supuesto, cómo reducirlos. Una vez que haya un buen conocimiento sobre reducción de riesgos en la población, establecería una licencia para mayores de edad que acrediten un buen estado de salud, autocontrol y conocimientos, que daría acceso a un sistema regulado de acceso controlado a algunas sustancias en cantidades vigiladas y con pago de impuestos, etc. Una especie de licencia de drogas con diferentes niveles, psicotécnicos y exámenes. Con respecto a los psicodélicos en particular, invertiría mucho en investigación de su uso psicoterapéutico para autorizar su uso médico en depresión, adicciones, traumas, etc., tan pronto como la evidencia sea suficiente.
G: Pondría al equipo de ICEERS a cargo del Ministerio de Asuntos de Drogas (MAD) y que hagan lo que quieran.
Sigamos jugando porque ha llegado el momento de elegir. Una hecatombe tecnoecológica destruye todos los psicodélicos de la tierra, ¿cuál salvaríais de la extinción general?
A: En una situación así veo que podría ser de enorme utilidad contar con un psicodélico clásico como la psilocibina y un empatógeno-psicodélico como la MDMA. Pero si no me queda más remedio que elegir, creo que el de mayor utilidad para la humanidad en una situación así sería la psilocibina, no solo por su capacidad terapéutica, sino porque también permitiría acelerar la adaptación y la innovación en un contexto de urgente necesidad como sería ese, así como evitar que vuelva a producirse semejante desastre.
I: Personalmente, salvaría los hongos mágicos. ¿Mis razones? Creo que, siguiendo unas pautas mínimas para evitar la contaminación, estos organismos son muy fáciles de cultivar, no requieren demasiada agua y tienen un crecimiento muy rápido, facilitando así el autocultivo y haciendo que sean la opción más sostenible. Además, son menos indigestos que la ayahuasca y los cactus, y tienen una duración que no se me hace ni demasiado corta, como puede ser fumar DMT, ni demasiado larga, como con el LSD, la mescalina y la ayahuasca.
G: Salvaría al psicodélico más potente, por supuesto: la música.
Sin pensar en un mañana tan aciago, sí me gustaría que hicierais un ejercicio de prospectiva: ¿qué papel tendrán los psicodélicos en un futuro?, ¿cómo imagináis una sociedad donde el uso de los psicodélicos esté normalizado?
G: Bueno, ya está todo lo normalizado que debe estar. La sociedad, por suerte, siempre hace lo que quiere, pese a lo que dicten las leyes. Sea por el motivo que sea, los psicodélicos son las sustancias que menos se consumen, quizá por el miedo asociado a ellas, por el miedo a la locura o por la extremada neurosis que caracteriza nuestro mundo y que es completamente incompatible con el tipo de experiencias que estas sustancias pueden desencadenar. Seguramente, en diez años se administre MDMA, psilocibina o ibogaína en clínicas privadas y, con un poco de suerte, en hospitales públicos. Lo más probable es que solo una pequeña porción de pacientes accedan a los mismos, ya sea porque muchos pacientes no están interesados en viajes psicodélicos o porque estas sustancias nunca serán tratamientos de primera línea. Antes se probarán otras cosas. Puede que un mayor (aunque insignificante) número de personas se expongan, por tanto, a los psicodélicos y que una pequeña porción de los mismos tengan experiencias auténticamente transformadoras, que les lleven a ser y estar en el mundo de una forma diferente. Pero eso será todo. El mundo seguirá girando.
I: Ahora mismo nos estamos enfocando principalmente en usar estas moléculas dentro de procesos terapéuticos donde se tratan los problemas a los que se enfrenta un solo individuo. Sin embargo, uno de los grandes potenciales de las experiencias psicodélicas es la capacidad que tienen para promover la autenticidad, la empatía y facilitar los sentimientos de conexión entre las personas. Creo que en una sociedad en la que su uso esté normalizado podríamos usar estas moléculas en vez del alcohol durante las celebraciones, cuyo fin último, si lo pensáis, es promover la cohesión social.
A: En el futuro, los psicodélicos bien utilizados y controlados podrían llegar a tener un papel prominente en esferas de salud mental y desarrollo personal, colectivo e incluso espiritual de nuestra sociedad. Podrían estar presentes de forma controlada para el tratamiento de trastornos como depresión, adicciones, ansiedad o traumas, e incluso para el desarrollo personal, la prevención en salud mental, la resolución de conflictos de pareja, la ayuda para un mejor autoconocimiento, etc. Habría lugares especialmente equipados y con profesionales especializados a los que se podría acudir para tener experiencias psicodélicas bien supervisadas en diversas situaciones en las que pudieran ser de utilidad.
Vuestros libros suponen un paso en la divulgación del renacimiento psicodélico en España. Además de la labor de divulgación de libros y revistas, ¿qué otros pasos debe dar la sociedad española para integrar el uso y disfrute de los psicodélicos?
G: Fundamentalmente, espero que se lea a los auténticos referentes que tenemos en nuestro territorio: Juan Carlos Usó, Escohotado, Fericgla, Ocaña, Bouso... Aparte de esto, solo se puede pedir que la gente se organice y que haga lo que quiera de la mejor manera posible, con cabeza y cuidándose.
A: El primer paso de todos debería ser dejar atrás los prejuicios, mitos y leyendas acerca de los psicodélicos para aprender realmente cuáles son las utilidades y riesgos y cómo prevenirlos. Es crucial entender que cuando se habla de usar psicodélicos, el contexto de uso y la intención son clave y afectan enormemente al resultado de la experiencia, mucho más que cualquier otra droga. Asimismo, serían necesarias gran responsabilidad y prudencia. Creo que de momento se necesitaría mucha más investigación, conocimiento por parte de la población, un marco legal adecuado y en un futuro podríamos soñar con espacios especialmente adaptados para estas experiencias con la presencia de facilitadores o terapeutas especializados para que las supervisen. Creo que podrían aportar para una sociedad mejor, más sana emocionalmente, feliz, consciente, empática y pacífica, pero esto ya es pura especulación.
I: Por un lado, será importante utilizar otros medios de comunicación, como la televisión, la radio y las redes sociales para informar a la sociedad sobre cómo sacarle el máximo provecho a la experiencia y reducir los riesgos. También habría que crear centros de información a donde las personas puedan acudir con sus preguntas y círculos de integración donde las personas puedan compartir sus experiencias. Y, por otro lado, creo que las prácticas meditativas de Oriente tienen mucho que aportar a la sociedad, y tener experiencias previas en estas prácticas puede enriquecer significativamente la experiencia psicodélica. Haber practicado la no expectativa y la aceptación, la atención en el aquí y el ahora, en la respiración y la compasión pueden ayudarnos a navegar esos estados de conciencia de una forma más fructífera. Aunque la experiencia psicodélica también puede ayudarnos a encontrar esa forma de estar y sentir, ambas prácticas se retroalimentan.
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