Tampoco es para tanto, chico
En la contracubierta se destaca esta frase: “Cocaína es una novela rabiosamente actual, de la búsqueda de horizontes fuera. Acidez. Queja. Crítica. Humor. Madrid”.
En la contracubierta se destaca esta frase: “Cocaína es una novela rabiosamente actual, de la búsqueda de horizontes fuera. Acidez. Queja. Crítica. Humor. Madrid”.
En la contracubierta se destaca esta frase: “Cocaína es una novela rabiosamente actual, de la búsqueda de horizontes fuera. Acidez. Queja. Crítica. Humor. Madrid”.
El texto, de entrecortada parataxis, pertenece a Emma Rodríguez, una de los siete miembros del jurado compuesto por conocidos y prestigiosos escritores y críticos que le concedió el II Premio Dos Passos a la Primera Novela. Su autor, de treinta y cinco años, es Daniel Jiménez, y la ha publicado hace poco la editorial Galaxia Gutenberg, de Barcelona.
Presentada como un diario escrito en segunda persona –uno de sus muchos aciertos, junto a las citas que encabezan los capítulos o las listas de frustraciones, rencores y mentiras–, narra las zozobras a que está sometido durante todo el año 2013 el que lo redacta. Se llama Daniel, por lo que resulta casi inevitable identificarlo con el premiado novelista. Aunque tratándose de una obra de ficción, no se puede pasar por alto el carácter literario de los sucesos narrados. Tomarlos como mera trascripción de los que la motivaron sería un error ingenuo que, además, suprimiría uno de sus valores: el singular equívoco bastante bien conseguido entre lo real y lo imaginario. Algo que, quienes se molestan en hacer clasificaciones, llamarían “autoficción”.
El título –Cocaína, ya se ha dicho– indica claramente cuál es la cuestión que pone en marcha, y con más frecuencia atasca, la escritura. Y sin embargo, contradictorias observaciones hacen dudar de que su consumo sea tan constante como se dice. En el presunto diario, la excitación de la reina de las drogas estimulantes raramente produce placer. Justo lo que lleva a esnifarla. Solo supone un problema, un cuelgue del que el protagonista se quiere librar. Por otra parte, en la página 163 consta: “Te da asco su adicción a los porros, una droga más inútil que la cocaína”. Y así, a lo largo de su desarrollo, cualquier sustancia que altere el estado de ánimo aparece como dañina. Claro que Daniel, el que lo escribe, es, y desde el principio, un individuo bastante llorón, y no solo porque derrame lágrimas cada pocas páginas. Se lamenta sin cesar de la mezquindad, vulgaridad y vanidad de quienes trata, pero él en realidad no parece dispuesto a hacer nada por diferenciarse de ellos. No muestra ningún asomo de rebeldía frente a la “mierda” –y para él lo es prácticamente todo– y la decadencia general en la que está sumido. Que se corresponde, exceptuados algunos detalles de la realidad económica bipolar y el consumismo del siglo xxi, con la que el ser humano padece desde el comienzo de su tiempo. Se trata, o esa impresión da, del descontento de un chaval que prolonga su adolescencia hasta la treintena. Y un reflejo bastante claro de eso está en las relaciones que mantiene con sus padres y hermanos, sin advertir que en la mayoría de los relatos sobre familias apunta siempre el odio.
La vida que lleva, con cocaína, alcohol, Rohypnol, Orfidal o lo que él incluya bajo el genérico lorazepam, es la de un individuo de clase media que ve telebasura, películas porno, se masturba y sufre porque ningún editor quiere publicar las novelas que le harían integrarse en el mundo que dice abominar, pero del que quiere formar parte. Y eso se repite página tras página, en las que se mete con escritores conocidos –algunos, es cierto, solo conocidos en su casa a la hora de comer–, y en general opina con amargo acierto de lo que le pasa.
Acierta, desde luego, Emma Rodríguez en el texto de contracubierta citado al principio. Se podría exceptuar, sin embargo, la referencia al humor. En la novela, que se lee con facilidad, a pesar de que sus numerosas repeticiones hacen que apetezca saltarse algunos pasajes, es difícil apreciar el más mínimo distanciamiento. El narrador nunca deja de tomarse muy en serio. Por eso entran ganas de darle una palmada en el hombro y decirle –es un tipo simpático, aunque ya, según las últimas estadísticas, casi nel mezzo del cammin di nostra vita–: “Venga, chaval, que escribes bien. Lo tuyo tampoco es para tanto. Terminarás publicando”.
Cocaína.
Daniel Jiménez. Editorial Galaxia Gutenberg.
192p. PVP: 17,50€
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