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El infame “Cara Piña”

Manuel Noriega era un dictador con fetiches muy peculiares. Además de blandir un machete mientras daba sus discursos, tenía una colección de osos de peluche disfrazados de paracaidistas que gustaba enseñar a sus invitados. En sus fiestas había literalmente montañas de cocaína. 

Formalmente, el dictador Manuel Noriega nunca fue presidente de Panamá. Solo fue su “Líder Máximo” entre 1983 y 1989. Sin embargo, dirigió el servicio de inteligencia del país centroamericano desde 1968, cuando Omar Torrijos dio un golpe de Estado y derrocó al gobierno electo democráticamente. Durante la década de los setenta, Noriega trabajó a la par con la CIA que con Fidel Castro y con Gadafi. En los ochenta le dio tiempo para cultivar una estrecha relación con Pablo Escobar. La DEA, mientras tanto, hacía la vista gorda: lo toleraban porque Noriega era un aliado fundamental para detener el avance comunista en la región. En 1986, la justicia de Estados Unidos finalmente solicitó su arresto por narcotráfico. No lo consiguieron hasta 1990, aunque antes tuvieron que invadir Panamá durante tres semanas.

Noriega nació en 1934 en el barrio de San Felipe, una zona deprimida lindante con el canal de Panamá. En su adolescencia se ganó el apodo de “Cara de Piña” por el severo acné que padecía y que le dejó cicatrices en la cara durante toda su vida. Con dieciocho años ingresó a la Academia Militar y completó su formación en la Escuela de las Américas, el Hogwarts de los dictadores latinoamericanos. En 1950, el Ejército estadounidense abrió en Panamá esta academia con los que pretendían frenar la “amenaza” comunista. Los cadetes eran adiestrados en las técnicas más modernas de tortura. De sus aulas egresaron, además de Noriega, personajes tan ilustres como Leopoldo Galtieri (miembro de la Junta Militar argentina), Vladimiro Montesinos y Manuel Contreras (el primero fue jefe de inteligencia de Alberto Fujimori y el segundo, de Augusto Pinochet).

Noriega era un dictador con fetiches muy peculiares. Además de blandir un machete mientras daba sus discursos, tenía una colección de osos de peluche disfrazados de paracaidistas que gustaba enseñar a sus invitados. En sus fiestas había literalmente montañas de cocaína. El dictador Torrijos lo llamaba “Mi Gánster”, debido a su carácter despiadado. Como jefe de la policía secreta, torturaba y desaparecía a los enemigos del régimen. En los setenta, la CIA convirtió a Panamá en su base para combatir a las guerrillas en Nicaragua y El Salvador, y terminaron recurriendo a Noriega, tolerando sus escarceos con Escobar. En esos años, el Gobierno estadounidense permitió que se utilizara dinero del narcotráfico para financiar a la Contra nicaragüense.

La relación de Noriega con Pablo Escobar se inició en 1981, cuando un emisario del cártel de Medellín le pidió ayuda para resolver el secuestro de Martha Nieves. Era hija de un prominente integrante del cártel y estaba en manos del M-19, un movimiento guerrillero de corte marxista. Noriega era un tipo con una extensa red de networking al margen de la CIA. Era amigo (y sentía cierta afinidad ideológica) con Fidel Castro y con Muamar el Gadafi. Y resulta que Noriega también tenía contactos con la dirección del M-19. Sus gestiones dieron resultado y Nieves fue liberada a las pocas semanas tras pagar un millón de euros.

Sus negociaciones le acercaron inevitablemente a Escobar, que le pidió el poder utilizar Panamá como base. Las avionetas cargadas de cocaína salían de Medellín, hacían escala para repostar en Centroamérica antes de proseguir su viaje hacia Miami. El país era un edén para el narco colombiano, no solo por estar a medio camino de Estados Unidos, sino por el Canal, que podían utilizar para enviar cargamentos a Europa o para recibir precursores químicos desde Asia. Además, tenían acceso a la banca del país para lavar sus ganancias.

El vínculo con Escobar se estrechó más a raíz de la muerte de Oscar Torrijos en un accidente de helicóptero en 1981. Aunque formalmente fue una avería, las sospechas de asesinato siempre han sobrevolado a Noriega. Durante el juicio contra el general (cargo al que se autopromocionó Noriega), se reveló que ese año Escobar envió a su piloto personal, Rodrigo Ortiz, para que le diera un “máster” al piloto particular de Noriega sobre cómo transportar cocaína a Estados Unidos.

Exilio

El asesinato del ministro de Justicia colombiano, Rodrigo Lara Bonilla, en 1984 supuso un parteaguas en la relación entre Noriega y Escobar. El líder del cártel de Medellín había ordenado el asesinato, y para escapar de la persecución policial abordó una de sus avionetas y se instaló en Panamá. Según Jhon Jairo Velásquez (“Popeye”), el jefe de sicarios de Escobar, fue el dictador quien le prestó una lujosa casa y le proporcionó una cédula de identidad panameña. Escobar huyó con su familia. Su esposa, de hecho, estaba embarazada y dio a luz en un hospital de la ciudad meses después del asesinato del político colombiano.

Juan Pablo Escobar tenía ocho años cuando la familia se instaló en Panamá. En su libro, Pablo Escobar, mi padre, recuerda su estancia y a su anfitrión. Durante una larga conversación con su padre, este le confesó que le había dado cinco millones de dólares a Noriega para operar en el país y montar los laboratorios que el Ejército estaba desmantelando en Colombia. El idilio se rompió cuando Noriega incumplió su palabra y ordenó destruir varios de los laboratorios, detuvo a treinta personas y decomisó una avioneta y un helicóptero del capo de Medellín.

Noriega solo cumplía órdenes de la DEA –o eso alegó–, pero sus razones no convencieron a Escobar. “Mi padre, furioso, le envió un mensaje amenazante a Noriega y lo conminó a devolverle el dinero o mandaría matarlo. Debió asustarse, porque casi de inmediato reintegró dos millones de dólares y se quedó con tres”, escribe Escobar. Aunque no se fiaba de Noriega, el capo permaneció en Panamá unos meses más.

La suerte de Noriega empezó a cambiar en 1985. Ordenó el asesinato de Hugo Spadafora, un militar cercano a Torrijos que había denunciado los vínculos del dictador con Escobar y también lo señalaba como responsable del asesinato del expresidente. La justicia estadounidense, por fin, activó alguna de las múltiples causas contra el dictador. Documentos desclasificados desvelan que entre 1970 y 1987 Noriega aparece mencionado en ochenta investigaciones de la DEA. No fue hasta febrero de 1988 cuando la justicia estadounidense lo imputó por narcotráfico y el Congreso impuso sanciones económicas a Panamá. Noriega cerró el año resistiendo un golpe de Estado y liquidando a sus enemigos.

Un año más tarde, en 1989, desconoció al ganador de la elección presidencial y volvió a cerrar el año con otro golpe de Estado. En diciembre disolvió el Congreso y se proclamó “Líder Máximo”. Su primera decisión fue declararle la guerra a Estados Unidos y, a los pocos días, las tropas panameñas asesinaron a un soldado estadounidense que no iba armado. George Bush padre respondió invadiendo Panamá con 27.000 soldados.

La invasión duró menos de un mes. Noriega se recluyó en la embajada del Vaticano y provocó un cisma diplomático. Una embajada se considera parte del territorio de un país, y Estados Unidos no estaban dispuestos a “invadir” también el Vaticano. Sin embargo, asediaron la sede durante días y según el obituario de Noriega en el New York Times, “ponían música heavy metal –con canciones como ‘Panamá’, de Van Halen– a todo volumen para atormentar a Noriega y prevenir que los reporteros pudieran escuchar conversaciones entre los militares y funcionarios vaticanos”. Noriega no soportó más a Van Halen y se entregó el 3 de enero de 1990. Pasó los siguientes veintisiete años, hasta su muerte, entre rejas.

Preso cosmopolita

El infame “Cara Piña”

Al llegar a Estados Unidos en 1990, Noriega ingresó en una cárcel de Florida, donde le juzgaron y condenaron a cuarenta años de cárcel por narcotráfico y lavado de dinero, aunque la sentencia se redujo a treinta años. Se suponía que iba a salir libre en el 2007, pero Francia reclamó su extradición para juzgarlo por los mismos delitos. Tras un largo proceso, lo sentenciaron a diez años de cárcel, una pena que iba a cumplir en el 2010.

Sin embargo, pasó solo un año en una prisión francesa, pues en el 2011 lo repatriaron a Panamá. Allí le habían juzgado y sentenciado a veinte años de cárcel por narcotráfico y por el asesinato de sus opositores durante los años ochenta, especialmente durante los dos fallidos golpes de Estado. Su periplo carcelario le trajo numerosos problemas de salud, entre otros, dos ataques cerebrovasculares y un cáncer de próstata. En enero del 2017 consiguió que le concedieran arresto domiciliario para prepararse para una operación para extraerle un tumor cerebral benigno. No se recuperó de las cirugías y murió poco después, a los ochenta y tres años.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #265

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