Hace 31 años se rebeló contra los Reyes en la Expo de Sevilla, y en 2022 su historia se encendió en la gran pantalla con la película Rebelión, Joe Arroyo el grito de un legendario. Considerado el artista colombiano más importante de todos los tiempos y el digno sucesor de Bob Marley según la prensa en los años noventa y dos mil, hizo de las drogas parte de su sello. Tanto como crear unas 100 canciones sin escribir una sola partitura, o decirle a la gente a través del baile que la lucha antidrogas estaba perdida y que la única liberación era la armonía.
Su duende, talento y voz le dieron forma a la canción más importante de la música colombiana hasta nuestros días: Rebelión, una pieza salvaje y hecha a la medida de los bailadores, que en poco menos de cinco minutos y un solo magistral de piano resume la azotada historia del pueblo negro en Hispanoamérica. De ahí que sea recordada principalmente por la frase de su coro que dice “No le pegue a la negra”, la misma que le pidieron modificar al momento de cantar frente a los Reyes de España en la Exposición Universal de Sevilla en 1992, pero que este auténtico hijo de África en América nunca cambió.
Para la época de la Expo, Álvaro José Arroyo, Joe Arroyo o simplemente el Joe, nacido en Cartagena de Indias en 1955, contaba ya con 20 años oficiales de carrera como artista y más de 30 de andar subido en los escenarios, teniendo en cuanta que desde niño alternaba su papel en el coro de un colegio religioso con el de cantar para prostitutas y marineros en bares de mala muerte. A esas alturas, muchos de los 50 discos en solitario y con orquestas que lanzó en vida ya habían arrasado en ventas en Colombia y se conocían en otros países como Estados Unidos, México, Panamá, Perú o Reino Unido, y por eso si bien en el pabellón de Colombia se podía admirar la esmeralda más grande del mundo era él quien brillaba y se llevaba la admiración y las palmas.
España no había sido ajena a la explosión de la salsa, claramente no era como en el Caribe, Latinoamérica o la Nueva York del Madison Square Garden que Joe Arroyo llenó varias veces; pero se sentía y se bailaba y las visitas de artistas y orquestas como Celia Cruz, Fania All Stars, Rubén Blades, NG La Banda, Eddie Palmieri, Oscar D’León o El Gran Combo de Puerto Rico no pasaban desapercibidas.
En Murcia, de hecho, diez años después de la Expo se anunció con bombos y platillos que la gran atracción del cierre del festival La Mar de Músicas de Cartagena era Joe Arroyo, pero él nunca llegó y el trío Ketama terminó por sustituirlo, entre un cartel que contó además con Alpha Blondy, Kronos Quartet, Fito Páez y un tributo de Gilberto Gil a Bob Marley.
Mi amigo Bob
Realizada, montada y musicalizada como si fuera una valiosa pieza de orfebrería y no la clásica película biográfica de un cantante, Rebelión, Joe Arroyo el grito de un legendario llega ahora a Netflix (de momento solo en Latinoamérica). Como era de esperar, en la película se resalta la relación entre Arroyo y el icono jamaiquino, hermanando sus luchas artísticas y políticas, su vínculo emocional y creativo y aquel mito que el Joe alguna vez le confesó a la revista Rolling Stone en una entrevista: “Yo estaba en los camerinos de un escenario y me llegó un olor bacano [de marihuana]. Yo me dije: ‘huele bueno, huele bueno’, entonces me asomé y era el man [Bob Marley en persona]. Me le presenté y el man me reconoció. Cantamos juntos, nos fumamos un tabaco [un porro] y nos hicimos muy amigos. Recuerdo que estábamos en un hotel en el que salían fantasmas y Bob mamaba gallo [hacía bromas]. Yo estaba pelao [muy joven] pero nos hicimos amigos. Luego lo visité en Nueva York cuando ya estaba jodido. Él y yo hablábamos mucho de nuestros temas en común”.
Más que un sino trágico que marcó su vida y que sumado a su inestable salud lo llevó a ser dado por muerto en nueve ocasiones (una de estas mientras estaba de gira por Barcelona en el año 2000), el uso de drogas –de las recreativas a las marginales– siempre lo acompañó en sus periplos musicales desde niño y fungió de musa en muchas de sus canciones, ya fuera de forma literal o metafórica.
En los 70, Joe Arroyo militó en una secta esotérica y gnóstica y a la vez en el hipismo y la rumba brava de la élite salsera de la Gran Manzana; y en los 80 y 90 conoció de primera mano los caminos de la cocaína y de su pasta base que tanto en Perú como en Colombia se dio a conocer bajo el nombre de “bazuco”. En los sectores deprimidos y peligrosos del país cafetero donde hasta el sol de hoy se sigue vendiendo y consumiendo y a los que popularmente se les llama “ollas”, el cantante pasó muchas noches con sus días, al punto que la película Rebelión incluye la historia de cuando literalmente se fumó un carro Mercedes Benz que un día llegó a sus manos y que él empujó hasta la olla –porque no tenía gasolina– para cambiarlo por más bazuco.
Bailando en medio del fuego
"El uso de drogas –de las recreativas a las marginales– siempre lo acompañó en sus periplos musicales desde niño y fungió de musa en muchas de sus canciones, ya fuera de forma literal o metafórica"
La película colombiana, coproducida por Argentina y Estados Unidos, alucina con muchos otros fuegos que el Joe encendió en vida para que su legado no tuviera que envidiarle nada en cuanto a excesos e inmortalidad al de una estrella de rock o del pop, pero al tiempo se deja llevar por otros relatos fantasiosos que el propio artista y su círculo más cercano crearon y que, con el tiempo, terminaron siendo sello de su mito.
Para la fecha en que uno de sus discos más celebrados y cumbres, Musa Original, lanzado por los sellos Discos Fuentes y Discos de Centroamérica en Colombia, Estados Unidos, Panamá y Venezuela en 1986, Álvaro José ya era un psiconauta consagrado y ya lo había cantado sin vergüenza en dos canciones previas, “Me le fugué a la candela” y “Tumbatecho”. Dos himnos maravillosos y forjados en el fuego, el martillo y el yunque de sus propias experiencias de farmacodependencia, principalmente las que amenazaron con llevarlo a la ruina económica o lo tuvieron pegado al techo por sus efectos alucinógenos.
Interpretadas de forma real y en vivo durante los días de rodaje del filme que, por cierto, sucedieron en pandemia, en medio de las marchas y movilizaciones que sacudieron a Colombia en 2021 y en el interior de una enorme e histórica casona en el barrio Santa Fe (lugar del centro de Bogotá donde expendios de drogas, prostitución y bandas delincuenciales han tenido su fortín por años y años); Rebelión, Joe Arroyo el grito de un legendario incluyó en sus escenas las canciones más originales y profusas del artista.
Muchas de estas fueron grabadas por él junto a su orquesta La Verdad, y en países como España y Reino Unido se conocieron gracias a discos como Fuego en mi mente y En acción, distribuidos en el mercado en vinilo y casete en 1989 y 1990 a través de Fonomusic y Mango, división de Island Records. El “cuero más duro del mundo”, como bien reza la película y en secreto le decían sus colegas, siempre estuvo vinculado a grandes sellos multinacionales y a otros con entrada a las discotiendas independientes y de cadena, y antes de su fallecimiento en 2011, a sus 55 años y por complicaciones médicas, casi todo su repertorio fue digitalizado y subido a internet en diversas plataformas.
“Mary”. Si bien le cantó muchos temas al apego y al despecho, esta es la canción de amor esencial de toda su obra. La dedicatoria perfecta en una sola frase: “Sí yo tuviera un palacio y mil millones a tus pies te los pondría, mi Mary. Pero yo soy un cantante de ilusiones, solo canciones y amor te doy, mi Mary”.
“Pa’l bailador”. Una de sus mayores convicciones en vida fue que la liberación de los pueblos no vendría de la mano de un político sino del baile. Una revolución desde el corazón y en armas de la armonía, mientras canciones así suenan de fondo.
“Tumbatecho”. Cantada como un trabalenguas, es la historia de un hombre que se va de fiesta y pasa de largo. Luego vuelve a casa, pone música brava, se echa en la cama y en su viaje de drogas le pide al techo del cuarto que se caiga.
“La guerra de los callados”. No es punk, no es rock, pero es un relato preciso, directo y con nombres propios sobre el miedo, el dolor y las consecuencias de la fallida guerra contra el narcotráfico en Colombia. Una denuncia en clave de son que nació de una noche en que dos bombas sacudieron a Medellín.
“Musa original”. Una canción enorme, potente y onírica, que une al barrio de palenqueros en Cartagena donde él nació con Cuba, Jamaica y África. La prueba fehaciente de que etiquetarlo como salsa o música latina es un error craso. Alguna vez de gira en Islas Canarias, se dice que Joe Arroyo miró a través de un telescopio hacia Dakar, Senegal, y se dio cuenta de que ese era su origen.
“La noche”. La canción de su repertorio que quizás más influencia tuvo en la música pop y rock. Otros artistas como Juanes la han reversionado.
“Yamulemau”. Uno de los plagios más sonados de su legado, pero que como lo escenifica Rebelión, Joe Arroyo el grito de un legendario, al final del día más que un pleito legal fue otro triunfo en su carrera y su convicción de que sus versiones superaban siempre a las originales.
“El caminante”. Uno de los éxitos que grabó junto a Fruko y Sus Tesos, la orquesta de música tropical más revolucionaria y vanguardista de la música colombiana. Un tema sentido, hermoso, nostálgico, rítmico y feliz a la vez.
“El Centurión de la Noche”. Así también se le conocía a Arroyo, y otros también lo llamaban “Cuero duro” (ambos apodos surgidos de su relación con la noche). Por eso esta canción es un himno de bienvenida al alba que atormenta al bohemio.
“Rebelión”. La canción del Joe que le dio la vuelta completa al mundo. La que en su letra dice “Español con el alma negra”. Su himno entre todos sus himnos, la canción que también ha marcado artistas de hip hop y de muchas otras corrientes musicales.
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