Netflix acaba de estrenar Cómo cambiar tu mente, serie documental basada en el best seller de Michael Pollan. En cuatro capítulos de cincuenta minutos cada uno se resume la historia de la psicodelia centrándose en cuatro sustancias: la LSD, la psilocibina, la MDMA y la mescalina. Además de ser productor junto al oscarizado Alex Gibney, Michael Pollan ejerce de guía en este viaje que trata de cartografiar el llamado renacimiento psicodélico, dando cuenta de los orígenes históricos y culturales, así como del contexto actual de redescubrimiento terapéutico de estas sustancias modificadoras de la conciencia.
“Soy una persona –empieza diciendo Michael Pollan– bastante tardía en lo que respecta a los psicodélicos. Tengo 65 años y una exitosa carrera como profesor y escritor, y a esta edad a veces necesitas salir de la rutina, arriesgarte y rendirte”. La breve presentación termina con la descripción del papel que encarnará en esta aventura: “Existe una palabra para definir a la persona que busca expandir su conciencia con el poder que tienen las plantas para alterar la mente: psiconauta”.
¿No es acaso el renacimiento psicodélico, con todas sus virtudes, parte inevitable de esta cultura de la autoayuda y la salvación individual?
Que un hombre que hasta los 65 años no ha probado los psicodélicos se presente como héroe protagonista de un documental sobre el renacimiento psicodélico puede despertar suspicacias a los más iniciados, pero no se puede negar su gancho narrativo y su utilidad para despejar en el espectador medio los prejuicios habituales sembrados por el prohibicionismo: ¡El abuelo se ha vuelto un psiconauta! Un psiconauta, de acuerdo, con más literatura que experiencia, lo cual también lo capacita para extraer de unas pocas tomas un gran aprendizaje o, al menos, un relato con enjundia. Ya se sabe que, como decía William Blake, “no ve un mismo árbol un sabio que un tonto”.
Cómo cambiar tu mente es la mejor producción que se ha hecho hasta ahora sobre el renacimiento psicodélico. Es verdad que se mezclan detalles chamánicos y new age que, como la música, efectista en exceso, chirrían, pero ¿podría ser de otra forma? ¿No es acaso el renacimiento psicodélico, con todas sus virtudes, parte inevitable de esta cultura de la autoayuda y la salvación individual? Así que para el disfrute de esta serie mainstream es conveniente dejar de lado nostalgias contraculturales y rendirse ante su impecable factura, reconociendo que transmite a la perfección de qué hablamos cuando hablamos del renacimiento psicodélico. Aquí está el empujón audiovisual que faltaba para que el interés por los enteógenos y sus virtudes terapéuticas llegue a la gente corriente, para que la buena nueva psicodélica se difunda por el mundo entero. Poco importa que, como tantos productos masivos, esta serie haya sido hecha pensando en el público norteamericano.
Que celebremos este poderío imperial al servicio psicodélico no quita para que lamentemos algunos sus aspectos, en realidad comunes al nuevo movimiento: la medicalización del fenómeno (con reservas un tanto hipócritas hacia el uso recreativo), el abuso de lo místico como explicación (con todo el añadido folclórico y de fascinación superficial hacia lo exótico) o el relato chovinista que se impone desde el ámbito anglosajón olvidando la labor pionera de algunos investigadores en Europa o los movimientos indígenas que han luchado por sus plantas sacramentales en otras latitudes fuera de Norteamérica. La serie de Pollan, en la medida en que retrata el fenómeno, cae en estas trampas, en unas ocasiones se esfuerza por presentar el debate de manera ecuánime y en otras se echa de menos que profundice un poco más.
Que los psicodélicos que sirvieron en los sesenta para poner en crisis la autoridad en todos los ordenes sirvan ahora para reforzar el papel sacerdotal de los intermediarios de siempre, vistan estos bata blanca o sombreros emplumados, resulta un poco desalentador, pero así son las ironías de la historia. Mejor no ponerse demasiado apocalíptico y creer con Pollan en el cambio colectivo que puede propiciar el acceso terapéutico a estas sustancias en el contexto que estamos viviendo de crisis de salud mental, sin olvidar los beneficios que revertirán a la población en general y a la ciencia en particular. Un cambio colectivo de conciencia que, desde el amor y el vínculo con la naturaleza que despiertan el uso de los psicodélicos, nos permita enfrentar la crisis ecológica del planeta. “No es una cuestión menor, nuestra supervivencia como especie podría depender de ello”, termina diciendo Pollan.
¡Que así sea!