La paradisiaca isla de Ilha Grande, en Río de Janeiro, fue el lugar elegido para construir una prisión de máxima seguridad a principios del siglo xx. El Instituto Penal Cândido Mendes albergó, a lo largo de su historia, a los peores criminales brasileños del siglo xx. Vivían hacinados y en condiciones penitenciarias lamentables. En la década de los sesenta, tras el golpe militar, la cárcel se llenó de presos políticos que se aliaron con un grupo de atracadores de bancos y narcotraficantes para sobrevivir en el darwinismo social que imperaba en la prisión. Fruto de esa alianza nació uno de los cárteles más importantes de Brasil: el Comando Vermehlo (‘rojo’).
El penal fue concebido siguiendo la ola de otras famosas prisiones en islas como Alcatraz. En sus albores prometía ser un lugar donde los reos, a través de un método presuntamente “científico”, reformaban sus ideas peligrosas mediante el trabajo. A pesar de los nobles propósitos, la realidad es que era un lugar en el que los presos eran explotados y maltratados por los guardias y por otros reos. Graciliano Ramos fue uno de los primeros presos políticos del lugar –en 1936, por un golpe de Estado– y escribió un libro, Memorias de la cárcel, en el que narra la vida en el lugar. La sopa tenía moscas y el intelectual vio a un guardia golpear a un reo con un machete y después pegarle tres tiros en un pie por intentar escapar.
En 1964, los militares dieron un golpe de estado al presidente electo y se instalaron en el poder durante veintiún años. En esas décadas, el penal Cândido Mendes se llenó de presos comunistas y socialistas, que eran considerados por la junta como reos de altísima peligrosidad. Por casualidad, los presos políticos eran recluidos en la Unidad B de la prisión, que colindaba con otra unidad en la que estaban encerrados los atracadores de bancos y los primeros presos por delitos de narcotráfico de Brasil. Muchos de los reos políticos eran intelectuales, con educación y bien organizados, dado que provenían de grupos guerrilleros; los traficantes, por su parte, tenían conocimientos y recursos que les permitirían sobrevivir en el penal. El exdiputado Fernando Gabeira pasó una temporada en Ilha Grande y recuerda: “Para sobrevivir, montamos una escuela en la que enseñábamos historia y esas cosas, para que pudieran entender la historia de su país”. Todo desde una perspectiva marxista, algo que no terminó de entusiasmar a los atracadores y narcos con los que compartían celda.
Gabeira fue uno de los presos “ilustres” de Ilha Grande. Durante los años de la dictadura pertenecía al grupo MR-8, una guerrilla urbana formada en su mayoría por jóvenes estudiantes que luchaban contra la dictadura. En septiembre de 1969, el grupo secuestró al embajador estadounidense en Brasil, Charles Burke Elbrick, a quien mantuvo cautivo durante cuatro días hasta que lo liberaron a cambio de quince presos políticos de Ilha Grande. A Gabeira lo detuvieron a las pocas semanas del secuestro y una década después escribió el libro O que é isso, companheiro?, en el que narraba el suceso, y que fue llevado al cine en la película Cuatro días de septiembre.
Bajo el lema “Paz, justicia y libertad”, un ecléctico grupo de reos comunistas, atracadores de banco y narcotraficantes fundaron en 1979 Falange Vermelha. Entre otras cosas, pretendía luchar contra la dictadura militar y mejorar las condiciones de vida dentro de la cárcel. Un año después de su fundación, un grupo de reos escaparon de la cárcel. Quizás gracias a las lecciones aprendidas en prisión empezaron a atracar bancos para financiar la lucha armada.
Fuga de cine
Con el transcurso de los años, el grupo fue perdiendo su elemento marxista. Cambió el nombre de Falange por Comando Vermelho y continuó extendiendo su influencia a otras prisiones. El 31 de diciembre de 1985, Escadinha, uno de los fundadores del grupo, aprovechó un permiso para salir de la cárcel (algo relativamente común, dado que los presos a menudo trabajaban en Dois Ríos, el pueblo donde vivían los guardias). Uno de sus cómplices había secuestrado al piloto de un helicóptero, quien le esperaba en lo alto de una colina para que se montara Escadinha. El gusto le duró poco, dado que le apresaron tres meses después. Dos años más tarde volvió a intentarse fugar del penal Frei Caneca, en Río, pero los guardias dispararon al helicóptero y murieron el piloto y los cómplices del Comando Vermelho. A Escadinha lo asesinaron en el 2004 a las puertas de la prisión, gozaba del tercer grado.
Con el fin de la dictadura, algunos de los integrantes del Comando fueron liberados y se asentaron en Río de Janeiro. Rápidamente, intentaron hacerse con el control de las favelas y del lucrativo Jogo do Bicho, una lotería ilegal que se juega en Río de Janeiro y que goza de una enorme popularidad. El Comando Vermehlo controló rápidamente el noventa por ciento del millar de favelas que hay en Río –una favela es un asentamiento irregular de al menos cincuenta casas en las que no hay agua ni luz–. Sus únicos rivales eran dos grupos que habían nacido a raíz de diversas escisiones del Comando Vermelho: el Terceiro Comando Puro (TCP) y Amigos dos Amigos (ADA); una guerra que perdura hasta hoy.
Los ochenta eran los años del boom de la cocaína colombiana, y la organización y la disciplina cuasi militar que tenía el Comando Vermelho resultaban muy llamativas para los cárteles. Uno de sus líderes fue Fernandinho Beira-Mar, quien tenía un próspero negocio de tráfico de armas. De hecho, le detuvieron en la selva colombiana junto a un alto rango de las FARC en el 2001. Beira-Mar, según las autoridades colombianas, se había trasladado para sellar una venta de armas a cambio de cocaína. Fue extraditado a Brasil, en donde cumple una pena de treinta años de cárcel.
En la actualidad, el Comando Vermelho tiene unos cincuenta mil integrantes. No es un cártel tradicional, en el sentido de que no hay un capo –como en Colombia o México–, sino que está formado por diversos integrantes que, como si fueran una franquicia, controlan el juego y las drogas en las favelas y transportan cocaína para colombianos y mexicanos. Una parte de sus ganancias la destinan al grupo, que lo utiliza sobre todo para pagar sobornos y para mantener a los integrantes que están presos.
La paz relativa que existía en Río de Janeiro desapareció en el 2016. Esto obedeció a dos factores. El primero es que Río albergó los Juegos Olímpicos del 2016 y el gobierno puso en marcha numerosos programas para pacificar las favelas, incluido el incremento de policías y servicios básicos. Sin embargo, pasados los juegos, los programas desaparecieron y las favelas quedaron en manos de los cárteles. El otro factor que explica el auge de la violencia se debe a la ruptura de la alianza que durante años mantuvo el Comando con el Primeiro Comando da Capital (PCC), el otro gran cártel brasileño, que al igual que el Comando Vermelho nació en una cárcel en São Paulo. Este se alió con los rivales del Comando en Río (el TCP y ADA), y hoy, el Comando Vermelho ha perdido parte de su poder y controla el cuarenta o cincuenta por ciento de las favelas de Río. La violencia se nota en las calles y en los motines penitenciarios.